La Emulsión de Scott en la Cultura Hispanoamericana.

Autores/as

  • Alfredo Jácome Roca Academia Nacional de Medicina

Palabras clave:

Emulsión de Scott, nutrición, pediatría

Resumen

En nuestro país nos sentimos muy orgullosos de ser el origen de la novela Cien años de Soledad, escrita por el laureado Gabriel García Márquez. Fue este -con su hermano Eligio- uno de los once hijos de Luisa Santiago Márquez Iguarán, quien murió en 2002 a los noventa y siete años. Nieta de un andaluz, nunca leyó la famosa novela pues no lo consideraba necesario ya que la había vivido. Cuando le preguntaron alguna vez a qué atribuía el talento literario de su hijo, sin inmutarse -dicen otros que en la apoteosis de la humildad- respondió: a la Emulsión de Scott. El aceite de hígado de bacalao –casi siempre proveniente de Noruega– es uno de los aceites de pescado que desde el siglo dieciocho se ha venido usando popularmente como digestivo y como estimulante del apetito, también en las enfermedades asociadas con desnutrición y en la artritis. Una firma neoyorquina de químicos farmacéuticos –Scott & Bowne– empezó a comercializarla en los Estados Unidos bajo el nombre de Emulsión de Scott, presentando en su empaque el dibujo de un hombre –vestido de pescador o marino ¿noruego?– que carga en sus espaldas un enorme bacalao. Phillip Hall –financista que les había comprado la compañía Beecham a los herederos del fundador– adquirió la licencia, por lo que desde entonces la Emulsión de Scott ha pertenecido a esa empresa y a las que han resultado de sucesivas fusiones, llegando a la actual Glaxo-SmithKline del Reino Unido. Con el descubrimiento de las vitaminas, a principios del siglo XX se empezó a destacar su alto contenido natural de vitaminas A y D. Algunas marcas han logrado trascender el ámbito de los negocios, perteneciendo ya al mundo de la cultura, del arte o de la literatura: tal es el caso de productos como la Coca-Cola, las hamburguesas de McDonald y la legendaria Emulsión de Scott. Esta última fue el arma indeclinable de nuestras abuelas y madres en su afán de tener vástagos sanos. La frecuencia del raquitismo, de las infecciones y de la desnutrición en general –amén de la escasez de medicamentos activos– llevó al uso masivo de este producto en los niños, en los tuberculosos y artríticos. El aceite del pescado y particularmente el del hígado de bacalao (Gadus morrhua) era de uso popular en la medicina folclórica desde el siglo XVIII. Algunos médicos de renombre lo utilizaron en casos específicos. Pierre Fidèle Bretonneau –contemporáneo de Laennec, antagonista de Broussais y profesor de Trousseau– lo propuso para el tratamiento del raquitismo, una enfermedad que afectaba a una tercera parte de los bebés de la época; el propio Armand Trousseau en 1861 mencionó la posibilidad de falta de exposición a la luz solar como causa del raquitismo, asociado esto a una dieta deficitaria, que podría ser curado por el aceite de hígado de bacalao. Hacia 1789 –en el Manchester Infirmary– un doctor Darbey lo utilizó para tratar el reumatismo, indicación que ha tenido comprobación científica reciente en el Hospital Cardiff, del mismo Reino Unido. En Alemania, D.Scheutte reconoció en 1824 la utilidad del producto en el manejo del raquitismo, que fue también utilizado para lo mismo por Gobley diez años después; este había descubierto la lecitina y también el fósforo de la raya. Richard Volkmann –famoso cirujano alemán que fue particularmente experto en la cirugía de cáncer y la ortopédica– utilizó el aceite de hígado de bacalao, el yodo y la dieta en el tratamiento de la tuberculosis ósea; pero también en la tuberculosis pulmonar, por la recuperación nutricional. Esto lo había explicado ya en 1865 O. Neumann, al informar que este aceite era rápidamente absorbido por el tubo digestivo y fácilmente oxidado. Era tan importante el comercio de este pez que en épocas de Fernando VII, su ministro de Hacienda creó un impuesto conocido como “la renta del bacalao”. Por supuesto que –también en aquellos tiempos– había falsificaciones (a base de aceite de ballena, de raya, de tiburón, de foca –más fáciles de conseguir– o simples aceites vegetales a los que se les añadía yodo o bromo). La pesca del bacalao se realizaba en las regiones costeras de Nueva Escocia, Noruega, Rusia, Islandia y otros países árticos, e inicialmente se le vendía a artesanos del cuero, que lo usaban en el tratamiento de este material. El hígado lo sacaban muchas veces en el mismo barco, lo depositaban en toneles y lo sometían a putrefacción, quedando el aceite en el sobrenadante. Mientras tanto en América –que empezaba a vislumbrarse como el gran mercado que es hoy– los médicos se encontraban más bien impotentes ante las epidemias de influenza, tifo exantemático, fiebre tifoidea, cólera y muchas otras enfermedades comunes. Así que los americanos estaban dispuestos a ensayar cualquier cosa, por lo que proliferaron los remedios secretos que curaban todos los males: reumatismo, difteria, neumonía, amigdalitis, inflamaciones de toda clase, resfriados, croups, y muchas otras. Varios de los empresarios que fueron pioneros en la industria farmacéutica contaron con algún aceite de hígado de bacalao entre sus primeros productos. En 1876, dos químicos que incursionaron en la industria, llamados Alfred B. Scott y Samuel W. Bowne, empezaron a comerciar en Nueva York la nueva Emulsión de Scott. La fórmula original incluía el aceite de hígado de bacalao –traído de Noruega en grandes cantidades– y los hipofosfitos de lima y soda. No obstante la buena fama que rodeaba sus ingredientes, la comercialización incluyó la propaganda masiva con afirmaciones ciertamente exageradas, que se aprovechaban de la credulidad del público y de la ausencia de mecanismos regulatorios. Se utilizaba tanto el humor como el temor de los parroquianos en postales, almanaques, avisos, que mostraban niños rosados y cachetones. Estos dibujos –y las botellas mismas– hacen actualmente las delicias de los coleccionistas y el negocio de los anticuarios. Una litografía aparecida en 1895 afirma que «la Emulsión de Scott genera vitalidad, carnes, fuerza y la promesa de salud para las personas de todas las edades». Otra estrategia –que aún en tiempos modernos se usa para productos populares– era la de los testimonios de personas que atestiguaban la bondad de la emulsión en su caso concreto. Un aviso que apareció en 1900 en el Greensburg Morning Tribune daba información detallada sobre la escrófula o enfermedad de las linfadenopatías y sobre la consunción, como a la sazón se llamaba a la tuberculosis. «La gente afectada con escrófula a menudo desarrolla consunción; los síntomas más prominentes de la escrófula son la anemia, la secreción de los oídos, las erupciones descamativas, el crecimiento y drenaje de las glándulas del cuello, que pronostican la pronta aparición de la consunción. Todo esto se puede interrumpir, prevenir la consunción y recuperar la salud con el uso precoz de… la Emulsión de Scott». Las niñas que declinaban –pues cada vez comían menos– y se ponían pálidas, que a rastras pasaban el día, a quienes no les servía el hierro, ni la estricnina ni las gotas amargas, el preparado de Scott & Bowne era la solución. “El aceite de hígado de bacalao es el principal productor de músculo que ha conocido la medicina, los hipofosfitos alimentan cerebro y tejido nervioso”… eran otras de las cualidades. No sería sino hasta 1906 que el congreso aprobara la primera Acta de Drogas y Alimentos, precursora de la FDA. La etiqueta clásica muestra un muchacho con gorra de ballenero, que lleva un bacalao a cuestas. Pero son muchos los dibujos que se rea- lizaron para promocionar el producto...

Biografía del autor/a

Alfredo Jácome Roca, Academia Nacional de Medicina

Médico de la Universidad Javeriana, especialista en Medicina Interna y Endocrinología en las Universidades de Tulane y de Hahnemann, Estados Unidos

Referencias bibliográficas

Public Health Nutr. 2004 Sep;7(6):783-9.

Ann Otol Rhinol Laryngol. 2004 Nov;113(11):891-901

Eur J Clin Nutr. 2005 Jan;59(1):57-63

Orug Oiscov Today.2004 Feb 15;9(4):165-72

Am J Clin Nutr. 2003 Oec;78(6):1128-34.

Cómo citar

[1]
Jácome Roca, A. 2005. La Emulsión de Scott en la Cultura Hispanoamericana. Medicina. 27, 2 (jun. 2005), 122–127.

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Publicado

2005-06-20

Número

Sección

Historia de la Medicina - Museo Historia de la Medicina