Intervención del Vicepresidente de la Academia Nacional de Medicina

Resumen

N o es frecuente, ciertamente, que la vida nos permita -tras los numerosos años transcurridos- dar las gracias personalmente a quien tanto nos ha enseñado a tantos, no sólo en el ámbito de la ciencia, de la cirugía, de la atención hospitalaria sino, mucho más valioso aún, en una verdadera lección de vida, con su ejemplo de humanidad, de bonhomía, de disciplina, constancia y perseverancia, como lo ha hecho usted en el curso de su actividad docente ejemplar, Profesor Di Domenico.

Al mirar el azul de sus ojos me transporto en ellos a los vetustos corredores del Hospital de San José, a
sus salas de cirugía o a los diferentes pabellones donde, a su lado, aprendíamos los diagnósticos diferenciales y, con posterioridad a la cirugía, el manejo de los delicados postoperatorios. Pero también, el carrusel de mis recuerdos recoge sus sabias decisiones, tanto cuando el sangrado a través de la herida suturada, después de 12 horas de cirugía -hoy hablamos del punto de Di Doménico -, le hacía deshacer las suturas y casi recomenzar el procedimiento como cuando de cambiarnos de servicio a los internos se trataba. Usted, Profesor Di Doménico, sí que representa al verdadero maestro de los claustros universitarios de la Facultad de Medicina; usted logró, en forma superlativa, cumplir en nosotros con la misión de incrementar nuestro saber intelectual y, al mismo tiempo, crearnos, enriquecer y fortalecer una formación hipocrática integral...