En la Encrucijada del Ejercicio Profesional, la Administración y la Política. “Un testimonio de vida”.

Autores/as

  • María Teresa Forero de Saade Academia Nacional de Medicina

Palabras clave:

Salud, Ejercicio Profesional, Medicina

Resumen

Esta noche nos hemos reunido en este recinto, por amable invitación que me formulara su Presidente, el Doctor Juán Mendoza-Vega, en carta fechada el 18 de Octubre de 2002, a quien debo agradecer la oportunidad de compartir con ustedes un testimonio de vida que si bien, me llevó por caminos diferentes a los tradicionales que debemos recorrer los médicos, no me alejó del humanismo que es inherente a la profesión, que sin lugar a dudas imprime carácter.

Corresponde hoy al doctor Zoilo Cuéllar, darme la bienvenida y debo igualmente agradecer sus generosas palabras, las mismas que en un pasado ya muy lejano, cuando compartimos las aulas universitarias, expresaba con la caballerosidad que lo caracteriza, con la galantería del profesional conciente de la delicadeza que le merece el trato de colegas del género femenino.

Es inevitable, que en la ceremonia que comienza, se deslicen nostalgias y recuerdos, que retornan hasta el instante en que abandonamos el claustro universitario, Usted para hacerse oftalmólogo e investigador, como era su deseo y además obedeciendo el mandato genético que prevalece en su muy ilustre familia y yo por los caminos de la pediatría que sin lugar a dudas ha influenciado todas las actividades que se me han encomendado.

Resulta para mí, muy honroso ingresar a la Academia Nacional de Medicina en calidad de Miembro Honorario, no sólo por haber tenido la oportunidad, digamos que circunstancial, de ser Ministra de Salud, sino muy especialmente por el reencuentro con quienes fueron mis Maestros, en tiempos universitarios y de quienes aprendí inmejorables lecciones, dadas con el ejemplo; además de la palabra pronunciada con elegancia idiomática en las aulas del claustro de mi Alma Mater: la Pontificia Universidad Javeriana.

Me es imprescindible recordar, que eran otros tiempos en los cuales nuestra formación estaba regida por principios éticos, no negociables ante ninguna circunstancia; humanismo era la condición sine qua non para establecer relaciones médico-paciente, compromiso con la comunidad y de ella los grupos vulnerables los prioritarios, cumplimiento de nuestra obligación de servir aún a costa de la seguridad personal o de las conveniencias sociales, económicas o de cualquier otra índole, en fin, entrega total y absoluta a esa bella profesión que escogimos libremente la medicina, para constituirnos en instrumentos de Dios, quien es en últimas el ÚNICO dueño de la vida y de la muerte.

No soy yo quien pueda juzgar los hechos, pero me temo que los tiempos han cambiado y también los paradigmas que fueron nuestros faros. Por fortuna con muy honrosas excepciones he visto como al calor de las reformas hemos ido perdiendo el protagonismo que otrora se constituyó en el orgullo del ejercicio profesional cuya meta principal, por no decir que única, eran nuestros pacientes, para quienes fuimos consejeros, amigos, orientadores, además de sanadores de las enfermedades del cuerpo y muy especialmente de las del alma.

Pasamos desapercibidos los cambios, que se iniciaron por allá en la la década del 60, del siglo pasado, cuando la medicina se socializó y de ser una prestación individual que el Médico ofrecía en la intimidad de su consultorio, pasó a ser la prestación de servicios institucionalizados por las Entidades a cargo de la seguridad social: ISS, Cajanal y las Cajas de Compensación Familiar, amén de las cajas departamentales y municipales de previsión que desde esa época pulularon por todo el territorio nacional.

Sumergidos como era la costumbre, en la ciencia, la tecnología, la clínica y en el ejercicio puro de las especialidades, nos parecía un tanto deleznable el accionar de algunos colegas que impelidos por las circunstancias originadas en los cambios, iniciaron actividades en la administración de servicios de salud y de seguridad social, adelantándose a la propia academia que sólo años más tarde inició la capacitación universitaria en las ciencias relacionadas con la Administración, al descubrir que no bastaba el sentido común y la intuición para lograr a través de instituciones, la masificación de la prestación de servicios de salud.

Para entonces, pensábamos que esos colegas habían encontrado un “escape” a su incapacidad de ser buenos clínicos. ¿Qué hubiese pasado si más médicos hubiésemos intervenido en la definición de políticas públicas, en la formación de entidades aseguradoras y prestadoras de servicios, en la escogencia de parlamentarios y concejales que nos representaran en los recintos donde se fabrican las leyes y acuerdos que después nos competen cumplir con carácter obligatorio, aun sin haber expresado nuestra opinión, ni conocer los textos aprobados? Muy seguramente, no se hubiera perdido ese liderazgo que ahora nos inspira lamentos, pero que aún no nos impele a ser más activos en esos menesteres, que si bien nos alejan transitoriamente del ejercicio profesional, también nos permiten asumir responsabilidades para defender el derecho a ser médicos respetados y respetables, capaces de proporcionarnos una vida digna, útiles para la sociedad que conformamos y dueños del acto médico sin interferencias distintas a nuestro leal saber y entender y al de nuestra propia conciencia.

Han pasado ya cuatro décadas desde entonces, tiempo en que llegaron profesionales de otras disciplinas y decidieron sin nosotros cuál sería el destino de nuestra profesión, cuál nuestro rol en la sociedad, cómo ejercer y aplicar nuestros conocimientos, qué formular y a quién atender.

Vale la pena aquí y ahora reconocer que cometimos el error de no dejarnos convocar, de creer que la política es sólo para politiqueros, en contravía de considerarla una ciencia para servir a la comunidad, no para servirse de ella, tan afín a nuestra vocación de servicio.

Así las cosas, fueron llegando cambios y ni los médicos fuimos entrenados en ciencias económicas, ni a los economistas les enseñaron sentido social.

Fuimos comprendiendo que perdíamos la connotación de semidioses y aprendiendo que, sólos, no nos era posible mantener el carácter de médicos, tan esenciales a la vida de la comunidad, como lo son los maestros, los jueces y los sacerdotes.

Supimos que gustárenos o no, era imprescindible interactuar con otros profesionales de la salud, y aún, con tecnólogos que en otra época considerábamos de menor rango, debiendo entender que todos son importantes, porque todos son necesarios; nos llevó un tiempo precioso que ahora intentamos recuperar, para lograr objetivos comunes y afianzar el liderazgo, que sin discusión, debe estar en manos de médicos.

Y también resultó un tanto doloroso, someternos al aprendizaje de otros lenguajes ajenos al técnicocientífico propio de nuestra disciplina, para poder interactuar con otros profesionales como son los abogados, que ahora nos defienden de la mala práctica, o de lo que personas ajenas al medio piensan que son nuestros errores y, que además, son los encargados de redactar leyes, decretos, resoluciones y acuerdos que estamos obligados a acatar, recordando que la ignorancia de la Ley no nos exime de la culpa...

Biografía del autor/a

María Teresa Forero de Saade, Academia Nacional de Medicina

Sesión Solemne del 27 de febrero de 2003 con motivo de su posesión como Miembro Honorario...

Cómo citar

[1]
Forero de Saade, M.T. 2003. En la Encrucijada del Ejercicio Profesional, la Administración y la Política. “Un testimonio de vida”. Medicina. 25, 3 (oct. 2003), 168–171.

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Publicado

2003-10-25

Número

Sección

Artículo Científico
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