Un Médico a la Medida de su Comunidad

Autores/as

  • José Francisco Socarrás Academia Nacional de Medicina

Palabras clave:

Medicina general, historia de la medicina, salud

Resumen

La ciudad de los Santos Reyes
La guerra civil había diezmado las ganaderías de la rica provincia y la población entera pagaba con creces el horrendo pecado de la contienda fratricida. Muchas familias, antes en la holganza arrostraban con estoicismo pobreza vergonzante. Se caía a pedazos la antigua ciudad colonial, cerebro y corazón de extenso territorio. La propia plaza mayor mostraba solares que eran otros tantos estigmas de la situación aflictiva.

Como el techo se había hundido en algo más de la mitad, por la vasta tronera la iglesia parroquial miraba realmente al cielo, exponiendo a la intemperie el muñón acusador de la torre casi a ras de piso. El espectáculo del templo era lastimoso. Los muros aparecían carcomidos por los alisios y las lluvias torrenciales, e igual las altas columnas talladas en troncos de árboles seguramente centenarios. Los altares, obra auténtica de la artesanía nativa, no ostentaban ya el brillo del dorado.

En el piso, de anchas baldosas de barro cocido medio se hundían las lápidas de mármol que contaban el breve tránsito por este mundo de quienes fueran personas influyentes en la región.

En la calle principal, en otros tiempos consagrada al Rey, menudeaban también las ruinas y, siguiendo en dirección al cementerio, podían descubrirse en un buen trecho los cimientos de construcciones desaparecidas, que por su disposición y tamaño proclamaban la fortuna de quienes las habitaran. Los conventos de Franciscanos y Dominicos yacían por tierra, convertidos en informe amontonamiento de escombros, igual que la mayoría de las casas de habitación que los rodeaban.

Las paredes maestras y la fachada de la iglesia de San Francisco, no obstante el deterioro, atestiguaban todavía la vana ilusión de construir para la eternidad que anima a ciertas empresas humanas. La iglesia de Nuestra Señora del Rosario, resto intacto de la fundación dominicana, era la única que permanecía en pie. Estaba construida según el estilo mudéjar con fondo románico, común a los templos que reemplazaron las improvisadas cabañas de que se sirvieron los primeros adelantados y capitanes para tomar posesión de la tierra conquistada, no sólo a nombre de la Corona sino también de Cristo.

En plazas y calles apenas si quedaban trazos del uniforme empedrado. Las lluvias habían excavado canjilones pedregosos o acarreado escurridizos arenales. Honda acequia partía diagonalmente la plaza mayor, alfombrada casi todo el año por el abrojo tenaz de florecitas amarillas. Al menor aguacero el afrentoso zanjón se transformaba en amenazador torrente.

De los faroles municipales no quedaba ni el rastro. El agua para el uso doméstico se traía del río Guatapurí en barriles que transportaban trotadores borriquillos, y se guardaba en tinajas y alcuzas que la conservaban fresca y con un grato sabor de fuente montaraz. En el mismo río tomaba la gente el baño diario, aunque las señoras principales preferían hacerlo en casa, para lo cual se prestaba a la maravilla la bangaña indígena, hecha de maderas olorosas y livianas. Sólo una que otra mansión de personas acomodadas se daba el lujo de tener retrete con hoyo en tierra y burdo cajón de madera...

Biografía del autor/a

José Francisco Socarrás, Academia Nacional de Medicina

Conferencia dictada el Día del Médico. Académico Honorario

Cómo citar

[1]
Socarrás, J.F. 1994. Un Médico a la Medida de su Comunidad. Medicina. 16, 2 (jun. 1994), 22–27.

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Publicado

1994-06-28