Iatrogenia y Relaciones Médico-Paciente en Pediatría

Autores/as

  • Ernesto Plata Rueda Academia Nacional de Medicina

Palabras clave:

iatrogenia, relación médico paciente pediatría, medicina familiar

Resumen

(Conferencia dictada en sesión solemne de la Academia Nacional de Medicina el 24 de octubre de 1991)

La medicina es por esencia el arte y la ciencia de hacer el bien al ser humano. Se da el caso sin embargo de que al hacer el bien se puede causar daño, tal como ocurre por ejemplo cuando una mutilación quirúrgica salva la vida; ésta es la iatrogenia necesaria e inevitable. Pero existe otra inaceptable que es la resultante del olvido del hecho antropológico del origen de la medicina, en la innata disposición humana a darse al prójimo.

En efecto, los orígenes de la medicina y el nacimiento de la relación médico-paciente, se remontan al momento antropológico cuando el Hamo sapiens comenzó a ejercer su libre albedrío, al mismo tiempo que a perder el instinto y verse obligado a cuidarse a sí mismo. Esto debió agradar a Dios porque, mucho antes de que Moisés lo instituyera en el monte Sinaí, ya estaba ordenado, amarlo a El, a su obra la Naturaleza, a sus semejantes y a sí mismo.

De esta manera, el Primer Mandamiento de la Ley de Dios, (que es el más importante porque los demás son a manera de parágrafos), se constituye en el fundamento de la Medicina y de las relaciones médico-paciente, toda vez que mal puede un hombre sanar a sus semejantes si no agrada a Dios, cuidándose a si mismo.

Aquellos que no solo cuidaron de si mismos sino que atendieron a sus semejantes, debieron agradar tanto a Dios, que les fueron concedidos poderes especiales. De allí que los primeros sanadores eran al mismo tiempo sacerdotes y en esta condición fue que llegaron a elevarse sobre el común de las gentes como filósofos, sabios y sobre todo como consejeros, o sea auténticos líderes de la comunidad.

El poder de sanación era lo más importante y determinante de su capacidad para curar. El uso de la materia o sea elementos físicos como la tierra, el agua, el calor, productos animales y vegetales, así como la cirugía, o sea el “arte“, era considerado como accesorio y hasta profanador de la medicina pura, y para que fuera aceptado, hubo que admitir que la materia no actuaba si Dios no se dignaba concederle poderes curativos, o sea que se seguía preservando el origen divino de la facultad de curar.

Pero con el correr de los tiempos, aparecieron individuos que, probablemente sin investidura divina comenzaron a utilizar solamente el arte, prescindiendo del consejo, sencillamente porque no estaban preparados para ello. De líderes no tenían nada y fueron aquellos médicos itinerantes, que andaban de pueblo en pueblo ofreciendo sus servicios, voceándolos como si fuera una vianda. Algo así como los “médicos descalzos” de los países comunistas del reciente pasado. Guardadas las proporciones, se asemejan también a tanto médico recetador que ha olvidado su condición de maestro de salud.

Desde muy antiguo y sobre todo cuando la medicina no disponía de las armas terapéuticas de hoy en día, la relación médico paciente era una relación de auténtico amor al prójimo y así lo declara Paracelso en la Edad Media cuando escribe: “El más hondo fundamento de la medicina es el amor.. Si nuestro amor es grande, grande será el fruto que de él obtenga la medicina; y si es menguado, menguados serán también nuestros frutos. Pues el amor es el que nos hace aprender el arte, y fuera de él, no nacerá ningún médico”.

Mucho antes que él, Lucius Seneca en su “De beneficius”, al mismo tiempo que asimila al médico con el maestro, condiciona los resultados curativos del arte médico al establecimiento de una amistad entre el médico y el paciente en los siguientes términos: “Por qué al médico y al preceptor les soy deudor de algo más que la simple paga? Porque el médico y el preceptor se convierten en amigos nuestros, y no nos obligan por el oficio que venden, sino por su benigna y familiar buena voluntad.

Así, al médico que no pasa de tocarme la mano y me pone entre aquellos a los que apresuradamente visita, prescribiéndoles sin el mejor afecto lo que deben hacer y lo que deben evitar, no le debo sino la paga, porque no ve en mi al amigo sino al cliente … Por qué pues debemos mucho a estos hombres? No porque lo que nos vendieron valga más de lo que les pagamos, sino porque hicieron algo por nosotros mismos. Aquél dio algo más que una simple receta: temió por mí, no porque se desprestigiara su arte; no se contentó con indicarme los remedios, sino que me los administró, se sentó entre los más solícitos para conmigo y acudió a mí en los momentos de peligro; ningún quehacer le fue oneroso, ninguno enojoso; le conmovían mis gemidos; entre la multitud de enfermos que le requerían, fui para él primerísima preocupación, atendió a los otros en cuanto mi salud se lo permitió.

Para con ese estoy obligado, no tanto porque es mi médico, como porque es mi amigo”. Cuan hermosa expresión de gratitud hacia su médico-amigo, no obstante que éste, como correspondía a los tiempos de Roma, no disponía de medicamentos curativos.

El cultivo de la amistad entre médico y paciente en Roma, era a su vez herencia de Grecia pues Hipócrates enseñaba que el fundamento de una relación médica fiel a su propia esencia y no corrompida por los vicios, es la amistad o como allí se llamaba, la filiantropia: amor al género humano...

Biografía del autor/a

Ernesto Plata Rueda, Academia Nacional de Medicina

Académico de Número (Fallecido el 20 de febrero de 1992).

Referencias bibliográficas

- Lain Entralgo, Pedro. La relación médico-enfermo. Alianza Editorial. Madrid, 1983.

- Lain Entralgo, Pedro. Antropología Médica. Salvat Editores. Barcelona, 1984

- Plata Rueda, Ernesto. La relación médico-paciente en pediatría. Editorial Médica Panamericana. Buenos Aires, Bogotá, 4 ed. 1990.

Cómo citar

[1]
Plata Rueda, E. 1992. Iatrogenia y Relaciones Médico-Paciente en Pediatría. Medicina. 14, 2 (jun. 1992), 25–33.

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Publicado

1992-06-06