HISTORIA DE LA MEDICINA

Medicina, ciencia y médicos en la vida del precursor Antonio Nariño y Álvarez

Sesión conmemorativa del bicentenario de la muerte del Precursor de la Independencia

Alberto Gómez Gutiérrez, PhD FLS1


1. Vicepresidente de la Academia Colombiana de Historia; Miembro de Número de la Academia Colombiana de Ciencias Exactas, Físicas y Naturales y de la Academia Colombiana de la Lengua; Miembro Correspondiente de la Academia Nacional de Medicina y de la Real Academia de Ciencias, Artes y Letras de Cádiz; Miembro Activo de la Sociedad Colombiana de Historia de la Medicina y Fellow de la Linnean Society de Londres.

Correspondencia: presidencia@anmdecolombia.org.co



Hoy se hablará en esta academia de una dimensión relativamente desconocida en la vida y obra de Antonio Nariño: trata sobre experimentos científicos anti-microbianos en la historia local de la lucha contra una enfermedad, cuyo agente viral no se había visualizado aún y venía azotando a la humanidad por siglos. Después de los trabajos pioneros de Edward Jenner en la Gran Bretaña en la última década del siglo XVIII (y de sus antecedentes en el Oriente Medio), se reconoce en Santafé —en esa misma década— el protagonismo de José Celestino Mutis y de su sobrino Sinforoso, pero también el de Antonio Nariño, en el desarrollo de la vacunación antivariólica.



Este afán terapéutico santafereño parece haberse iniciado en Quito, por influencia de un precursor local, el médico Eugenio de Santa Cruz y Espejo, calificado unánimemente por quienes han tratado sobre su trayectoria como el principal reformador social a finales del siglo XVIII: un hombre tan polifacético como Nariño, pero, a diferencia de nuestro precursor, ciudadano de origen mestizo de padre amerindio y madre mulata —hija de padre liberto de origen africano reciente— quien logró, gracias a su inteligencia y perspicacia, culminar con éxito sus años de formación en medicina y leyes, en un medio todavía hostil a las mayorías. Su inteligencia se caracterizó por la ironía, y sus escritos en género mordaz condujeron a las autoridades a intentar de alejarlo de la capital, nombrándolo director médico de la expedición científica que buscaba “fijar los límites de la Audiencia Real de Quito en la región de los ríos Pará y Marañón”. Pero Espejo no aceptó; huyó y fue apresado “como reo de grave atentado”, iniciando así una cadena de encierros y libertades provisionales que lo debilitarían hasta hacerlo fallecer doce años después, en 1795, tras una vida azarosa, muy semejante a la del precursor neogranadino.


En razón a su éxito como facultativo, Espejo había sido convocado en los años 80 para producir un método preventivo de la viruela que diezmaba a la población. Su tarea resultó en una publicación titulada Reflexiones acerca de un método para preservar a los pueblos de las viruelas (1785), obra elogiada por José Celestino Mutis desde Mariquita en 17871, e incluida en Madrid, ya desde 1786, como apéndice a la Disertación Físico-Médica de Francisco Gil, cirujano del Real Monasterio de San Lorenzo e Individuo de la Real Academia Médica de Madrid. En este tratado, Espejo prescribía un método seguro para preservar a los pueblos de viruelas, hasta, eventualmente, lograr su completa extinción en todo el Reino.


Esta obra conjunta de Gil y Espejo circuló ampliamente en Europa entre 1786 y 1795.


A causa a las presiones jurídicas a Espejo por parte de las autoridades en Quito a finales de ese mismo año de 1787, y apenas salido de su segundo encarcelamiento, este ilustrado decidió trasladarse a Popayán, viaje que solo se pudo concretar en septiembre de 1788 en compañía de su hermano Juan Pablo, presbítero. Tras la renuncia del virrey Caballero y Góngora en enero de 1789, y la solicitud de su sucesor Gil y Lemos desde Cartagena a Juan José Villaluenga, presidente en Quito, se convocó al procesado quiteño a la corte de Santafé. Cuatro meses después de llegar a esta ciudad, Gil y Lemos fue trasladado al Virreinato del Perú y su sucesor, el conde José de Ezpeleta, asumió el proceso en el Tribunal de la Real Audiencia. El paso de Espejo por Santafé en el año 1789 —entre su citación a este tribunal y su absolución de acuerdo con el correspondiente decreto firmado el 11 de noviembre de ese año—, permite suponer el fortalecimiento en esos días de su vínculo con los principales protagonistas de la sociedad y la cultura santafereña, incluyendo, naturalmente, a Antonio Nariño y a los asistentes a la tertulia del Arcano Sublime de la Filantropía en donde varios historiadores han reportado su presencia. Es en este contexto que Espejo habría incidido en el interés de los Mutis y de Nariño por el tratamiento antivariólico años antes de la llegada a Cartagena de la Real Expedición Filantrópica de la Vacuna.


Con este preámbulo, en nombre de la Academia Colombiana de Historia, doy la palabra a dos de nuestros miembros correspondientes, y a quienes disertarán hoy frente a ustedes sobre esta y otras materias: en primer lugar, a Hugo Armando Sotomayor, mi compañero de años en esta academia en el Museo de Historia de la Medicina, y quien ha sido su incansable organizador hasta su estado actual, con una sorprendente dedicación y persistencia.


En segundo lugar a Enrique Santos Molano, autor de obras con fundamento a la vez histórico y literario, como las Memorias fantásticas de Antonio Nariño, o El corazón del poeta —con exactamente mil páginas (en la edición de Planeta en 1992) que apuntan directo, y profundamente, al corazón de José Asunción Silva—; o bien, Un hombre al pie de las letras, que permite entender, paso a paso, el magnífico destino de Rufino José Cuervo: en esta Santos Molano caracterizó como “su ángel tentador” a Ezequiel Uricoechea —primer “MD PhD” de este país, con títulos obtenidos en Yale y en Göttingen—: otro humanista y científico precursor. Pero volvamos a Nariño: tienen la palabra.


2 Mutis escribió desde Mariquita a Juan Pío Montúfar y Larrea-Zurbano (1758-1819), II Marqués de Selva Alegre, una carta elogiosa de Espejo proponiéndolo como el mejor candidato para “formar la flora de Quito”: Mi amadísimo amigo y señor / ¿Tendría Ud. corazón para haberme privado del grande gusto que he tenido con la lectura del arrogante papel de nuestro Espejo? ¿Y también quiso usted hacérmelo leer tan de carrera? Lo he leído de la cruz a la fecha, con igual gusto al acabar que al comenzar, y creo tenerlo no menor cuando consiga el impreso.

/ Se haría increíble, si Espejo no hubiera dado un testimonio auténtico en contrario, que un joven sin maestros, sin libros en abundancia y sin compañeros con quienes pudiera pulir sus conocimientos, esto es, en el centro de la rusticidad y barbarie de la bella literatura, se hubiese podido templar al buen gusto. Con razón se le hizo la justicia a este papel en donde abundan los buenos conocedores. Yo no desconfío de adelantar mis proyectos en aquella provincia teniendo allí a un hombre de tan superiores talentos. Yo lo templaré también a mis ideas, pues en una edad de treinta y nueve años, como infiero de la noticia que de paso vierte en su papel, no domina todavía el engreimiento y tenacidad que van adquiriendo los hombres con la misma edad para resistirse a la dirección ajena. / ¡Oh si con la ayuda de Espejo pudiéramos formar la flora de Quito! [¡¡]Dios me conceda este gusto!! / Me tomé la libertad de poner ese registro donde advertí el cálculo errado sobre el peso de la atmósfera en el hombre de media magnitud, cual se regula la de quinde pies cuadrados. En Quito es mucho menos este peso que a las orillas del mar, en ambos hemisferios. / Su afectísimo amigo, / J. C. Mutis / Mariquita, 26 de julio de 1787. 1