ARTÍCULO DE REVISIÓN
Geraldine Altamar Canales.1
1. Especialista en medicina interna, geriatría; en gerencia en servicios de salud. Profesora auxiliar especialización en geriatría Universidad del Valle. Miembro de la Academia Latinoamericana del Adulto Mayor (ALMA).
Recibido:
Noviembre 28, 2022
Aceptado:
Marzo 10, 2023
Correspondencia: geraldine.altamar@correounivalle.edu.co
DOI: 10.56050/01205498.2232
Resumen
Palabras clave: Envejecimiento; Nutrición; Adulto mayor; Anciano frágil.
Abstract
Keywords: Aging; Nutrition; Elderly; Frail elderly.
La población mundial está envejeciendo. La mayoría de los países del mundo están experimentando un aumento en número (1) y proporción de las personas mayores, al punto que la expectativa de vida al nacer alcanzó los 72,8 años en 2019 y se espera aumente a los 77,2 años en 2050 (2). Este crecimiento mundial, que afecta a todos los países, se espera sea un 80 % superior en países de ingresos bajos y medios como el nuestro, donde el ritmo de envejecimiento de la población es mucho más rápido (2), y, por lo tanto, lo serán las condiciones asociadas como enfermedades crónicas, cambios nutricionales, sociales y económicos.
Desde el punto de vista biológico, el envejecimiento es un proceso de acúmulo de daños moleculares y celulares, en una compleja interacción entre daño, mantenimiento y reparo (3) que reducen gradualmente las reservas fisiológicas, aumentan el riesgo a enfermedades, disminuyen en general la capacidad física y mental del individuo originando un riesgo creciente de enfermedad y discapacidad (4). Estas alteraciones están influenciadas por el entorno, comportamientos y hábitos del individuo saludables como ejercicio y nutrición adecuada, pero también malos hábitos como tabaquismo, consumo de alcohol, sedentarismo, entre otros.
Este proceso genera resultados que no se presentan de manera lineal, difieren entre los individuos y se asocian vagamente con la edad cronológica (4). Dichos cambios originan condiciones patológicas que pueden ir desde la pérdida de audición, cataratas y errores refractivos, pasando por condiciones patológicas como osteoartritis, enfermedad pulmonar obstructiva crónica, diabetes, hasta estados de salud complejos como consecuencia de la convergencia de múltiples factores y patologías confluentes y necesidad de múltiples intervenciones conocidas como síndromes geriátricos, entre los cuales están fragilidad, malnutrición, depresión y demencia (2). Entre los factores afectados por el desequilibrio de los hábitos y costumbres se encuentran el estado nutricional, importante para el mantenimiento de la salud (5), en la prevención de enfermedades crónicas (6), y como factor asociado en el logro y mantenimiento de un envejecimiento saludable.
En este artículo revisamos evidencia de como la nutrición afecta los procesos asociados con envejecer y una presentación atípica de la enfermedad del adulto mayor conocida como síndrome de fragilidad.
Se realizó una revisión en PubMed con los siguientes términos MESH: “aged”, “aging”, “Diet, Food, and Nutrition”, de los siguientes artículos: revisión, metaanálisis, ensayos controlados aleatorizados y revisiones sistemáticas publicados en los últimos cinco años, en idioma español e inglés. De la revisión inicial se obtuvieron 140 resultados después de retirar los artículos duplicados y aquellos no relacionados con la revisión. Se utilizaron 36 artículos en esta revisión.
El envecimiento como proceso se ha asociado a nueve fenómenos conocidos como las marcas del envejecimiento y que se encuentran interconectados entre sí: inestabilidad genómica, acortamiento de los telómeros, alteraciones epigenéticas, desregulación en la detección de nutrientes, pérdida de la proteostasis, disfunción mitocondrial, senescencia celular, agotamiento de las células madre y comunicación intercelular alterada (7). Estos fenómenos son importantes al entender la relación entre intervenciones nutricionales y sus efectos sobre los siguientes mecanismos del envejecimiento:
En humanos, la restricción calórica se utilizó inicialmente de forma involuntaria durante la dos primeras guerras mundiales, en las que poblaciones danesas (primera guerra) y noruegas (segunda guerra) fueron llevadas a reducción de la ingesta calórica sin malnutrición, con resultados en reducción de mortalidad general comparada con los niveles preguerra (8). Otros ejemplos poblacionales incluyen a la población de centenarios en Okinawa, quienes reportaban un consumo menor de calorías que el promedio de la población adulta japonesa, lo que se vio traducido en un promedio de expectativa mayor que el resto del país (8).
Ensayos clínicos observacionales y aleatorizados, que indican como la restricción calórica sin malnutrición mejora múltiples factores metabólicos y hormonales implicados en la patogénesis de diabetes mellitus tipo 2, las enfermedades cardiovasculares y el cáncer, que, en este momento son las principales causas de morbilidad, discapacidad y mortalidad en los seres humanos (8). Los estudios CALERIE (Comprehensive Assessment of Long-term Effects of Reducing Intake of Energy) diseñados en Estados Unidos para evaluar la restricción calórica con nutrición adecuada en humanos no obesos, demostraron que esta intervención permite mantener un peso corporal saludable y prevenir la acumulación de grasa abdominal, útil en la prevención de múltiples enfermedades crónicas metabólicas y cardiovasculares, además de promover el envejecimiento saludable, sin reporte de eventos adversos en capacidad mental o psicológica (10). Sin embargo, en masa ósea se ha visto que podría existir aumento en el recambio óseo después de seis meses de la restricción, tal vez relacionado con alteraciones hormonales (10). Estos hallazgos en hueso serían una limitación potencial en la implementación de la restricción calórica en personas mayores, en quienes la pérdida ósea acelerada es una causa de preocupación (8). Más estudios son necesarios para entender las interacciones de la restricción calórica con contenido de micronutrientes dietéticos y otras intervenciones como ejercicio de resistencia para preservar la salud ósea. A pesar de estos hallazgos, es necesario tener precaución al decidir la restricción calórica como terapia nutricional en los adultos mayores, además de los cambios en salud ósea ya mencionados, aumento de la ansiedad y fragilidad podría suceder en adultos mayores que se encuentran en riesgo de malnutrición y sarcopenia o en aquellos que ya tienen una dieta adecuada y saludable (11).
Si bien los mecanismos y cambios son conocidos, la evidencia de los efectos de la nutrición en envejecimiento arterial es limitada, debido a varios motivos, entre ellos los estudios de intervención dietaría, que tienen múltiples factores adicionales que se comportan como confu sores y generan dificultad en la atribución de causa-efecto, además los estudios preclínicos basados en la dieta son en modelos animales y se ha limitado su traslado a estudios clínicos.
A pesar de esto, se conoce bien que las dietas altas en verduras, frutas, frutos secos, cereales, fibras, pescado y grasas insaturadas, que con tienen antioxidantes, vitaminas, potasio, omega-3, reducidas en carne roja y ultraprocesados (por ejemplo las dietas mediterránea, del mar Báltico o la DASH), demuestran prevención en el desarrollo de obesidad y enfermedad cardiovascular al reducir la inflamación y mejorar las respuestas glucémicas, insulínicas y lipídicas (13,14). Además, existen otros beneficios en la dieta mediterránea, la dieta cetogénica o una combinación de estas, y en dietas con aumento del consumo de verduras y catequinas del té verde, en que mejoran la memoria de trabajo y disminuyen la desestabilización de la red cerebral previniendo el deterioro cognitivo. La dieta mediterránea que incluye suplementación con Coenzima Q o las dietas bajas en grasas y ricas en antioxidantes podrían ayudar a disminuir la prevalencia de aterotrombosis, esteatosis hepática, diabetes y desgaste de los telómeros, así como prevenir el daño oxidativo y del ADN(13). Aunque el envejecimiento como proceso no se puede controlar, estas dietas pueden prevenir el desarrollo de enfermedades crónicas, mejorar longevidad y por consiguiente mejorar la calidad de vida y promover envejecimiento saludable (15). No obstante, se requieren estudios adicionales.
El zinc es esencial para el funcionamiento apropiado de las células por su papel en la regulación de la transcripción, además participa en procesos metabólicos de la respuesta inmune, desarrollo físico y neuroconductual. Su deficiencia impacta en la producción de anticuerpos, citoquina (IL-2) e interferón gamma, señalización celular, proliferación y función de los linfocitos T helper, B y las células Natural Killer; además es necesario para la estabilidad del ADN (19). Su deficiencia se asocia con una mayor predisposición a las infecciones, diarrea, dermatitis y disminución de la agudeza gustativa. Se ha sugerido que la deficiencia de zinc está relacionada con el daño neuronal que se puede observar en la enfermedad de Alzheimer y que podría tener un papel preventivo de la generación macular asociada con la edad (20). Un estudio con 200 pacientes entre los 65 y 80 años con 20 mg al día de Zinc, después de 12 semanas de suplementación demostró mejor estabilidad genómica e integridad de los telómeros con menor daño en formación de DNA en el grupo de los suplementados vs. el grupo control (19). Sin embargo, se necesitan más estudios para investigar el papel potencial del zinc en la reducción de estas enfermedades neurológicas, infecciones y la mortalidad en las personas mayores.
Otro micro nutriente estudiado para modificar las marcas del envejecimiento es la taurina, aminoácido considerado semiesencial , es producido desde la cisteína y obtenido desde la dieta. La deficiencia de taurina a edades tempranas se ha asociado con alteraciones en la fuerza muscular, oculares y del sistema nervioso central, sus concentraciones tienden a descender con el envejecimiento. Estudios en ratones y monos adultos alimentados con taurina, demostraron aumento de la expectativa de vida total y de la expectativa de vida saludable , esta última demostrada en la mejoría en funcionamiento óseo, muscular y del sistema inmune, comparado con los controles. Definir el beneficio de su suplementación en el envejecimiento humano requiere estudios clínicos controlados a largo plazo.
Los micronutrientes son importantes en los mecanismos de defensa antioxidante, en prevenir el daño de los radicales libres sobre el DNA. Si bien se requieren estudios que se puedan transpolar a otros grupos raciales, no se debe olvidar que la anorexia primaria del envejecimiento o consumo de fármacos que llevan a la pérdida de estos nutrientes se presentan con frecuencia en las personas adultas mayores.
Los probióticos son bacterias que impactan de forma benéfica el organismo, se incluyen los gérmenes que se añaden a los alimentos y que permanecen vivos en el intestino cumpliendo su función (24). Cuando son ingeridos en cantidades adecuadas pueden alterar la microbiota intestinal y proporcionar efectos beneficiosos para la salud al huésped. En la práctica clínica actual, son utilizados para el tratamiento de trastornos gastrointestinales como estreñimiento, diarrea, enfermedad de Crohn, síndrome del intestino irritable y enfermedad diverticular (25). El uso de probióticos se ha asociado con una mejora en la función inmune, mediante la reducción de concentraciones del factor de crecimiento tisular (TFG 1) e IL- 8, además del aumento de IL-5 y IL- 10. Sin embargo, los resultados no se pueden generalizar por diferencias metodológicas y estudios heterogéneos, por lo que aún no hay evidencia suficiente que soporte el uso como agente antiinflamatorio o antienvejecimiento en las personas adultas mayores (26).
La
fragilidad se ha definido como un estado incrementado de la
vulnerabilidad debido a la reducción de la reserva fisiológica, que
origina resultados adversos en salud, por ejemplo, discapacidad,
caídas, hospitalización, institucionalización y/o muerte (28).
Se caracteriza por pérdida no intencional de peso, disminución de la
fuerza, de la resistencia muscular, sensación de cansancio que se
traducen en reducción de la actividad física y de la velocidad de marcha
(29).
La alteración en factores como salud oral, estado nutricional,
patrones dietarios y pobre calidad en la dieta se asocian con el
desarrollo de fragilidad (30).
Una ingesta baja en proteínas o bajo contenido nutrientes (menos de 3
comidas al día), tal como se produce cuando se presenta anorexia,
alteración de la salud oral o pérdida de gusto, olfato o visión,
colabora con el catabolismo muscular, malnutrición, sarcopenia y el
consecuente desarrollo de fragilidad (31).
En
sentido contrario el consumo suficiente de proteínas (30 g por
comida) puede causar un cambio en el balance neto a favor de la síntesis
proteica, mayor masa muscular esquelética, fuerza muscular y menor
incidencia de fragilidad (32),
así como sucede con el consumo de ácidos grasos monoinsaturados y la
ingesta de 5 porciones de frutas y verduras al día (como se incluye en
la dieta mediterránea). Inclusive, este consumo suficiente de
proteína previene el desarrollo de declinación funcional en adultos
mayores frágiles (30).
Los ensayos clínicos aleatorizados de intervenciones nutricionales con
fragilidad como resultado primario son pocos. En Singapur un estudio de
suplemento de nutrición durante 24 meses en uno de los brazos, demostró
mejoría en la medición de fragilidad, cambio que persistió aún después
de seis meses de suspender la intervención (33).
Los aminoácidos de cadena ramificada, especialmente la leucina, contribuyen a aumentar la síntesis proteica y reducir la ruptura proteica. Estudios sugieren que el consumo de alimentos que contienen leucina como la proteína de suero de leche (whey) se absorben mejor y favorecen a la síntesis proteica, especialmente en hombres adultos mayores (34). De igual forma, un metabolito de la leucina, el alfa hi droxi-metilbutirato (HMB, por sus siglas en inglés), ha demostrado efectos en la síntesis proteica, ralentizando la pérdida muscular, previniendo la atrofia y mejorando la fuerza muscular en personas adultas sanas durante periodos de reposo en cama o en pruebas en adultos mayores comparados con grupo de control. Se requieren más estudios para precisar los efectos en fuerza y función muscular (31,35).
La baja ingesta de micronutrientes como carotenoides, selenio, magnesio, folatos, vitamina C y E, se ha relacionado con el síndrome de fragilidad y la aparición de algunos de sus criterios (29). Los adultos mayores son particularmente susceptibles a las deficiencias en diversos micronutrientes debido a una disminución de la ingesta de alimentos ricos en vitaminas y minerales (20). Los micronutrientes afectan directamente (vitaminas C y E) o indirectamente (selenio y zinc) a la actividad antioxidante de los sistemas de defensa. Estos sistemas protegen a la célula contra factores prooxidativos endo y exógenos, incluyendo especies reactivas de oxígeno (ROS) y por lo tanto se considera que su déficit estaría relacionado con marcas del envejecimiento (19). El selenio está presente en los centros activos de muchas proteínas y enzimas que permiten la construcción de proteínas complejas, también está ligado a la protección de neuronas contra el estrés oxidativo y en la regeneración del tejido muscular esquelético. Incluso, las deiodinasas tiroideas envueltas en la formación de hormonas ti roideas también se asocian con la respuesta inmunoinflamatoria y proinflamatoria. La deficiencia de selenio resulta en reducción de la producción de prostaglandinas (PGEI2, PGE2 y PGF2α) y el aumento de especies libres de radicales en las células envejecidas, así como su defensa antioxidante (19). Es usual que los adultos mayores tengan déficit de selenio y cursen al tiempo con déficit de vitamina E, lo que se puede traducir en diarrea, pérdida de cabello, dolor articular y además fatiga que es uno de los componentes de la fragilidad (19).
El déficit de otros micronutrientes también se asocia con el desarrollo de fragilidad, por ejemplo, las personas con concentraciones séricas deficientes de vitamina D (<15 ng/mL) presentan 3,7 veces más riesgo de desarrollar fragilidad. Se presume que la conexión está determinada por el efecto negativo en la absorción del calcio, con consecuente aumento de la hormona paratiroidea que conlleva aumento de la resorción y fracturas por fragilidad. Adicionalmente, la unión de la 1,25 OH vitamina D en los receptores del músculo esquelético contribuyen a la síntesis proteica y sus niveles bajos llevan a pobre fuerza muscular (29). Por esta razón, las guías de manejo de fragilidad incluyen la medición y suplementación de vitamina D en las personas adultas mayores con deficiencia (34).
Es bien conocido que las intervenciones nutricionales en asociación con ejercicio de resistencia, incrementa la masa y fuerza muscular a partir de las primeras seis semanas de intervención. Estos hallazgos se han obtenido con diferentes intensidades, duración del ejercicio y cantidades de suplementación proteica (33).
El envejecimiento como proceso multicausal es una compleja interacción entre factores intrínsecos del individuo que se modulan o afectan por factores externos, cuyo fin lleva al deterioro de los órganos y sus funciones, generando vulnerabilidad que se traduce en discapacidad y eventualmente la muerte. Entre estos factores externos se encuentra la nutrición. En la búsqueda de entender como la nutrición juega un papel en este proceso y como puede ser benéfico para ralentizar los resultados o en el más optimista de los casos, mejorarlos, disponemos de diversos estudios nutricionales, especialmente en modelos animales, que nos indican como, por ejemplo, la restricción calórica puede influir de forma positiva en la supervivencia y en la reducción de desenlaces metabólicos. Sin embargo, se presentan dificultades cuando tratamos de encontrar resultados en modelos humanos, especialmente adultos mayores, pues las diferencias biológicas de este grupo etario se asocian con las que confieren el género, el tipo de dieta, la situación geográfica, la edad al inicio de la restricción dietaria y los riesgos inherentes en otros sistemas afectados (por ejemplo, hueso). Todo lo anterior dificulta el diseño y análisis de los estudios y genera más inquietudes que certeza, esto con relación al que consideramos es el envejecimiento usual, debido a que en el patológico (es decir la presencia de síndromes geriátricos) los estudios deben tener en cuenta otros factores como la multimorbilidad, sarcopenia y la polifarmacia. Estas situaciones limitan aún más el diseño metodológico, los resultados y la implementación de estrategias nutricionales en la práctica clínica.
El envejecimiento es un proceso resultante del acúmulo de daños moleculares y celulares que conlleva a la reducción de las reservas fisiológicas, aumentando el riesgo a enfermedades y muerte con el transcurso del tiempo. En esta compleja interacción entre daño, mantenimiento y reparo para mantener la homeostasis, se propone la ingesta de nutrientes o el equilibrio entre estos, como un mecanismo metabólico complejo que permite regular desarrollo, maduración y, por ende, los mecanismos implicados en el envejecimiento y en la patogénesis de patologías como la diabetes tipo 2, las enfermedades cardiovasculares y el cáncer. Si bien conocemos intervenciones que permiten regular las vías metabólicas, reducir los marcadores inflamatorios y los productos de oxidación, aun se requieren más estudios en seres humanos que permitan mejores conclusiones.
La autora declara que recibe honorarios de la Universidad del Valle como profesora. Ha trabajado en investigación en el pasado para la universidad y la industria farmacéutica. Declara que ha recibido honorarios como conferencista y asesora para la industria farmacéutica.
No se requirió financiación para elaboración de este artículo.
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