::::: RECAPITULACIÓN

Centenario de la Academia Nacional de Medicina en 1973 ¹

DOI:10.56050/01205498.2214



Sesión Solemne del día 23 de agosto de 1973



En la ciudad de Bogotá a los 23 días del mes de agosto de 1973 se reunió en Sesión Solemne la Academia Nacional de Medicina en el Salón de Actos de la Academia Colombiana de la Lengua, para conmemorar el Primer Centenario de su Fundación (1873-1973).

La Mesa Directiva estuvo integrada por el Señor Presidente de la República, Dr Misael Pastrana Borrero; los Académicos Juan Pablo Llinás, Presidente; Jorge Cavelier, Presidente Honorario; Mario Gaitán Yanguas, Vicepresidente; Julio Araújo Cuéllar, Secretario; Alberto Albornoz Plata, Tesorero y César A. Pantoja, Presidente del Comité Organizador del Centenario, acompañados por los Ministros de Salud Pública y Educación, Doctores José María Salazar Buchelli y Juan Jacobo Muñoz; El Gobernador de Cundinamarca, Doctor Alfonso Dávila Ortiz; el Alcalde Mayor de la ciudad doctor Aníbal Fernández de Soto; el Expresidente de la República Doctor Julio César Turbay Ayala; los doctores Eduardo Guzmán Esponda y Joaquín Piñeros Corpas, Presidente y Secretario Ejecutivo del Colegio Máximo de las Academias; el doctor Germán Zea Hernández y el doctor Armando Roa de Chile, Representante de la Asociación Latinoamericana de Academias Nacionales de Medicina (ALANAM).

Asistieron también como invitados además de los Señores Académicos y sus esposas, distinguidos miembros del cuerpo diplomática acreditado en Colombia, Parlamentarios, Representantes del cuerpo médico de Bogotá y otras ciudades del país y personalidades del mundo científico y social.

Siendo las 6:25 p.m. el Presidente de la Academia Profesor Juan Pablo Llinás declaró abierta la sesión y concedió la palabra al Académico César A. Pantoja quien en primer término dio lectura al Decreto² con el cual el Gobierno Nacional se asocia a la celebración del Centenario de la Academia, y luego presentó el Informe del Comité Organizador de esta magna celebración.

A continuación, el Presidente del Colegio Máximo de las Academias, doctor Eduardo Guzmán Esponda, hizo entrega al Señor Presidente de la República, del primer ejemplar de la Medalla que las Academias Colombianas ordenaron acuñar para asociarse a la celebración del Centenario de la Academia Nacional de Medicina. Luego de las palabras del Doctor Guzmán Esponda, el Secretario de la Academia Académico Julio Araújo, dio a conocer una comunicación de la Academia de Medicina de Chile con la cual se asocia a este solemne acto. La Presidencia concedió la palabra al Doctor Armando Roa de Chile quien como representante de la Asociación Latinoamericana de Academias de Medicina expresó el sentimiento de solidaridad de esa entidad internacional para con la Academia de Colombia con ocasión del Primer Centenario de su fundación.

El Profesor Llinás pronunció un elocuente discurso en el cual puso de relieve las importantes realizaciones que en el transcurso de estos cien años ha logrado la Institución en el avance de la medicina colombiana, como Órgano Consultivo del Gobierno en los programas de salud pública. Hizo un merecido elogio de los ilustres fundadores de la Academia y de quienes les han sucedido, ya como gestores de los destines de la Corporación, ya como miembros valiosos de la entidad con el aporte constante de sus conocimientos científicos y el deseo de servir leal y desinteresadamente a la patria desde sus sillones académicos. Hizo mención especial al apoyo que el Gobierno le ha dado a la Academia desde su fundación al condecorarla con la Cruz de Boyacá en las Ordenes de Caballero y Cruz de Plata, y manifestó su reconocimiento hacia el Señor Presidente Misael Pastrana Borrero por el Decreto de honores expedido en favor de la Academia, merced al cual y en cumplimiento de la Ley 71 de 1830, ésta podrá construir una sede adecuado para sus reuniones, biblioteca, museo, conservación de archivos, etc.; insistió en la importancia de incrementar la investigación científica en el campo de la medicina cuyo objetivo final es el hombre y sugirió como inmediata realización paro la nueva etapa que ahora inicia la Academia con excelentes augurios de progreso, la conveniencia de modificar el estatuto legal que la rige a fin de que sus puertas se abran a todos los médicos colombianos para que se convierta en el foro de los intereses de la salud y de las necesidades sociales del país.

El Presidente de la República doctor Misael Pastrana Borrero agradeció las palabras del Profesor Llinás relacionadas con su gestión como gobernante y expreso su complacencia por el Primer Centenario de la fundación de la Academia a la cual dedicó elogiosos comentarios por sus actividades como Órgano Consultivo del Gobierno. Declaró oficialmente inaugurado el Simposio sobre los Problemas de la Adolescencia en Colombia con el cual la Institución celebra este gran acontecimiento y deseó un completo éxito en el estudio de estos importantes temas.

Al Acta se adjuntan los discursos pronunciados en esta oportunidad. El Patronato Colombiano de Artes y Ciencias rindió a la Academia un homenaje coral con la interpretación del himno nacional y algunos números especialmente escogidos para la ocasión.

Siendo las 8:10 p.m. el Presidente de la Academia levantó la sesión y en seguido el Doctor Aníbal Fernández de Soto, Alcalde Mayor de la ciudad, ofreció una copa de champaña en homenaje a la Academia durante la cual le fue impuesta al Profesor Llinás la Gran Cruz del Mérito Ciudad de Bogotá.

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¹ Acta de la Sesión Solemne del día 23 de agosto de 1973.
² Se refiere al Decreto 1668 del 21 de agosto de 1973, firmado por el presidente Misael Pastrana Borrero, incluido en las páginas subsiguientes.

JUAN PABLO LLINÁS
El Presidente

JULIO ARAUJO
El Secretario


Decreto 1668 del 21 de agosto de 1973

Figura 1. Decreto presidencial número 1668 del 1 de agosto de 1973

Figura 1. Decreto presidencial número 1668 del 1 de agosto de 1973

Decreto Número 1668 de 1 de Agosto de 1973


SESIÓN SOLEMNE

Discurso pronunciado por el doctor Juan Pablo Llinás Olarte


En la Academia Colombiana de la Lengua (jueves 23 de agosto de 1973 a las 6.00 p.m.) ³


Excelentísimo señor doctor Misael Pastrana Borrero, Presidente de la República; doctor Julio César Turbay Ayala Ex-Presidente de la República, señores Ministros de Salud Pública y de Educación Nacional; señor Gobernador del Departamento; señor Alcalde Mayor de Bogotá; señor Presidente y señor Secretario del Colegio Máximo de las Academias y del Patronato de Artes y Ciencias; señores Embajadores y miembros del Cuerpo Diplomático; señores Académicos, señoras, señores:

Conmemora la Academia Nacional de Medicina cien años de fecunda existencia, consagrada con patriótico interés al estudio e investigación de los problemas relacionados con la salud del pueblo colombiano. Su historia cargada de vicisitudes, de luchas y contratiempos, pero también de triunfos y honores, está íntimamente ligada a la vida misma de la República y se inicia en un atardecer del mes de enero de 1873, en la modesta pero señorial sala de recibo del doctor Abraham Aparicio. En ese ambiente familiar y por iniciativa del doctor Manuel Plata Azuero, concurrieron además del dueño de casa los doctores Nicolás Osorio, Liborio Zerda, Leoncio Barreto y Evaristo García⁴.

Figura 1. Fundadores de la Sociedad de Medicina y Ciencias Naturales
Figura 1. Fundadores de la Sociedad de Medicina y Ciencias Naturales en 1873

Quedó en esta forma y en ese día constituida la Sociedad de Medicina y Ciencias Naturales de Colombia. Fueron designados como Presidente y Secretario respectivamente, los doctores Plata Azuero y Aparicio. El doctor Zerda fue comisionado para elaborar un proyecto de reglamento, como en efecto lo hizo y lo presentó en la segunda sesión que tuvo lugar el 9 de febrero. A esta reunión concurrieron además de los miembros ya señalados, los doctores Julio A. Corredor, Samuel Fajardo, Proto Gómez, Bernardino Medina, Francisco Montoya, Policarpo Pizarro, Pío Rengifo, Rafael Rocha Castilla, Federico Rivas, Joaquín Sarmiento y Antonio Ospina. Por sus indiscutibles méritos científicos quedaron incorporados, a pesar de no estar presentes, los doctores Andrés María Pardo y Libardo Rivas. Posteriormente ingresaron los doctores Gabriel Castañeda, Francisco Bayón, José María Buendía, Nicolás Sáenz, Miguel Buenaventura, Carlos Michelsen, Antonio Vargas Vega y Mauricio Tamayo. Su reglamento estableció las categorías de miembros de número, correspondientes y honorarios. Es de notar que el primer miembro honorario extranjero fue el barón Von Nolken de nacionalidad rusa.

Se creó la Revista Médica como órgano de publicidad, cuyo primer número apareció el 2 de Julio de 1873 bajo la dirección del doctor Pío Rengifo. Posteriormente fueron redactores los doctores Aparicio, Osorio y Zerda. Como muestra del interés por la investigación y estudio de los problemas médicos, la naciente sociedad abrió un concurso anual sobre temas de anatomía patológica, al mismo tiempo que creaba los museos para piezas de esta materia y para elementos de mineralogía.

En 1890 la Sociedad de Medicina y Ciencias Naturales de Colombia, por mandato de la Ley 71 de noviembre de 1890, se denominó Academia Nacional de Medicina con el carácter de órgano consultivo del Gobierno, se señaló en 40 el número de sus miembros, los cuales solamente podrían ser reemplazados por ausencia definitiva y mediante la reglamentación que para el efecto haría la misma Academia. El Gobierno Nacional por la misma determinación legislativa se comprometía a suministrar un local adecuado para sus reuniones, formación de biblioteca, museos y conservación de sus archivos.

El 25 de abril de 1891 el Presidente de la República don Carlos Holguín declaró instalada solemnemente esta Academia y en el discurso que con tal motivo pronunciara en ese día, decía en uno de sus apartes: “No hay otra escuela que se haya distinguido más entre nosotros por su consagración al estudio, por lo docto de sus profesores y por su amor a la ciencia”.

Dos años después, don Miguel Antonio Caro como Presidente de la República instalaba, el 2 de julio, el primer Congreso Médico Nacional organizado por la Academia y al cual concurrieron 129 médicos, 4 naturalistas y 4 veterinarios; 36 trabajos de gran importancia y utilidad para la salubridad del país fueron presentados, habiendo obtenido el primer premio “El estudio sobre la lepra en Colombia” del doctor Gabriel J. Castañeda.

Posteriormente y para tomar parte activa en los actos conmemorativos del primer centenario de la Independencia, nuestro instituto organizó una serie de reuniones científicas que merecieron elogiosos conceptos no solo del cuerpo médico colombiano sino de algunas sociedades científicos extranjeras.

Figura 2. Ley 71 de 1890 en la que se reconoce la
Figura 2.  Ley 71 de 1890 en la que se reconoce la Sociedad de Medicina y Ciencias Naturales como Academia de Medicina Nacional.

El voluminoso libro del doctor Juan B. Montoya Flórez, verdadero tratado sobre la lepra, contiene todo lo que hasta entonces se conocía sobre esa enfermedad, incluidas las diversas teorías sobre contagio, profilaxis y una completa estadística sobre los resultados obtenidos con los tratamientos empleados en esa época.

No podemos menos de señalar con orgullo para nuestra Academia los primeros hallazgos hechos por el doctor Roberto Franco de la espiroqueta de la fiebre recurrente, confirmados en Francia por el profesor Blanchard y que permitían establecer claramente el diagnóstico diferencial entre esta enfermedad y la malaria.

También y en asocio de los doctores Gabriel Toro Villa y Jorge Martínez Santamaría presentó un informe de inusitada trascendencia en el cual se demostraba la existencia de la denominada fiebre amarilla selvática en la región de Muzo, transmitida por un insecto diferente del Aedes aegypti, considerado hasta entonces por Carlos Finlay y por la comisión norteamericana en Cuba, como el único vector de esta terrible endemia. Fue más tarde cuando el concepto de Franco, Toro y Martínez sobre la existencia de otro vector diferente al señalado por Finlay y su escuela, vino a confirmarse plenamente en el Brasil, para quedar en esta forma establecida una nueva entidad epidemiológica, la fiebre amarilla rural, señalada y descrita 20 años antes por un ilustre Presidente de esta Academia.

Son numerosas las campañas de salud que la Academia mediante su tenaz e insistente demanda ha logrado que se adelanten con su patrocinio y asesoría. En los 4 o 5 primeros lustros de este siglo, la juventud médica de Colombia con exiguos recursos, pero con fervor patriótico y emulando entre sí en apostolado y servicio frente a los más temibles azotes epidémicos, ofrendó todo, hasta su propia vida en defensa de la salud de sus compatriotas. El tifo, la viruela, la difteria, el paludismo, la fiebre amarilla, la disentería, la anemia tropical, el pían y otros azotes apocalípticos secundados por la más impresionante desnutrición diezmaban nuestros campos. No podemos menos de recordar el sacrificio de otro gran maestro el Académico Nicolás Osorio quien junto con su esposa y otros familiares, sucumbieron víctimas de la fiebre amarilla que azotaba la vecina población de Anapoima el donde fue llamado para combatir la temible epidemia.

En esa época se presentaban brotes agudos de esta enfermedad que azotaba en forma dantesca provincias enteras como sucedió en Ambalema, cuya población en menos de 8 semanas quedó reducida a una tercera parte. Los médicos acudían para prestar estoicamente sus servicios, y caían uno tras otro cumpliendo su deber con honor y con hombría. Bástenos hoy recordar a Andelfo Vega en Cúcuta y Coriolano Laverde y Evaristo García en Cali, cuyos nombres simbolizan lo que debe ser el médico colombiano, en el más alto, noble y generoso concepto que pueda concebirse.

Es oportuno recordar una célebre comunicación de nuestra Academia en donde hace público llamamiento al Gobierno sobre la necesidad de establecer la lucha contra la anemia tropical, le señala los medios que deben emplearse, le urgencia para proceder de inmediato y la transformación tanto social como económica, al devolver la salud a cerca de un 90% de colombianos afectados por parasitismo intestinal. Solo años más tarde se atendió ese llamado y en forma masiva, el Gobierno y la Fundación Rockefeller emprendieron una lucha titánica sin precedentes en el país, como que se trataron más de 3.000.000 de colombianos.

Que grato e interesante es escuchar los comentarios de algunos médicos que participaron activamente en esa campana, y darnos cuenta de la magnitud de la empresa y de los extraordinarios resultados obtenidos. Fue le transformación masiva de un pueblo anémico, desnutrido y afectado por toda clase de flagelos y con una capacidad mínima para el trabajo, en un pueblo fuerte y vigoroso que ha creado emporios de riqueza en plantaciones de col, de caña de azúcar, de algodón, de arroz, de tabaco, de banano, de oleaginosas y de una ganadería que, en un futuro muy próximo, mediante los recientes estímulos oficiales, será una de las mayores fuentes de riqueza colombiana. Con esas mismas gentes sanas y menos desnutridas, Colombia avanza con todo éxito en el proceso de industrialización y en forma tal que en algunos campos ha podido competir ventajosamente con industrias similares de países desarrollados.

Este brevísimo resumen podría ser la síntesis para el prólogo de la historia de nuestra Academia Nacional de Medicina o para la biografía de admirables y ejemplares médicos colombianos que descollaron en todos los campos del saber y que con patriótico interés laboraron en los más apartados rincones del país. Con motivo de este Centenario y con la cooperación del Banco de la República acabamos de iniciar esta labor con la aparición del sexto volumen de Temas Médicos, que contiene el relato de la vida heroica y fecunda del doctor Antonio Vargas Reyes, hecho por la calificada pluma del doctor Roberto De Zubiría. Conceptuamos que la divulgación entre los jóvenes galenos de esas vidas nobilísimas que fueron orgullo y honra de nuestra profesión será un estímulo y un ejemplo para servir con honestidad y con eficiencia a sus conciudadanos y corresponder así lo que la República les ha dado con generosidad y largueza para culminar sus aspiraciones científicas.

Nos ha correspondido la muy señalada distinción de presidir la Corporación rectora de la medicina colombiana en esta transcendente efeméride, y hemos tomado la decisión de que esta fecha sea un hito de esperanza que señale el punto de partida para emprender una segunda etapa, que será el recorrido, que con fervor, con paciencia y con tenacidad llevaremos a cabo por la apasionante senda de la investigación científica. Contamos para adelantar exitosamente esta empresa con la colaboración de 33 sociedades científicas afiliadas a nuestra Academia y constituidas por prominentes figuras de la juventud médica colombiana, altamente especializadas en las más diversas ramas de la patología humana.

Hemos recibido un estimulante impulso del gobierno nacional mediante el Decreto que ustedes acaban de oír y que permitirá en un futuro próximo contar con los elementos indispensables para lanzarnos de lleno, con todo entusiasmo, con pasión y acicateados por un infinito amor hacia esta patria colombiana, al terreno de las búsquedas en el conocimiento del hombre. Especialmente grato es para nosotros como personeros de la Academia, hacer pública manifestación de nuestra gratitud hacia el señor Presidente de la República por la forma gallarda y generosa como ha querido asociarse a la celebración de este aniversario. Sin embargo, nada de esto nos sorprende, Excelentísimo señor, porque personalmente podemos dar fe del desvelado interés que usted siempre ha manifestado para impulsar las artes, le ciencia y la cultura.

Precisamente quisimos señalar como tema para nuestras primeras pesquisas el análisis de los problemas atañederos a la adolescencia, porque Colombia como toda la América Latina es tierra de juventudes; por eso al estudiar los diversos aspectos de esta importante época de lo vida, y buscar soluciones adecuadas para sus disturbios, tenemos conciencia de prestar un señalado servicio a la sociedad en que vivimos. Tenemos la aspiración de que Colombia sea un país piloto en el estudio de temas de tanta importancia y trascendencia por eso hemos solicitado y obtenido la colaboración de los organismos internacionales a los que compete el estudio de los problemas como el que estamos analizando. Sea esta tribuna el mejor sitio para agradecer al doctor Carlos Martínez Sotomayor, digno representante de Unicef y a nuestro Embajador en la Unesco, doctor Gabriel Betancourt, por el interés que nos han demostrado para darnos la colaboración necesaria y ponernos en contacto con las más connotadas figuras mundiales, que con sus luces nos orientarán en la ponderosa e importante tarea que nos hemos propuesto. Tengo confianza fe y seguridad que las nuevas directivas de esta Academia próximas a ser elegidas no dejarán desfallecer un empeño que hasta ahora ha sido generosamente secundado por todos los ilustres miembros de esta docta Corporación.

No hay rama del saber humano que tenga más amplios horizontes para la investigación como la medicina. Sus disciplinas colocan a quienes se someten y se esfuerzan por adentrarse en ellas, en óptimas condiciones para estudiar lo más grande y más desconocido que hay sobre el haz de la tierra: el hombre. Si bien es cierto que los adelantos en estas materias han sido de gran importancia en los últimos tiempos, también es realmente desconsolador saber cuánto ignorarnos sobre la constitución íntima de nuestro propio ser. Los impresionantes progresos de las ciencias que estudian la materia inerte no solo en la tierra sino en el cosmos interplanetario y aún en mundos tan lejanos que nuestra imaginación apenas alcanza a sospechar, contrastan con nuestra ignorancia en las ciencias biológicas.

Los investigadores que se dedican al estudio de los fenómenos de la vida a medida que avanzan en ellos se sienten desconectados, confundidos, doblegados y aprisionados, corno si se hubiesen internado y perdido en una selva misteriosa y mágica cuyos innumerables y gigantescos árboles, cambiaran sin cesar de sitio y de forma. Son tan numerosos los hechos y fenómenos que se presentan, que tan solo alcanzan a describirlos con más o menos acierto; pero sin que lleguen a precisarlos, menos aún a concretarlos en fórmulas matemáticas.

De la materia, ya sea que se presente en forma de átomos o de estrellas, de rocas o de nubes, de oro o de acero, de agua o de aire, se pueden conocer ciertas cualidades tales como su peso, su constitución química o su dimensión espacial, y es sobre ellas que se hacen los razonamientos científicos, que suelen ser descripciones o clasificaciones de los fenómenos en forma abstracta. El éxito de la física y la química se debe precisamente a que son abstractas y cuantitativas. Ellas no alcanzan a informarnos sobre la naturaleza íntima de las cosas; pero sí nos permiten predecir los fenómenos y reproducirlos a voluntad; nos han revelado el misterio de la constitución y propiedades de la materia, con lo cual hemos conseguido el dominio de lo que existe en la superficie de la tierra, con excepción del hombre.

La ciencia de la vida en cambio ha progresado más lentamente; por eso del hombre que es un ser indivisible y extremadamente complejo tan solo se han, hecho simples descripciones. En su estudio intervienen ciencias muy diversas y por lo tanto es necesario emplear técnicas que van por diferentes caminos y llegan a metas distintas. La suma de estos trabajos especializados no llega a concretar un concepto justo del hombre, porque así concebido y analizado es tan soto un conjunto de esquemas, descritos por los técnicos en las diversas ramas del saber.

En esta forma simplista y heterogénea los expertos llegan a conclusiones que, si tratásemos de adaptarlas unas a otras, nos darían los aspectos más abstrusos del hombre. Para el fisiólogo es la reunión perfecta de células, tejidos y líquidos cuyas leyes de asociación se expresan en determinadas funciones; para el químico es la expresión de los más diversos componentes que integran el organismo y de los cuales la mayor parte tienen constitución y fórmulas conocidas; para los psicólogos es la conciencia que forma parte de la personalidad y de la vida espiritual; para los anatomistas es un simple cadáver disecado; para el economista es aquello capaz de valorar no sólo lo que produce y lo que consume, sino también de hacer trabajar la máquina que ha ideado y construido con miras a un mundo mejor, pero en el cual el hombre fatalmente termina coma esclavo de su propio invento; en fin, es el héroe, el poeta, el santo, el sabio, el conductor, el tirano, el loco, el sanguinario, el filósofo o el humanista. Sabemos que somos una conciencia dentro de un receptáculo de tejidos y órganos embebidos en un líquido de nutrición; pero las relaciones de esa conciencia con las neuronas a través de las cuales se manifiesta, son un misterio; ignoramos en qué forma la integridad de los órganos influye sobre el espíritu.

Sabemos de la existencia de ese maravilloso proceso de la homeostasis que es la persistencia de condiciones estáticas en el medio interior; y que en realidad no es otra cosa que ese incógnito mecanismo por el cual y en lo más íntimo de nuestro ser estamos transformando el medio en que vivimos en nuestra propia sustancia. Es el aire que respiramos y el agua que bebemos, cargado de los más variados minerales, de elementos diversos, quizás de sustancias radioactivas que recogen a su paso por las montañas y las planicies o impregnada del jugo de las selvas. Son las proteínas animales o vegetales, que con capacidad de omnívoros atrapamos de los unos o los otros, son los rayos del sol y los de otros mundos más lejanos que también recibimos. Todo esto lo transformamos en nuestro propio yo y la esencia de ese proceso maravilloso que tan solo de imaginarlo nos obnubila, la desconocemos fundamentalmente.

Ignoramos las relaciones que existen entre el desarrollo del esqueleto, de los músculos y en fin de todos los órganos con las actividades mentales. Tampoco sabemos que es lo que determina el equilibrio del sistema nervioso y desconocemos los centros a través de los cuales se ponen de manifiesto, los sentimientos, las pasiones, los ideales, la memoria, la inteligencia y en fin tantas y tantas manifestaciones que hacen dial hombre el amo del universo. Si pudiéramos excitar las zonas cerebrales en donde se albergan, por donde pasan o al menos a través de las cuales se manifiestan ciertas virtudes o cualidades humanas como la lealtad, la honestidad, el amor, el perdón, la generosidad; y pudiéramos destruir, atenuar o al menos anestesiar los centros del odio, del egoísmo, de la soberbia, de la envidia, de la avaricia, de la calumnia , de la traición y de tantos vicios y bajezas que afectan a la humanidad, volveríamos de nuevo al paraíso que nos fue asignado y que perdimos según los viejos papiros por desobediencia.

Pongamos todos los medios para dignificar y enaltecer la personalidad humana un tanto disminuida y estandarizada por los azares de lo vida moderna. Admitamos que entre los hombres justa y honestamente gobernados pueda alcanzarse la libertad de las conciencias y la fraternidad de los espíritus. En cuanto a la igualdad por la que tanto ha luchado la humanidad, no puede ser otra que la de los medios para alcanzar las anheladas metas que tenazmente buscamos día tras día. Pretender igualarnos a todos con un mismo rasero es ignorar las más elementales leyes de la biología.

Desde la aparición del hombre sobre la tierra hace varios millones de años, y en verdad que esta manifestación de vida es de reciente data, en relación con la época del enfriamiento necesario para que se produjeran estos fenómenos, no se ha tenido noticia de que existan o hayan existido dos seres humanos iguales. Cada hombre es único, no solo morfológicamente sino con más veras en la intimidad de su ser, en su propia personalidad. Es más, no hay dos órganos iguales por eso el fenómeno de rechazo en los trasplantes. Como se puede entonces ofrecer lo que no se puede, ni se podrá lograr jamás porque biológicamente es imposible. Afortunadamente ello es así, porque el insondable abismo de la personalidad humana con todas sus posibilidades, sus misterios y sus capacidades, cuyo límite aún no conocemos, coloca al hombre por encima de todos los seres vivos como amo y señor de todo cuanto existe en la tierra.

La biología cuando se aplica al estudio del hombre requiere la colaboración de muchas ciencias, por eso su gran dificultad. Supongamos por ejemplo los fenómenos que se pueden presentar bajo la influencia de una conmoción psicológica de cierta magnitud en un ser con sensibilidad acentuada. Los disturbios que se manifiestan por el sufrimiento moral inciden directamente sobre el sistema nervioso, el que a su vez determina perturbaciones circulatorias, digestivas, endocrinas, casi puede decirse que no hay zona o sitio del organismo adonde no llegue el influjo de la conmoción inicial.

Se requiere pues, para analizar e investigar estos procesos, de la intervención de varios o a veces de muchos especialistas que puedan juiciosamente valorar los fenómenos que se presentan. Sin embargo, la especialización restringida es inconveniente particularmente en el médico, pues ya hemos visto como el organismo constituye un todo uniforme del cual no pueden aislarse una o varias partes sin modificación del resto. Esta síntesis de vastas proyecciones no se logra por la simple reunión de un grupo de especialistas alrededor de una mesa. Es necesario que exista desde el comienzo de estas pesquisas un hombre que inicialmente plantee el problema en forma sintética, para que luego pueda ir desenvolviéndose el análisis de las partes. Las grandes manifestaciones de la belleza, plasmadas en esculturas o pinturas que han mantenido y mantienen absorta a la humanidad, lo mismo que los grandes descubrimientos que han modificado el curso de la historia o de la vida del hombre, jamás han sido realizados por comités de artistas o de sabios, es menester un cerebro poderoso, una voluntad sin desfallecimientos y una pasión sin límites para llegar a la culminación de un ideal. Esto solo puede hacerlo un hombre que sea capaz de adquirir con bases muy firmes, vastos conocimientos biológicos generales. Vale decir, para ponerse al comando de estas investigaciones, es necesario poseer un cerebro excepcional, no es frecuente hallarlo; pero investigadores así dotados existen; solo que hay que buscarlos y formarlos; no hay que olvidar que hombres con inteligencia tal, que les permita realizar con éxito estos procesas de síntesis y aventurarse en los misteriosos senderos por donde se escudriñan los secretos de la vida son pocos, pues está demostrado que la calidad de un grupo humano de selección va disminuyendo cuando ese grupo crece en demasía.

No somos tan pesimistas para aceptar la carencia entre nosotros de hombres capaces de grandes realizaciones. Es necesario crear el estímulo para que vayan apareciendo los investigadores y de allí vayan surgiendo los sabios y los genios; pero no es suficiente el estímulo para que puedan alcanzarse objetivos que sorprendan al mundo. Es menester que las mismas condiciones de vida se modifiquen. Para que estos hombres puedan trabajar con éxito se requieren laboratorios que además de dotación apropiada sean islotes de soledad y de silencio, en donde la meditación sobre los grandes problemas biológicos no sea interrumpida por las estridencias y por la tremenda agitación de la vida moderna.

Es preciso que nos demos cuenta que la ciencia del hombre, más que ninguna otra, reclama un gigantesco esfuerzo intelectual y que pera realizarlo con éxito es indispensable no solo contar con los elementos necesarios, sino colocarlos en condiciones que les permitan meditar sin interrupciones para hallar poco a poco las soluciones que parecían inalcanzables.

Tampoco aceptamos que la mayor parte de los grandes descubrimientos hayan sido fruto del azar o de accidentes fortuitos. Ver caer una manzana no fue el solo hecho para que Newton descubriera la ley de la gravedad, ni ver oscilar una lámpara, como durante cientos de años habían oscilado en las iglesias, fue lo que determinó el que Galileo una tarde en la Catedral de Pisa, descubriera la ley del movimiento pendular; ni fue un simple accidente, la aparición de un moho en un cultivo de estreptococo para que un buen día el sabio londinense Alejandro Fleming descubriera la penicilina.

Solamente la mordaz imaginación de Horacio Walpole atribuía los grandes descubrimientos de la humanidad a hallazgos fortuitos que él designaba con una palabra un tanto misteriosa y que podríamos apelando a un tremendo anglicismo designar con el nombre de serendipia, en recuerdo de un viejo cuento de hadas “Los tres príncipes de Serendip” que eran juzgados como genios sin par por descubrir a cada paso sin quererlo, por accidente y con sagacidad, lo que no estaban buscando.

Sin embargo, no fue serendipia, sino sabiduría, genialidad, perseverancia y profundos conocimientos, los qué permitieron a Newton, a Galileo y a Fleming realizar los descubrimientos que cambiaron el rumbo de la humanidad.

Tengamos fe y esperemos confiados en un mañana venturoso para la ciencia médica. Entretanto pongamos todos los medíos para que estos anhelos de trabajo y de investigación científica puedan realizarse y fique el generoso ejemplo del actual Gobierno, sea correspondido por los futuros médicos colombianos, que tienen el más vasto horizonte y las más halagüeñas perspectivas para consagrarse al estudio del más apasionante tema de investigación: el hombre.

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³ El presente texto fue transcrito y editado por el académico Alberto Gómez Gutiérrez para la revista Medicina, a partir del texto mecanografiado original que se conserva en el Libro de Actas de la Academia Nacional de Medicina de Colombia, del 22 de marzo de 1971 al 15 de noviembre de 1973, años 1971-1973, pp. 431-448.
⁴ Para el registro de lo sucedido en 1873, el día de la fundación de la Sociedad de Medicina y Ciencias Naturales que cambiaría su nombre en 1890 por el de Academia Nacional de Medicina, véase: https://anmdecolombia.org.co/project/medicina-ciencia-y-humanismo-academia-nacional-de-medicina-sesquicentenario/

SESIÓN SOLEMNE

Discurso pronunciado por el señor Presidente de la República, doctor Misael Pastrana Borrero


Acto conmemorativo del Centenario de la Academia Nacional de Medicina, realizado a las seis de la tarde en el Paraninfo de la Academia Colombiana de la Lengua ⁵


Como Jefe del Estado es para mí singularmente grato, al igual que honroso, encontrarme frente a esta docta asamblea que convoca a tan destacados profesionales de la medicina, comprometidos por su tarea en los problemas de la salud y de la vida, es decir, en lo que en última instancia constituye la atención de un estado providente y consciente de sus deberes. Con razón se ha afirmado que la medicina antes que una profesión es una misión. Y además es una vocación. Exige una disciplina constante y una abnegación que apenas encuentra par en la que deben poseer los sacerdotes y los soldados. Por esta razón los miembros del cuerpo médico que dan solemnidad a esta celebración, además de su fidelidad con las obligaciones propias de su actividad, que enaltece sus vidas, han sido permanentes servidores de la sociedad y de sus valores más egregios.

Ya el Profesor Juan Pablo Llinás acaba de presentarnos en síntesis afortunada lo que fue el nacimiento y ha constituido la razón de esta Academia Nacional de Medicina, a la cual han pertenecido muchos ínclitos varones, entregados unos totalmente a la investigación científica, otros a la prevención y curación del dolor humano, y muchos de ellos, eminentísimos por cierto, como el propio Profesor Llinás, combinando la atención de los enfermos y sus deberes con la República en los más altos cargos de la administración o en los cuerpos colegiados.

Son numerosos los médicos colombianos que ocupan lugar prominente en las páginas de honor de la ciencia, y conocidos en otras regiones del mundo gracias a la labor positiva por ellos cumplida en la erradicación de enfermedades y en la creación de condiciones sanitarias e higiénicas que han llevado beneficio a sitios aún más allá de nuestras fronteras. Ya ha recordado muy oportunamente su ilustre Presidente la tarea realizada por los doctores Juan Bautista Montoya y Flórez, Roberto Franco, Federico Lleras Acosta, Gabriel Toro Villa, Jorge Martínez Santamaría, Nicolás Osorio y muchos otros más.

Estas razones explicarían plenamente, si no hubiera muchas otras, que la Academia Nacional de Medicina sea Cuerpo Asesor del Gobierno Nacional, y que sus opiniones sean escuchadas y atendidas con respeto y consideración.

Día a día se va acentuando con mayos énfasis la urgencia de orientar la medicina hacia una concepción social de profundidad singular. Ello es explicable, pues, además de la nobleza implícita en ella, quizás ninguna otra profesión tiene que ver tanto con la dignidad humana. Ya se ha dicho que la situación de desamparo y pobreza ha determinado la dura existencia de hombres que no saben por qué viven y luego tampoco se sabe por qué mueren. Este, que constituye interrogante indescifrable para grandes masas humanas, es precisamente el vasto campo social sobre el cual debe reflejarse más intensamente la presencia del médico. De allí que el derecho a la atención de la salud no pueda ser un privilegio sino, por el contrario, un derecho tan esencial como los mismos derechos políticos.

Y por todo ello no puedo menos de expresar con cuanta complacencia registro que esta Institución, al cumplir un siglo de admirable labor, se exprese renovada en sus conceptos, actualizada en sus criterios, atenta a los múltiples problemas que aquejan a la sociedad contemporánea. Porque si hay algo que con frecuencia sorprende en la época presente es la deshumanización de la medicina y de la investigación concomitante en este campo del saber. Razonablemente alguien anotaba con inquietud que nunca ha estado “la condición humana en tan oscuro y solitario estado”. Es difícil encontrar propósito que pueda conllevar más elevada prisión que el de mantener encendido en la actividad ese noble sentido humano, que le permite usar de los adelantos de la técnica pero penetrar al mismo tiempo en lo profundo del ser para auscultar sus dolencias y secretos.

He leído en su temario cuestiones que tienen que ver con las reales necesidades que hoy confronta la persona y que han surgido paralelamente con la complejidad del mundo en que vivimos y con los avances de la ciencia y la tecnología. Aspectos del individuo consecuentes de situaciones y conflictos sociales casi inexistentes en el pasado. Las aglomeraciones urbanas, fruto del explosivo crecimiento de la población y del tránsito rural hacia las ciudades; la delincuencia juvenil; el influjo de la droga y el alcohol; la ansiedad del diario vivir; el contagio de enfermedades por la misma concentración de masas; las tensiones y las tragedias más fácilmente compartidas por la cercanía que crean las comunicaciones; en fin, esa “vida de la mente” que ustedes exploran constantemente, son problemas que se relacionan no solo con el individuo aislado sino que revisten gravedad que se proyecta sobre el inmenso ámbito social.

Además, la misma magnitud de estas manifestaciones perturbadoras y su amplia influencia sobre sectores varios y aspectos diferentes requieren uno coordinación de esfuerzos de diverso origen. La verdad es que cada vez más el profesional y el científico concentran su conocimiento y su valor académico en disciplinas especiales. Pero las inquietudes sociales a que nos hemos referido rompen las barreras de reducidos límites científicos, para tener que ser consideradas por verdaderos equipos interdisciplinarios que comprometen a sociólogos, médicos, juristas, sicólogos, filósofos, en resumen, conocimientos propios de varias competencias.

Los fenómenos de la adaptación individual o colectiva, por ejemplo, que novedosamente forman el eje central de los estudios de este congreso, son asuntos de tal trascendencia, que bien puede decirse que esos comportamientos afectan las bases de la sociedad y aún el porvenir de la persona humana. Es posible que el hombre de hoy no sea más inadaptado que aquellos que vivieron en el pasado. La diferencia radica en que esa actitud constituye en la actualidad un problema latente, agudo; visible para todos, como lo indica la misma circunstancia de que esta ilustre Academia lo coloque como motivo prioritario de sus debates y preocupaciones.

Como sucede habitualmente ante los fenómenos sociales, políticos y económicos, es más fácil hacer el diagnóstico que llegar a las causas y ofrecer los remedios. Se conjuga una multiplicidad de factores y una ambivalencia en los valores que determinan situaciones en este campo y que exige penetrar en ellos profundamente. Esa inadaptación, como manifestación social, puede bien originarse en la ruptura súbita del necesario equilibrio personal, o ser una resultante progresiva y sutil de la desordenada evolución de nuestras sociedades.

Niños incomprendidos y maltratados; jóvenes en cólera contra todo lo existente; la vejez en soledad; la lúgubre sociedad del tugurio o del campo abandonado, van formando esa legión de hombres cada día más creciente que, como señalaba recientemente un sociólogo, “no han conocido ese pacto intimo con la vida” que es lo que le garantiza su salud mental y su auténtica integridad humana. La violencia que exteriorizan tantas conductas; la fragmentación de sólidos y tradicionales ambientes; la miseria de tantos en medio de los contrastes de estas selvas de cemento que son las ciudades modernas; ese laberinto de aspiraciones y frustraciones en que se pierden tantas conciencias, forman un catálogo de males e inquietudes que bien vale la pena que nuestros profesionales, y especialmente los que están más cercanos al alma de las gentes, se detengan a estudiar y analizar.

Para algunos estudiosos de estas graves manifestaciones de amplios sectores sociales ellos surgen de causas externas que gravitan sobre la persona; otros pretenden hacer abstracción de esas influencias para buscar los desequilibrios exclusivamente en el interior de la propia personalidad. Para los primeros la es el producto de las instituciones, de los hechos económicos, del sistema educativo. El hombre espiritualmente enfermo encarna solo las contradicciones sociales. Para los otros, en cambio, solo en su mismo ser está la razón de sus desviaciones o actitudes.

Ambas posiciones, contradictorias entre sí si se miran de manera excluyente, aportan sin embargo testimonios valiosos. Estamos ante unas sociedades diversas en los grupos que las integran, y los fenómenos de una cultura son desconocidos en otras o toman formas diferentes. Es así como las manifestaciones de los sectores industriales y urbanos no son comparables con los de la comunidad rural y artesanal. Como anotan los sicólogos, existen reacciones distintas de las personas en los mismos ambientes y ante las mismas circunstancias. Pero, no obstante estas reacciones subjetivas, hay “un horizonte social” en que las angustias de cada ser se encuentran con su medio. De ahí que sea indispensable estudiar simultáneamente el individuo y su ambiente: ambos son inseparables.

Estos temas, que recogen la incertidumbre en que se debaten los pueblos en la hora actual, inciden todavía más ampliamente en el espíritu en formación del adolescente, a quien le toca vivir como protagonista el drama intenso que agita a la sociedad presente. Al igual que con las naciones en que, en el amanecer de su desarrollo, las crisis estallan en forma más visible, sucede con la adolescencia, que implica la organización de la personalidad, con sus raíces diversas, en esta bien denominada “edad ingrata”.

Se ha dicho con razón que su problema no es fácil tratarlo porque en sus conciencias se encierran con nobleza y generosidad absurdas contradicciones, ya que es al mismo tiempo confrontación del mundo de los adultos que van adelante y creación de normas que no conoce sino en las ilusiones de sus deseos. Es simultáneamente el conflicto de lo inesperado, la revuelta contra una mala conciencia social, la perspectiva del tránsito de un mundo de calor y de irresponsabilidad al mundo frío de lo establecido y de las jerarquías sociales. Nuestro deber es explorar un lugar para estas tensiones, para que sus reivindicaciones sean menos duras y menos desesperadas. Adaptar el adolescente al adulto y adecuar este al alma del adolescente. Porque como escribiera Goethe: “Estos jóvenes, nuestros iguales, que nosotros tratamos como sujetos, bien podríamos tomarlos muchas veces como modelo”.

Todos estos síntomas de su temperamento se manifiestan de manera dispersa. Es la oposición a los padres o del orden establecido; es la turbulencia sexual; es la violencia constante; es la exaltación del vicio; es la toxicomanía o el alcohol, para reprimir falsamente emociones y esconder frustraciones o culpas. Es la adolescencia neurótica de los “niños bien” esa adolescencia que en jóvenes de las altas clases se prolonga muchas veces, por la íntima satisfacción de sentirse diferentes, de liberarse de los monótonos ambientes de sus clases privilegiadas. Es el “epatar” de los burgueses, para usar un galicismo.

No hay duda de que estos signos propios de la inadaptabilidad, que en forma tan constante golpean en la actualidad todas las estructuras sociales y comprometen la estabilidad del orden que las ha regido, requieren estudios que lleven a tomar conciencia de las realidades en juego y una mayor comprensión que permita establecer medidas institucionales e indicados mecanismos de defensa. Porque es muy difícil tratar estos males basándose en los dogmas con que se ha pretendido afrontarlos en el pasado o en virtud de la experiencia de naciones en otro estado de su desarrollo. El mundo de hoy carece de esas divisiones claras del pasado entre el vicio y la virtud, bueno y malo, puro e impuro. En el presente hay mucha penumbra, mucho claro-oscuro, que demanda juicios menos radicales. La inadaptación bien puede ser sana, como es el no conformismo con las injusticias, el lirismo de la revuelta permanente o de la crítica malsana. Es el contraste entre la rebelión para construir una sociedad mejor o el desorden para destruir lo existente. No estamos ni en el mejor ni el peor momento del devenir humano.

Estoy seguro de que la discusión que ustedes adelantarán sobre estas fascinantes e inquietantes materias, será contribución valiosa para buscarles alternativas de solución. Y oportuna además por concentrar esas reflexiones en los problemas del adolescente, ese inmenso núcleo que integra la mayoría de Colombia. Estudiar su suerte, sus inquietudes y esperanzas es trabajar no solo para el presente sino para el futuro de nuestra patria.

Las palabras generosas con que usted, doctor Llinás, se ha referido a mi preocupación por todo cuanto tenga que ver con el fomento de las artes, la ciencia y la cultura, me enaltecen y me estimulan. Esto lo hago en seguimiento de una tradición que honra a Colombia, que siempre ha tributado culto especial a la formación humanística.

Ya usted, doctor Llinás, nos ha recordado aquí como fue don Carlos Holguín quien instaló solemnemente esta Academia y el señor Caro el Primer Congreso Médico Nacional. Yo me siento especialmente honrado de ocupar la misma tribuna que un día ellos enaltecieron y de dar fe una vez mas de cómo el Gobierno de Colombia siente que está comprometido con el desarrollo de la medicina, porque la considera como uno de los pilares de la vida social.

Mil gracias de igual manera a usted, doctor Pantoja por sus cordiales palabras. Comparto la admiración que todos mis compatriotas sienten por su vida ejemplarmente dedicada al servicio de su profesión y de la nación.

Me es particularmente satisfactorio haber tenido la oportunidad de dictar el Decreto Número 1668 de Agosto 1 de 1973 que asocia al Gobierno y a la Nación a la celebración de este Centenario, que constituye efemérides trascendental en los fastos de la República, y de dar cumplimiento a la Ley 71 de 1890 que cede a esta ilustre Corporación el lote de terreno en que construirá su sede.

Son ustedes, señores médicos asistentes a esta reunión, herederos de un pasado glorioso y mensajeros de un porvenir promisorio. La historia de la medicina en Colombia es página importante en la biografía de la patria y yo sé que, con las orientaciones que ustedes están dando a las facultades de medicina, ella será aún más rica en logros científicos y en realizaciones que se traducirán en el mejoramiento de nuestro pueblo, de sus condiciones ambientales, sanitarias, hospitalarias, en una palabra, en manos de ustedes descansa en buena parte el mañana de la nacionalidad. Tributo a ustedes, y en ustedes a todos los eminentes desaparecidos en el siglo que hoy conmemoramos, el homenaje de admiración, de afecto y de respeto que la nación les debe, y declaro que el País se siente orgulloso del extraordinario equipo que todos ustedes integran.

Agradezco muy cordialmente, y la recibo con orgullo, la medalla conmemorativa de este Centenario. La conservaré como un amable testimonio de una Corporación a la que tanto debe la República y expreso de manera particular mi reconocimiento al señor doctor Guzmán Esponda. No pudieron ustedes haber elegido un más digno oferente de este acto. Guzmán Esponda revive, mantiene y renueva la gloriosa tradición literaria de nuestra patria y es auténtico maestro.

Formulo mis más fervorosos votos por el éxito de las deliberaciones de este Simposio, que solo beneficios va a traer a Colombia.

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⁵ El presente texto fue transcrito y editado por el académico Alberto Gómez Gutiérrez para la revista Medicina, a partir del texto mecanografiado original que se conserva en el Libro de Actas de la Academia Nacional de Medicina de Colombia, del 22 de marzo de 1971 al 15 de noviembre de 1973, años 1971-1973, pp. 450-459. Para acceder al discurso grabado ese día, véase: https://www.senalmemoria.co/articulos/academia-nacional-de-medicina-150-anos

Informe presentado por el presidente del Comité Organizador del Centenario, doctor César Augusto Pantoja ⁶

Señor Presidente de la República, Señores miembros de la Mesa Directiva, Señores Embajadores, Señores Académicos, Señoras, Señores:

De acuerdo con el Orden del Día, en mi carácter de Presidente del Comité Organizador de la conmemoración del Primer Centenario de la Academia Nacional de Medicina; me corresponde hacer una información de las principales actividades llevadas a cabo por quien habla, en asocio de los Académicos Laurentino Muñoz, Juan Antonio Gómez, Fernando Serpa Flórez y Alberto Vejarano. A mis colaboradores corresponde el buen éxito de la reunión. De manera especial es justo reconocer la inteligente orientación que le trazó al Comité el Presidente de la Academia Profesor Juan Pablo Llinás; supo él dirigir y organizar este Primer Centenario.

Los boletines informativos enviados a todos los académicos, las actas de las reuniones, los programas publicados y el texto del acta final, que se encuentra en preparación, son otros tantos documentos destinados a instruir el juicio de los señores académicos; además, el Profesor Juan Pablo Llinás, dentro de cortos instantes, con su máxima autoridad, habrá de referirse a todo lo relacionado con este centenario.

De esta manera, mi intervención va a limitarse a exponer concisamente, la interpretación que el Comité Organizador ha dado al mandato con que fue investido por la corporación, cuando ella ordenó que su Primer Centenario fuese celebrado con la preservación de un simposio comprensivo de los Problemas de la Adolescencia en Colombia. De ello se deduce, como punto de particular trascendencia, que la Academia con el tema propuesto, inicia una nueva etapa de progreso en el trabajo de la institución, por cuanto se trata de emplear conocimientos provenientes de las ciencias sociales, conjuntamente con los que la medicina encierra y contiene, en la tarea intelectual de elaborar con ellos determinados estudios, que puedan ser ofrecidos como otros tantos proyectos de solución a los problemas que afectan a la comunidad, siendo entendido que tal ejercicio requiere la asesoría de técnicos y expertos en la materia, oportunamente seleccionados para lograr los efectos perseguidos. Este proyecto atiende del mismo modo, condicionándolo a los tiempos presentes, aquel concepto que informa que “la salud es el estado de completo bienestar físico, mental y social del individuo, y no solamente la ausencia de afecciones o enfermedades”, que fue difundido por la Organización Mundial de la Salud, con consecuencias que pueden apreciarse en el tema que este Simposio comienza hoy a discutir, y para cuya realización cabal parece que será necesario incorporar a la actividad, a todo el cuerpo médico nacional, representado por sus sociedades científicas, sus asociaciones federativas y gremiales establecidas en todo el país, con la ayuda y el concurso de las ciencias fundamentales, accesorias y auxiliares de la medicina así como con las disciplinas sociales y económicas que puedan arrojar luz sobre estas nociones, encaminadas a ofrecer a la sociedad una utilización más eficiente de los conocimientos médicos.

El Comité Organizador considera la gran significación que tiene el hecho de que el Señor Presidente de la República, Doctor Misael Pastrana Borrero, haya accedido a instalar este Simposio, no sólo por el brillo que en lo personal representa su presencia, sino porque esta actitud es la continuación de una línea de conducta seguida sin interrupción por los gobernantes de Colombia, en el noble intento de propiciar el adelanto de la ciencia y de lograr las aplicaciones de la misma en beneficio de la totalidad de la nación. Para no citar sino contados ejemplos que concuerdan con esta actitud del actual Presidente de la República, puede decirse que todo ello es lo mismo que decidió al Presidente Don Carlos Holguín a instalar el primer periodo de sesiones de la Academia a fines del siglo pasado. Fue también lo que impulsó al ex-presidente Alfonso López Pumarejo a solicitar a la misma Academia la presentación de un plan que sirviera al Gobierno para mejorar la organización de la higiene y la asistencia pública, con estas palabras: “Solicito desde ahora —decía el Doctor López— el concurso de la Academia Nacional de Medicina, no solamente por ser ella cuerpo consultivo del Gobierno, por voluntad del Congreso, sino porque considero que el talento y la ilustración de sus miembros son un factor de importancia decisiva para determinar el derrotero que haya de seguir el Gobierno en esta materia, de tan señalada trascendencia en la vida nacional”.

Figura 1. César Augusto Pantoja Maldonado. Presidente Noviembre 1º de 1977 – Marzo 20 de 1980.
Figura 1. César Augusto Pantoja Maldonado. Presidente Noviembre 1º de 1977 – Marzo 20 de 1980.

En el mismo sentido se expresaron los expresidentes Mariano Ospina Pérez y Guillermo León Valencia, en la instalación de los Seguros Sociales el primero, al entregar la Cruz de Boyacá a la Academia el segundo. Estos y otros motivos son congruentes con la presente actuación del Señor Presidente de la República, quien además con el Decreto Ejecutivo que ha sido conocido hoy, cierra el Primer Centenario y abre un nuevo periodo de sesiones, lleno de prometedores propósitos.

Es cuanto el Comité Organizador me ha encargado comunicar a los señores académicos ante esta respetable audiencia.

Bogotá, agosto 23 de 1.973

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⁶ El presente texto fue transcrito y editado por el académico Alberto Gómez Gutiérrez para la revista Medicina, a partir del texto mecanografiado original que se conserva en el Libro de Actas de la Academia Nacional de Medicina de Colombia, del 22 de marzo de 1971 al 15 de noviembre de 1973, años 1971-1973, pp. 428-430.