::::: RECAPITULACIÓN
Centenario de la Academia Nacional
de Medicina en 1973 ¹
DOI:10.56050/01205498.2214
Sesión Solemne del día 23 de
agosto de 1973
En
la ciudad de Bogotá a los 23 días del mes de agosto de 1973 se
reunió en Sesión Solemne la Academia Nacional de Medicina en el
Salón de Actos de la Academia Colombiana de la Lengua, para conmemorar
el Primer Centenario de su Fundación (1873-1973).
La Mesa Directiva estuvo integrada por el Señor Presidente de la
República,
Dr Misael Pastrana Borrero; los Académicos Juan Pablo Llinás,
Presidente;
Jorge Cavelier, Presidente Honorario; Mario Gaitán Yanguas,
Vicepresidente;
Julio Araújo Cuéllar, Secretario; Alberto Albornoz Plata, Tesorero y
César
A. Pantoja, Presidente del Comité Organizador del Centenario,
acompañados
por los Ministros de Salud Pública y Educación, Doctores José María
Salazar
Buchelli y Juan Jacobo Muñoz; El Gobernador de Cundinamarca, Doctor
Alfonso Dávila Ortiz; el Alcalde Mayor de la ciudad doctor Aníbal
Fernández
de Soto; el Expresidente de la República Doctor Julio César Turbay
Ayala; los
doctores Eduardo Guzmán Esponda y Joaquín Piñeros Corpas, Presidente y
Secretario Ejecutivo del Colegio Máximo de las Academias; el doctor
Germán
Zea Hernández y el doctor Armando Roa de Chile, Representante de la
Asociación Latinoamericana de Academias Nacionales de Medicina
(ALANAM).
Asistieron también como invitados además de los Señores Académicos y
sus
esposas, distinguidos miembros del cuerpo diplomática acreditado en
Colombia, Parlamentarios, Representantes del cuerpo médico de Bogotá y
otras ciudades del país y personalidades del mundo científico y social.
Siendo las 6:25 p.m. el Presidente de la Academia Profesor Juan Pablo
Llinás
declaró abierta la sesión y concedió la palabra al Académico César A.
Pantoja
quien en primer término dio lectura al Decreto² con el cual el Gobierno
Nacional se asocia a la celebración del Centenario de la Academia, y
luego presentó el Informe del Comité Organizador de esta magna
celebración.
A continuación, el Presidente del Colegio Máximo de las Academias,
doctor
Eduardo Guzmán Esponda, hizo entrega al Señor Presidente de la
República,
del primer ejemplar de la Medalla que las Academias Colombianas
ordenaron acuñar para asociarse a la celebración del Centenario
de la Academia Nacional de Medicina. Luego de las
palabras del Doctor Guzmán Esponda, el Secretario
de la Academia Académico Julio Araújo, dio a conocer una comunicación
de la Academia de Medicina
de Chile con la cual se asocia a este solemne acto. La
Presidencia concedió la palabra al Doctor Armando
Roa de Chile quien como representante de la Asociación Latinoamericana
de Academias de Medicina
expresó el sentimiento de solidaridad de esa entidad
internacional para con la Academia de Colombia
con ocasión del Primer Centenario de su fundación.
El Profesor Llinás pronunció un elocuente discurso en el cual puso de
relieve las importantes realizaciones que en el transcurso de estos
cien años
ha logrado la Institución en el avance de la medicina colombiana, como
Órgano Consultivo del
Gobierno en los programas de salud pública. Hizo
un merecido elogio de los ilustres fundadores de la
Academia y de quienes les han sucedido, ya como
gestores de los destines de la Corporación, ya como
miembros valiosos de la entidad con el aporte constante de sus
conocimientos científicos y el deseo de
servir leal y desinteresadamente a la patria desde
sus sillones académicos. Hizo mención especial al
apoyo que el Gobierno le ha dado a la Academia
desde su fundación al condecorarla con la Cruz de
Boyacá en las Ordenes de Caballero y Cruz de Plata, y manifestó su
reconocimiento hacia el Señor
Presidente Misael Pastrana Borrero por el Decreto de honores expedido
en favor de la Academia,
merced al cual y en cumplimiento de la Ley 71 de
1830, ésta podrá construir una sede adecuado para
sus reuniones, biblioteca, museo, conservación
de archivos, etc.; insistió en la importancia de incrementar la
investigación científica en el campo
de la medicina cuyo objetivo final es el hombre y
sugirió como inmediata realización paro la nueva
etapa que ahora inicia la Academia con excelentes
augurios de progreso, la conveniencia de modificar
el estatuto legal que la rige a fin de que sus puertas
se abran a todos los médicos colombianos para que
se convierta en el foro de los intereses de la salud y
de las necesidades sociales del país.
El Presidente de la República doctor Misael Pastrana Borrero agradeció
las palabras del Profesor Llinás relacionadas con su gestión como
gobernante y
expreso su complacencia por el Primer Centenario
de la fundación de la Academia a la cual dedicó elogiosos comentarios
por sus actividades como Órgano Consultivo del Gobierno. Declaró
oficialmente
inaugurado el Simposio sobre los Problemas de la
Adolescencia en Colombia con el cual la Institución
celebra este gran acontecimiento y deseó un completo éxito en el
estudio de estos importantes temas.
Al Acta se adjuntan los discursos pronunciados
en esta oportunidad. El Patronato Colombiano de
Artes y Ciencias rindió a la Academia un homenaje coral con la
interpretación del himno nacional y
algunos números especialmente escogidos para la
ocasión.
Siendo las 8:10 p.m. el Presidente de la Academia
levantó la sesión y en seguido el Doctor Aníbal Fernández de Soto,
Alcalde Mayor de la ciudad, ofreció una copa de champaña en homenaje a
la Academia durante la cual le fue impuesta al Profesor
Llinás la Gran Cruz del Mérito Ciudad de Bogotá.
........................................................
¹ Acta de la Sesión
Solemne del día 23
de agosto de 1973.
² Se refiere al Decreto 1668
del 21 de agosto de 1973,
firmado por el presidente
Misael Pastrana Borrero,
incluido en las páginas
subsiguientes.
JUAN PABLO LLINÁS
El Presidente
JULIO ARAUJO
El Secretario
Decreto 1668 del 21 de agosto de 1973
Figura 1. Decreto presidencial número 1668 del 1 de agosto de 1973
SESIÓN SOLEMNE
Discurso pronunciado
por el doctor Juan Pablo Llinás Olarte
En la Academia Colombiana de la Lengua (jueves 23 de agosto de
1973 a las 6.00 p.m.) ³
Excelentísimo señor doctor Misael Pastrana Borrero, Presidente de la
República;
doctor Julio César Turbay Ayala Ex-Presidente de la República, señores
Ministros
de Salud Pública y de Educación Nacional; señor Gobernador del
Departamento;
señor Alcalde Mayor de Bogotá; señor Presidente y señor Secretario del
Colegio
Máximo de las Academias y del Patronato de Artes y Ciencias; señores
Embajadores y miembros del Cuerpo Diplomático; señores Académicos,
señoras, señores:
Conmemora la Academia Nacional de Medicina cien años de fecunda
existencia, consagrada con patriótico interés al estudio e
investigación de los problemas relacionados con la salud del pueblo
colombiano. Su historia cargada
de vicisitudes, de luchas y contratiempos, pero también de triunfos y
honores, está íntimamente ligada a la vida misma de la República y se
inicia en un atardecer del mes de enero
de 1873, en la modesta pero señorial sala de recibo del doctor Abraham
Aparicio. En ese ambiente
familiar y por iniciativa del doctor Manuel Plata
Azuero, concurrieron además del dueño de casa los
doctores Nicolás Osorio, Liborio Zerda, Leoncio
Barreto y Evaristo García⁴.
Figura 1. Fundadores de la Sociedad de Medicina y Ciencias Naturales
en 1873
Quedó en esta forma y en ese día constituida la Sociedad de Medicina y
Ciencias Naturales de Colombia. Fueron designados como Presidente y
Secretario respectivamente, los doctores Plata Azuero
y Aparicio. El doctor Zerda fue comisionado para
elaborar un proyecto de reglamento, como en efecto
lo hizo y lo presentó en la segunda sesión que tuvo
lugar el 9 de febrero. A esta reunión concurrieron
además de los miembros ya señalados, los doctores
Julio A. Corredor, Samuel Fajardo, Proto Gómez,
Bernardino Medina, Francisco Montoya, Policarpo
Pizarro, Pío Rengifo, Rafael Rocha Castilla, Federico Rivas, Joaquín
Sarmiento y Antonio Ospina. Por
sus indiscutibles méritos científicos quedaron incorporados, a pesar de
no estar presentes, los doctores
Andrés María Pardo y Libardo Rivas. Posteriormente ingresaron los
doctores Gabriel Castañeda, Francisco Bayón, José María Buendía,
Nicolás Sáenz,
Miguel Buenaventura, Carlos Michelsen, Antonio
Vargas Vega y Mauricio Tamayo. Su reglamento
estableció las categorías de miembros de número,
correspondientes y honorarios. Es de notar que el
primer miembro honorario extranjero fue el barón
Von Nolken de nacionalidad rusa.
Se creó la
Revista Médica como órgano de publicidad, cuyo primer número apareció el 2 de Julio
de 1873 bajo la dirección del doctor Pío Rengifo.
Posteriormente fueron redactores los doctores
Aparicio, Osorio y Zerda. Como muestra del interés por la investigación y estudio de los problemas
médicos, la naciente sociedad abrió un concurso
anual sobre temas de anatomía patológica, al mismo tiempo que creaba los museos para piezas de
esta materia y para elementos de mineralogía.
En 1890 la Sociedad de Medicina y Ciencias Naturales de Colombia, por
mandato de la Ley 71 de noviembre de 1890, se denominó Academia
Nacional
de Medicina con el carácter de órgano consultivo del
Gobierno, se señaló en 40 el número de sus miembros, los cuales
solamente podrían ser reemplazados
por ausencia definitiva y mediante la reglamentación que para el efecto
haría la misma Academia. El
Gobierno Nacional por la misma determinación legislativa se comprometía
a suministrar un local adecuado para sus reuniones, formación de
biblioteca,
museos y conservación de sus archivos.
El 25 de abril de 1891 el Presidente de la República don Carlos Holguín
declaró instalada solemnemente esta Academia y en el discurso que con
tal
motivo pronunciara en ese día, decía en uno de
sus apartes: “No hay otra escuela que se haya distinguido más entre
nosotros por su consagración
al estudio, por lo docto de sus profesores y por su
amor a la ciencia”.
Dos años después, don Miguel Antonio Caro
como Presidente de la República instalaba, el 2 de
julio, el primer Congreso Médico Nacional organizado por la Academia y al cual concurrieron 129
médicos, 4 naturalistas y 4 veterinarios; 36 trabajos
de gran importancia y utilidad para la salubridad
del país fueron presentados, habiendo obtenido
el primer premio “El estudio sobre la lepra en Colombia” del doctor Gabriel J. Castañeda.
Posteriormente y para tomar parte activa en los actos conmemorativos
del primer centenario de la Independencia, nuestro instituto organizó
una serie
de reuniones científicas que merecieron elogiosos
conceptos no solo del cuerpo médico colombiano
sino de algunas sociedades científicos extranjeras.
Figura 2. Ley 71 de 1890 en la que se reconoce la
Sociedad de Medicina y Ciencias Naturales como
Academia de Medicina Nacional.
El voluminoso libro del doctor Juan B. Montoya
Flórez, verdadero tratado sobre la lepra, contiene
todo lo que hasta entonces se conocía sobre esa
enfermedad, incluidas las diversas teorías sobre
contagio, profilaxis y una completa estadística sobre los resultados obtenidos con los tratamientos
empleados en esa época.
No podemos menos de señalar con orgullo para
nuestra Academia los primeros hallazgos hechos
por el doctor Roberto Franco de la espiroqueta de
la fiebre recurrente, confirmados en Francia por el
profesor Blanchard y que permitían establecer claramente el diagnóstico diferencial entre esta enfermedad y la malaria.
También y en asocio de los doctores Gabriel Toro
Villa y Jorge Martínez Santamaría presentó un
informe de inusitada trascendencia en el cual se
demostraba la existencia de la denominada fiebre
amarilla selvática en la región de Muzo, transmitida por un insecto diferente del
Aedes aegypti, considerado hasta entonces por Carlos Finlay y por la
comisión norteamericana en Cuba, como el único
vector de esta terrible endemia. Fue más tarde cuando el concepto de Franco, Toro y Martínez sobre la
existencia de otro vector diferente al señalado por
Finlay y su escuela, vino a confirmarse plenamente
en el Brasil, para quedar en esta forma establecida
una nueva entidad epidemiológica, la fiebre amarilla rural, señalada y descrita 20 años antes por un
ilustre Presidente de esta Academia.
Son numerosas las campañas de salud que la Academia mediante su tenaz e insistente demanda ha
logrado que se adelanten con su patrocinio y asesoría. En los 4 o 5 primeros lustros de este siglo, la
juventud médica de Colombia con exiguos recursos, pero con fervor patriótico y emulando entre sí
en apostolado y servicio frente a los más temibles
azotes epidémicos, ofrendó todo, hasta su propia
vida en defensa de la salud de sus compatriotas. El
tifo, la viruela, la difteria, el paludismo, la fiebre
amarilla, la disentería, la anemia tropical, el pían y
otros azotes apocalípticos secundados por la más
impresionante desnutrición diezmaban nuestros
campos. No podemos menos de recordar el sacrificio de otro gran maestro el Académico Nicolás
Osorio quien junto con su esposa y otros familiares, sucumbieron víctimas de la fiebre amarilla que
azotaba la vecina población de Anapoima el donde
fue llamado para combatir la temible epidemia.
En esa época se presentaban brotes agudos de esta
enfermedad que azotaba en forma dantesca provincias enteras como sucedió en Ambalema, cuya
población en menos de 8 semanas quedó reducida
a una tercera parte. Los médicos acudían para prestar estoicamente sus servicios, y caían uno tras otro
cumpliendo su deber con honor y con hombría.
Bástenos hoy recordar a Andelfo Vega en Cúcuta
y Coriolano Laverde y Evaristo García en Cali, cuyos nombres simbolizan lo que debe ser el médico
colombiano, en el más alto, noble y generoso concepto que pueda concebirse.
Es oportuno recordar una célebre comunicación
de nuestra Academia en donde hace público llamamiento al Gobierno sobre
la necesidad de establecer la lucha contra la anemia tropical, le
señala los
medios que deben emplearse, le urgencia para proceder de inmediato y la
transformación tanto social como económica, al devolver la salud a
cerca de
un 90% de colombianos afectados por parasitismo
intestinal. Solo años más tarde se atendió ese llamado y en forma
masiva, el Gobierno y la Fundación
Rockefeller emprendieron una lucha titánica sin
precedentes en el país, como que se trataron más
de 3.000.000 de colombianos.
Que grato e interesante es escuchar los comentarios
de algunos médicos que participaron activamente
en esa campana, y darnos cuenta de la magnitud de
la empresa y de los extraordinarios resultados obtenidos. Fue le transformación masiva de un pueblo
anémico, desnutrido y afectado por toda clase de
flagelos y con una capacidad mínima para el trabajo, en un pueblo fuerte y vigoroso
que ha creado emporios de riqueza en plantaciones de col, de caña
de azúcar, de algodón, de arroz, de
tabaco, de banano, de oleaginosas
y de una ganadería que, en un futuro muy próximo, mediante los
recientes estímulos oficiales, será
una de las mayores fuentes de riqueza colombiana. Con esas mismas gentes sanas y menos desnutridas, Colombia
avanza con todo éxito en el proceso de industrialización y en forma tal que en algunos campos ha
podido competir ventajosamente con industrias
similares de países desarrollados.
Este brevísimo resumen podría ser la síntesis para
el prólogo de la historia de nuestra Academia Nacional de Medicina o
para la biografía de admirables y ejemplares médicos colombianos que
descollaron en todos los campos del saber y que con
patriótico interés laboraron en los más apartados
rincones del país. Con motivo de este Centenario
y con la cooperación del Banco de la República
acabamos de iniciar esta labor con la aparición del
sexto volumen de
Temas Médicos, que contiene el
relato de la vida heroica y fecunda del doctor Antonio Vargas Reyes, hecho por la calificada pluma del
doctor Roberto De Zubiría. Conceptuamos que la
divulgación entre los jóvenes galenos de esas vidas
nobilísimas que fueron orgullo y honra de nuestra
profesión será un estímulo y un ejemplo para servir
con honestidad y con eficiencia a sus conciudadanos y corresponder así lo que la República les ha
dado con generosidad y largueza para culminar sus
aspiraciones científicas.
Nos ha correspondido la muy señalada distinción
de presidir la Corporación rectora de la medicina colombiana en esta transcendente efeméride,
y hemos tomado la decisión de que esta fecha sea
un hito de esperanza que señale el punto de partida para emprender una segunda etapa, que será
el recorrido, que con fervor, con paciencia y con
tenacidad llevaremos a cabo por la apasionante
senda de la investigación científica. Contamos
para adelantar exitosamente esta
empresa con la colaboración de
33 sociedades científicas afiliadas
a nuestra Academia y constituidas por prominentes figuras de
la juventud médica colombiana,
altamente especializadas en las
más diversas ramas de la patología
humana.
Hemos recibido un estimulante
impulso del gobierno nacional mediante el Decreto que ustedes acaban de oír y que permitirá
en un futuro próximo contar con los elementos
indispensables para lanzarnos de lleno, con todo
entusiasmo, con pasión y acicateados por un infinito amor hacia esta patria colombiana, al terreno
de las búsquedas en el conocimiento del hombre.
Especialmente grato es para nosotros como personeros de la Academia, hacer pública manifestación
de nuestra gratitud hacia el señor Presidente de la
República por la forma gallarda y generosa como
ha querido asociarse a la celebración de este aniversario. Sin embargo, nada de esto nos sorprende,
Excelentísimo señor, porque personalmente podemos dar fe del desvelado interés que usted siempre
ha manifestado para impulsar las artes, le ciencia y
la cultura.
Precisamente quisimos señalar como tema para
nuestras primeras pesquisas el análisis de los problemas atañederos a
la adolescencia, porque Colombia como toda la América Latina es tierra
de
juventudes; por eso al estudiar los diversos aspectos de esta
importante época de lo vida, y buscar
soluciones adecuadas para sus disturbios, tenemos
conciencia de prestar un señalado servicio a la sociedad en que
vivimos. Tenemos la aspiración de
que Colombia sea un país piloto en el estudio de
temas de tanta importancia y trascendencia por
eso hemos solicitado y obtenido la colaboración de
los organismos internacionales a los que compete
el estudio de los problemas como el que estamos
analizando. Sea esta tribuna el mejor sitio para
agradecer al doctor Carlos Martínez Sotomayor,
digno representante de Unicef y a nuestro Embajador en la Unesco,
doctor Gabriel Betancourt, por
el interés que nos han demostrado para darnos la
colaboración necesaria y ponernos en contacto con
las más connotadas figuras mundiales, que con sus
luces nos orientarán en la ponderosa e importante
tarea que nos hemos propuesto. Tengo confianza
fe y seguridad que las nuevas directivas de esta Academia próximas a
ser elegidas no dejarán desfallecer
un empeño que hasta ahora ha sido generosamente
secundado por todos los ilustres miembros de esta
docta Corporación.
No hay rama del saber humano que tenga más
amplios horizontes para la investigación como la
medicina. Sus disciplinas colocan a quienes se someten y se esfuerzan
por adentrarse en ellas, en
óptimas condiciones para estudiar lo más grande
y más desconocido que hay sobre el haz de la tierra: el hombre. Si bien
es cierto que los adelantos
en estas materias han sido de gran importancia en
los últimos tiempos, también es realmente desconsolador saber cuánto
ignorarnos sobre la constitución íntima de nuestro propio ser. Los
impresionantes progresos de las ciencias que estudian la
materia inerte no solo en la tierra sino en el cosmos
interplanetario y aún en mundos tan lejanos que
nuestra imaginación apenas alcanza a sospechar,
contrastan con nuestra ignorancia en las ciencias
biológicas.
Los investigadores que se dedican al estudio de
los fenómenos de la vida a medida que avanzan en
ellos se sienten desconectados, confundidos, doblegados y aprisionados,
corno si se hubiesen internado y perdido en una selva misteriosa y
mágica
cuyos innumerables y gigantescos árboles, cambiaran sin cesar de sitio
y de forma. Son tan numerosos los hechos y fenómenos que se presentan,
que
tan solo alcanzan a describirlos con más o menos
acierto; pero sin que lleguen a precisarlos, menos
aún a concretarlos en fórmulas matemáticas.
De la materia, ya sea que se presente en forma de
átomos o de estrellas, de rocas o de nubes, de oro o
de acero, de agua o de aire, se pueden conocer ciertas cualidades tales como su peso, su constitución
química o su dimensión espacial, y es sobre ellas
que se hacen los razonamientos científicos, que
suelen ser descripciones o clasificaciones de los fenómenos en forma abstracta. El éxito de la física y
la química se debe precisamente a que son abstractas y cuantitativas. Ellas no alcanzan a informarnos
sobre la naturaleza íntima de las cosas; pero sí nos
permiten predecir los fenómenos y reproducirlos a
voluntad; nos han revelado el misterio de la constitución y propiedades de la materia, con lo cual
hemos conseguido el dominio de lo que existe en
la superficie de la tierra, con excepción del hombre.
La ciencia de la vida en cambio ha progresado más
lentamente; por eso del hombre que es un ser indivisible y extremadamente complejo tan solo se
han, hecho simples descripciones. En su estudio
intervienen ciencias muy diversas y por lo tanto es
necesario emplear técnicas que van por diferentes
caminos y llegan a metas distintas. La suma de estos trabajos especializados no llega a concretar un
concepto justo del hombre, porque así concebido
y analizado es tan soto un conjunto de esquemas,
descritos por los técnicos en las diversas ramas del
saber.
En esta forma simplista y heterogénea los expertos
llegan a conclusiones que, si tratásemos de adaptarlas unas a otras,
nos darían los aspectos más abstrusos del hombre. Para el fisiólogo es
la reunión
perfecta de células, tejidos y líquidos cuyas leyes de
asociación se expresan en determinadas funciones;
para el químico es la expresión de los más diversos
componentes que integran el organismo y de los
cuales la mayor parte tienen constitución y fórmulas conocidas; para
los psicólogos es la conciencia
que forma parte de la personalidad y de la vida espiritual; para los
anatomistas es un simple cadáver
disecado; para el economista es aquello capaz de
valorar no sólo lo que produce y lo que consume,
sino también de hacer trabajar la máquina que ha
ideado y construido con miras a un mundo mejor,
pero en el cual el hombre fatalmente termina coma
esclavo de su propio invento; en fin, es el héroe, el
poeta, el santo, el sabio, el conductor, el tirano, el
loco, el sanguinario, el filósofo o el humanista.
Sabemos que somos una conciencia dentro de un
receptáculo de tejidos y órganos embebidos en
un líquido de nutrición; pero las relaciones de esa
conciencia con las neuronas a través de las cuales
se manifiesta, son un misterio; ignoramos en qué
forma la integridad de los órganos influye sobre el
espíritu.
Sabemos de la existencia de ese maravilloso proceso de la homeostasis
que es la persistencia
de condiciones estáticas en el medio interior; y que
en realidad no es otra cosa que ese incógnito mecanismo por el cual y
en lo más íntimo de nuestro ser
estamos transformando el medio en que vivimos
en nuestra propia sustancia. Es el aire que respiramos y el agua que
bebemos, cargado de los más variados minerales, de elementos diversos,
quizás de
sustancias radioactivas que recogen a su paso por
las montañas y las planicies o impregnada del jugo
de las selvas. Son las proteínas animales o vegetales,
que con capacidad de omnívoros atrapamos de los
unos o los otros, son los rayos del sol y los de otros
mundos más lejanos que también recibimos. Todo
esto lo transformamos en nuestro propio yo y la
esencia de ese proceso maravilloso que tan solo de
imaginarlo nos obnubila, la desconocemos fundamentalmente.
Ignoramos las relaciones que existen entre el desarrollo del esqueleto,
de los músculos y en fin de todos los órganos con las actividades
mentales. Tampoco sabemos que es lo que determina el equilibrio
del sistema nervioso y desconocemos los centros a
través de los cuales se ponen de manifiesto, los sentimientos, las
pasiones, los ideales, la memoria, la
inteligencia y en fin tantas y tantas manifestaciones
que hacen dial hombre el amo del universo. Si pudiéramos excitar las
zonas cerebrales en donde se albergan, por donde pasan o al menos a
través de las
cuales se manifiestan ciertas virtudes o cualidades
humanas como la lealtad, la honestidad, el amor, el
perdón, la generosidad; y pudiéramos destruir, atenuar o al menos
anestesiar los centros del odio, del
egoísmo, de la soberbia, de la envidia, de la avaricia,
de la calumnia , de la traición y de tantos vicios y
bajezas que afectan a la humanidad, volveríamos de
nuevo al paraíso que nos fue asignado y que perdimos según los viejos
papiros por desobediencia.
Pongamos todos los medios para dignificar y enaltecer la personalidad humana un tanto disminuida
y estandarizada por los azares de lo vida moderna.
Admitamos que entre los hombres justa y honestamente gobernados pueda alcanzarse la libertad de
las conciencias y la fraternidad de los espíritus. En
cuanto a la igualdad por la que tanto ha luchado la
humanidad, no puede ser otra que la de los medios
para alcanzar las anheladas metas que tenazmente
buscamos día tras día. Pretender igualarnos a todos
con un mismo rasero es ignorar las más elementales
leyes de la biología.
Desde la aparición del hombre sobre la tierra hace
varios millones de años, y en verdad que esta manifestación de vida es
de reciente data, en relación
con la época del enfriamiento necesario para que se
produjeran estos fenómenos, no se ha tenido noticia de que existan o
hayan existido dos seres humanos iguales. Cada hombre es único, no solo
morfológicamente sino con más veras en la intimidad
de su ser, en su propia personalidad. Es más, no
hay dos órganos iguales por eso el fenómeno de rechazo en los
trasplantes. Como se puede entonces
ofrecer lo que no se puede, ni se podrá lograr jamás porque
biológicamente es imposible. Afortunadamente ello es así, porque el
insondable abismo de la
personalidad humana con todas sus posibilidades,
sus misterios y sus capacidades, cuyo límite aún no
conocemos, coloca al hombre por encima de todos
los seres vivos como amo y señor de todo cuanto
existe en la tierra.
La biología cuando se aplica al estudio del hombre
requiere la colaboración de muchas ciencias, por
eso su gran dificultad. Supongamos por ejemplo
los fenómenos que se pueden presentar bajo la influencia de una conmoción psicológica de cierta
magnitud en un ser con sensibilidad acentuada.
Los disturbios que se manifiestan por el sufrimiento moral inciden directamente sobre el sistema
nervioso, el que a su vez determina perturbaciones
circulatorias, digestivas, endocrinas, casi puede decirse que no hay zona o sitio del organismo adonde
no llegue el influjo de la conmoción inicial.
Se requiere pues, para analizar e
investigar estos procesos, de la intervención de varios o a veces de
muchos especialistas que puedan
juiciosamente valorar los fenómenos que se presentan. Sin embargo, la especialización restringida
es inconveniente particularmente
en el médico, pues ya hemos visto como el organismo constituye un todo uniforme del cual no pueden aislarse una o varias partes
sin modificación del resto. Esta síntesis de vastas
proyecciones no se logra por la simple reunión de
un grupo de especialistas alrededor de una mesa.
Es necesario que exista desde el comienzo de estas
pesquisas un hombre que inicialmente plantee el
problema en forma sintética, para que luego pueda ir desenvolviéndose el análisis de las partes. Las
grandes manifestaciones de la belleza, plasmadas
en esculturas o pinturas que han mantenido y
mantienen absorta a la humanidad, lo mismo que
los grandes descubrimientos que han modificado
el curso de la historia o de la vida del hombre, jamás han sido realizados por comités de artistas o
de sabios, es menester un cerebro poderoso, una
voluntad sin desfallecimientos y una pasión sin límites para llegar a la culminación de un ideal. Esto
solo puede hacerlo un hombre que sea capaz de
adquirir con bases muy firmes, vastos conocimientos biológicos generales. Vale decir, para ponerse
al comando de estas investigaciones, es necesario
poseer un cerebro excepcional, no es frecuente
hallarlo; pero investigadores así dotados existen;
solo que hay que buscarlos y formarlos; no hay que
olvidar que hombres con inteligencia tal, que les
permita realizar con éxito estos procesas de síntesis
y aventurarse en los misteriosos senderos por donde se escudriñan los secretos de la vida son pocos,
pues está demostrado que la calidad de un grupo
humano de selección va disminuyendo cuando ese
grupo crece en demasía.
No somos tan pesimistas para aceptar la carencia entre nosotros de
hombres capaces de grandes realizaciones. Es necesario crear el
estímulo para que vayan
apareciendo los investigadores y de allí vayan surgiendo los sabios y
los genios; pero
no es suficiente el estímulo para
que puedan alcanzarse objetivos
que sorprendan al mundo. Es menester que las mismas condiciones
de vida se modifiquen. Para que
estos hombres puedan trabajar
con éxito se requieren laboratorios
que además de dotación apropiada sean islotes de soledad y de silencio,
en donde la
meditación sobre los grandes problemas biológicos
no sea interrumpida por las estridencias y por la tremenda agitación de
la vida moderna.
Es preciso que nos demos cuenta que la ciencia del
hombre, más que ninguna otra, reclama un gigantesco esfuerzo intelectual y que pera realizarlo con
éxito es indispensable no solo contar con los elementos necesarios, sino colocarlos en condiciones
que les permitan meditar sin interrupciones para
hallar poco a poco las soluciones que parecían inalcanzables.
Tampoco aceptamos que la mayor parte de los
grandes descubrimientos hayan sido fruto del azar
o de accidentes fortuitos. Ver caer una manzana no fue el solo hecho
para que Newton descubriera la ley de la gravedad, ni ver oscilar una
lámpara,
como durante cientos de años habían oscilado en
las iglesias, fue lo que determinó el que Galileo una
tarde en la Catedral de Pisa, descubriera la ley del
movimiento pendular; ni fue un simple accidente,
la aparición de un moho en un cultivo de estreptococo para que un buen
día el sabio londinense
Alejandro Fleming descubriera la penicilina.
Solamente la mordaz imaginación de Horacio Walpole atribuía los grandes
descubrimientos de la humanidad a hallazgos fortuitos que él designaba
con
una palabra un tanto misteriosa y que podríamos
apelando a un tremendo anglicismo designar con
el nombre de serendipia, en recuerdo de un viejo
cuento de hadas “Los tres príncipes de Serendip”
que eran juzgados como genios sin par por descubrir a cada paso sin
quererlo, por accidente y con
sagacidad, lo que no estaban buscando.
Sin embargo, no fue serendipia, sino sabiduría, genialidad,
perseverancia y profundos conocimientos, los qué permitieron a Newton,
a Galileo y a
Fleming realizar los descubrimientos que cambiaron el rumbo de la
humanidad.
Tengamos fe y esperemos confiados en un mañana venturoso para la
ciencia médica. Entretanto
pongamos todos los medíos para que estos anhelos
de trabajo y de investigación científica puedan realizarse y fique el
generoso ejemplo del actual Gobierno, sea correspondido por los futuros
médicos
colombianos, que tienen el más vasto horizonte y
las más halagüeñas perspectivas para consagrarse al
estudio del más apasionante tema de investigación:
el hombre.
.........................................................
³ El presente texto fue
transcrito y editado por
el académico Alberto
Gómez Gutiérrez para la
revista Medicina, a partir
del texto mecanografiado
original que se conserva
en el Libro de Actas de
la Academia Nacional de
Medicina de Colombia,
del 22 de marzo de 1971 al
15 de noviembre de 1973,
años 1971-1973, pp. 431-448.
SESIÓN SOLEMNE
Discurso pronunciado por el señor
Presidente de la República, doctor
Misael Pastrana Borrero
Acto conmemorativo del Centenario de la Academia Nacional de Medicina,
realizado a las seis de la tarde en el Paraninfo de la Academia
Colombiana de la Lengua ⁵
Como Jefe del Estado es para mí singularmente grato, al igual que
honroso,
encontrarme frente a esta docta asamblea que convoca a tan destacados
profesionales de la medicina, comprometidos por su tarea en los
problemas de la
salud y de la vida, es decir, en lo que en última instancia constituye
la atención de un estado providente y consciente de sus deberes. Con
razón se ha
afirmado que la medicina antes que una profesión es una misión. Y
además
es una vocación. Exige una disciplina constante y una abnegación que
apenas
encuentra par en la que deben poseer los sacerdotes y los soldados. Por
esta
razón los miembros del cuerpo médico que dan solemnidad a esta
celebración,
además de su fidelidad con las obligaciones propias de su actividad,
que enaltece sus vidas, han sido permanentes servidores de la sociedad
y de sus valores
más egregios.
Ya el Profesor Juan Pablo Llinás acaba de presentarnos en síntesis afortunada lo
que fue el nacimiento y ha constituido la razón de esta Academia Nacional de
Medicina, a la cual han pertenecido muchos ínclitos varones, entregados unos
totalmente a la investigación científica, otros a la prevención y curación del dolor
humano, y muchos de ellos, eminentísimos por cierto, como el propio Profesor
Llinás, combinando la atención de los enfermos y sus deberes con la República
en los más altos cargos de la administración o en los cuerpos colegiados.
Son numerosos los médicos colombianos que ocupan lugar prominente en
las
páginas de honor de la ciencia, y conocidos en otras regiones del mundo
gracias a la labor positiva por ellos cumplida en la erradicación de
enfermedades y
en la creación de condiciones sanitarias e higiénicas que han llevado
beneficio
a sitios aún más allá de nuestras fronteras. Ya ha recordado muy
oportunamente su ilustre Presidente la tarea realizada por los doctores
Juan Bautista
Montoya y Flórez, Roberto Franco, Federico Lleras Acosta, Gabriel Toro
Villa, Jorge Martínez Santamaría, Nicolás Osorio y muchos otros más.
Estas razones explicarían plenamente, si no hubiera muchas otras, que
la Academia Nacional de Medicina sea Cuerpo Asesor del Gobierno
Nacional, y
que sus opiniones sean escuchadas y atendidas con respeto y
consideración.
Día a día se va acentuando con mayos énfasis la urgencia de orientar la
medicina hacia una concepción social de profundidad singular. Ello es
explicable,
pues, además de la nobleza implícita en ella, quizás ninguna otra
profesión
tiene que ver tanto con la dignidad humana. Ya se ha dicho que la
situación de desamparo y pobreza ha determinado la dura existencia de
hombres que no saben por qué viven y
luego tampoco se sabe por qué mueren. Este, que
constituye interrogante indescifrable para grandes
masas humanas, es precisamente el vasto campo
social sobre el cual debe reflejarse más intensamente la presencia del
médico. De allí que el derecho
a la atención de la salud no pueda ser un privilegio sino, por el
contrario, un derecho tan esencial
como los mismos derechos políticos.
Y por todo ello no puedo menos de expresar con
cuanta complacencia registro que esta Institución,
al cumplir un siglo de admirable labor, se exprese renovada en sus
conceptos, actualizada en sus criterios,
atenta a los múltiples problemas que aquejan a la sociedad
contemporánea. Porque si hay algo que con
frecuencia sorprende en la época presente es la deshumanización de la
medicina y de la investigación concomitante en este campo del saber.
Razonablemente
alguien anotaba con inquietud que nunca ha estado
“la condición humana en tan oscuro y solitario estado”. Es difícil
encontrar propósito que pueda
conllevar más elevada prisión que
el de mantener encendido en la actividad ese noble sentido humano,
que le permite usar de los adelantos
de la técnica pero penetrar al mismo
tiempo en lo profundo del ser para
auscultar sus dolencias y secretos.
He leído en su temario cuestiones que tienen que
ver con las reales necesidades que hoy confronta
la persona y que han surgido paralelamente con la
complejidad del mundo en que vivimos y con los
avances de la ciencia y la tecnología. Aspectos del
individuo consecuentes de situaciones y conflictos
sociales casi inexistentes en el pasado. Las aglomeraciones urbanas,
fruto del explosivo crecimiento de la
población y del tránsito rural hacia las ciudades; la
delincuencia juvenil; el influjo de la droga y el alcohol; la ansiedad
del diario vivir; el contagio de enfermedades por la misma
concentración de masas; las
tensiones y las tragedias más fácilmente compartidas
por la cercanía que crean las comunicaciones; en fin,
esa “vida de la mente” que ustedes exploran constantemente, son
problemas que se relacionan no
solo con el individuo aislado sino que revisten gravedad que se
proyecta sobre el inmenso ámbito social.
Además, la misma magnitud de estas manifestaciones perturbadoras y su
amplia influencia sobre
sectores varios y aspectos diferentes requieren uno
coordinación de esfuerzos de diverso origen. La
verdad es que cada vez más el profesional y el científico concentran su
conocimiento y su valor académico en disciplinas especiales. Pero las
inquietudes sociales a que nos hemos referido rompen
las barreras de reducidos límites científicos, para
tener que ser consideradas por verdaderos equipos
interdisciplinarios que comprometen a sociólogos,
médicos, juristas, sicólogos, filósofos, en resumen,
conocimientos propios de varias competencias.
Los fenómenos de la adaptación individual o colectiva, por ejemplo, que novedosamente forman el eje
central de los estudios de este congreso, son asuntos
de tal trascendencia, que bien puede decirse que esos comportamientos afectan las bases de la sociedad
y aún el porvenir de la persona
humana. Es posible que el hombre
de hoy no sea más inadaptado que
aquellos que vivieron en el pasado.
La diferencia radica en que esa actitud constituye en la actualidad un
problema latente, agudo; visible
para todos, como lo indica la misma circunstancia de
que esta ilustre Academia lo coloque como motivo
prioritario de sus debates y preocupaciones.
Como sucede habitualmente ante los fenómenos
sociales, políticos y económicos, es más fácil hacer
el diagnóstico que llegar a las causas y ofrecer los
remedios. Se conjuga una multiplicidad de factores
y una ambivalencia en los valores que determinan
situaciones en este campo y que exige penetrar en
ellos profundamente. Esa inadaptación, como manifestación social, puede
bien originarse en la ruptura súbita del necesario equilibrio personal,
o ser
una resultante progresiva y sutil de la desordenada
evolución de nuestras sociedades.
Niños incomprendidos y maltratados; jóvenes en
cólera contra todo lo existente; la vejez en soledad; la
lúgubre sociedad del tugurio o del campo abandonado, van formando esa
legión de hombres cada día
más creciente que, como señalaba recientemente un
sociólogo, “no han conocido ese pacto intimo con la
vida” que es lo que le garantiza su salud mental y su
auténtica integridad humana. La violencia que exteriorizan tantas
conductas; la fragmentación de sólidos y tradicionales ambientes; la
miseria de tantos
en medio de los contrastes de estas selvas de cemento
que son las ciudades modernas; ese laberinto de aspiraciones y
frustraciones en que se pierden tantas
conciencias, forman un catálogo de males e inquietudes que bien vale la
pena que nuestros profesionales, y especialmente los que están más
cercanos al
alma de las gentes, se detengan a estudiar y analizar.
Para algunos estudiosos de estas graves manifestaciones de amplios
sectores sociales ellos surgen de
causas externas que gravitan sobre la persona; otros
pretenden hacer abstracción de esas influencias para
buscar los desequilibrios exclusivamente en el interior de la propia
personalidad. Para los primeros la
es el producto de las instituciones, de los hechos económicos, del
sistema educativo. El hombre espiritualmente enfermo encarna solo las
contradicciones
sociales. Para los otros, en cambio, solo en su mismo
ser está la razón de sus desviaciones o actitudes.
Ambas posiciones, contradictorias entre sí si se
miran de manera excluyente, aportan sin embargo
testimonios valiosos. Estamos ante unas sociedades
diversas en los grupos que las integran, y los fenómenos de una cultura son desconocidos en otras
o toman formas diferentes. Es así como las manifestaciones de los sectores industriales y urbanos
no son comparables con los de la comunidad rural y artesanal. Como anotan los sicólogos, existen
reacciones distintas de las personas en los mismos
ambientes y ante las mismas circunstancias. Pero,
no obstante estas reacciones subjetivas, hay “un
horizonte social” en que las angustias de cada ser
se encuentran con su medio. De ahí que sea indispensable estudiar simultáneamente el individuo y
su ambiente: ambos son inseparables.
Estos temas, que recogen la incertidumbre en que se
debaten los pueblos en la hora actual, inciden todavía más ampliamente en el espíritu en formación del
adolescente, a quien le toca vivir como protagonista
el drama intenso que agita a la sociedad presente. Al
igual que con las naciones en que, en el amanecer de
su desarrollo, las crisis estallan en forma más visible,
sucede con la adolescencia, que implica la organización de la personalidad, con sus raíces diversas, en
esta bien denominada “edad ingrata”.
Se ha dicho con razón que su problema no es fácil tratarlo porque en sus conciencias se encierran
con nobleza y generosidad absurdas contradicciones, ya que es al mismo tiempo confrontación del
mundo de los adultos que van adelante y creación
de normas que no conoce sino en las ilusiones de
sus deseos. Es simultáneamente el conflicto de lo
inesperado, la revuelta contra una mala conciencia
social, la perspectiva del tránsito de un mundo de
calor y de irresponsabilidad al mundo frío de lo establecido y de las jerarquías sociales. Nuestro deber
es explorar un lugar para estas tensiones, para que
sus reivindicaciones sean menos duras y menos
desesperadas. Adaptar el adolescente al adulto y
adecuar este al alma del adolescente. Porque como
escribiera Goethe: “Estos jóvenes, nuestros iguales,
que nosotros tratamos como sujetos, bien podríamos tomarlos muchas veces como modelo”.
Todos estos síntomas de su temperamento se manifiestan de manera
dispersa. Es la oposición a los padres o del orden establecido; es la
turbulencia sexual;
es la violencia constante; es la exaltación del vicio; es
la toxicomanía o el alcohol, para reprimir falsamente
emociones y esconder frustraciones o culpas. Es la
adolescencia neurótica de los “niños bien” esa adolescencia que en
jóvenes de las altas clases se prolonga
muchas veces, por la íntima satisfacción de sentirse
diferentes, de liberarse de los monótonos ambientes
de sus clases privilegiadas. Es el “epatar” de los burgueses, para usar
un galicismo.
No hay duda de que estos signos propios de la inadaptabilidad, que en
forma tan constante golpean
en la actualidad todas las estructuras sociales y comprometen la
estabilidad del orden que las ha regido, requieren estudios que lleven
a tomar conciencia de
las realidades en juego y una mayor comprensión
que permita establecer medidas institucionales e
indicados mecanismos de defensa. Porque es muy
difícil tratar estos males basándose en los dogmas
con que se ha pretendido afrontarlos en el pasado
o en virtud de la experiencia de naciones en otro
estado de su desarrollo. El mundo de hoy carece de
esas divisiones claras del pasado entre el vicio y la virtud, bueno y
malo, puro e impuro. En el presente
hay mucha penumbra, mucho claro-oscuro, que
demanda juicios menos radicales. La inadaptación
bien puede ser sana, como es el no conformismo con
las injusticias, el lirismo de la revuelta permanente
o de la crítica malsana. Es el contraste entre la rebelión para
construir una sociedad mejor o el desorden
para destruir lo existente. No estamos ni en el mejor
ni el peor momento del devenir humano.
Estoy seguro de que la discusión que ustedes adelantarán sobre estas fascinantes e inquietantes
materias, será contribución valiosa para buscarles
alternativas de solución. Y oportuna además por
concentrar esas reflexiones en los problemas del
adolescente, ese inmenso núcleo que integra la
mayoría de Colombia. Estudiar su suerte, sus inquietudes y esperanzas es trabajar no solo para el
presente sino para el futuro de nuestra patria.
Las palabras generosas con que usted, doctor Llinás, se ha referido a mi preocupación por todo
cuanto tenga que ver con el fomento de las artes, la
ciencia y la cultura, me enaltecen y me estimulan.
Esto lo hago en seguimiento de una tradición que
honra a Colombia, que siempre ha tributado culto
especial a la formación humanística.
Ya usted, doctor Llinás, nos ha recordado aquí
como fue don Carlos Holguín quien instaló solemnemente esta Academia y
el señor Caro el Primer Congreso Médico Nacional. Yo me siento
especialmente honrado de ocupar la misma tribuna
que un día ellos enaltecieron y de dar fe una vez
mas de cómo el Gobierno de Colombia siente que
está comprometido con el desarrollo de la medicina, porque la considera
como uno de los pilares de
la vida social.
Mil gracias de igual manera a usted, doctor Pantoja
por sus cordiales palabras. Comparto la admiración que todos mis compatriotas sienten por su
vida ejemplarmente dedicada al servicio de su profesión y de la nación.
Me es particularmente satisfactorio haber tenido
la oportunidad de dictar el Decreto Número 1668
de Agosto 1 de 1973 que asocia al Gobierno y a
la Nación a la celebración de este Centenario, que
constituye efemérides trascendental en los fastos
de la República, y de dar cumplimiento a la Ley 71
de 1890 que cede a esta ilustre Corporación el lote
de terreno en que construirá su sede.
Son ustedes, señores médicos asistentes a esta reunión, herederos de un
pasado glorioso y mensajeros de un porvenir promisorio. La historia de
la
medicina en Colombia es página importante en la
biografía de la patria y yo sé que, con las orientaciones que ustedes
están dando a las facultades de
medicina, ella será aún más rica en logros científicos y en
realizaciones que se traducirán en el mejoramiento de nuestro pueblo,
de sus condiciones
ambientales, sanitarias, hospitalarias, en una palabra, en manos de
ustedes descansa en buena parte
el mañana de la nacionalidad. Tributo a ustedes, y
en ustedes a todos los eminentes desaparecidos en
el siglo que hoy conmemoramos, el homenaje de
admiración, de afecto y de respeto que la nación
les debe, y declaro que el País se siente orgulloso del
extraordinario equipo que todos ustedes integran.
Agradezco muy cordialmente, y la recibo con orgullo, la medalla conmemorativa de este Centenario.
La conservaré como un amable testimonio de una
Corporación a la que tanto debe la República y expreso de manera particular mi reconocimiento al
señor doctor Guzmán Esponda. No pudieron ustedes haber elegido un más digno oferente de este
acto. Guzmán Esponda revive, mantiene y renueva
la gloriosa tradición literaria de nuestra patria y es
auténtico maestro.
Formulo mis más fervorosos votos por el éxito de
las deliberaciones de este Simposio, que solo beneficios va a traer a Colombia.
........................................................
⁵ El presente texto fue
transcrito y editado por
el académico Alberto
Gómez Gutiérrez para la
revista Medicina, a partir
del texto mecanografiado
original que se conserva
en el Libro de Actas de
la Academia Nacional de
Medicina de Colombia,
del 22 de marzo de 1971
al 15 de noviembre de
1973, años 1971-1973, pp.
450-459. Para acceder
al discurso grabado ese
día, véase: https://www.senalmemoria.co/articulos/academia-nacional-de-medicina-150-anos
Informe presentado por el presidente
del Comité Organizador del Centenario,
doctor César Augusto Pantoja ⁶
Señor Presidente de la República, Señores miembros de la Mesa
Directiva, Señores Embajadores, Señores Académicos, Señoras,
Señores:
De acuerdo con el Orden del Día, en mi carácter de Presidente del
Comité Organizador de la conmemoración del Primer Centenario de la
Academia
Nacional de Medicina; me corresponde hacer una información de las
principales actividades llevadas a cabo por quien habla, en asocio de
los Académicos
Laurentino Muñoz, Juan Antonio Gómez, Fernando Serpa Flórez y Alberto
Vejarano. A mis colaboradores corresponde el buen éxito de la reunión.
De
manera especial es justo reconocer la inteligente orientación que le
trazó al
Comité el Presidente de la Academia Profesor Juan Pablo Llinás; supo él
dirigir y organizar este Primer Centenario.
Los boletines informativos enviados a todos los académicos, las actas
de las reuniones, los programas publicados y el texto del acta final,
que se encuentra en
preparación, son otros tantos documentos destinados a instruir el
juicio de los
señores académicos; además, el Profesor Juan Pablo Llinás, dentro de
cortos
instantes, con su máxima autoridad, habrá de referirse a todo lo
relacionado
con este centenario.
De esta manera, mi intervención va a limitarse a exponer concisamente,
la
interpretación que el Comité Organizador ha dado al mandato con que fue
investido por la corporación, cuando ella ordenó que su Primer
Centenario
fuese celebrado con la preservación de un simposio comprensivo de los
Problemas de la Adolescencia en Colombia. De ello se deduce, como punto
de
particular trascendencia, que la Academia con el tema propuesto, inicia
una
nueva etapa de progreso en el trabajo de la institución, por cuanto se
trata de
emplear conocimientos provenientes de las ciencias sociales,
conjuntamente
con los que la medicina encierra y contiene, en la tarea intelectual de
elaborar
con ellos determinados estudios, que puedan ser ofrecidos como otros
tantos
proyectos de solución a los problemas que afectan a la comunidad,
siendo entendido que tal ejercicio requiere la asesoría de técnicos y
expertos en la materia, oportunamente seleccionados para lograr los
efectos perseguidos. Este
proyecto atiende del mismo modo, condicionándolo a los tiempos
presentes,
aquel concepto que informa que “la salud es el estado de completo
bienestar
físico, mental y social del individuo, y no solamente la ausencia de
afecciones
o enfermedades”, que fue difundido por la Organización Mundial de la
Salud, con consecuencias que pueden apreciarse en el tema que este
Simposio
comienza hoy a discutir, y para cuya realización cabal parece que será
necesario
incorporar a la actividad, a todo el cuerpo médico nacional,
representado por
sus sociedades científicas, sus asociaciones federativas y gremiales
establecidas
en todo el país, con la ayuda y el concurso de las ciencias
fundamentales, accesorias y auxiliares de la medicina así como con las
disciplinas sociales y económicas que puedan arrojar luz sobre estas
nociones, encaminadas a ofrecer
a la sociedad una utilización más eficiente de los
conocimientos médicos.
El Comité Organizador considera la gran significación que tiene el
hecho de que el Señor Presidente de
la República, Doctor Misael Pastrana Borrero, haya
accedido a instalar este Simposio, no sólo por el brillo
que en lo personal representa su presencia, sino porque esta actitud es
la continuación de una línea de
conducta seguida sin interrupción por los gobernantes de Colombia, en
el noble intento de propiciar el
adelanto de la ciencia y de lograr las aplicaciones de la
misma en beneficio de la totalidad de la nación. Para
no citar sino contados ejemplos que concuerdan con
esta actitud del actual Presidente de la República,
puede decirse que todo ello es lo mismo que decidió
al Presidente Don Carlos Holguín a instalar el primer periodo de
sesiones de la Academia a fines del
siglo pasado. Fue también lo que impulsó al ex-presidente Alfonso López
Pumarejo a solicitar a la misma
Academia la presentación de un plan que sirviera al
Gobierno para mejorar la organización de la higiene
y la asistencia pública, con estas palabras: “Solicito
desde ahora —decía el Doctor López— el concurso
de la Academia Nacional de Medicina, no solamente
por ser ella cuerpo consultivo del Gobierno, por voluntad del Congreso,
sino porque considero que el
talento y la ilustración de sus miembros son un factor de importancia
decisiva para determinar el derrotero que haya de seguir el Gobierno en
esta materia,
de tan señalada trascendencia en la vida nacional”.
Figura 1. César Augusto Pantoja Maldonado. Presidente Noviembre 1º de 1977 – Marzo 20 de 1980.
En el mismo sentido se expresaron los expresidentes Mariano Ospina
Pérez y Guillermo León Valencia, en la instalación de los Seguros
Sociales el primero, al entregar la Cruz de Boyacá a la Academia
el segundo. Estos y otros motivos son congruentes
con la presente actuación del Señor Presidente de
la República, quien además con el Decreto Ejecutivo que ha sido
conocido hoy, cierra el Primer Centenario y abre un nuevo periodo de
sesiones, lleno
de prometedores propósitos.
Es cuanto el Comité Organizador me ha encargado comunicar a los señores académicos ante esta
respetable audiencia.
Bogotá, agosto 23 de 1.973
.........................................................
⁶ El presente texto fue
transcrito y editado por el
académico Alberto Gómez
Gutiérrez para la revista
Medicina, a partir del texto
mecanografiado original
que se conserva en el Libro
de Actas de la Academia
Nacional de Medicina de
Colombia, del 22 de marzo
de 1971 al 15 de noviembre
de 1973, años 1971-1973,
pp. 428-430.