Introducción
Bartonelosis por Bartonella bacilliformis.
A través del tiempo la bartonelosis causada por
Bartonella bacilliformis ha recibido un sinnúmero de nombres,
entre los que se destacan enfermedad de Carrión, fiebre maligna verrucosa, fiebre maligna de las quebradas,
fiebre grave de Carrión, fiebre verrucosa del Guáitara,
fiebre aguda verrugosa, verruga andícola, verruga del
sapo, verruga de quinua, verruga blanda, verruga de
Castilla, verruga nodular, botón de los Andes, verruga
de Crapaud, verruga peruana, verruga hemorrágica peruana, fiebre de Oroya, infección por
B. bacilliformis (1).
B. bacilliformis es una bacteria aeróbica, pleomórfica y
Gram negativa que vive dentro del sistema reticuloendotelial y que ataca a los eritrocitos. Esta bacteria es
una de las 45 especies identificadas hoy en día como
pertenecientes a la familia
Bartonellaceae, y de la que
hacen parte, como causales de enfermedades humanas, además de diez especies más, la
Bartonella henselae,
responsable de la enfermedad por arañazo de gato, y
transmitida de gato a gato por la pulga
Ctenocephalides
felis, y la
Bartonella quintana, responsable de la fiebre
de las trincheras, transmitida por el piojo de las ropas
Pediculus humanus humanus, y en la que los humanos
son el único reservorio (2).
La
Bartonella bacilliformis puede producir una enfermedad aguda febril, la fiebre de Oroya, o una enfermedad crónica, la verruga peruana. Existen estudios
con técnicas de ribotipificación con la fracción 16s del
RNA ribosomal que muestran que no existe una total
homología entre la
B. bacilliformis encontrada en la costa ecuatoriana, donde predominan las formas benignas verrugosas y la
B. bacilliformis halladas en el Perú,
donde los cuadros clínicos son más severos. La bacteria es transmitida al hombre por la picadura nocturna
de la hembra de un insecto flebótomo perteneciente al
género
Lutzomya. En los sitios donde se han descrito
casos de humanos, se han encontrado las especies
L.
verrucarum y
L. peruensis en el Perú, y
L. longipalpis,
L.
evansi,
L. colombianus y
L. monticolus var.
Incarum en
Colombia. La
L. verrucarum no se ha hallado en Ecuador ni en Colombia.
La enfermedad de Carrión se ha dado entre las latitudes 2°N y 13°S en el occidente de Suramérica, entre el
suroccidente de Colombia y la región central del Perú.
Si bien en el Perú es endémica en áreas ubicadas entre
los 500 y 3.000 m sobre el nivel del mar, también se
ha presentado en localidades ubicadas a 200 y 3.375
m sobre el nivel del mar. En Ecuador y Colombia la
mayor parte de los casos documentados se ha localizado en lugares altos. En el Ecuador se ha registrado en
zonas costeras.
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1 Miembro de Número de la Academia
Nacional de Medicina. Curador del Museo de Historia
de la Medicina
2 Miembro Correspondiente de la Academia
Nacional de Medicina.
Para algunos autores, la infección por B. bacilliformis es
una zoonosis en la que juega un papel muy importante
la presencia de ciertos animales que hacen de reservorios principales, si se acepta que los insectos que la
transmiten al hombre viven asociados a madrigueras
de armadillos y algunos roedores como los curíes, de
los cuales se alimentan y con los que mantendrían el
ciclo biológico de la enfermedad. Algunos autores han
querido incriminar a los tapires y pecaríes.
Actualmente, la enfermedad de Carrión es de gran
significación en la salud pública del Perú y de escasa
significación para Ecuador y Colombia.
La enfermedad suele presentarse en dos estados clínicos, una anemia hemolítica aguda febril conocida
como la fiebre de Oroya, en la que la bacteria se aísla
en la sangre y en el sistema retículo endotelial, seguida por una erupción granulomatosa mucocutánea,
generalmente difusa, conocida como la verruga peruana; allí las bacterias también se pueden encontrar
en las lesiones de piel. El período de incubación se ha
establecido en la mayor parte de los casos entre los
6 y los 21 días, sin embargo, en unos pocos casos ha
sido hasta de cuatro meses. El estado verrugoso se
caracteriza por una erupción granulomatosa mucocutánea, separada de la fase febril por un intervalo de
meses, un año o más. La forma verrugosa puede tener tres tipos de presentación, la miliar, que recuerda
un cuadro de hemangiomas múltiples diseminados;
la nodular, con nódulos de predominio en brazos y
piernas localizados en la profundidad de la dermis y
con prominencia en la piel, algunos ulcerados y sangrantes, y la mular, con tumoraciones de hasta una
pulgada de grueso, localizadas en la dermis y tejidos
profundos.
La mortalidad de la fiebre de Oroya en los casos que
no reciben tratamiento antibiótico se aproxima al 40
%. Esta mortalidad se incrementa por infecciones salmonelósicas, tuberculosas, maláricas y amebianas.
En algunos pacientes, la enfermedad se puede manifestar únicamente con la erupción verrugosa en la piel y
mucosas, generalmente menos intensa que la ocasionada en la presentación bifásica. En estos pacientes
la erupción puede recurrir dos o más veces durante la
vida, en las zonas endémicas. En este tipo también se
pueden encontrar las bacterias en las lesiones de piel (1).
Paleopatología y arte
La paleopatología o el estudio de las enfermedades de
los pueblos antiguos tiene como fuentes el estudio de
los restos humanos -momias, huesos, dientes, coprolitos-, las informaciones históricas y la representación
de las enfermedades en las artes pictóricas o escultóricas (3).
Sólo en las sociedades en las que se sabe que hubo un
importante proceso de sedentarización y de dominio
de la alfarería, la metalurgia y de otros materiales que
se conservan por cientos y miles de años, es en las que
el arte juega un papel importante en la paleopatología.
Fue así que, en las sociedades mesoamericanas, en algunas de la América
Intermedia y en la de los Andes
centrales, a partir de los periodos formativos, pero en
especial desde los llamados Desarrollos Regionales y
Períodos clásicos y hasta la llegada de los europeos, la
representación de las enfermedades en aquellos materiales constituye
una fuente importante para los estudios de la paleopatología de América
Antigua.
La representación artística de enfermedades -al igual
que de otros temas- suele ser realista más que geométrica. La representación de las enfermedades en el
arte, la iconografía, si bien no tienen la precisión que
pueden tener las encontradas en los restos humanos,
ofrecen para el conocimiento de las patologías el inmenso valor de mostrar un mayor número de ellas y de
señalar enfermedades que los huesos y las momias no
pueden revelar, y dejan ver con gran claridad algo que solo el contexto arqueológico de los restos humanos
puede dejar entrever, el simbolismo.
Los diagnósticos que se pueden hacer con cierto grado de fiabilidad en el arte, suelen resumirse en cuatro
categorías: enfermedades de origen genético, de origen
traumático e intencional, de aparición espontánea e
infeccioso (4).
En el conjunto de las representaciones artísticas de las
enfermedades en el mundo en general, en América en
particular y específicamente en Colombia, predominan las iconografías de las enfermedades genéticas y
traumáticas sobre las espontáneas e infecciosas (5).
Vale la pena enfatizar que las enfermedades que se representan son
aquellas con manifestaciones externas
evidentes. Por ejemplo, entre las enfermedades infecciosas
representadas tenemos a la leishmaniasis cutánea y mucocutánea, la
verruga peruana, el pían (
yaws
o frambesía) y la sífilis venérea.
El realismo en las representaciones artísticas de la verruga peruana aquí mostrada, dentro de una medicina
puramente empírica analítica, al igual que el que se utilizó en otras patologías, buscaba mostrarles -con mayor
seguridad- a los miembros de las comunidades indígenas
las diferencias en la anatomía de ellas, dentro de medicina empírico analógica, la manera como la medicina
occidental lo hace con las colecciones de teratología, los
moldes en cera de las enfermedades y la fotografía.
La paleopatología es uno de los cimientos de la paleoepidemiología, como a su vez esta conforma un
capítulo más de la epidemiología general con la epidemiología histórica, la etnoepidemiología y la epidemiología intercultural.
A continuación se presentan tres máscaras de cerámica de la colección
personal de paleopatología del Académico Hugo Armando Sotomayor Tribín,
curador
del Museo de Historia de la Medicina desde 2009 y
miembro de la comisión de Museo desde su creación
en el año 2000 y donadas a este Museo en octubre del
2020. Además, se hace una revisión narrativa y sucinta
de la bartonelosis en Colombia.
Materiales
La descripción de estas tres máscaras de cerámica han
sido publicadas en la medida en que las adquirió el
doctor Sotomayor Tribín. La primera, aisladamente
en los años de 1994 y 1998 en los artículos, respectivamente,
“A propósito de la bartonelosis en una máscara
ecuatoriana precolombina” en la revista Medicina de la
Academia Nacional de Medicina de Colombia (6) y en
el titulado
“La bartonelosis: un caso de patología prehispánica en el Ecuador. La dracontiasis: un caso de patología en
la Cartagena colonial esclavista” en la Revista de Antropología y Arqueología del departamento de antropología de la Universidad de los Andes (7). La segunda,
por primera vez publicada en el capítulo
bartonelosis
del libro
“Aspectos históricos y geográficos de algunas enfermedades importantes en Colombia”, en su primera edición (2012), y en su segunda edición (2019), titulado
como
“Historia y geografía de algunas enfermedades en Colombia” (8, 9), y en el artículo
“Pensamiento analógico
mítico en la interpretación del arte prehispánico de interés
para la arqueomedicina y la paleopatología”, de la revista Repertorio de Medicina y Cirugía (10). La tercera,
publicada por primera vez en año 2020 en el artículo
“Una aproximación a la epidemiología de la Colombia antigua” en la revista Medicina de la Academia Nacional
de Medicina de Colombia (11) haciéndole compañía a
las dos anteriores.
Vale aquí anotar que la primera máscara fue reseñada
por Bruce Alexander en su artículo
“A review of bartonelosis in Ecuador and Colombia” publicado en el Am. J.
Trop. Med. Hyg:52(4); 1995 (12) y de nuevo reproducida, pero acompañada por la segunda por Meritxell
García Quintanilla, et al en su artículo
“Carrion´s diseases: more than neglected disease” publicado en la revista
Parasites & Vectors (2019) 12:141 (13), tomándolas del
artículo de Sotomayor Tribín publicado en la mencionada revista Repertorio de Medicina y Cirugía.
La primera máscara también fue presentada como
carátula del libro
“Historia de la dermatología vallecaucana” (14, 15) en sus primera y segunda edición, 2003
y 2004, del doctor Cesar Iván Varela Hernández, en
el libro del mismo autor
“Historia de la dermatología en
Colombia” de 2005 (16), y en el apartado
“Dermatología
precolombina” del capítulo
“Historia de la dermatología en
Colombia” escrito por el mismo autor y que forma parte del gran libro
“Historia de la dermatología latinoamericana” bajo la dirección de Ricardo Galimberti, Adrián
Martín Pierini y Andrea Bettina Cervini, publicado en
2007 (17).
Las fotografías aquí presentadas de las tres máscaras
son las mostradas por Sotomayor Tribín en la revista
Medicina Vol. 42 No. 2 (129) (18). Con la reproducción de la primera máscara el autor del artículo publicado en la revista
Am. J. Trop. Med. Hyg quiso dar
énfasis a su argumento y afirmación de que tal enfermedad también se presentaba a nivel del mar; por
su parte, con la reproducción de las dos primeras los
autores del artículo publicado en la revista Parasites &
Vectors con seguridad lo hicieron por la nitidez de las
lesiones representadas en la máscara, aunque cometiendo el error de afirmar que ambas son ecuatorianas.
La primera máscara, en orden de adquisición, es una
máscara color terracota de 21,5 x 17 cm de altura por
anchura, que presenta 27 nódulos vesiculosos (14 en la
frente y 13 en el resto del rostro), algunos con huellas
de un color azulado y una nariguera, procedente de
la zona costera ecuatoriana donde floreció la cultura
Jama-Coaque en su periodo clásico I entre 400 a.C. y
400 d.C.
Figura 1. Máscara en cerámica de la cultura Jama–
Coaque (400 a.C. - 400 d.C) con lesiones nodulares
por Verruga peruana (bartonelosis). Donada por el
académico Hugo Sotomayor Tribín al Museo de Historia
de la Medicina de la Academia. Fotografía tomada por
Andrea Mejía Cruz.
Figura 2. Máscara en cerámica perteneciente
a la cultura Nariño, del Carchi o de los Pastos,
probablemente del horizonte Capulí. (500.d.C. -1.500
d.C), con un brote tipo nodular compatible con la
Enfermedad de Carrión en su fase verrucosa. Donada
por el académico Hugo Sotomayor Tribín al Museo
de Historia de la Medicina de la Academia. Fotografía
tomada por Andrea Mejía Cruz.
La segunda máscara, un poco más grande y pesada,
y más pálida que la anterior, presenta 24 nódulos (15
en la frente y 9 en el tercio medio de la cara) sin hendidura en el
centro, procedente de las montañas del
departamento colombiano de Nariño, donde floreció
la cultura de los Pastos, también de influencia sobre la
región del Carchi en el Ecuador. Parece corresponder
al horizonte arqueológico de Capulí, que va desde el
500 d.C. al 1500 d.C.
La tercera máscara, la más pequeña de las tres, aunque
puede cubrir el rostro de un adulto, es de color café o
achocolatado, presenta 17 nódulos (11 en la frente y
6 en mejillas) y tiene un rostro menos adusto que las
dos primeras; se le notan los ojos entrecerrados y la
representación de los dientes. Al igual que la primera,
procede de la región de la cultura Jama-Coaque´.
Figura 3. Máscara en cerámica de la cultura JamaCoaque, (400 a. C. a
400 d.C) que muestra una erupción
tipo nódulos en frente y mejillas, compatible con
bartonelosis en su fase de verruga. Colección del autor.
Fotografía tomada por Andrea Mejía Cruz.
Figura 4. Escultura (vistas anterior y posterior) en cerámica de la
cultura Chimú (1100 d.C.-1400 d.C.) que muestra
una erupción compatible con una verruga peruana. Figura 5. Escultura en
cerámica de la cultura Chimú (1300 d.C.
- 1470 d.C.) (Imagen tomada del libro El Mundo Precolombino del grupo
editorial Océano. 2001, página 317). Figura
6. Escultura de la cultura Chancay (Fotografía tomada por Sotomayor en
el Museo Larco Herrera).
Discusión
La enfermedad de Carrión está restringida a Colombia, Ecuador y Perú.
De estos tres países, es Perú, por
la frecuencia y gravedad en sus formas de presentación, donde la
enfermedad ha tenido más atención.
Además de las representaciones en el arte prehispánico de verruga
peruana que Sotomayor Tribín conoce
(las tres máscaras presentadas arriba), existe una estatuilla en
cerámica de la cultura Manabí, costa del
Ecuador, que muestra en su artículo el investigador
Bruce Alexander (12), dos de la cultura Chancay (en
la costa central peruana) y que pondera el médico historiador peruano
Uriel García Cáceres (19), y dos esculturas en cerámica de la cultura
Chimú, en la costa
norte peruana. Figuras 4, 5, 6.
El médico peruano Pablo Patrón en la revista
Crónica
Médica publicada en Lima, en 1894 planteó por primera vez que la
bartonelosis -y no la viruela- fue la responsable de la alta mortalidad
que tuvieron los soldados al movilizarse hacia el valle de Coaque de
Huayna
Cápac, y sus familias, seis años antes de la llegada de
los españoles (20).
El dominico Reginaldo de Lizárraga y Ovando escribió en 1611 en su
Descripción breve de toda la tierra del
Perú, que la conquista del imperio incaico no hubiera
sido posible si los indígenas no hubieran padecido en
1524, antes de la llegada de los españoles, una epidemia de “ romadizo
y dolor de costado”, signos propios de la gripe.
A la luz de los conocimientos históricos que sobre los
tiempos de la conquista del Perú transmite el conquistador y cronista,
acompañante de los hermanos Pizarro,
Miguel de Estete, en su obra editada -solo hasta el siglo
XX- y titulada
El descubrimiento y conquista del Perú, se
puede decir que a él corresponde la primera descripción
que se hace de la enfermedad de las verrugas.
En lo pertinente a la verruga:
“Partió el dicho capitán Pizarro del puerto de Panamá, con la dicha
gente y navíos el año de (1531) y
con el algunas personas de las que se habían hallado
con el en los infortunios pasados, aunque muchos
de ellos eran ya muertos de los trabajos que habían
pasado, en tanto que el había venido a España; y
consigo llevo a Hernando Pizarro, su hermano (/
Folio 4) y a Juan Pizarro y a Gonzalo Pizarro, sus
hermanos…,y desde Panamá hasta aquella bahía es
frontero; y como los que descubren andan a tiento,
especial, en aquella mar del Sur, donde tan poco aparejo había de
vasijas de agua para poderse meter a la
mar, no pudieron saber el secreto de la navegación
hasta que Dios fue servido de descubrírsele, llevándolos de punta en
blanco a aquella bahía que tengo
dicho, donde tomaron tierra y echaron los caballos
en ella, los cuales llegaron buenos, aunque algunos
de ellos murieron en la mar; y así después de tomado
algún descanso, comenzaron a caminar por la tierra,
la vía que la primera vez había llevado, la costa en
la mano, sin entrar la tierra adentro; y llegaron al
dicho pueblo de Tacanez y a los otros que primero
habían visto; y más adelante llegaron a un pueblo
que está en la costa de la mar llamado Coaque, donde los naturales de
el huyeron todos a las montañas.
en este pueblo por ser grande y de buenos aposentos
y bastimentos, el dicho capitán Pizarro acordó de
asentar su real por algunos días y desde allí despacho
los navíos…. Este pueblo de Coaque está junto a la
mar, en un buen asiento: seria de hasta cuatrocientas
casas, de muy gentil parecer y sitio, aunque en ruin
constelación; porque es la costa más enferma que hay
debajo del cielo; porque en entrando la gente en el
les dio grandísimas enfermedades de calenturas, que
mataban en veinticuatro horas, y la peor unas verrugas que daba a las
gentes, a manera de viruelas,
salvo que eran tan grandes como nueces y avellanas,
sangrando mucho de ellas y por las narices; la cual
enfermedad lisio tanto la gente, que aunque no morían tantos de ella, como de la fiebre, hacia la gente
inhábil y torpe para no poder salir de allí a buscar
mantenimientos; a cuya causa y de los muchos que
se murieron, (/Folio 4 v.) los que quedaron tuvieron
gran estrecho de hambre y no eran parte para salir de
allí. Cierto esta enfermedad fue plaga nueva y nunca
vista en el mundo” (21).
Sobre esta situación vivida por las tropas de Pizarro,
escribió años después en su
Historia General del Perú, el
historiador y escritor de ascendencia hispano-incaica
quien nació en el actual territorio de Cusco, Perú, el
12 de abril de 1539 y encontró la muerte el 23 de abril
de 1616 en Córdoba, España, Gómez Suárez de Figueroa, quien sería
apodado bajo el nombre de Inca
Garcilaso de la Vega. En el tomo 1, capítulo XV de
esa obra, escribió al referirse a la novedad que tuvieron tras el alto
que hicieran las fuerzas expedicionarias españolas en la bahía de
Coaqui en 1531 (Coaque,
Ecuador):
“…se les recreció a los de Pizarro una enfermedad
extraña y abominable, y fue que les nacían por la
cabeza, por el rostro y por todo el cuerpo unas como
verrugas que lo parecían al principio cuando se les
mostraban; más después, yendo creciendo, se ponían
como brevas prietas y del tamaño de ellas; pendían
de un pezón, destilando de sí mucha sangre, causando grandísimo dolor y
horror, no se dejaban tocar,
ponían feísimos a los que daban, porque unas verrugas colgaban de la
nariz, de las barbas y orejas, no
sabían qué les hacer; murieron muchos, otros muchos
sanaron; no fue la enfermedad general por todos los
españoles, aunque corrió por todo el Perú, que muchos años después vi
en el Cuzco tres o cuatro españoles con la misma enfermedad y
sanaron...”(22).
Pedro Pizarro, hermano de Francisco Pizarro, describió esta enfermedad
febril que precedía a las lesiones
cutáneas como la fiebre de Coaque o Fiebre de los
Conquistadores.
La segunda descripción estuvo a cargo de Pedro Cieza
de León, quien se enroló en las huestes del juez pacificador Pedro de
la Gasca, cuando este, de paso al Perú,
llegó a Cartago, donde estaba Cieza. Este soldado cronista que llegó al
Perú a fines de 1547, según otros, a
principios del año siguiente escribió en su obra sobre
su encuentro con la verruga peruana. Así lo escribió en
su obra “Crónica del Perú:
“se crían en los hombres unas verrugas bermejas del
grandor de nueces, y les nascen en la frente y en las narices y en
otras partes; que, además de ser mal grave,
es mayor la fealdad que hacen en los rostros, y créese
que de comer algún pescado procede este mal” (23).
Los autores de este trabajo creemos que las dos máscaras de Jama-Coaque
presentadas aquí y con una
antigüedad entre 2.400 y 1.600 años, respaldan fuertemente la tesis de
que los eventos sufridos por las tropas
de Pizarro y La Gasca fueron ocasionados por la enfermedad de Carrión,
y que el pian, como lo sospechó
el autor peruano Maldonado en 1931, por creer que la
bartonelosis no alcanzaba la costa, es poco probable.
Historia colonial y republicana de
la bartonelosis en Perú, Ecuador y
Colombia
En el Perú colonial el único autor que se ocupó de esta
enfermedad fue Cosme Bueno, quien hizo menciones
breves y acertadas en alguno de los “Almanaques”
que, por obligación de su cargo de Cosmógrafo Mayor
del Remo, tuvo que publicar cada año. Bueno en 1764
hizo la observación de que la verruga, al igual que la
uta o leishmaniasis cutánea, se presentaba principalmente en los valles
estrechos de los Andes peruanos
-entre los 1.200 y 2.800 m sobre el nivel del mar; también observó que
la enfermedad
sirki o ticti, como era
llamada en quechua la “verruga de sangre” tenía una
forma severa y una benigna y que era muy peligrosa si
no se acompañaba de lesiones cutáneas (24).
El historiador peruano Lastre informa que durante la
guerra de Ia Independencia en el Perú, los cirujanos
del ejército emancipador dictaron disposiciones con el
objeto de evitar la ocurrencia de la verruga (25).
En el Perú, en 1858 Tomas Salazar registra las primeras fotografías de
pacientes con verrugas y las denomina “verrugas andícolas”, y en 1858
Armando Vélez
estudia histológicamente los botones verrucosos que
afectan piel y mucosas (26).
El interés por la enfermedad aumentó en 1870 cuando
se inicia la construcción del ferrocarril Lima - La Oroya. En el Perú
se calcula que esta enfermedad mató a
10.000 obreros que construían la vía para el ferrocarril,
principalmente entre quienes pernoctaban en localidades del valle del
Rimac, cerca a Lima. En 1871 el
médico venezolano Ricardo Espinal que trabajaba en
el Hospital Esperanza en la localidad de Cocachacra,
concluyó que la fiebre de Oroya y la verruga peruana constituían dos
fases de misma enfermedad (27).
Esta afirmación tuvo sus contradictores en el Perú desde que se
formuló, y esa discusión llevó al estudiante
de medicina de sexto año, Daniel Carrión, a intentar
autoinocularse la materia de una verruga, sin lograrlo, por lo que
debió ser asistido por el doctor Evaristo
Chávez, quien logró lo que quería Carrión: inocularse el material
verrucoso. Esto ocurrió el 27 de agosto
de 1885. Después de un periodo de incubación de 21
días, apareció un cuadro febril anemizante sin desarrollar verrugas,
que lo hace sucumbir el 5 de octubre
de 1885, lo que demostró que la enfermedad tiene una
doble presentación (28).
En el año 1900 en su tesis de grado
“El germen patógeno
de la enfermedad de Carrión”, el médico peruano Alberto
Leonardo Barton afirmó que había aislado del bazo
y de la sangre de seis pacientes un microorganismo
que no logró caracterizar bien, y que inoculó en seis
perros y un mulo, que enfermaron levemente y solo
en el mulo aparecieron lesiones verrucosas. Repitió
la investigación en 1909 y fue cuando afirmó haber
encontrado elementos endoglobulares. En 1913 Richard Strong, jefe de la
Comisión de la Universidad de
Harvard que visitó Perú, decidió denominar la bacteria causante de la
fiebre de Oroya que había sugerido
Barton como
Bartonella bacilliformis, aunque creía que
la verruga peruana era ocasionada por un germen diferente (29). Solo
hasta 1937 Strong acepta que la verruga y la fiebre de Oroya son
producidas por la
Bartonella bacilliformis (30). Esta bacteria sólo se
logró cultivar
en 1926 por Hideyo Noguchi y T. Battisnstini (31).
A la hembra del mosquito
phlebotomo–Lutzomyia spp.
en 1913 Charles Tonwosend le descubrió su condición
de vector (32). En 1929 Hideyo Noguchi, después de
exponer los
Macacus rhesus a varios insectos, encontró
que solo las
Lutzomyia verrucarum y
L. noguchii transmitían la
enfermedad (33). Otras especies de
Lutzomyia
como
L. ayacuchensis, L. columbiana, L. gomezi, L. maranonensis, L.
noguchii, L. panamensi, L. peruensis, L. pescei,
L. robusta, L. serrana, y L. verracarum han sido indicadas
como posibles vectores alternativos (13).
Mientras todo lo anterior ocurría en el Perú, en Ecuador solo hasta
1928 Heinert reportó un caso en Guayas,
y en 1939 se reportaron otros casos puntuales en varias
provincias de este país. En 1940 B. Cellery reportó una
epidemia al sur de Ecuador, en Zumba, cuyo agente
etiológico fue demostrado por Montalvan en 1940. En
ese mismo año, Machiavelllo describió la enfermedad
de Oroya en Zaruma, provincia de El Oro. Con base
en los datos obtenidos en Ecuador desde 1940, la Enfermedad de Carrión
se encuentra en cuatro provincias
de la costa (Manabí, Guayas, Los Ríos y El Oro) y en
cuatro provincias andinas (Tungurahua, Azuay, Loja y
Zamora Chinchipe) (12).
En Colombia la enfermedad fue desconocida hasta
1936, cuando surgió un brote en el Departamento de
Nariño entre las comunidades y personas de todas las
edades en los valles de los ríos Guáitara, Juanambú, Pacual y Mayo. El pico de la epidemia ocurrió entre
1938 y 1940 y subsistió hasta 1941. Esta epidemia fue
estudiada por los doctores Luis Patiño Camargo, Plinio Cifuentes,
Manuel Sánchez Herrera y Hernando
Groot Liévano (34-36).
Mapa: Mortalidad asociada con la enfermedad de Carrión en el
departamento de Nariño (1939). Elaborado por la
geógrafa Edy Marcela Corredor L., para el libro Historia y geografía de
algunas enfermedades en Colombia, escrito
por Hugo Armando Sotomayor Tribín.
Una investigación de los doctores Cesar Arroyo Eraso, Franco Andrés
Montenegro G., Yolanda Martínez
Santacruz y Julie Andrea Benavidez Melo titulada
“La
bartonelosis una epidemia olvidada con una letalidad sin
precedentes en el Departamento de Nariño, 1936-1946”, finalizada en
2001, plantea dos hipótesis para explicar el
surgimiento de la epidemia de 1936. La primera hace
referencia al regreso a Nariño de los más de seiscientos
soldados nariñenses que participaron en el Conflicto
con el Perú, 1932-1934, y a la visita amistosa que hicieron dos mil
soldados peruanos a las tierras nariñenses entre los meses de julio y
diciembre de 1934. La
segunda hace referencia a la posible reactivación de
antiguos casos no detectados, después de la seguidilla
de desastres naturales que sacudieron a Nariño desde
1933, como la erupción del volcán de Doña Juana en
1935 y el terremoto que destruyó a Túquerres y sepultó la localidad de
La Chorrera en 1936 y a los represamientos de ríos que esos fenómenos
ocasionaron (8,
9). Después de esa epidemia no se habían presentado
más casos hasta 1988 cuando a un paciente que vivía
en Pradera, Valle, se le diagnosticó Enfermedad de Carrión (12).
En lo corrido del siglo XXI han sido publicados algunos artículos que
suponen la presencia y circulación en
Colombia de otras especies patógenas pertenecientes
al género
Bartonella, diferentes a
B. bacilliformis.
En el año 2002 fueron descritos cinco casos de angiomatosis bacilar
(enfermedad asociada a la infección
por
B. henselae o B. quintana) en hombres con infección
por VIH; tres pacientes procedentes de Bogotá, uno
del departamento de Antioquia y el otro del departamento de Boyacá (37,
38). Seis años más tarde fue
publicado un estudio serológico, llevado a cabo en 80
individuos de los municipios de Montería y Cereté (departamento de
Córdoba), en quienes se observó una
seroprevalencia total del 49 % frente a
Bartonella spp.
mediante la técnica de inmunofluorescencia indirecta
utilizando antígenos de
B. henselae y B. quintana (39).
Un estudio similar fue llevado a cabo con muestras de
caninos domésticos de áreas urbanas y rurales de Sri
Lanka, Brasil y Colombia, incluyendo 258 individuos
de la ciudad de Bogotá, de los cuales el 10 % presentó
anticuerpos frente a
Bartonella spp., además de la detección molecular
a partir de dos muestras de sangre
total, de las especies
B. rochalimae y B. vinsonii subsp.
Berkhoffii (40).
Entre los años 2011 y 2018 fueron publicados cuatro
casos de enfermedad por arañazo de gato, dos de ellos
con presentación sistémica y uno con síndrome oculoglandular de
Parinaud, atendidos en hospitales colombianos, siendo tres del sexo
masculino y con edades
entre dos y seis años (41-44). La aproximación diagnóstica fue
realizada a través de inmunofluorescencia
indirecta y/o tinción de Warthin-Starry a partir de
muestras biopsiadas. Los cuatro casos fueron tratados
con terapia antibiótica de forma satisfactoria (41-44).
Por su parte, en 2017 Faccini-Martínez y cols. describieron la primera
detección molecular de
B. quintana en
Colombia, a partir de piojos
P. h. humanus colectados
en las ropas de habitantes de calle de la ciudad de Bogotá durante los
meses de mayo y septiembre de 2015
(45). De forma interesante, el 12 % de la población estudiada presentó
infestación por dicho piojo, además
de una seroprevalencia del 19 % frente a
Bartonella spp.
mediante inmunofluorescencia indirecta (45).
Recientemente se publicó un estudio retrospectivo
observacional cuyo objetivo fue estimar la incidencia
de bartonelosis en Colombia con base en casos notificados al sistema de
información en salud entre 2009
y 2013 (46). Los datos epidemiológicos fueron colectados a partir del
registro individual de prestación de servicios de salud (RIPS), usando el CID-10 (clasificación
internacional de las enfermedades), códigos
A44.0 – A 44.9, y del SISPRO (sistema integrado de
información de la protección social) del Ministerio de
Salud de Colombia. Con datos del DANE se estimaron las incidencias
anuales para los 32 departamentos
colombianos y el distrito capital (casos por millón de
habitantes) (46). Como resultado, se estimó un total
de 1.389 casos reportados, para una media de 289
casos x año, y una incidencia acumulada de 3,02 casos/100.000
habitantes. El 2,9 % de los casos fueron
clasificados como “Fiebre de Oroya” (A44.0), 13,1 %
como verruga peruana (A44.1), y el resto (85,3 %)
como otras formas de bartonelosis (A44.8 – A44.9).
Las mayores tasas de incidencia para las diferentes formas de
bartonelosis se presentaron en el litoral caribe
colombiano (46).
Finalmente, vale la pena aclarar que la Enfermedad
de Carrión conforma con la tungiasis, la enfermedad
de Chagas, la
rickettsiosis por
Rickettsia rickettsii (Fiebre de las
Montañas Rocosas, Fiebre de Tobia, Fiebre
Maculosa Brasileña) y el carate o pinta o mal del pinto
o jovero, las cinco enfermedades propias o autóctonas
de América prehispánica.
Conclusiones
Las tres máscaras -dos de la costa Pacífica ecuatoriana
y una de las montañas del sur de Colombia- y los recientes hallazgos de
casos clínicos escasos pero significativos, demuestran fehacientemente
como la Enfermedad de Carrión, hoy en día podría tener un radio de
presencia mayor tanto en latitudes como en altitud, lo
que obliga a tenerla presente en nuestros diagnósticos
de síndromes febriles o erupciones de piel peculiares.
Curiosamente, de las seis piezas de arte prehispánico
de interés paleopatológico vistas en el presente artículo, cinco son de
tres culturas que florecieron en la costa
(Jama-Coaque, Chancay y Chimú), y solo una es de
una cultura de montaña, la de cultura de los Pastos o
Nariño en Colombia.
Consideraciones éticas
La colección de arte prehispánico de interés médico
está registrada en el Instituto Colombiano de Antropología e Historia
(ICANH) con el número 3466 del 6
de abril de 2003.
Conflictos de interés
Los autores declaran no tener conflictos de interés.
Agradecimientos
Los autores agradecen a la fotógrafa Andrea Mejía
Cruz por las excelentes fotografías de las tres máscaras.
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Recibido: Diciembre 17, 2020
Aceptado: Septiembre 02, 2021
Correspondencia:
husotri@gmail.com