“Aquellos que estaban bailando eran considerados locos por quienes no podían escuchar la música”
Anónimo, a menudo atribuido a muchos autores, especialmente Nietzsche
¿Qué tienen en común los siguientes
escenarios?
• Después de reinar como uno de los tratamientos
médicos más utilizados desde hace más de 3.000
años, la sangría sólo empezó a declinar en el siglo
20 (1), a pesar de que era ineficaz, y responsable
de muchas muertes, incluyendo las de George
Washington y Carlos II (2).
• A pesar de ser una práctica sencilla, altamente
eficaz y bien entendida, menos de la mitad de los
profesionales de la salud se lavan las manos al entrar en contacto con los pacientes (3), y menos del
20% de las personas en todo el mundo lo hacen,
después de defecar (4). La resistencia al cambio
fue tan feroz inicialmente, que Ignaz Semmelweis,
quien proporcionó la primera evidencia clara de
su beneficio en el siglo 19, fue ridiculizado, acosado e incluso obligado a exiliarse por la comunidad
médica de Viena, muriendo sin el reconocimiento
que merecía, ya que tomaría 50 años más para que
sus ideas fueran aceptadas (5).
• Durante miles de años, los machos dominantes
han excluído a las mujeres, niños y enemigos de la
categoría de seres humanos completos, para justificar el sometimiento y
terribles actos de violencia.
A lo largo de los siglos, los médicos han tolerado y
apoyado la creencia de que ciertos grupos de personas son “menos que
humanos”, jugando un papel clave en la evaluación del valor de los
esclavos,
garantizando que la tortura no sea letal, realizando
experimentos o manteniendo su aptitud para el
trabajo forzado (6-9).
• En la asistencia sanitaria del siglo 21, además de algunos ejemplos
flagrantes de guías de práctica clínica racistas (9,10), la
deshumanización es endémica
en relación con las interacciones con los pacientes
y los participantes en estudios de investigación, ya
que con frecuencia son tratados como máquinas
homogeneizadas, seres insensibles, con trozos de
órganos enfermos, o como seres incivilizados, irracionales o carentes
de sentimientos (11-13).
Lo que estas viñetas tienen en común es que son ejemplos de cómo los
seres humanos, los médicos y otros
profesionales de la salud, en particular, son propensos
a ignorar lo que tienen en frente de sus narices. Este
fenómeno, que podría llamarse “sesgo de ignorar lo
obvio” es resumido elocuentemente por Daniel Kahneman, galardonado con
el Premio Nobel de Economía, en una frase concisa: “podemos estar
ciegos a lo
obvio, y también somos ciegos a nuestra ceguera” (14).
..............
1 Fundador del Centro para la Innovación Global en
eSalud, Toronto, Canadá.
Este artículo es un intento de hacer visible un hecho
en gran medida invisible y obvio: que la salud es una
pandemia, y que hay abundantes recursos para permitir que cada ser humano tenga una vida sana, hasta el
último suspiro. También es una invitación a creer que
esto es posible y a unirse a un número creciente de
personas dispuestas a que suceda, utilizando entornos
laborales de todo tipo como sus epicentros.
¿Por qué una pandemia de salud?
De entrada, el leer las palabras
pandemia y salud en la
misma frase puede parecer extraño, ya que la palabra
pandemia casi siempre se asocia con enfermedades, especialmente las infecciosas.
Al examinar la palabra con más detenimiento, la invitación a reconocer la salud como pandémica tiene
sentido.
Etimológicamente, por ejemplo, la palabra no tiene
nada que ver con las enfermedades. Se trata de un término compuesto, el que incluye
pan y
demos, que se
refieren a
todas y a
las personas, respectivamente (15).
Desde una perspectiva política y académica, es fácil
demostrar que este es el caso. Aunque la palabra pandemia se utilizó
por primera vez en 1666, el interés en lograr consenso sobre su
significado fue estimulado por
la confusión que se hizo evidente durante el brote de
gripe de 2009 (16). Hoy en día, hay realmente sólo un
criterio para declarar que algo sea pandemia, derivado
de un análisis cuidadoso de casos históricos en los que
la palabra se ha asociado con brotes de enfermedades
infecciosas. Este criterio es: extensión geográfica amplia (17), lo que
generalmente requiere que la entidad
esté presente en múltiples países o continentes, y por
lo general que se afecte a una proporción sustancial
de la población (18). La Organización Mundial de la
Salud (OMS) puede declarar que hay una pandemia
cuando haya comunidades afectadas en al menos dos
países de una de sus regiones, y otra en al menos otro
continente (19).
Si la presencia geográfica generalizada es el pilar de
las pandemias, entonces la salud califica como tal e
incluso podría ser considerada como una de las más
extensas de todos los casos reportados en la historia.
Una buena base para esta afirmación es la Encuesta
Mundial de la Salud, un estudio transversal coordinado por la OMS del 2002 al 2004, que involucró a 69
países representativos en el mundo e incluyó a 271.371
personas mayores de 18 años (20). Uno de los ítems de
la encuesta le pidió a las personas que juzgaran su propia salud. Cuando las respuestas fueron analizadas en
conjunto, el 62 % de las personas evaluaron su propia
salud como buena o muy buena (21).
La prevalencia de la salud juzgada por la gente misma
como buena o mejor -que podría ser considerado en un
sentido más general como “salud positiva” (22-24) - es
mucho mayor que la prevalencia de cualquiera de las
peores pandemias de enfermedades infecciosas reportadas hasta la fecha. La Peste Negra fue responsable
de unas 50 millones de muertes (25), lo que representa el 11 % de la población global de esa época (26).
La pandemia de gripe española fue responsable de la
muerte de un 3 % de la población del mundo durante
la década de 1910 (27).
Incluso el número de víctimas de las enfermedades infecciosas que mataron a más del 90 % de los pueblos
indígenas de las Américas después de la llegada de los
colonizadores europeos se calcula en 45 millones, lo
que equivale a un 9 % de la población del mundo total
en el siglo 15. Incluso si el 100 % de la población nativa hubiera muerto, el porcentaje se habría incrementado en un 1 % (26).
Tal vez la única condición que tiene una prevalencia
más alta que la salud positiva es la caries dental, que
está presente entre el 60 % y el 90 % de los niños en
edad escolar, y el 100 % de los adultos en todo el mundo (28). Todas las otras condiciones crónicas que se
han sugerido como pandémicas (29) son insignificantes en comparación. El sobrepeso, por ejemplo, está
presente en 1.900 millones de personas, lo que representa sólo el 25 % de la población mundial (30).
A pesar de que los datos son convincentes, hay varias
barreras cognitivas que pueden dificultar que se acepte
la noción de una pandemia de la salud. El más potente
que se conoce como la perseverancia de las creencias o
el sesgo de confirmación.
Estos son términos que reflejan nuestra fuerte tendencia como seres humanos para buscar la presencia de
lo que uno espera, o para retener, o resistirse a abandonar, una hipótesis o creencia que uno favorece, por
lo general ignorando o rechazando pruebas contradictorias (31). Este tipo de sesgo es también conocido
como El Reflejo o el Efecto de Semmelweis, en honor
del médico que pagó un alto precio al tratar de hacer
que otros creyeran en el poder del lavado de manos,
y aceptar lo que estaba, literalmente, en las yemas de
los dedos (32). El poder y la universalidad del sesgo de
confirmación es tan enorme que ha sido considerado
cercano a una ley natural (33).
Superar el sesgo de confirmación es una de las tareas
más difíciles, ya que requiere cambios en la forma en
que accedemos a nuestras creencias y conocimientos
previos, en cómo generamos hipótesis, en la forma en
que buscamos pruebas para poner a prueba estas hipótesis, en cómo
interpretamos la evidencia que recibimos, y por último, en la forma en
la que revisamos
nuestras creencias y generamos nuevas hipótesis para
sustituir a los anteriores (34). Es por esto que, en lugar
de dedicar energía para convencer a los que resisten la
posibilidad de una pandemia de la salud, este libro ha
sido escrito para los que ya creen en ella.
¿Qué sería visible una vez que se cree
que la salud es una pandemia?
La definición de la OMS de la salud hace
que la mayoría de la gente no sea saludable.
Aceptar que la mayoría de las personas en la tierra se
consideran a sí mismas sanas nos invita a reflexionar
sobre lo que significa la palabra salud. Pronto, se
hace evidente que es imposible definir la salud. Una
definición, después de todo, es “un declaración del
significado exacto de una palabra, especialmente en un
diccionario” o “una declaración o descripción exacta
de la naturaleza, alcance o significado de algo” (35).
La razón que hace que la definición de un término
como el de la salud imposible se conoce como “La
dimensión tácita” (36). Podría resumirse así: “sabemos
más de lo que podemos decir”.
La imposibilidad de definir la salud se refleja en la
declaración inicial en la resolución que dio origen a
la OMS en 1948: “La salud es un estado de bienestar
físico, mental y social, y no solamente la ausencia de
enfermedades” (37).
A pesar de que la definición de la OMS es de hecho
una declaración que incluye lo que parece ser el significado exacto de la palabra salud, realmente crea un
problema importante, ya que prácticamente nadie puede pretender tener completo bienestar físico, mental y
social. Sólo por tener caries dentales, usar gafas, sentirse cansado o preocupado o con hambre, o preocuparse
por una deuda o un examen, una persona no puede
considerarse saludable (38).
En otras palabras, la definición misma de la salud que
fue desarrollada y acordada por los líderes mundiales
en el momento de la creación de la OMS - la entidad
encargada de dirigir y coordinar la salud internacional
dentro del sistema de las Naciones Unidas - condena a
la mayoría de la gente a ser “no saludable” (39).
Hay una manera de salir de esta situación difícil. Es
posible expresar el significado de palabras como la felicidad, el amor o la salud a través de un proceso conocido como la
conceptualización. Este proceso nos permite
transformar ideas abstractas (o constructos) usando
palabras o imágenes, reconociendo sus limitaciones,
sin que se requiera una descripción exacta (40).
La salud es una habilidad
En 2011, a raíz de una conversación global de tres
años sobre el significado de la salud (39), un grupo internacional de
investigadores llegó a un consenso, y
propuso la siguiente conceptualización (41):
La salud es
la capacidad de adaptarse y automanejar los desafíos físicos,
emocionales o sociales que se presenten durante la vida.
Notablemente, la declaración no incluye las palabras
completa o
enfermedad. Por lo tanto, también se puede
aplicar a los individuos, a las comunidades e incluso a
la especie humana en su conjunto.
En relación con los desafíos físicos, esta conceptualización se refiere
a la capacidad del cuerpo para mantener o restablecer el equilibrio
fisiológico en presencia
de circunstancias cambiantes. Esto se conoce como
“alostasis” (42). Este punto de vista biológico tiende
a ser dominante en el sistema sanitario, y casi siempre
funciona en el contexto de la enfermedad y en la tercera persona (Por
esto, usualmente se dice: “El paciente
es” o “Los pacientes son”).
Desde el punto de vista mental, la nueva conceptualización de la salud
nos invita a centrarnos en la forma
en que percibimos nuestra experiencia cotidiana. Esta
perspectiva se conoce técnicamente como “fenomenológica” (43). Se
centra en nuestros sentimientos, pensamientos y acciones como
individuos que viven en el
mundo real, y cómo interpretamos lo que nos pasa, enriqueciendo la
forma en la que comprendemos cómo
nuestras condiciones físicas y sociales se perciben en
nuestro propio entorno (44). Este dominio es obviamente subjetivo,
funciona en primera persona (Por
esto decimos: “me siento ...” “Soy ...”), y está fuera
del alcance de los profesionales.
Cuando la miramos desde el punto de vista social, la
conceptualización de salud apunta al balance dinámico entre las
oportunidades y limitaciones que los seres
humanos encuentran durante la vida, y cómo responden a las condiciones
externas, tales como la arquitectura de las construcciones alrededor,
las características
etno-culturales de la comunidad, y las condiciones
económicas y políticas de la época.
La salud puede evaluarse formalmente
Los seres humanos tienen una tendencia natural a medir las cosas.
Por lo tanto, una reacción frecuente a la conceptualización de la salud
es la pregunta: “¿Cómo podría medirse?”.
La respuesta debe ser algo como, “Exactamente de la
misma manera en la que se puede medir el amor o la
belleza”.
Los constructos, conceptos, como las ideas que representan, no existen
como objetos materiales en el mundo físico. Por esto, no pueden ser
medidos realmente,
sino ser evaluados.
Como era de esperar, la OMS utiliza 100 indicadores
básicos para evaluar el estado de salud de países enteros. Por
desgracia, estos en realidad no se centran en
la salud per se. De los 27 indicadores que se incluyen
en la categoría de “estado de salud”, 25 tienen que ver
con la mortalidad o morbilidad humana, y dos con la fertilidad. Los 73 indicadores restantes se centran en
factores de riesgo de enfermedades (n = 21), el nivel
de cobertura de servicios de salud (n = 27) o diferentes
aspectos de dicho sistema (n = 27), como la calidad de
la atención, el acceso a los servicios, las características
de la fuerza de trabajo, la gestión de la información y
asuntos financieros (45).
Un enfoque mucho más lógico, como es el caso con
otros aspectos de la vivencia humana, es preguntarle a
la gente lo que piensa acerca de su propia salud, como
el punto de partida.
Aunque esto se ha hecho durante décadas como parte
de la investigación sobre la calidad de vida o en grandes estudios
poblacionales, la autopercepción de salud
(también llamada salud autopercibida, automedida o
autoreportada) rara vez se ha utilizado para orientar
decisiones políticas, financieras o clínicas, tal vez porque se
perciben como “demasiado débiles”.
Sin embargo, estas evaluaciones son fáciles y baratas
de obtener, han demostrado una respetable validez y
notable capacidad de predicción, y se alinean bien con
la nueva conceptualización de la salud (46).
Las evaluaciones se obtienen típicamente en respuesta a una única
pregunta que se formula típicamente
usando una de dos versiones altamente correlacionadas (47). La versión
americana normalmente se lee de
la siguiente forma: “
En general, ¿Cómo calificaría su salud
hoy: excelente, muy buena, buena, regular o mala?”. La versión
favorecida por la OMS casi siempre se presenta
así:
“En general, ¿Cómo califica su salud hoy: muy buena,
buena, regular, mala o muy mala?”.
Una vez que se obtienen las evaluaciones, estas pueden ser fácilmente
clasificadas en dos grupos. Cuando
se usa la versión americana de la pregunta, los individuos que optan
por responder “buena”, “muy buena”
o “excelente” podrían ser considerados como gozando de
salud positiva,
mientras que los que responden
“mala” o “regular” se consideran con
salud negativa.
Lo mismo podría hacerse con la versión de la OMS,
usando “buena” como el punto de corte.
La autoevaluación de la salud es una
herramienta fácil de usar, barata y
potente
A pesar del malestar que tales evaluaciones abiertamente subjetivas les
producen a quienes prefieren indicadores “fuertes”, tales como las
pruebas de laboratorio, las tasas de mortalidad o la esperanza de vida,
las evaluaciones de la autopercepción de salud han demostrado ser
altamente predictivas de la mortalidad a
corto y largo plazo posterior, incluso después ajustarse
con respecto al estado funcional, a conocidos factores
de riesgo de enfermedad y al estado socioeconómico,
o a la presencia de depresión y comorbilidad (48-54).
La autopercepción también ha demostrado poder
predecir la disminución de la función física (55,56), y
reducciones significativas en el uso salas de emergencia (57), así como
en los gastos agregados en servicios
de salud (58). La salud negativa, por otro lado, se ha
asociado con una duplicación de las tasas de mortalidad (53,59), así
como con una mayor prevalencia de la
larga lista de enfermedades crónicas incluyendo a las
cardiovasculares, y a los trastornos visuales y mentales
(49,60).
Cualquiera puede lograr una salud
positiva
Al considerar la salud no como un estado, sino como
una habilidad, la nueva conceptualización sugiere que
cada persona podría aspirar a gozar de buena salud.
Aún más, implica que la salud podría ser aprendida y
desarrollada, y abre la posibilidad para actividades de
formación y entrenamiento a todo nivel.
Más cercano a lo que trata este artículo, la nueva conceptualización de
la salud establece las bases para esfuerzos dirigidos a establecer
metas muy ambiciosas
para los entornos laborales en su totalidad y para otros
grupos humanos. A partir de ahora, es posible para
una empresa, una escuela, un hospital, un pueblo o
una ciudad el poder explorar formas en las que cada
uno de sus miembros pueda percibir su salud como
positiva. Por defecto o a propósito, esto haría visible
que el lograr niveles positivos de la salud requiere colaboración.
También hace visible y razonable la forma en la que las
evaluaciones de autopercepción de la salud han confirmado, muchas
veces, que la mayoría de las personas
se perciben a sí mismas como saludables, incluso en
presencia de múltiples condiciones crónicas (61-65).
Por ejemplo, una encuesta canadiense de más de 3.000
personas de 65 años o más mostró que el 77 % de las
personas que tenían dos enfermedades crónicas diagnosticadas, y el 51 %
de los que tenían tres o más, consideraron su salud como buena, muy
buena o excelente (66). Un estudio australiano ilustró además que la
mayoría de un grupo de personas (62 %) con cáncer
incurable consideraron su salud como buena o mejor,
mostrando también que las autoevaluaciones son potentes predictores de
supervivencia (55,67,68).
Estos datos confirman que cada persona tiene la oportunidad de
disfrutar niveles positivos de salud, por lo
que una pandemia completa de salud - una que afecte
a todos los seres humanos - es factible y potencialmente viable.
La salud positiva podría ser mantenida
y creada
Crear las condiciones para que cada ser humano pueda reportar salud
positiva requiere la presencia de dos
fuerzas simultáneamente: Una permitiría que las personas que ya
consideran su salud como positiva sigan
haciéndolo, y la otra que quienes perciban su salud
como negativa puedan moverse al extremo positivo
del espectro.
Esto es lo que Aaron Antonovsky notó en la década
de 1970 (69), cuando observó que aproximadamente
un tercio de las mujeres que se habían sido sometidas
a eventos extremadamente estresantes, como el Holocausto, se sentían
sanas, y eran capaces de tener una
vida plena.
Entrevistas en profundidad de estas mujeres le llevaron a formular una
nueva teoría que llamó
Salutogénesis. Esta palabra es una mezcla de un
término en latín
(
Salus, lo que significa salud) y uno en griego (
Génesis,
lo que significa
origen o fuente).
La salutogénesis, por lo tanto, exige una actitud proactiva en relación
a la salud, a diferencia del enfoque tradicional reactivo y centrado en
la enfermedad. También enfatiza el hecho de que la salud no es la
ausencia
de enfermedad y reconoce que incluso la ausencia de
enfermedad no garantiza la salud (70).
Antonovsky hizo hincapié en que la salud se mueve
a lo largo de un espectro que dibujó como una línea
horizontal entre la ausencia total de la salud (H-) y la
salud total de (H +), lo que también podrían considerarse como los
extremos de salud negativa y positiva,
respectivamente. Cada uno de nosotros está ubicado
en algún lugar de esta línea (22). Cuando nos encontramos con los
inevitables desafíos y factores de estrés
de la vida cotidiana, las tensiones resultantes podrían
alterar nuestra posición. En este punto, bien sea porque las fuerzas
patogénicas nos desbordan y nos desmoronan, nuestra salud se podría
mueve hacia lo negativo, o tenemos la capacidad para mantener o mejorar
nuestros niveles de salud positiva (71).
En la medida en que Antonovsky profundizó su estudio, concluyó que hay
dos grupos principales de factores que favorecen los movimientos hacia
la salud total.
Uno de estos grupos es conocido como
Recursos generalizados de
resistencia (RGR), los cuales son elementos
que una persona o grupo puede usar o reutilizar para
hacerles frente a los factores de estrés que son inherentes a la vida
humana, y que confieren protección contra
la salud negativa y refuerzan la capacidad para gozar
de salud positiva (72). Estos recursos, que probablemente equivalen a
lo que se conoce como
activos en la
literatura de la promoción de la salud (73,74), pueden
estar disponibles dentro de la persona o la sociedad en
general; pueden estar presentes en el entorno inmediato o distante;
pueden tener cualidades tangibles (por
ejemplo, viviendas, centros comunitarios, iglesias) o
inmateriales (por ejemplo, el conocimiento, la pasión,
habilidades) (75); o ser biológicos, subjetivos, y funcionales (76).
Una vez nos permitimos creer en la importancia de estos activos para
que las personas puedan
tener salud positiva, su abundancia se hace visible.
El otro grupo, conocido como
Sentido de Coherencia
(SDC), es como “sexto sentido” para la supervivencia
(77), e incluye tres componentes, los cuales serán desarrollados en
otras secciones del libro:
• Inteligibilidad: Este es el componente cognitivo que
le permite a una persona o grupo comprender al
factor estresante que enfrenta;
• Significatividad: Este es el componente de motivación, ya que le
permite a la persona o grupo desear
hacerle frente a la fuente de estrés;
• Manejabilidad: Este es el componente instrumental o de
comportamiento, que es impulsado por la
creencia de que se cuenta con los recursos necesarios para hacerle
frente al estresor.
Después de la muerte de Antonovsky en 1994, se añadió un cuarto
componente, la
cercanía o proximidad
emocional, la cual se relaciona con el grado en que una
persona tiene vínculos emocionales con los demás y se
siente parte de la comunidad que la rodea (78).
En resumen, las personas con un SDC fuerte creen que
puedan entender sus vidas y sentirse conectadas con
otros en la comunidad, perciben que tienen suficientes
recursos para gestionar las situaciones de estrés que se
les presenten, y perciben los factores de estrés como
suficientemente significativos como para invertir la
energía necesaria para enfrentarlos.
La promoción de la salud ha fallado
Obviamente, la teoría salutogénica no crea salud por sí
misma. La creación de la salud ocurre gracias a la mejora de nuestra
capacidad para movilizar activos con
eficacia para adaptarnos a los retos físicos, mentales
o sociales que se nos presenten en la vida, y a gestionarlos (79).
La esperanza asociada con la creación de la salud alcanzó su nivel más
alto en 1986, cuando se lanzó la
Carta de Ottawa para la Promoción de la Salud, motivando esfuerzos
internacionales que pudieran lograr
“salud para todos” en el año 2000, a través de actividades destinadas a
permitirles a las personas ganar
control sobre sus vidas, y mejorar su salud, respaldadas por cinco
pilares: políticas públicas, entornos de
apoyo, acciones comunitarias, habilidades personales,
y servicios de salud que fueran más allá de la medicina
curativa (80).
Lamentablemente, la Carta tuvo poco impacto. Treinta años después de su
lanzamiento, una nueva versión,
la Declaración de Shanghai fue anunciada con mensajes prácticamente
similares haciendo hincapié en la
importancia de la promoción de la salud. Aun cuando la estimación de los gastos nacionales o globales totales en la
promoción de la salud es muy difícil, dada la
pobreza de los datos disponibles, se acepta que el nivel
típico de inversión en promoción de la salud y en prevención, juntas,
es inferior al 5 % en total (81,82). Es
prácticamente imposible saber qué cantidad de fondos
asignan los países en sus presupuestos a la salutogénesis propiamente
dicha.
La medicalización podría alinearse con
la creación de salud
La medicalización es el término dado a la ampliación
del papel de la medicina hasta cubrir lo que antes se
consideraba como parte de eventos y experiencias de
nuestras vidas normales, convirtiéndolos en problemas
que requieren supervisión e intervención médica (83).
Este proceso se disparó a partir del punto en el que fue
obvio que los antibióticos eran capaces de controlar
infecciones, las que habían sido la principal causa de
mortalidad humana desde tiempos inmemoriales. Si
nosotros, los seres humanos, podemos controlar nuestro principal
asesino, concluímos, debe entonces ser
fácil conquistar todas las amenazas mortales restantes.
Lo que hemos presenciado desde la década de 1930
es una serie de guerras médicas, alimentadas por los
incesantes esfuerzos para encontrar y utilizar “balas
mágicas” (84), y para desarrollar “bombas inteligentes”, y “misiles”
para atacar con precisión al cáncer en
primer lugar, y más recientemente a la diabetes, a la
enfermedad cardiovascular, la obesidad, la artritis y la
demencia (85) y, por último, a la muerte (86).
En la medida en que los mercaderes de la inmortalidad
son capaces de vendernos sus productos, la medicina
gana más poder sobre todas las fases de nuestras vidas,
intentando controlarlas desde antes del nacimiento
hasta el final. Como Ivan Illich lo expresó tan profética
y conmovedoramente: “La salud, o el poder autónomo para hacer frente a
la adversidad, ha sido expropiada hasta el último suspiro” (87). Hoy en
día, casi
cada desafío físico, mental o social que enfrentamos
los seres humanos podría fácilmente ser considerado
como una condición que debe corregirse a través de
medios médicos (88).
La alta intensidad y el ritmo acelerado de la medicalización en la
sociedad han creado grandes obstáculos
para la creación de salud, debido a su énfasis en la patologización de
todos los aspectos de la vida y la forma
en la que se alimenta del miedo a la muerte.
Ahora, una nueva fuerza está emergiendo. Además de
la búsqueda de la inmortalidad, la medicalización parece estar
impulsando cada vez más lo que se ha denominado
amortalidad, la
creencia en nuestra capacidad
para detener el envejecimiento, y para evitar o ignorar
la decrepitud y la muerte (89). Esta nueva tendencia
podría proporcionar una oportunidad única para crear
un nuevo conjunto de incentivos para los políticos,
profesionales, académicos, filántropos, comunicadores y clínicos para
aceptar con entusiasmo las actitudes, conocimientos, habilidades y
comportamientos
necesarios para impulsar a la sociedad hacia la salutogénesis (90), sin
chocar con el poderoso complejo
médico-industrial (91).
Dada la relativa oscuridad que ha rodeado a la salutogénesis desde la
década de 1970 y la falta de sinceridad hacia la promoción de la salud
desde mediados de
la década de 1980, es poco probable que la noción de
una pandemia de la salud capture la imaginación y el
interés de los que actualmente tienen en sus manos las
palancas políticas y económicas del poder, al menos
en el corto plazo.
En lugar de esperar un milagro, o que la amortalidad
se convierta en una fuerza dominante en todo el mundo, un grupo de
colegas de diferentes regiones decidieron unir sus fuerzas a través de
fronteras tradicionales,
para buscar nuevas opciones para crear salud y acercar
a la pandemia cada vez más a la realidad. Este libro resume lo que se ha logrado hasta ahora, y actúa como
una invitación para colaborar a otras personas y grupos que ya están
trabajando en promoción de la salud
y salutogénesis.
Desatar o aun menos, completar una pandemia de salud positiva podría
parecer un sueño imposible hoy en
día. Sin embargo, hace tan sólo unas décadas se pensó que no se podía
aterrizar con seguridad en la luna
o decodificar el genoma humano. Con herramientas
relativamente primitivas, pero con liderazgo, una visión clara,
convicción y trabajo minucioso, los seres
humanos nos demostramos que estábamos equivocados. Ahora, masivamente
interconectados y armados
con conocimiento y herramientas de inimaginable poder, cada vez mayor,
ha llegado la hora para creer que
cada persona puede disfrutar de salud positiva hasta el
último suspiro (92) y - con un fuerte sentido de urgencia, compromiso,
generosidad, humildad y creatividad
- unir fuerzas y demostrar que tenemos razón
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Aceptado: Agosto 09, 2021
Correspondencia: Alejandro Jadad Bechara ajadad@gmail.com