Resumen
La paleo-oncología es el estudio de carcinomas y sarcomas en animales,
poblaciones humanas antiguas y sus precursores homínidos. Estas
poblaciones resultan informativas sobre las posibles influencias en el
cáncer de la evolución morfológica y funcional, la dieta, el estilo de
vida y otros factores
ambientales. La prevalencia del cáncer en poblaciones antiguas podría
haber diferido de la de los
humanos modernos, debido a diferencias sustanciales en la exposición a
agresores externos, por el envejecimiento, y la disponibilidad de las
intervenciones terapéuticas contemporáneas. Los datos físicos
disponibles sobre el cáncer en la antigüedad incluyen la evidencia de
su existencia en fósiles de animales y humanos, y en sus precursores.
Las dificultades de la investigación paleo-oncológica incluyen un
registro tisular limitado. Al evaluar el cáncer en restos antiguos,
también se debe abordar el problema
de la pseudopatología, en la que un cambio tisular observado puede
representar una lesión tumoral
antemortem o un artefacto
postmortem. Los descubrimientos
arqueológicos futuros y la aplicación de
técnicas de diagnóstico mejoradas pueden permitir que la
paleo-oncología proporcione contribuciones
a nuestra comprensión actual del cáncer.
Palabras clave: Paleo-oncología; genómica; precursores
homínidos; técnicas diagnósticas.
PALEO-ONCOLOGY
Abstract
Paleo-oncology is the study of carcinomas and sarcomas in animals,
ancient human populations and their hominid precursors. These
populations are informative concerning the possible
influences on cancer of morphologic and functional evolution, diet,
lifestyle, and other environmental factors. The prevalence of cancer in
ancient populations might have differed from that
in modern humans, because of substantial differences in exposure to
external aggressors,
aging and availability of contemporary therapeutic interventions. The
available physical data
concerning cancer in antiquity includes evidence of its existence in
animal fossils and ancient
humans and their precursors. The difficulties of paleo-oncologic
research include a limited soft
tissue record. In evaluating cancer in ancient remains, one must also
deal with the problem
of pseudopathology: whether an observed tumor change is an antemortem
pathologic lesion
or a postmortem artifact. Future archeological discoveries and the
application of improved
diagnostic techniques may enable paleo-oncology to make further
contributions to our current
understanding of cancer.
Keywords: Paleo-oncology;
genomics; hominid precursors; diagnostic technique.
¹ Fundación para la Investigación Clínica y Molecular
Aplicada del Cáncer (FICMAC).
² Grupo de Investigación en
Oncología Molecular y Sistemas
Biológicos (Fox-G), Universidad El Bosque. Bogotá, Colombia.
³ Grupo Oncología
Clínica y Traslacional, Clínica del Country,
Bogotá, Colombia.
⁴ Sección Oncología
Torácica y Laboratorio de Medicina
Personalizada del Cáncer, Instituto Nacional de Cancerología – INCaN,
Ciudad de México, México
Introducción
El cáncer es un trastorno de la proliferación celular
autónoma que se presenta en las plantas y animales
multicelulares. Las neoplasias crecen sin el tiempo habitual controlado
por la apoptosis y sin limitaciones
de espacio. La antropología biológica y la paleobiología proporcionan
métodos para tipificar el registro
fósil en animales (incluyendo primates) y homínidos
afectos por la enfermedad, esqueletos resguardados y
tejidos blandos preservados. Por otra parte, la paleooncología es el
estudio de las enfermedades tumorales,
benignas y malignas, en restos biológicos y registros
históricos en los animales, humanos y sus ancestros.
En el caso de los restos humanos se utilizan estrategias
paleopatológicas que permiten identificar y examinar
enfermedades en restos fosilizados o preservados (1).
Estos hallazgos y la información que deriva de ellos
se consideran en el contexto sociocultural y ambiental
original, junto con la genómica, paleoepidemiología, y
el origen arqueológico de los restos.
Hace poco se notificó el encuentro del primer cáncer
en la extremidad deformada de un
Centrosaurus
apertus, descubrimiento
que data de 76 millones de años, y
que fue hallado en Alberta, Canadá. Este espécimen se
confirmó mediante evaluación macroscópica, radiográfica e histológica
siguiendo el principio de homogeneidad entre especies, considerando que
los dinosaurios terópodos son más cercanos a las aves y reptiles,
lo que se aproxima a la realidad filogénetica y fisiológica de otras
especies menores. La neoplasia no estaba
completamente calcificada y se encontraba enmarcada
en islas dispuestas a lo largo del hueso. La mayor parte de la
arquitectura ósea había sido remplazada por
material osteoide neoplásico con formación de hueso
inmaduro con un patrón permeable que remplazaba la
cavidad medular (
Figura 1).
Curiosamente, el hueso se habría dividido en dos partes durante la vida
del
animal, indicando la presencia de una pseudoartrosis,
aunque este diagnóstico no se pudo confirmar en ausencia del segmento
proximal. Este caso excepcional,
se suma al sarcoma de Ewing
like
de un
Hadrosaurio
(dinosaurio pico de pato), a la descripción de lesiones
tumorales benignas en saurópodos, y al osteosarcoma
de una tortuga del Triásico definida con base en los
hallazgos macroscópicos y radiológicos (2,3).
Para la comprensión de la evolución ancestral de la enfermedad ha sido
especialmente importante el hallazgo del cáncer en los primeros
homínidos, evento que
liga la enfermedad al desarrollo biológico de la especie
y su senectud, contribuyendo con la comprensión colectiva de los
primeros factores de riesgo vistos en diferentes períodos de tiempo y
regiones geográficas (2).
Recientemente, David y Zimmerman sugirieron que
el cáncer es una enfermedad predominantemente moderna y “limitada a las
sociedades que se ven afectadas
por el estilo de vida de la contemporaneidad” (4); no
obstante, existe una notable cantidad de evidencia que
soporta que el cáncer hacía parte de sociedades y estructuras
poblacionales pasadas, hallazgos que soportan la compleja teoría que
integra diversos factores de
riesgo, incluida la dinámica de cambio de un entorno
culturalmente modelado (por ejemplo, la aparición
de los carcinógenos fabricados), la exposición a múltiples agresores
del ambiente (luz ultravioleta, radón,
y humo por combustión de diferentes materiales), y la predisposición
genética subyacente (mutaciones germinales y somáticas incidentales)
(5-7).
Figura 1. Esqueleto de Centrosaurus apertus con el peroné mostrado
en rojo. Reconstrucción tridimensional que
muestra la expansión del tumor (amarillo) distalmente en contraste con
la corteza normal (gris) y la médula (rojo).
Imagen de hematoxilina y eosina de la patología del tejido peroneal
(200X) y secuencia de cortes finos en sentido
axial donde se muestra el tumor. Modificado con autorización de
Ekhtiari S, Chiba K, Popovic S, et al. First case of
osteosarcoma in a dinosaur: a multimodal diagnosis. Lancet Oncol. 2020
Aug;21(8):1021-1022.
La presentación de neoplasias en el linaje humano extinto es rara.
Por el momento, dos reportes responden a la relación
más arcana con la enfermedad. El primero, deriva del
esqueleto juvenil de un
Australopithecus
sediba, fechado en 1.98 millones de años, y encontrado en el
sitio
de Malapa en Sudáfrica. Randolph-Quinney atribuyó
esta lesión espinal invasiva a un osteoma osteoide. El
segundo, un osteosarcoma de un metatarso recuperado en un miembro
colgante encontrado en la cueva
de Swartkrans (la cuna de la humanidad) que podría
corresponde a un
Homo ergaster
o
Paranthropus robustus
(
Figura 2). Las
estimaciones han indicado que la edad
de la lesión oscila entre 1.5 y 1.8 millones de años (8).
Como tal, la mayoría de los casos de cáncer en humanos se han
encontrado a lo largo del Holoceno
(alrededor de 11.000 años atrás). En 2005, Capasso
y colaboradores resumieron brevemente el hallazgo
de más de 125 individuos reportados en la literatura,
todos con evidencia de tumores benignos y malignos
bien preservados (9). Adicionalmente, en 2008, Strouhal y Nemecková
publicaron un manuscrito escrito en
checo, seguido de un artículo (2009), que resumió los
diagnósticos de cáncer esquelético a 250 individuos de
Europa, África y Asia (10,11). En un estudio de 3.967
restos esqueléticos individuales de 12 contextos funerarios
arqueológicos en Hungría, 13 tenían evidencia de
metástasis óseas, especialmente de patrón lítico. Aunque de estos y
otros estudios se desprende claramente
que el cáncer ya existía en el pasado, la prevalencia de
la enfermedad en restos humanos arqueológicos sigue
siendo subestimada debido a las limitaciones inherentes de los estudios
paleo-oncológicos (12).
En 2018, Hunt y colaboradores realizaron un recuento exhaustivo de los
hallazgos paleo-oncológicos descritos y reportados hasta la fecha
encontrando que estaban concentrados en 35 países que contemplaban 198
contextos funerarios y 272 individuos enfermos por cáncer.
Figura 2. Quinto metatarsiano de homínido que exhibe una masa ósea
semiesférica ubicada en la cara próximoventral del eje, contigua a la
cortical del hueso. Además, microtomografía axial que indica la
formación reactiva de
hueso nuevo a nivel subperióstico donde se forma un triángulo de
Codman. También, lesión exofítica osificada (en
forma de coliflor) y compromiso de la medular.
El mayor número de
casos se registró en el norte de Europa (51/18,7%),
seguida de cerca por el norte de África (46/17%).
La gran mayoría de los restos se descubrieron en el
Reino Unido y en Egipto. Aparte de la evidencia
paleoantropológica de tres homínidos tempranos, el
grueso de los individuos documentados se remonta
al 4.000 a.C. La evidencia de existencia de la enfermedad aumenta a
medida que el tiempo avanza, estando la mayoría de las pruebas entre
los años 1.499
y 1.000 a.C. (13). La
Figura 3
ilustra la distribución
global de los sitios arqueológicos y contextos funerarios que contienen
el mayor número de individuos
que presentan alguna evidencia de cáncer. Los datos
registrados en el estudio integrativo demostraron
que el 7,1% de los casos encontrados tuvieron cáncer entre los 0 y 19
años, y que el 20 y 39% fueron
adultos jóvenes y de edad media, respectivamente.
De forma similar, la mayoría de los individuos tenían metástasis óseas
(57%), siendo los diagnósticos principales el mieloma múltiple,
osterosarcoma,
carcinoma de nasofarínge, cáncer de próstata y de
seno, melanoma, y el cáncer de pulmón.
A continuación, se realiza una revisión detallada de la
evolución del cáncer desde la era paleozoica hasta la
antigüedad, así como el estudio de la enfermedad en
la Hominina incluyendo el
Homo
Sapiens.
Patología comparativa del cáncer
La mayoría de la patología tumoral ha sido descrita
en vertebrados, sin embargo, hay registro de tumores inducidos en
Drosophyla sp.. De igual forma,
Harshberger sugirió la presencia de neoplasias en invertebrados
menores, y Kaiser demostró crecimientos anormales
en plantas y animales inferiores (9). El cáncer fue descrito en uno de
los vertebrados vivos más simple, específicamente el desarrollo de
hepatomas en peces bruja
sin mandíbula. También se informó un condroma en
la vértebra lumbar de un pez elasmobranquio de la
especia
Squalus mitsukurii (cazón),
y un fibrosarcoma
en un
Raja macrorhyncha
(skate) (14). Ascendiendo a
lo largo de la escala biológica, el cáncer suele ser más
frecuente en los peces óseos (osteictios), linaje donde
se han encontrado tumores benignos (osteoma, condroma, osteocondroma) y
malignos (fibrosarcoma en
la aleta dorsal de una carpa, la aleta de una raya y en
la mandíbula de un bacalao) (14). De igual forma, se
han descrito osteosarcomas en las truchas y percas
trepadoras, linfomas y linfosarcomas en un lucio del
norte, e hiperostosis (osteomas) en peces mariposa,
peces lima, tai rojo, pez ángel, bacalao, lucio, platija,
corvina, peces planos, pez espada, pescado de carbón,
pescado de roca, trucha moteada, y carpas (15).
Figura 3. Distribución de los principales contextos funerarios
relacionados con restos que presentan indicios de
cáncer (modificado con autorización de Hunt KJ, Roberts C, Kirkpatrick
C. Taking stock: A systematic review of
archaeological evidence of cancers in human and early hominin remains.
Int J Paleopathol. 2018 Jun;21:12-26.).
Hasta el momento los anfibios parecen exentos (16),
mientras que en los reptiles modernos han sido comunes los adenomas de
paratiroides (tortugas) (17) y los
condromas en diversos representantes del genero Varanus. Asimismo, se
reportó el caso de un osteosarcoma
en la columna vertebral de una serpiente de pico rufo,
condrosarcomas en serpientes del maíz, y un osteocondrosarcoma en un
una
Natrix melanoleuca (18).
Las
serpientes también han exhibido neurofibrosarcomas
(víboras coreanas) al igual que un presunto melanoma
en una serpiente de los Everglades. La complejidad de
las neoplasias animales aumenta respecto de su evolución. Los linfomas
y leucemias parecen relativamente
frecuentes entre los reptiles salvajes modernos. La leucemia linfoide
se ha descrito en boas y en pitones, en
víboras rinocerontes, víboras de la muerte, y serpientes
nariz de cerdo. Además, el linfosarcoma se ha encontrado de forma
recurrente en cobras escupidoras (19).
Las neoplasias en aves son relativamente comunes,
pero se limitan estrictamente a los animales en cautiverio. En
poblaciones de aves silvestres, las neoplasias
parecen ser extremadamente raras si es que están presentes. Entre el 25
y el 33% de los pericos en cautiverio
la causa de muerte son las neoplasias, siendo especialmente frecuentes
los tumores hipofisiarios y los osteosarcomas. Entre los caninos
domésticos la prevalencia
de neoplasias aumenta a partir de los 6 a 8 años, hecho
de particular interés, considerando que la esperanza de
vida de estos animales oscila entre los 10 y 14 años.
Para otros animales mayores como los chimpancés,
sabemos que el 1,8% de las muertes en comunidades
silvestres se deben al cáncer. Los hurones parecen ser
especialmente sensibles a los tumores óseos y a las discrasias de
células plasmáticas, mientras las focas, los
leones y lobos marinos padecen usualmente linfosarcomas (20-22).
El cáncer antes que el hombre: el
registro fósil de las neoplasias
Uno de los casos más tempranos de cáncer se reportó
en un
Dinichthys, un pez
blindado de Cleveland, Ohio
que data del Devónico superior (hace 350 millones
de años) que presentaba una lesión de inmersión en
la superficie interna de la mandíbula inferior. Dicho
hallazgo se interpretó como el resultado de la resorción ósea por
infiltración tumoral, sin poder descartar
trauma. A pesar de las dudas, la primera opción favorece el diagnóstico
de una lesión del piso de la boca en
uno de los primeros vertebrados que habitó la tierra
(23). El primer dato inequívoco de una neoplasia se
evidenció en el esqueleto parcial de un
Phanerosteon
mirabile, un pez fósil del carbonífero inferior (hace 300
millones de años) (24). La patología se presenta como
el clásico osteoma de pescado que incluye una hiperostosis focal a
nivel frontal. Estos dos ejemplos de,
registro fósil muestran que se produjeron neoplasias en
la mayoría de los vertebrados que vivieron en la era
Paleozoica. También hay casos bien documentados y diagnosticados entre
los animales terrestres que vivieron en el Jurásico, y en mayor grado
alrededor del
Cretácico (entre los 200 y 70 millones de años) (16).
De hecho, se han descrito lesiones óseas en las vértebras de
Mosasaurus, en los huesos largos de
Platecarpus,
y en la escapula izquierda de un
Pachyrhinosaurus (25).
La literatura también reúne descripciones de exostosis
en
Triceratops (Mesozoico) de
Norte América, fusiones
vertebrales con excrecencias tumorales en saurópodos
encontrados en Wyoming, y metástasis costales en un
Apatosaurus gigante. Este
último espécimen presentaba
una masa subredondeada con superficie multilobulada
implantada en la superficie costal externa (
Figura 4).
La paleopatología también reconoció un hemangioma
en el centro vertebral de un dinosaurio terrestre encontrado en la
Formación Morrison (Utah) y un condrosarcoma en un
Allosaurus fragilis, hallazgo que
conformó
una gran masa de hueso recién formado con extensión
a los tejidos blandos. El mieloma múltiple tomó relevancia a partir de
la evidencia de compromiso óseo en
la escama craneal de un
Torosaurus
latus y en un dinosaurio ornitisquio. Estos hechos podrían estar
asociados al impresionante tamaño alcanzado por muchos
representantes de este grupo durante la última parte del
Mesozoico, evento que podría adjuntarse a múltiples alteraciones
endocrinas, especialmente el aumento en la
secreción de hormona del crecimiento que podría haber
favorecido la generación de tumores (26).
Al final de la era Mesozoica (paso del Cretácico al Terciario, también
conocido como límite K-T) la extinción
afecto la vida en la tierra con la desaparición de millones de especies
animales, y el surgimiento evolutivo
de los mamíferos (27). A pesar de los grandes cambios
que afectaron a diversas poblaciones animales, durante las eras
Terciaria y Cuaternaria, la prevalencia de
neoplasias se mantuvo constante. Al menos, hay varias docenas de
informes provenientes de diferentes latitudes en relación a la
presencia de defectos óseos en
bóvidos terciarios, y otros posiblemente benignos en
Nototerium sp., Canidae y
Ursusus spelaeus. Aunque algunos
investigadores consideran la hiperostosis como
parte de un proceso de envejecimiento normal, otros
han demostrado que en el ámbito de la paleo-oncología constituyen
verdaderas neoplasias, en especial, en algunas especies con lesiones
focales como la
Platax artriticus
y
Aphanius crassicaudatus del
Mioceno. Observaciones posteriores atribuyeron el desarrollo de
lesiones
óseas, al menos en parte, a la salinidad del hábitat. La
hiperostosis focal en peces y la paquostosis en sirenidae podrían ser
adaptaciones fenotípicas por parte de
estos animales acuáticos al aumentar su peso corporal
y así facilitar la movilidad en espacios poco profundos
e hipersalinos. No obstante, se han encontrado osteocondromas
hereditarios múltiples en
Canidae
del Oligoceno (
Hesperocyon sp.)
(28).
Figura 4. Fragmento de la costilla derecha de un gran dinosaurio,
Apatosaurus sp., que presenta una masa subredondeada con superficie
multilobulada y alta densidad radiográfica (Jurassic, Wyoming, EE. UU.;
muestra 323 del
Museo Universitario, Chieti).
Las neoplasias derivadas de los tejidos dentales también están bien
registradas en los fósiles del Terciario
y Cuaternario, en especial porque son el tejido animal
más duro (29). Se han informado odontomas en ungulados terciarios de
Argentina, en caballos tempranos
fosilizados, en mamuts europeos, en algunos elefantes
fósiles japoneses, y en morsas. También hay claros
ejemplos de malignidad en el mismo espacio temporal, incluido el
osteosarcoma de un búfalo del Pleistoceno y de una capara del Holoceno,
así como múltiples condrosarcomas de algunas especies de Canidae
mantenidas en fósiles (30).
Cáncer en poblaciones humanas
antiguas
Los paleopatólogos han pasado décadas discutiendo los
hallazgos de la mandíbula de Kanam, un fragmento de
ramificación mandibular atribuible a un
Homo erectus
encontrado en Kenia que presentaba un extraño crecimiento patológico en
la región sinfisiaria del hueso.
Inicialmente se consideró que la protuberancia correspondía a un
linfoma Burkitt (31) sin poder descartar
un sarcoma osificante o un callo óseo sobreabundante
asociado con una vieja fractura no curada (32,33). Este
caso que data de 1.5 millones de años, fue una de las
primeras neoplasias registradas en un homínido extinto,
que vivió entre 2 millones de años y 117.000 años antes del presente
(Pleistoceno inferior y medio) (
Figura
5). Los
Homo erectus
clásicos habitaron en Asia oriental
(China, Indonesia) y en África, donde se han hallado
restos de fósiles afines que con frecuencia se han incluido como parte
de la familia del
Homo ergaster.
En la actualidad, se considera que las poblaciones africanas son
los antepasados directos de varias especies humanas,
como el
Homo heidelbergensis
y el
Homo antecessor, dada
su relación directa con los neandertales, los denisovanos, y finalmente
los humanos modernos (33).
Por otra parte, exploraciones hechas en miles de fósiles óseos
pertenecientes a hombres de Neardental
en Europa han permitido registrar varias alteraciones
tumorales típicas. En el hueso parietal Stetten II (de
Alemania, que data de unos 35.000 años a.C.) se documentó la presencia
de un meningioma (por el momento la evidencia no es conclusiva) (34).
Sin embargo,
los tumores meningoteliales se volvieron frecuentes en
muchas poblaciones humanas antiguas tras la aparición de una lesión
notable en la base del cráneo de un
esqueleto de Egipto perteneciente a la primera dinastía
(35). Por otra parte, estas lesiones también han estado
presentes en restos pertenecientes a la América prehistórica, con
especial énfasis en restos del Perú y de Chile
(36,37). En adición, las exostosis cartilaginosas se han
registrado en esqueletos propios de la decimosegunda
dinastía. También estaban presentes en el sur de Europa, donde también
se registró el primer hemangioma,
y posiblemente un condrosarcoma que afectó a un joven celta alrededor
de 800-600 a.C., quien padeció el
dolor de una neoformación en la metáfisis del húmero.
Lesiones óseas primarias
Algunas de las lesiones más representativas pertenecen al antiguo
Egipto. Un joven individuo que padeció un enorme osteosarcoma hacia el
año 250 d.C. se
documentó y reportó hacia 1930. El tumor presentaba
el típico patrón radiográfico en rayos de sol, infiltraba la medula y
los tejidos blandos adyacentes (38). De
igual forma, se describió un tumor cigomático de bajo
grado en una mujer de la prehistoria encontrada en la población de Oahu
en Hawai, otro mandibular en un
varón joven de la necrópolis sajona de Standlake (Inglaterra), y varios
originados en la edad media en la
Republica Checa y en Grancia (39,40).
Figura 5. Mandíbula de Kanam. Cuando Louis Leakey se sentó a
relatar el descubrimiento de lo que podría ser el
primer signo de cáncer en el género Homo, lo primero que recordó fue el
barro. Era el 29 de marzo de 1932, a mitad
de camino de la Tercera Expedición Arqueológica de África Oriental, y
había llovido tanto y con tanta fuerza que
tomó una hora conducir las cuatro millas desde el campamento en
Kanjera, cerca de la orilla del lago Victoria, hasta
el Camas fósiles de Kanam West. En el momento en que él y su
tripulación se abrieron paso, estaban cubiertos
por lodo negro y, en poco tiempo, Leakey, que apenas comenzaba una
ilustre carrera como antropólogo, estaba de
rodillas buscando huesos recién expuestos. Entonces, estaba sacando los
restos de un cerdo extinto cuando uno
de sus trabajadores kenianos, Juma Gitau, se acercó con un diente roto
que acababa de extraer de un acantilado.
Deinotherium, señaló Leakey, una criatura prehistórica parecida a un
elefante que vagó por África hace mucho
tiempo. Gitau regresó para buscar más, y mientras rascaba la pared del
acantilado, se desprendió una pesada masa
de arcilla calcificada. Lo cortó con su pico para ver qué había dentro:
más dientes, pero no Deinotherium. Estos se
parecían a lo que un odontólogo podría reconocer como premolares
humanos, todavía incrustados en el hueso,
sin embargo, provenían de una capa de sedimento depositada, según creía
Leakey, a principios del Pleistoceno,
hace aproximadamente un millón de años. La mandíbula de Kanam se
convirtió rápidamente en una sensación. “No
solo el fragmento humano más antiguo conocido de África”, proclamó
Leakey, “sino el fragmento más antiguo de
Homo verdadero descubierto hasta ahora en cualquier parte del mundo”.
Fue, insistió, un precursor directo de todos
nosotros. Como muchos de los entusiasmos de Leakey, éste resultó
controvertido. Los antropólogos siguen divididos
sobre si el Homo kanamensis (Homo ergaster), como lo llamó Leakey, era
tan antiguo como creía. Algunos de ellos
han llegado a considerar que el espécimen es una mandíbula más
reciente, de mediados a finales del Pleistoceno,
que se había lavado en un entorno mucho más antiguo. Cualquiera que sea
su pedigrí o edad precisa, el hombre
de Kanam ya no se considera notable por su antigüedad sino por un
crecimiento anormal en el lado izquierdo de
la mandíbula. En el momento del descubrimiento, había parecido una
molestia, lo que restó valor al hallazgo de
Leakey. Estaba trabajando en sus habitaciones del St. John’s College de
la Universidad de Cambridge, limpiando
cuidadosamente la muestra, cuando sintió un bulto. Pensó que era una
roca. Pero mientras seguía picando, pudo
ver que el bulto era parte de la mandíbula fosilizada. Se lo envió a un
especialista en anomalías mandibulares en el
Royal College of Surgeons of England, quien lo diagnosticó como un
osteosarcoma. Otros permanecían en duda,
incluso hasta el 2007 cuando varios hombres de ciencia escanearon la
mandíbula con un microscopio electrónico
llegando a la conclusión de que podría tratarse de otra patología.
En la literatura
paleopatológica también se han descrito otras formas
neoplásicas extremadamente raras como el histiocitoma en Egipto (41),
osteoclastomas en Inglaterra e Italia (42), y la Enfermedad de
Hand-Schuller Christian
en un nativo americano prehistórico de Nueva York.
De forma similar, granulomas eosinofílicos en un niño
nativo americano prehistórico de Illinois, y un posible sarcoma de
Ewing en el cráneo de un joven de la
Edad de Bronce en Tartaren, España (43). Desde un
punto de vista diacrónico es interesante anotar que las
lesiones tumorales óseas no se distribuyeron de forma
homogéneamente entras las épocas; en Europa, solo el 13,6% de las
lesiones ósea datan de las Eras de Hierro
y Bronce, mientras que el 38,6% y el 47,7% corresponden a tumores de
restos del primer y segundo milenio
después de cristo. Una imagen opuesta aparece para
los tumores encontrados en esqueletos egipcios, donde
el 71,2% de los casos pertenecen al periodo precristiano, y el resto
son posteriores al nacimiento de Cristo.
Esta distribución podría estar relacionada con la densidad poblacional,
el número de viviendas, y el nivel de
agregación que parecía ser alto en el noreste de África,
que aumentó en la época posmedieval en Europa, y
que no se modificó significativamente en la América
precolombina (43).
Metástasis óseas
Se han encontrado huesos con depósitos metastásicos
en esqueletos de la Edad del Hierro y del Bronce, así
como entre los sajones, en especímenes de la baja edad
media de Dinamarca, en diversas dinastías egipcias y
en el nuevo mundo. La mayoría de los eventos están
asociados a granulomas eosinofílicos, mieloma múltiple o carcinomas
prostáticos (44). Una de las menciones más emblemáticas pertenece a una
mujer joven
hallada en Irak, y otro esqueleto perteneciente a un
hombre adulto maduro con un carcinoma de próstata, ambos fechados
alrededor de 3.100 a.C. Gerszten
reportó el hallazgo de lesiones en los huesos de una
mujer de 45 años hallada en la región andina del norte
de Chile (750 a.C.), patología que sugiere un cáncer
de seno metastásico por la distribución del daño que
seguía un patrón blástico en el cráneo, la columna vertebral, el
esternón, uno de los fémures, y la pelvis (45).
No obstante, un gran número de hallazgos permanecen en incertidumbre
debido a las dificultades que entraña el diagnóstico de las lesiones
líticas en los huesos
humanos secos o fosilizados (
Figura 6).
Las discusiones iniciaron con algunos casos de Eurasia conocidos
por el cumulo de Mokrin (ex Yugoslavia) que datan
del año 1.900 a.C., lugar donde se encontró el esqueleto de una mujer
anciana con lesiones que podrían
sugerir un proceso degenerativo versus la evolución
natural de un cáncer de seno. De forma similar, casos
provenientes de Rusia, Polonia, Hungría, Inglaterra,
Dinamarca, y Suiza, todos con el común denominador de la ausencia de
confirmación radiológica o histológica. Mejor suerte han tenido los
hallazgos recientes
de lesiones líticas encontradas en poblaciones americanas
precolombinas, especialmente provenientes de
nativos documentados en California, Kentucky, Perú
y la isla de St. Lawrence en Alaska (9).
Tumores de tejidos blandos
Ocasionalmente se han descrito neoplasias primarias
de los tejidos blandos en restos de momias, siendo representativo el
caso de un niño de 12 a 18 meses descubierto por Gerszten y Allison que
informaron la presencia de un rabdiomiosarcoam de la mejilla en una
momia masculina del norte de Chile (300-660 d.C.)
(46). Igualmente, se han descrito melanomas metastásicos en momias
incas de más de 2.400 años de historia (47). Desde una perspectiva
paleoepidemiológica
se ha calculado que alrededor del 15% de las neoplasias del Egipto
dinástico eran carcinomas nasofáringeos (
Figura 7), distribución dramática si
se considera
la incidencia actual de este carcinoma que n excede
el 0.25% (48). La situación resultaba completamente
diferente en la antigua Eurasia, donde solo hay registro de un caso
originado en este segmento anatómico
con extensión a los senos paranasales en un cráneo
de Tepe Hissar, Irán (3.200 a 2.000 años a.C.) (49).
El alto número de casos de carcinoma nasofaríngeo
documentados en el antiguo Egipto podría representar
el vínculo primario con un carcinógeno viral, el contacto original con
el virus de Epstein Barr y su oncogén LMP-1. Desde entonces, esta
neoplasia sigue un
patrón poblacional que afecta con mayor frecuencia
algunas partes de África, incluyendo Túnez, Argelia,
Marruecos, Sudán y parte de África oriental. En adición, Singapur,
Tailandia, Vietnam, el sur de China y
Alaska. En la última región la prevalencia del tumor puede alcanzar
hasta el 20% de las neoplasias malignas, posiblemente en asociación a
la variante Alaskan
de LMP-1 (50). Los pobladores de esta región también
tienen una mayor exposición a carcinógenos químicos
de la flora local incluyendo los diterpenoides propios
del
Clerodendrum eriophyllum
y de la
Euphorbia resinífera.
Figura 6A. Caso probable de leucemia linfoide aguda en
un esqueleto de un individuo del Antiguo Egipto, fechado
al final del Primer Período Intermedio y el comienzo del
Reino Medio (c. 2160-2000 a.C.). La excavación del
Templo de los Millones de Años de Thutmosis III ubicado
en el-Assasif (Luxor, Alto Egipto) recuperó un total de 41
individuos completos de una necrópolis y en una tumba
asociada ubicada cerca del muro del recinto norte. El
individuo, un varón de 16 a 21 años, presentaba una
enfermedad grave que afectaba a todo el esqueleto
con lesiones osteolíticas y áreas de formación de
hueso nuevo. Se realizó un examen macroscópico
con aumento, una radiografía y análisis patológico
que sugirieron como primera opción la presencia del
diagnóstico descrito (Figura modificada con autorización
de Isidro A, Seiler R, Seco M. Leukemia in Ancient
Egypt: Earliest case and state of the art techniques for
diagnosing generalized osteolytic lesions. International
J Osteoarcheol. 2019;29(2):273-280.). B. Extensas
lesiones osteolíticas y osteoblásticas en los restos óseos
de un hombre adulto excavados en un cementerio de
la Edad del Bronce Temprana que data de 4.556 años
A.c., ubicado en la región Cis-Baikal de Siberia (Rusia).
Las lesiones líticas variaban en tamaño desde varios
mm hasta más de 60 mm de diámetro y tenían bordes
irregulares apolillados. Muchas de estas lesiones
destruyeron el hueso trabecular, aunque a menudo se
pudo observar un caparazón ahuecado de hueso cortical
(Figura modificada con autorización de Lieverse AR,
Temple DH, Bazaliiskii VI. Paleopathological description
and diagnosis of metastatic carcinoma in an Early
Bronze Age (4588+34 Cal. BP) forager from the CisBaikal region of
Eastern Siberia. PLoS One. 2014 Dec
3;9(12):e113919.).
Porque la baja frecuencia del cáncer en
las poblaciones humanas antiguas
A partir de la evidencia paleo-oncológica parece evidente que el cáncer
resultaba infrecuente en la antigüedad humana. Un motivo plausible es
que las neoplasias pudieron conducir rápidamente a la muerte
en contraposición al ahora, afectando en alguna proporción la esperanza
de vida al nacer (que en la antigüedad rodeaba los 32 a 39 años). Sin
embargo, es
indudable que la prevalencia de la enfermedad ha aumentado
progresivamente en el tiempo, y en especial,
durante el último siglo. Por ejemplo, en Alemania la
mortalidad por cáncer en 1900 era solo del 3,3%, pero
había uamentado a más del 20% en 1970, y cerca de
del 46% en la década de 1990. Además, sabemos que
aproximadamente la mitad de los hombres y un tercio de las mujeres
desarrollarán cáncer a lo largo de
sus vidas (51). Estos datos soportan que la expansión
de la enfermedad corresponde a un evento biológico
relativamente reciente. El fenómeno evolutivo se ha
relacionado tentativamente con el envejecimiento de
la población en la modernidad, de hecho, en los países con altos
ingresos la esperanza pasó de 30 a 40
años hasta 70 a 80 años en la menos de un siglo. Para
el año 2000, más del 85% de las muertes por cáncer
en Estados Unidos se produjeron en sujetos mayores
de 55 años, evento diferencial con la antigüedad donde más del 90% de
los restos enfermos por murieron
antes de los 30 años (52). Sin embargo, estos datos
no soportan la variación temporal, de hecho, cabe
considerar la posibilidad de que las causas de cáncer
puedan diferir en tipología e intensidad respecto de
la antigüedad.
Figura 7A. Cambios osteolíticos en el paladar duro por un carcinoma
primario de nasofaringe en un hombre de
35 a 45 años encontrado en el cementerio cristiano I en Sayala, Nubia
egipcia. B. El examen histológico mostró
lagunas osteoclásticas agrandadas y confluentes (*) en la superficie
del paladar óseo, inmediatamente debajo de la
mucosa oral momificada (tomado con autorización de Strouhal E. A case
of primary carcinoma from Christian Sayala
(Egyptian Nubia). J Paleopathol. 1990;3:151-66.).
Considerando la tipología, es notable que los humanos
antiguos fueron excluidos de la exposición a carcinógenos sintéticos
modernos, incluidos algunos factores
físicos como la radioactividad ambiental generada
por las pruebas nucleares que iniciaron hacia 1950.
De igual forma, múltiples agentes químicos responsables de la
contaminación en los espacios urbanos. En
el pasado, los homínidos primitivos y humanos de la
antigüedad no tenían hábitos sociales determinados,
solían vivir en espacios abiertos, y muchos seguían
conductas nómadas. Las ocupaciones domésticas y el
trabajo en interiores aumentaron significativamente
la exposición al gas radón, así como al uranio y otros
metales pesados. Un ejemplo que permite valorar el
impacto de la exposición interior prolongada en el pasado se dio en
Herculano durante el siglo I d.C., y en
la Nueva Guinea Montañez. En ambas situaciones,
la contaminación interior aumentó la exposición al
humo por combustión de leña, el uso de aceites, o de
lámparas alimentadas con grasa animal. En los dos
entornos se incrementó el índice de enfermedades pulmonares, incluido
el cáncer.
El cáncer como estrategia evolutiva
Mediante el estudio de la evidencia de neoplasia en los
fósiles, se han recopilado pruebas de que algunos animales han adoptado
la generación de tumores como
estrategia biológica de evolución. El pez del género
Pachylebias que vivían en las
aguas hipersalinas del mar
Mediterráneo hace unos 8 millones de años, adoptaron la paquiosis para
facilitar la inmersión en el agua
altamente densa gracias al aumento del peso de sus
esqueletos gracias al desarrollo de hiperostosis difusa.
Una estrategia similar fue dispuesta por mamíferos
pertenecientes al grupo Sirenidae del Oligoceno (hace
unos 30 millones de años), que adquirió un hueso de
alta densidad en el esqueleto axial para consentir la
navegación en el fondo de las aguas poco profundas.
La presencia de estos 2 grupos de animales acuáticos,
tanto extintos como vivos, muestra que las neoplasias
fueron adoptadas para obtener ventajas ambientales
(
Figura 8). De hecho, aunque
las neoplasias representas una condición patológica, la desventaja
individual
fue compensada en gran medida por la ventaja para
toda una especie. En este sentido, se podría afirmar
que algunas neoplasias fueron adoptados y utilizadas
por algunos animales como estrategia para diferenciarse y aumentar su
adaptabilidad (9). Este hecho permitió que la patología sobreviviera
generación tras generación durante millones de años.
También, sabemos que algunos tipos de cáncer pueden
haber desaparecido. Por ejemplo, Moodie describió una lesión lítica en
un cráneo humano precolombino
de Perú que se debió a una forma de cáncer desconocido en la actualidad
(incluso por análisis histológico) (53). La existencia de posibles
formas extintas de
cáncer indica que pueden ser consideradas como un
fenómeno que evoluciona en estrecha asociación con
los vertebrados hospederos. Las formas extintas y las
formas de neoplasias de larga duración en la historia
muestran una posible imagen de la coevolución de la
enfermedad sobre la historia de la vida en la Tierra.
Figura 8A. El Pachylebias crassicaudus (Agassiz) es un pez fósil
ampliamente distribuido por el perfilcontinental de
Italia y Creta. Su detallado estudio anatómico permite evaluar su
estado dentro de la subfamilia Cyprinodontinae. B.
Los sirénidos (Sirenidae) son un clado antiguo compuesto de 4 especies
de anfibios caudados que se distribuyen
en el sureste de los Estados Unidos, Asia y el noreste de México.
Exhiben cuerpos alargados adaptados a una vida
completamente acuática, ausencia de dientes pedicelados, extremidades
reducidas (careciendo de las posteriores)
y pedomorfismo al retener las branquias en la etapa adulta, el sistema
de la línea lateral facilita una alimentación por
succión (aunque poseen una mandíbula móvil).
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Recibido:
Diciembre 15, 2020
Aprobado: Diciembre 16,
2020
Correspondencia:
Andrés F. Cardona
andres.cardona@clinicadelcountry.com