Resumen
Introducción: La oncología
clínica o médica (OC) es una rama de la medicina interna que se ocupa
de la prevención, diagnóstico y tratamiento del cáncer principalmente
mediante el uso de terapias
sistémicas. Como disciplina, la OC se ha desarrollado principalmente
durante los últimos 60 años.
En Colombia, la OC se ha desarrollado principalmente desde mediados de
la década de 1980 hasta la
actualidad. Este estudio tiene como objetivo describir la historia de
la OC en Colombia a través de las
opiniones expresadas por pioneros en la disciplina.
Métodos:
Se identificó un grupo de los primeros
OC (o hemato-oncólogos) con entrenamiento formal rastreable en
programas de formación en oncología hospitalarios / universitarios que
ejercen en Colombia (Col-eCO). Se envió una invitación a
una entrevista. La fuente principal es la entrevista grabada y
semiestructurada que se realizó a los que
aceptaron la invitación. Se elaboró un libro blanco basado en
entrevistas.
Resultados: Se
identificaron
e invitaron 17 COL-eCO, 17/17 aceptaron la entrevista. Dos de los
potenciales Col-eCOs fallecieron:
Diego Noreña y Jaime Palma. Todos, menos uno, los COL-eCO que empezaron
a trabajar en Colombia en la década de los 80 se formaron en el
extranjero: Herman Esguerra (Canadá, 1985), Javier
Godoy (París, 1985), Carlos Castro (Canadá, 1985), Álvaro Gómez
(Bogotá, Colombia), 1988), Juan
Guillermo Restrepo (Estados Unidos, 1989). La principal fuente de mano
de obra oncológica durante
la década de 1990 fue el Instituto Nacional de Cancerología y el
Hospital Militar, ambos en Bogotá.
Pero también se identificaron Col-eCOs capacitados en México,
Argentina, Estados Unidos y Costa
Rica. Más recientemente, han surgido dos programas de capacitación para
OC en Cali. La práctica de
oncología de vía única en Colombia está en su infancia con solo dos
Col-eCO de segunda ola (Sandra
Franco y Andrés Cardona). La atención multidisciplinar fue reconocida
como la principal característica diferenciadora de la atención de
calidad del cáncer por todos los entrevistados.
Conclusión: La fuerza laboral de
oncología clínica ha logrado un progreso notable en Colombia desde su
ausencia virtual
a principios de la década de 1980, hasta un campo próspero con varios
centros de capacitación formal
en hospitales y universidades en el país (Bogotá y Cali). La
dependencia en la formación extranjera ya
no es fundamental. La atención multidisciplinaria del cáncer se está
convirtiendo en la norma, pero la
práctica de una sola vía aún no se ha adoptado ampliamente.
Palabras clave: Entrevista; educación médica;
radioterapia; Historia.
ORAL HISTORY OF CLINICAL ONCOLOGY IN COLOMBIA:
INTERVIEW TO THE PIONEERS
Abstract
Introduction: Clinical (or
medical) oncology (CO) is a branch of internal medicine that deals
with the prevention, diagnosis and treatment of cancer mainly through
the use of systemic
therapies. As a discipline, CO has developed over the last 60 years. In
Colombia, CO has developed from mid-1980s, until today. This study aims
to describe the history of CO in Colombia
through the views expressed by pioneers in the discipline.
Methods: A group of the earliest
COs (or hemato-oncologists) with traceable formal training in an
hospital/university-based
oncology training programs practicing in Colombia were identified
(Col-eCOs). An invitation
to an interview was sent. The primary source is the recorded,
semi-structured interview that
was carried out in those accepting the invitation. An interview-based
white paper was devised.
Results: 17 Col-eCOs were
identified and invited, 17/17 accepted the interview. Two of the
potential Col-eCOs are deceased: Diego Noreña and Jaime Palma. All, but
one, Col-eCOs
starting to work in Colombia in the 1980s were trained abroad: Herman
Esguerra (Canada,
1985), Javier Godoy (Paris, 1985), Carlos Castro (Canada, 1985), Álvaro
Gómez (Bogotá,
Colombia, 1988), Juan Guillermo Restrepo (US, 1989). The main source of
oncology workforce during the 1990s were the Instituto Nacional de
Cancerología, and the Hospital Militar,
both in Bogotá. But Col-eCOs trained in Mexico, Argentina, US, and
Costa Rica were also
identified. More recently, two training programs for CO have sprung in
Cali. Single-track oncology practice in Colombia is in its infancy with
only two second wave Col-eCOs (Sandra Franco
and Andrés Cardona). Multidisciplinary care was recognized as the main
differentiating characteristic of cancer quality care by all
interviewees.
Conclusion:
Clinical oncology workforce
has made a remarkable progress in Colombia from its virtual absence in
the early 1980s, to a
thriving field with several hospital and university-based formal
training centers in the country
(Bogota and Cali). Reliance in foreign training is no longer critical.
Multidisciplinary cancer
care is becoming the norm, but single-track practice has yet to be
widely adopted.
Keywords: Interview;
Medical education; Radiotherapy; History
<
¹ Clínica de Oncología, Astorga, Medellín. Clínica SOMA,
Medellín.
Introducción
El tratamiento del cáncer ha pasado por el manejo loco-regional con
cirugía y radioterapia con su auge hasta el segundo tercio del siglo
XX. Posteriormente, la
importancia de la oncología clínica se ha reconocido
con el advenimiento del progreso asociado a terapias
sistémicas como quimioterapia, terapia endocrina, y
terapia dirigida a dianas moleculares. En Colombia,
la oncología clínica es una disciplina joven en la que los principales
actores que iniciaron la tradición oncológica están con vida y
continúan profesionalmente
activos. Esta circunstancia tan particular permite que
se pueda realizar una historia oral de la oncología en
Colombia, en boca de sus actores, por medio de la
entrevista. La entrevista como fuente primaria tiene
la ventaja de permitir explorar las ideas subyacentes,
motivaciones y otras construcciones cognitivas que
no siempre son discernibles ante los hechos, en sí. El
peligro de la entrevista es la distorsión inherente a la
perspectiva de la primera persona. No obstante este
peligro, se considera que el aporte in totum de esta colección de
entrevistas permiten vislumbrar una serie de
elementos comunes a todos (o, al menos, la mayoría)
de los pioneros de la oncología que signaron su actuar
profesional. En el peor de los casos, este documento
puede ser un punto de partida para el diálogo sobre la
historia viva de la oncología colombiana.
Métodos
Se identifican los primeros oncólogos con entrenamiento específico
acreditado en oncología o hematooncología en Colombia. Para efectos de
este artículo,
se considera entrenamiento específico aquel de tiempo
exclusivo en oncología de al menos dos años (3 si corresponde a
hemato-oncología) después de terminada
una formación de al menos tres años en medicina interna o cuatro años
en oncología. Se invitan a una entrevista semiestructurada diseñada por
el autor. También se invitan oncólogos que sin ser los primeros, son
los pioneros de movimientos dentro de la oncología
destinados a convertirse en el actuar usual dentro de la
especialidad. Las entrevistas son grabadas como documento primario del
documento final. Se hace el mejor
esfuerzo para armonizar las diferentes fechas en forma
coherente. Para uno de los oncólogos pioneros ya fallecidos, se
utilizan fuentes secundarias. Se construye
un documento con los aspectos sobresalientes de esas
entrevistas, seleccionados por el autor.
Resultados
Herman Esguerra Villamizar – 1985 (año
en que inició su práctica de la oncología en
Colombia)
Nace en Pamplona, Norte de Santander. Su primera
inclinación es hacia la psiquiatría. Rota durante sus
años de pregrado en la Universidad Nacional por un
servicio de psiquiatría y concluye: “aquí no hay buen
producto.” Se refiere a la posibilidad de mejorar a la
gente. Se decide por medicina interna en la universidad Javeriana, que
por ese entonces proporcionaba la
posibilidad de asistencia docente en el Instituto Nacional de
Cancerología (INC), aunque no contaba con
el servicio de oncología clínica. Este, se denominaba
servicio de quimioterapia y estaba a cargo del doctor
Luis Carlos Martínez, uno de los precursores de la
oncología clínica. Esta atención era el último refugio
para los pacientes con cáncer, cuando sus médicos tratantes
consideraban que ya no había ninguna cirugía
o radioterapia adicional que administrar. Allí llegaban
esos “náufragos de la muerte”, en palabras del doctor Esguerra, antes
de fallecer. Estamos a principios
de la década de 1980. Darío Maldonado, legendario
pneumólogo jefe de medicina interna del hospital San
Ignacio, lo selecciona para ser entrenado en esta especialidad, sin
duda un honor, pues la pneumología
atravesaba su apogeo en el país.
El doctor Esguerra le manifiesta su inquietud por la
oncología – resaltando la ausencia de especialistas en
Bogotá, a lo que el doctor Maldonado le contesta diciéndole que la
“oncología es el futuro”. Esguerra se
gana un premio de investigación y se va a un congreso
mundial de cáncer en Seattle. Allí efectúa los contactos
para aplicar a oncología clínica en Toronto. Realiza
su entrenamiento en el Princess Margaret de esa ciudad entre 1983 y
1984, con $60 mil pesos colombianos
mensuales de un préstamo del ICETEX, que apenas
le alcanzaba para su supervivencia básica. La transformación que
significa ese entrenamiento en el gran
hospital es telúrica, siendo el aspecto más relevante la
comprensión de que el tratamiento del cáncer se realiza
en forma multidisciplinaria, liderada por la oncología
clínica. Con Cielo Cantillo, su esposa, tienen un hijo en
Toronto. Al terminar, le ofrecen quedarse en Canadá,
pero su plan está definido: “en Colombia la quimioterapia estaba por
inventarse”. Se regresa al país con la
“biblia” (fotocopia de la primera edición del DeVita).
Ya con título, acude al INC y su director de entonces, el
doctor Julio Enrique Ospina, le dice que no hay trabajo
para él. Lo reta diciéndole que necesita una carta firmada por el
presidente Belisario Betancur para contratarlo.
Dos semanas después estaban contratados él y su esposa, especialista en
radioterapia. Ello debido a que Anita
Morantes, secretaria privada del presidente, era amiga
personal de la mamá del doctor Esguerra – ambas de
Norte de Santander.
Ya allí, en 1985, observa que el modelo del Instituto
Nacional de Cancerología se basaba en que cada radioterapeuta o
cirujano consideraba al paciente como
propio. Adicionalmente, no había comunicación entre
las especialidades, en abierta contraposición a lo que
observó en Toronto. Determinado, como siempre, decide llevar a cabo el
“Curso Anual de Oncología”, con
el propósito de integrar las “islas” dentro de esa institución, que se
caracterizaban por la desconfianza y
los celos. El curso consistía en reuniones semanales de
febrero a noviembre, sobre diferentes tipos de tumores,
en los que se convocaba a cirujanos, radioterapeutas,
patólogos y radiólogos. Con éste, se fomenta la comunicación
multidisciplinaria y se invitan conferencistas
de otras instituciones. Un ejemplo es la visita que realiza el doctor
Diego Noreña, primer oncólogo del país
con formación académica, que trabajaba en Cali desde
1964. De esta manera, el paciente oncológico empieza a
ser manejado multidisciplinaria e integralmente.
Otra necesidad obvia que había que subsanar era la carencia de
oncólogos en Colombia. Para solucionar ese
impase, no se puede pedir que todo el mundo se entrene
en el exterior, por lo que se propone crear la especialidad de
oncología clínica “con lo que tenemos”. Habla
con el jefe del servicio de medicina interna del Instituto, el doctor
Santiago Valderrama, quien le da “rienda
suelta”. Con pocos pacientes en su consultorio privado
en el edificio de Armando Gaitán, dedica su tiempo a
diseñar un programa de oncología clínica. Lo presenta
al ICFES y a ASCOFAME y se aprueba el primer programa de oncología
clínica con el aval de la Universidad
Javeriana, donde sus primeros residentes utilizaban las
fotocopias del “DeVita” como texto guía.
El doctor Esguerra también fue el creador del primer
servicio de oncología en un hospital privado. Recuerda
que logró obtener una cita con el doctor Jorge Cavelier
Gaviria, director de la Clínica Marly, quien –después de
escucharle– le dice: “tráigame un proyecto”. Varios proyectos
presentados y seis meses después, Cavelier le dice
señalando desde su ventana “¿ve esa casa antigua que
se divisa desde aquí?… hable con el arquitecto y haga
lo que quiera. La junta directiva aprobó su proyecto.”
Nace así, en 1987, el primer servicio privado de oncología en Bogotá.
En medio de toda esta actividad, decide también organizar el servicio
de oncología de la Caja Nacional
–Cajanal– en la Clínica Santa Rosa de la Universidad
Nacional, donde también implementa el modelo multidisciplinario basado
en junta de tumores. Esta iniciativa
hace parte de otra idea casi obsesiva que el doctor Esguerra tenía
desde que llega al país: “hay que imponer
la cultura de la oncología y todo hospital de cierto nivel
tiene que tener un servicio de oncología”.
Para entonces ya surgían sus primeros detractores. Recuerda cuando
cierto radioterapeuta lo invita a un restaurante y le dice: “doctor
Esguerra, necesitamos que partamos la marrana. Usted y yo podemos
adueñarnos de
los pacientes de la Policía Nacional”. Él le contesta: “iría
contra mis principios, no lo puedo aceptar”. Acto seguido, ese mismo
médico auspicia una demanda en la procuraduría –proceso que duró varios
años– por “ser causa
de desocupación de los cancerólogos en Colombia”.
Era la época del Plan Nacional del Cáncer (PNC),
implementado por aquel que trató de entorpecer la
entrada del doctor Esguerra al Instituto Nacional
de Cancerología, bastión para entonces de cirujanos
y radioterapeutas. El PNC fomentó la formación de
unidades de cancerología en otras ciudades. Estas,
consistían en la ubicación de equipos de radioterapia,
pues esa era la concepción del cáncer en ese momento.
Así surgió un mayor interés hacía la oncología y de
forma directa o indirecta, se empezaron a formar especialistas de las
diversas regiones del país: John Jairo
Franco y Álvaro Guerrero, en Cali; Carlos Narváez en
Pasto; Carlos Rojas, en Bucaramanga. La hegemonía
del PNC era tal que prácticamente todos los equipos
de radioterapia del país estaban bajo su control. De
hecho, el único equipo de radioterapia privado era un
cobalto 60 muy antiguo del doctor Armando Gaitán.
Los pacientes de la Clínica Marly eran irradiados por
Cielo, la esposa del doctor Esguerra. Sin embargo,
esa situación debía evolucionar y Esguerra piensa en
traer un equipo de radioterapia. Con miras a traer un
equipo de cobaltoterapia más moderno, se forma la
Sociedad Radioterapia Oncología Marly. Vuelve a hablar con el doctor
Cavelier: “presénteme un proyecto”.
Finalmente, la Clínica participa con 20% de la Sociedad. Se encarga el
equipo, de 500 millones de pesos,
a Teratronics en Toronto. Al final, la Junta Directiva
de la Clínica desautoriza al doctor Cavelier, y con lo
único que puede contribuir es con la construcción (y
subsecuente arriendo) del búnker. En 1988 llega el
equipo y con él se crea el primer centro de oncología
con servicio integral y multidisciplinario del país, que
contaba con cirugía, oncología y radioterapia. El país
toma nota. Algún tiempo después, en Medellín, Jorge
Morales Gil y Rodolfo Gómez, un radioterapeuta y
un oncólogo clínico, lideran un proyecto de oncología
privada con visión multidisciplinaria que se convertiría en el
Instituto de Cancerología de la Clínica Las
Américas. En Pereira, Gustavo Rojas y Juan Carlos
Arbeláez, oncólogo y radioterapeuta, respectivamente
lideran la conformación de Oncólogos de Occidente,
otro centro líder de la oncología.
Para ese entonces, en Colombia la distribución de medicamentos
oncológicos estaba a cargo de los pilotos
de Avianca. El suministro era irregular, y esta situación
debía ser subsanada. Crea la Asociación Colombiana
de Enfermos de Cáncer con su Banco de Medicamentos Oncológicos, que se
destinan a suplir las necesidades de los pacientes con cáncer. A través
de sus más
de 30 años, esta asociación ha logrado adquirir sede,
construir un hogar de paso para los pacientes de fuera
de la ciudad y financiar otros servicios relacionados.
El doctor Esguerra es también pionero en trasplante de
médula ósea, junto con los doctores Enrique Pedraza
y Andrés Forero. Para lograr este objetivo, se entrena
en Buenos Aires y en el Albert Einstein de Sao Paulo.
Ingresa al país, por métodos poco ortodoxos, el equipo
de criopreservación que adquiere en Buenos Aires por
1.500 dólares, vendido por su docente, sin descuento. Al
hacerlo, rompe sus principios y paga lo que le piden. Al
regresar a Bogotá: nuevamente cita con Cavelier, “presénteme un
proyecto”, “hable con el arquitecto”, y nace
así, en 1993, la unidad de trasplante de médula ósea,
que al 2020 ha realizado más de 2.500 trasplantes.
Gran parte de su actividad científica la orienta a la quimioterapia
neoadyuvante. En este sentido, lleva a cabo
varios estudios en cáncer de mama, cérvix, cabeza y cuello. Con ese
enfoque trató a su suegra con cáncer escamocelular de pulmón estadío
III a quién no se le había
podido resecar el tumor. Ella respondió, siendo operada
con éxito y falleció muchos años después, sin cáncer.
El doctor Esguerra ha recibido numerosos reconocimientos y es hoy
presidente de la Academia Nacional
de Medicina de Colombia (2016-2020).
Al rememorar su trayectoria, el doctor Esguerra siempre recuerda el
apoyo incondicional del doctor Cavelier y el de sus asociados en las
diferentes gestas constructoras de cultura oncológica. Recuerda también
las
proféticas palabras del doctor Maldonado. Reconoce
además que el avance de la oncología colombiana es la
resultante de la iniciativa privada.
Javier Ignacio Godoy Barbosa – 1985
Realiza su pregrado en la Universidad del Rosario y
casi por azar, surge una vacante para la especialidad
de medicina interna en el Instituto Nacional de Cancerología, programa
de la Universidad Javeriana. En
momentos en que estaba preocupado por la precariedad del servicio de
quimioterapia y por los criterios de
atención, cae en sus manos un artículo de Seminars in
Oncology de 1977, en el que personal del Memorial
Sloan Kettering de Nueva York, explica cómo debe ser
un programa de formación de un médico internista en
oncología clínica. Busca opciones y aprovecha una de
esas becas de cooperación de países desarrollados para
estudiar en el Instituto Gustav Roussy, en París. Con el
francés que le enseñaron en el colegio San Luis Gonzaga de Ibagué, pasa
el examen de rigor.
Con un contrato de contraprestación firmado con el
mencionado instituto, se dispone a iniciar su especialización en
oncología. Contrae matrimonio con Pilar Casasbuenas, también
internista. El 3 de agosto de 1982
está en Vichy, perfeccionando su francés y aclimatándose a la cultura
francesa. Inicia su especialidad entre octubre de 1982 y septiembre de
1984. Pilar hace gastroenterología y nace su hija mayor en París. Su
tesis versa
sobre tumores de ovario estadío III y la descripción de
120 casos consecutivos de tumores de testículo tratados
con los entonces nuevos esquemas de poliquimioterapia
descubiertos por Larry Einhorn.
Al regresar a Colombia el doctor Ospina al que nos
referimos anteriormente, le informa que no hay trabajo para él. El
doctor Godoy le recuerda el convenio de
contraprestación de servicios que los ligaba, pero él no
lo reconoce, convirtiéndose en el primer oncólogo desempleado del país.
La suerte –que le sonríe a quien está
preparado– interviene, pues el doctor Carlos Castro designado para
iniciar labores en el Hospital Militar, decide
sumarse al proyecto de la Fundación Santa Fe de Bogotá
(FSFB). Por lo tanto, Godoy ocupa la vacante e inicia en
el Hospital Militar en febrero de 1985. El programa de
formación de hematología de esta institución, liderado
por el doctor Leonel Ospina tenía mucho prestigio. No
existía la contrapartida oncológica. El doctor Godoy decide
implementarlo y es jefe del mismo. En 1987 ingresa
el primer internista, hematólogo: el doctor Álvaro Gómez Díaz, quien se
recibe en 1988 y ha desarrollado una
ilustre carrera en Cali convirtiéndose en el primer hemato-oncólogo,
educado en su totalidad en Colombia. Las
siguientes generaciones incluyen a: Rafael Tejada, Juan
Manuel Herrera, y Manuel Bermúdez (1989); Sara Jiménez (1990). 1991:
Pedro Alejandro Reyes Almario, Juan
Alejo Jiménez y Pedro Merchán. Con un hiato de unos
años sin residentes, en 1994 se gradúa Julián Rivera. A
partir de entonces, todas las vacantes han sido ocupadas,
dos por año. El doctor Godoy estima que del programa
del Hospital Militar han ejercido en el país aproximadamente 45
especialistas, contribución nada despreciable
para la conformación de la mano de obra oncológica del
país que se estima en unos 300 especialistas.
Además de su labor docente, el liderazgo del doctor
Godoy se ha manifestado entre otras posiciones en la
presidencia, en varias oportunidades, de la Asociación
Colombiana de Hematología y Oncología, ACHO. La
importancia de la ACHO en la oncología ha sido determinante. El doctor
Godoy trabaja hoy junto con el
doctor Esguerra en la Clínica Marly.
Carlos José Castro Espinoza – 1985
También egresado de la Universidad del Rosario, realiza medicina
interna en el Hospital Militar. Su primera inclinación era la
geriatría, pero al rotar por radioterapia se da cuenta de la necesidad
insatisfecha de los
pacientes con cáncer. También nota que era imposible
estudiar oncología en Colombia. Acude a la embajada
canadiense y lo recibe el embajador en persona, a quien
le explica que en Colombia no hay oncólogos, corre el
año de 1979. El embajador, estupefacto ante la carencia
de oncólogos en el país, le explica que debe presentar
unos exámenes para poder estudiar en Canadá, que el
doctor Castro aprueba. Aplica en Vancouver y se enrola en un programa
de 4 años: dos de oncología y dos
de hematología, entre 1980 y 1984. Obtiene el título de
hematólogo y oncólogo de la British Columbia Cancer
Agency y de la University of British Columbia. Decide
regresar a Colombia por motivos familiares.
Cuando lo hace, a finales de 1984, le espera como paciente el ministro
de defensa, Gustavo Matamoros.
Le ofrecen trabajo en el Hospital Militar y como ya
se mencionó, al mismo tiempo le ofrecen el puesto
de oncólogo en el proyecto de la Fundación Santa Fe
de Bogotá (FSFB). Acepta este último, en compañía
del doctor Jorge Maldonado, un importante hematooncólogo que había sido
jefe de servicio de la Mayo
Clinic, en Rochester. Además, integraba el equipo,
Hernando Sarasti, hematólogo de renombre a nivel nacional. En 1998, el
doctor Castro se retira de la FSFB
y se convierte en el primer oncólogo clínico director
del INC. En 2002, durante el gobierno de Andrés Pastrana, pasa a
convertirse en viceministro de salud. Al
respecto, dice: “aprendí cómo de manera milagrosa
funciona, y no funciona el país.” Actualmente, trabaja
en el diseño de políticas de la Liga Nacional de lucha
contra el Cáncer. El doctor Castro es el primero en reconocer la
autoridad indiscutible de oncólogos como
Sandra Franco en cáncer de mama y Andrés Cardona
en cáncer de pulmón, primeros heraldos de la subespecialidad dentro de
la oncología en Colombia.
Considera que esta rama ha sufrido una transformación y resalta los
resultados recientes de la inmunoterapia, con la posibilidad de mejorar
la supervivencia a
largo plazo para pacientes con cánceres metastásicos.
También cree que la vacuna para el Virus de Papiloma
Humano podría tener el potencial de erradicar cánceres como el de
cérvix uterino. Sin embargo, le preocupa que, para un mejor manejo de
esta enfermedad, aún
no se tenga el acceso adecuado a tecnologías de vanguardia, que dado
los beneficios que proporcionan,
deben hacer parte del bagaje formativo de los profesionales en
oncología en el país.
Juan Guillermo Restrepo Molina -
1989
Nacido en Medellín, hijo del reconocido pneumólogo
Jorge Restrepo Molina, estudia medicina interna en la
Universidad Javeriana. Antes de graduarse, ya había
obtenido el cupo para entrenarse en esta especialidad
en la Universidad de Wisconsin, con el auspicio del
doctor Guillermo Ramírez, oncólogo colombiano que
trabajó durante muchos años allí y era un embajador
de buena voluntad para los médicos colombianos.
Recuerda que ya en ejercicio de su profesión, se entera
de que va a ir a Bucaramanga el doctor William J. Harrington, a dar una
conferencia sobre leucemia linfoide
aguda. Este galeno –uno de los más grandes hematólogos norteamericanos
del siglo XX– fue el creador del
Latin American Training Program (LATP), que patrocina a estudiantes de
latinoamérica para sus estudios
en la Universidad de Miami, con el compromiso de
regresar a su país de origen al terminar su formación.
Esto con el fin de que sus egresados transfirieran el
conocimiento adquirido en los Estados Unidos. El
doctor Restrepo dialoga con él y después de cumplir
todos los requerimientos, se va a una rotación de investigación de 3
meses a Miami, en 1981. Al igual que le
pasó al doctor Esguerra, el doctor Darío Maldonado,
lo estimula al estudio del cáncer: “el cáncer es el futuro,” le dijo.
Regresa a Colombia en 1983, y trabaja en el Hospital
Militar por un tiempo como internista. Al año siguiente
retorna a Miami, donde culmina la especialización formal en
hematología, en 1986. Realiza entrenamiento en
trasplante de médula ósea en el Fred Hutchinson Cancer Center de
Seattle, con E. Donald Thomas, Premio
Nobel de Medicina, virtual inventor del procedimiento.
Se enfrenta a otro mundo, el de la medicina más avanzada sobre la
tierra: Dos pabellones de 60 camas cada
uno, todas de trasplante alogénico, pues era uno de los
pocos centros en el mundo que lo ofrecía. El doctor Hickman, era el que
insertaba los catéteres de su mismo
nombre, los patólogos que describieron la enfermedad
veno-oclusiva y otras complicaciones de la medicina
de trasplante eran los mismos del servicio día a día. La
rotación era intensa, turnos cada dos días, sin interrupción.
Posteriormente, hace un entrenamiento similar en
Birmingham para trasplante autólogo.
Cuando regresa a Miami, el doctor Harrington le dice:
mañana inicia la especialidad de oncología. Cuenta también con el apoyo
del finado Kasi Sridhar y la
doctora Niramol Savaraj. Al haber sido seleccionado
mediante un proceso “dedocrático”, se granjea la enemistad de muchos en
el servicio de oncología del Jackson Memorial Hospital, en Miami. En
1987 fallece su
padre de un agresivo cáncer de pulmón y también se
enferma el doctor Harrington. El doctor Restrepo era
uno de sus dos discípulos amados, pero infortunadamente, en otra
coincidencia médica, el doctor Donald
Temple –el otro– es diagnosticado con una variedad
particularmente incapacitante de enfermedad de Parkinson. El doctor
Harrington le confía el manejo de
su práctica privada en Miami al doctor Restrepo. Una
gran responsabilidad, ya que el prestigio profesional
de Harrington atravesaba fronteras locales, estatales y
nacionales. Un ejemplo de ello, es que fue él mismo
quien se infundió suero de paciente con trombocitopenia, entonces
idiopática. Después del experimento y
casi costándole la vida al investigador, la trombocitopenia pasó a ser
reconocida como de origen inmune.
Juan Restrepo asume el manejo de esa descomunal
práctica hasta 1989, cuando por su situación migratoria se ve obligado
a retornar a Colombia con su esposa
y tres hijos.
Regresa a un país azotado por la violencia de la guerra contra el
narcotráfico, tan solo unos días después
de la bomba que mata al gobernador de Antioquia de
entonces, Antonio Roldán, y unos días antes del magnicido de Luis
Carlos Galán. Cumpliendo una promesa hecha a su cónyuge llega a
Medellín y después de
varios intentos fallidos por conseguir trabajo en algunas universidades
y hospitales, logra vincularse como
internista en el Instituto de los Seguros Sociales. Sin
embargo, estaba insatisfecho por lo que con el aval de
su esposa, busca otros horizontes.
En 1991, durante un viaje a Bogotá, terminan ofreciéndole trabajo en la
Fundación Santa Fe, compartiendo con Carlos Castro. A los 6 meses era
jefe de
hematología, y al año, del Servicio. La oncología sufre
una transformación inesperada con la Ley 100 de diciembre de 1993;
súbitamente, se amplía la cobertura
para el tratamiento del cáncer. Uno de los aspectos
importantes de esta evolución era la construcción del
marco tarifario para el ejercicio de la profesión. Como
presidente de la Sociedad Colombiana de Hematología y Oncología (hoy la
ACHO), el doctor Restrepo
y su junta directiva, crearon los fundamentos que han
permitido el ejercicio digno de esta especialidad.
Por circunstancias familiares, en 2006 debe regresar
a los Estados Unidos y es contratado por el Hospital
Walter Reese, pero la institución quiebra y se devuelve
a Colombia en el 2009. Con el apoyo de la doctora
Marcela Granados, se instala en Cali, en la Fundación
Valle del Lili (FVL), donde aún se encuentra. Allí comienza un trabajo
importante: la gestación del programa de formación de especialistas en
hemato-oncología
en 2014, uno de los cuatro que hay en el país y que al
2020 cuenta con 13 egresados.
Dentro de los hechos más importantes ocurridos durante su vida
profesional, el doctor Restrepo considera
que el mayor ha sido el liderazgo indisputable de la
oncología clínica como eje del tratamiento del cáncer,
en el marco de la multidisciplinariedad. El segundo,
la Ley 100 de 1993 como un agente de cambio incuestionable, ya que el
acceso universal a tratamiento es
hoy la regla y esto no hubiera sido posible sin ella. El
desarrollo de la tecnología oncológica con la terapia
dirigida, la medicina de precisión y la inmunoterapia,
constituye a juicio del doctor Restrepo, el tercer gran
hito. Y sigue maravillándose por la pérdida de la brecha del
conocimiento que significa la internet.
Luis Rodolfo Gómez Wolff - 1990
Médico cirujano de la Universidad Pontificia Bolivariana de Medellín.
Comprende la importancia de la
atención oncológica de primera mano, pues su padre
fallece de un cáncer de próstata muy agresivo. Durante su entrenamiento
en Medicina Interna en la Univesidad de Antioquia tiene la posibilidad
de asistir a la
Clínica de Tumores del Hospital San Vicente de Paúl
(HSVP) de la capital antioqueña, dirigida por el doctor
Luis Norman Peláez, un cirujano oncólogo, amigo y
compañero de carrera del doctor Gabriel Hortobagyi
-el gran oncólogo de origen húngaro, quien llegó a ser
jefe en ese entonces del servicio de oncología del M.D.
Anderson en Houston y se había graduado como médico en la Universidad
Nacional de Colombia en 1970.
Es 1985, la era del Plan Nacional del Cáncer (PNC)
mencionado anteriormente y el doctor Peláez le consigue al doctor Gómez
la posibilidad de entrenarse en el
M.D. Anderson en un programa de 5 años, pero él opta
por el entrenamiento en oncología para internistas que
se había abierto en el Instituto Nacional de Cancerología. Llega ahí en
enero de 1988 para un programa de
dos años en el que se desempeñaba como instructor de
los otros residentes de oncología del programa propio
del INC. En ese momento el único oncólogo de esa
institución con título era el doctor Herman Esguerra.
El doctor Gómez rápidamente reconoce la necesidad
de ampliar su formación, por lo que se pone en contacto con el doctor
Guillermo Ramírez de la Universidad
de Wisconsin, quien le consigue una rotación en dicha institución, pero
no obtiene el permiso, por lo que
continúa con su lucha para obtener una mejor oportunidad de formación,
hasta que logra –en 1989– una
rotación en la Fundación Santa Fe, por intermedio del
doctor Carlos Castro.
Durante su estancia, es diagnosticado con un linfoma
de Hodgkin, esclerosis nodular, bulky mediastinal,
estadío IIA. Carlos Castro se convierte en profesor y
médico tratante. Entre los dos deciden utilizar para
su tratamiento un esquema del doctor Connors con
bleomicina, vinblastina y metotrexate, que no incluía
doxorrubicina. En el momento no se disponía de Ondansetrón y el gran
avance antiemético era el Pliticán.
Así en medio de estudio y tratamiento simultáneos, su
graduación como oncólogo se retrasa un poco hasta
que termina exitosamente la radioterapia el 15 de enero de 1990. Debido
a que algunos aspectos de la titulación estaban aún por definirse,
termina por recibir el
título por parte de la Universidad El Bosque, junto con
el doctor Luis Carlos Martínez (en los anales del INC,
la fecha de graduación del doctor Martínez es 25 de
febrero de 1988).
Regresa a Medellín y con el apoyo del doctor Peláez,
empieza a trabajar en el Centro de Investigaciones Médicas de Antioquia
–CIMA–. Habla con su amigo de
siempre, el doctor Rodrigo Botero, jefe de medicina
interna del Instituto de los Seguros Sociales, donde lo
contratan como internista, ya que el cargo de oncólogo no existía allí.
Se le encarga el ala octavo sur de la
Clínica León XIII y le asignan también un consultorio
y una pequeña sala para quimioterapia ambulatoria.
Allí conoce a Juan Guillermo Restrepo, también contratado como
internista, con quien forja una sólida
amistad.
Mientras tanto, surge en Medellín el proyecto de Clínica Las Américas,
liderado por el doctor Orlando Garcés Picón. Adquieren un lote y
conforman grupos de
médicos a los que les venden parte del proyecto. El
doctor Gómez, se suma al proyecto de manera independiente. El líder del
área de cáncer, era el doctor Jorge Morales Gil, radioterapeuta.
Después de un tiempo
de estar trabajando juntos, Morales y Gómez consiguen un equipo de
cobaltoterapia usado que traen de
Bucaramanga, ya que buscaban evitar la dependencia
de los equipos del PNC. Esta herramienta, unida a la
presencia de oncología clínica con el doctor Gómez,
además de cirujanos y radioterapeutas, dieron forma
al concepto de la primera unidad de atención integral
para el cáncer en Medellín. Surge así, en 1991, el Instituto de
Cancerología de la Clínica las Américas (IDC).
Debido a que la máquina de radioterapia llega antes
de que se construyera la Clínica, se empieza a trabajar con él en una
casa cerca de la sede principal de
la Universidad Pontificia Bolivariana, donde también
había una salita con 3 sillas para la administración de
quimioterapia ambulatoria. Además de la importancia de la
multidisciplinariedad, una de las directrices
rectoras del IDC era que la quimioterapia sólo podía
ser prescrita por oncología. Otro de los componentes
fundamentales del IDC fue la incorporación del cuidado paliativo como
uno de los pilares del tratamiento
de pacientes con cáncer. Y, finalmente, un elemento
también fundamental de la filosofía del IDC era que
no son “machos, sino muchos”.
En la década de 1990, se incorporan al mencionado
instituto entre otros, Alejo Jiménez (hemato-oncólogo), Amado Karduss
Urueta (hematólogo formado
en México), León Darío Ortiz (oncólogo), el autor y
Alicia Henao (hemato-oncóloga formada en Miami).
Esta entidad ejerció una hegemonía indiscutible en la
oncología en Medellín. Posteriormente han surgido
otras unidades con vocación de tratamiento integral
que han cambiado el panorama de la ciudad, pero el
liderazgo del IDC –hoy propiedad de un grupo peruano– sigue siendo
indiscutible. Con satisfacción, el
doctor Gómez, ve como su modelo de multidisciplinariedad e integralidad
es emulado por diversos centros
en Medellín como la Clínica VIDA, el Centro Oncológico de Antioquia, y
la Clínica de Oncología Astorga.
En ellos reconoce dignos competidores con propuestas
apropiadas para el paciente con cáncer. Asimismo, reconoce una deuda
infinita con quienes le ayudaron al
logro de sus metas: los doctores Luis Norman Peláez,
Luis Carlos Martínez y Carlos Castro.
John Jairo Franco Garrido – 1990
Termina medicina interna en la Universidad del Valle
en Cali. Condiscípulo de Rodolfo Gómez en el programa de oncología para
internistas en la Universidad
El Bosque. Regresa a Cali donde estaba vinculado con
la Universidad del Valle, así como en el proyecto de la
Fundación Valle de Lili. En 1992 estudia cuidado paliativo algunos
meses en Edmonton, Canadá, con el doctor Eduardo Bruera. Durante su
ausencia, llega también
a la Fundación Valle de Lili el doctor Álvaro Guerrero,
oncólogo recién graduado del INC. Al regresar, trabaja
en La Viga, un hospicio ya desaparecido. Hacia 1996,
decide salir de la Fundación Valle de Lili, animado por
las posibilidades que genera la iniciativa privada del
Centro Médico Imbanaco. En 1998 forma la compañía
Oncólogos Asociados de Imbanaco junto con los doctores Diego Noreña,
Ricardo Gesund y Álvaro Guerrero,
quien al poco tiempo se desvincula para formar Hemato-oncólogos de
Imbanaco, con otros socios.
El doctor Franco reconoce cuatro hitos fundamentales en el ejercicio de
la oncología durante su vida profesional. El primero, los adelantos
médicos que han
sido extraordinarios, comenzando con la patología, el
diagnóstico molecular y tratamiento. El segundo, el reconocimiento de
la importancia del cuidado paliativo,
así como la terapia de soporte, pilares del bienestar del
paciente con cáncer que han mejorado en forma dramática. Finalmente, la
inmediatez de las comunicaciones científicas, que proporcionan
conocimiento en forma
simultánea a todo el mundo, en contraste con las dificultades para su
acceso en la era previa a la internet.
Vale la pena aquí realizar una breve reseña del primer
oncólogo con título que ejerció de forma continua
en Colombia. Se trata del doctor Diego Noreña López,
egresado de la primera promoción de medicina de la
Universidad del Valle en 1958, e internista de la Universidad de
Cleveland, Ohio. Posteriormente, realiza
estudios de oncología en la Universidad de Chicago,
Illinois. En 1964 regresa a Colombia y se radica en
Cali, donde desempeña diversos cargos: profesor adhonorem por más de 20
años de la Universidad del
Valle, miembro fundador y presidente de numerosas
sociedades científicas nacionales e internacionales,
fundador del servicio de cáncer del Instituto de los Seguros Sociales
del Valle, de la Liga de Lucha contra el
Cáncer en ese departamento y socio fundador del Centro Médico Imbanaco
y de Oncólogos Asociados, de la
misma institución. Fallece en noviembre de 2015.
Carlos Alberto Vargas Báez - 1992
Si alguien ha estado en el centro del desarrollo de la
oncología en Colombia, ese es el doctor Carlos Vargas,
quien además posee una memoria prodigiosa. Cuenta
que mientras hacía turnos en la Unidad de Cuidados
Intensivos en la Javeriana soñaba con ser neurólogo.
Pero le dijeron que iba a tener trabajo asegurado si hacía oncología
por estar en ese momento en pleno auge
el Plan Nacional del Cáncer. Otro consejo que contribuye a su decisión
es aquel del doctor Julio Enrique
Ospina, patólogo, quien fuera director del INC y que
le dice: “El cáncer va a cambiar. Sea oncólogo…, eso
va a ir evolucionando… como usted es interno, aplique para la segunda
promoción.” En ese entonces, el
programa de medicina interna del INC era muy reputado, pues los
residentes podían elegir cualquier sitio
de rotación en el país para su entrenamiento. Aplica
entonces al programa de cuatro años de oncología del
INC. Inicia en 1987 junto con Carlos José Narváez
López y Andrés Ávila Garavito. Como ya es de esperarse, el doctor
Vargas reconoce también la influencia
decisiva que tuvo el doctor Luis Carlos Martínez, con
quien entabla una entrañable amistad.
El doctor Vargas explica que el doctor Martínez era un
médico general que trabajaba en el INC, al que se le
había encomendado la función de administrar anestesia. Cuando llegan al
país los primeros medicamentos
oncológicos, sus colegas deciden que él era quien debía
encargarse de eso, ya que ellos se dedicaban a operar
o irradiar. Debido a que el doctor Martínez y el doctor Hortobagyi eran
amigos del colegio, éste le consigue una rotación de ocho meses en el
M.D. Anderson
donde aprende los rudimentos de quimioterapia en la
década de 1970. Cuando regresa al INC se dedica al
servicio de quimioterapia, lo que explica el dicho: “la
oncología en Colombia viene de la anestesia”.
Al terminar el entrenamiento, se expide al doctor Vargas el diploma
como oncólogo de la Universidad El
Bosque, sin embargo existía el inconveniente de que
las instituciones no tenían en su nómina ese cargo,
sino el de internista. La única solución era hablar con
el jefe de la Universidad, el doctor Miguel Otero Bernal, quien
reconoce inmediatamente el problema, y
ofrece una solución: buscar la manera de obtener, además, el título de
internista. Después de muchas consultas con las instituciones
educativas pertinentes, el
ICFES (Instituto Colombiano de Educación Superior)
estipula que hay que hacer un año adicional (cinco en
total), para obtener la doble titulación. Vargas realiza
el año extra, solicitando que se le permita rotar en sitios por fuera
del INC, basado en el precedente sentado por Rodolfo Gómez. Ya Juan
Guillermo Restrepo
y Carlos Castro laboraban en la Fundación Santa Fe;
el doctor Vargas rota con ambos y se forma un lazo de
amistad con sus profesores. Lo aceptan en rotación en
el M.D. Anderson en Houston, y pasa 8 meses, (dos
más que los requeridos para graduarse), en el centro que ya es uno de
los más importantes del mundo, donde es discípulo del doctor Vicente
Valero, experto de
talla mundial en cáncer de mama.
Inicialmente tiene dificultades para ejercer su especialidad, por lo
que se desempeña en gran parte como internista. Al fallecer el doctor
Martínez en 1993, su viuda
acude a él, indicándole que era el sucesor designado y así,
en medio de esta circunstancia tan particular, es como
comienza su práctica oncológica propiamente dicha.
Carlos Vargas, como miembro de esa junta directiva de
lo que hoy es la ACHO, participa en la elaboración del
manual tarifario para los procedimientos oncológicos.
Durante la presidencia del doctor Juan Guillermo Restrepo, los
integrantes de esta entidad logran codificarlo en
el Instituto de Seguros Sociales, hecho que ha trascendido hasta el día
de hoy, tanto para el régimen contributivo,
como para las empresas de medicina prepagada.
En 1995, entra a la FSFB cuando nombran a Carlos
Castro como director del INC y posteriormente conforma equipo con el
doctor Hernán Carranza. Ya en
este siglo, hace parte de FICMAC –Fundación para la
Investigación Clínica y Molecular Aplicada al Cáncer–
liderada por el doctor Andrés Cardona.
El doctor Vargas admite que la oncología empieza a
ser considerada una disciplina relevante, primero, con
el advenimiento de quimioterapias citotóxicas cada vez
más efectivas en los años 90; luego, en la década del
2000, con la terapia biológica y dirigida y en esta última, con la
inmunoterapia y la medicina de precisión.
Haroldo Estrada López – 1992
Tiene su primer contacto con el cáncer al ver padecer
a su abuela esta enfermedad. Estudia medicina en la
Universidad de Cartagena y en 1985 conoce al doctor Tiberio Alvarez,
anestesiólogo antioqueño, que
se convierte en el adalid del concepto de “morir con
dignidad” y del cuidado al final de la vida. Su inclinación era hacia
el cuidado paliativo, pero éste no se
podía estudiar en Colombia; lo más parecido era estudiarlo desde el
marco de la oncología. Obtiene una
beca de estudio en el Hospital Militar Central “Cosme
Argerich” de Buenos Aires, Argentina. Recuerda que
durante su entrenamiento siempre estaba de turno.
También en Argentina, conoce al doctor Gustavo de
Simone, especialista en cuidado paliativo de La Plata.
Profundiza su interés por esta disciplina, nunca lejana
a su quehacer profesional. El doctor Estrada ha tenido
toda su vida una fuerte inclinación por la docencia.
Igualmente se interesa por la hematología, bajo la guía
del gran Santiago Pavlovsky.
Termina su entrenamiento en 1992 y regresa a Cartagena. La
convalidación del título toma un año. Se
vincula como docente en la Universidad de Cartagena,
mientras poco a poco va construyendo una práctica
oncológica desde su consultorio. También ha trabajado en diferentes
instituciones como: Clínica Vargas,
Clínica Blas de Lezo, Clínica Medihelp, Hospital Bocagrande y SOCAC. En
la actualidad, labora en el
Centro Radio Oncológico del Caribe.
En 1998 comienza la cátedra de oncología para estudiantes de medicina
donde aplica sus conocimientos en educación. Logra amalgamar en su
actividad
docente su pasión por el cine, así como su constante
preocupación por el sufrimiento al final de la vida con
su curso de “bioética al final de la vida”. Con orgullo,
menciona a alumnos que eligieron oncología clínica
como especialidad, entre los que se encuentran Néstor
Llinás y Ángela Zambrano. Inquieto, no convencional, amable y crítico,
el doctor Estrada ha sido una
influencia para la oncología colombiana.
Raymundo Patricio Manneh Amastha
- 1994
Harto de ser médico general, le escribe a un amigo en
el Hospital Militar Central “Cosme Argerich” de Buenos Aires. Es
aceptado y se radica en esa ciudad, en
1988. Lo siguen posteriormente su esposa e hijos. En
Argentina, nace Daniela, la menor. Por coincidencia
se encuentra como compañero de entrenamiento al
doctor Haroldo Estrada, con quien había compartido
el año rural. Como maestros reconoce a los doctores
Ricardo Santos y Emilio Batagelj – verdaderas autoridades
internacionales de la oncología. En el país
austral, además de la especialidad, aprende a preparar medicamentos
para infusión, conceptos básicos de
bancos de medicamentos y aprovechamiento. Trabaja
un tiempo en Buenos Aires, pero decide regresar a Colombia; al llegar a
su Barranquilla natal en 1994, no
encuentra verdaderas posibilidades laborales.
Centra su mirada en Valledupar, y realiza un estudio de
mercado, encontrando que existía una enorme necesidad insatisfecha. En
ese momento, todos los pacientes
con cáncer de Valledupar se atendían en Bogotá. Conoce entonces al
doctor Germán Morón, hematólogo
formado en México, nacido en Valledupar. En 1996,
con el doctor Morón forma la SOHEC (Sociedad de
Oncología y Hematología del César). Alquilan un
consultorio con una salita aledaña para la realización
de quimioterapia, se preparan para la visita del Ministerio y del INC.
El médico evaluador es el doctor
Hernán Carranza, quien concede el visto bueno para
la habilitación y se inicia el servicio de quimioterapia.
Como cirujano oncólogo, recibe el apoyo del doctor
Iván Zuleta. En el año 2001 llega el equipo de radioterapia, el primero
en Valledupar. Los pacientes ya no
tienen que salir de la ciudad para recibir tratamiento
oncológico. El SOHEC es un éxito, con una relevancia
cada vez mayor en la ciudad.
El doctor Manneh ha sido siempre un miembro muy
activo de la ACHO, siendo su vicepresidente entre 2005
y 2009 y su presidente entre 2009 y 2013. Su compromiso fue
determinante para el posicionamiento actual
de la misma como la sociedad científica líder en oncología en Colombia.
Gracias a su actuar con decisión y
con la ayuda del doctor Jorge Ignacio Morales Gil, en
ese entonces miembro de la cámara de representantes,
se logra detener el decreto de Emergencia Social de
2009, según el cuál los médicos podían ser multados
por prescripciones de alto costo, independientemente
de la pertinencia técnico científica. La contribución
genética del doctor Manneh a la oncología, continúa
con su hijo Ray, oncólogo graduado del Instituto 12 de
Octubre de Madrid, hoy en ejercicio en Valledupar y
en Barranquilla.
El doctor Manneh ve una serie de amenazas para la
atención de los pacientes con cáncer: un sistema de
salud que confunde cobertura con acceso oportuno,
que además es muy desigual en las diferentes zonas
del país y en el que tendrían que tenerse en cuenta las
particularidades regionales; la integración vertical de
los aseguradores, que a su modo de ver, no redunda
en el mejor beneficio del paciente. A ello, le suma la
necesidad de una integración de objetivos por parte de
los oncólogos.
Gustavo Alberto Rojas Uribe – 1995
Egresado de la Juan N. Corpas, se inclina primero por
la cardiología, pero por “serendipia” como él lo dice
llega a la oncología. Se gradúa de medicina interna y
oncología clínica en 1996 con el programa del INC y
la Universidad El Bosque. Pasa un tiempo en el Instituto Tumori de
Milán y se radica en su Pereira natal,
siempre con la ilusión de construir una especie de INC
descentralizado, con multidisciplinariedad e integralidad. Al llegar a
Pereira asiste a las juntas multidisciplinarias de cáncer del Hospital
San José. Aunque en la
ciudad no había oncólogos titulados, le fue negado el
acceso a los diferentes centros asistenciales.
Junto a los radioterapeutas Juan Carlos Arbeláez, Arturo López, y el
oncólogo Nelson Belalcázar, forma la
sociedad Oncólogos del Occidente, otro esfuerzo privado para la
atención del cáncer. Adquieren el primer equipo de radioterapia para la
región y poco a poco
logran la incorporación de radioterapia dentro de un
modelo integral por intermedio de alianzas estratégicas con la Clínica
los Rosales en 1999. En 2003 construyen la Clínica de Alta Tecnología
en Pereira, dedicada al tratamiento del cáncer y en 2012 perfeccionan
la atención integral con la Clínica Maraya. Oncólogos
del Occidente ha construido sedes en Armenia, Manizales y Cartago,
todas con el mismo enfoque multidisciplinario e integral. Además de
centros oncológicos,
el doctor Rojas y su grupo han conformado un excelente equipo de
oncólogos y hemato-oncólogos, como
son los doctores Jaime González Díaz, Diego Alberto
Lopera, Julián Rivera y Esteban del Olmo. El éxito del
modelo se evidencia en la participación dominante en
el tratamiento del cáncer en los departamentos de Risaralda, Quíndio y
Caldas, con la participación de un
grupo inversionista extranjero en 2017.
Sandra Ximena Franco Millán – 2009
Estudia medicina en la Universidad del Rosario y realiza su internado
en la Universidad de Miami, bajo los
auspicios del Latin American Training Program (LATP).
Allí conoce al doctor Donald Temple, hematólogo, heredero del doctor
Harrington. Toma los exámenes requeridos para poder realizar
especialización en los Estados
Unidos y los aprueba. Se presenta en el “matching program” e ingresa en
1992 a medicina interna en la Universidad de Miami. Durante los seis
meses que tiene entre
el match y el inicio de la especialidad, se dedica a hacer
investigación en la que creía que iba a ser su especialidad:
endocrinología, pero su paso por los hospitales asociados
a la universidad da paso al amor por la hematología, muy
desarrollada en esa institución.
En 1995 inicia fellowship en hematología-oncología, estimulada por los
éxitos en muchos tumores, obtenidos
mediante la quimioterapia de altas dosis con rescate de
células madres hematopoyéticas (trasplante de médula
ósea autólogo), que hacían pensar que su uso se podía
extender a tumores sólidos como el cáncer de mama.
La doctora Franco estaba en el lugar correcto, porque
el programa de hematología y trasplante de la Universidad de Miami era
excelente. El director del mismo era
el doctor Peter Cassileth, eminencia en leucemia aguda.
El cáncer de mama reunía los atributos de ser una enfermedad endocrina
y además, de ser susceptible a manejo
hematológico. Todo parecía ir “sobre ruedas” hasta que
en el verano de 1998, en el congreso de la American
Society of Clinical Oncology, se presentan en sesión
plenaria 5 estudios de trasplante autólogo en cáncer de
mama que echaban por la borda tanto esas expectativas
como el futuro laboral de la doctora Franco. Dos meses
después termina el entrenamiento. Del mismo programa salimos: Álvaro
Restrepo, quien no reside en Colombia, Alicia María Henao Uribe y el
autor.
Casada con ciudadano norteamericano y con dos hijos, decide quedarse en
los Estados Unidos y acepta
trabajar en cáncer de mama en la misma universidad.
Al poco tiempo es designada como líder del proceso. Luego trabaja con
Charles Vogel, oncólogo e investigador prominente en cáncer de mama, de
quien
aprende de investigación clínica. La invitan a formar
un centro dedicado a cáncer de mama en el condado
de Broward –en el sur de la Florida– y asume el reto,
que supera con creces, al crear 2, en compañía de la
también oncóloga colombiana, Alejandra Pérez.
Por circunstancias personales, regresa a Colombia en
2009. Con su amplia experiencia, gesta junto al doctor
José Fernando Robledo, mastólogo, la idea de la conformación de un
centro para la atención de pacientes
con cáncer de mama en la Clínica del Country, que
la apoya, ampliándolo al tratamiento de todo tipo de
cáncer. Nuevamente tiene éxito la idea de un tratamiento integral y
multidisciplinario.
Actualmente, la doctora Franco continúa en la Clínica del Country
dedicada a cáncer de mama y como
jefe de servicio. Como oncóloga enfocada a una sola patología ha podido
desarrollar investigación clínica y
ha traído a Colombia la posibilidad de incluir pacientes en
prácticamente todos los estudios importantes en
cáncer de mama, hecho que vale la pena destacar, ya
que la convierte en pionera en el país de esta práctica,
usual en Estados Unidos y Europa. El centro oncológico cuenta con otros
especialistas referentes de la
oncología colombiana como Carlos Vargas, Andrés
Cardona, Hernán Carranza, Jorge Otero y Carlos Alberto Ortiz.
Andrés Felipe Cardona Zorrilla - 2010
Al igual que Sandra Franco, el también rosarista, Andrés Cardona opta
por un internado poco convencional: internado especial en cáncer, su
interés desde sexto
semestre de medicina. Se acerca al doctor José Joaquín
Caicedo, mastólogo que trabajaba en ese entonces en el
INC, quien le dice: “hable con los oncólogos…”. Habla
con Hernán Carranza, quien lo acepta. Es el año 1999.
Posteriormente, realiza su servicio social en forma poco
convencional: “rural” en investigación en el INC. Trabaja con Héctor
Posso, Raúl Murillo, Alba Lucía Cómbita. Se convierte en asistente del
editor de la revista del
INC. Realiza su especialidad en medicina interna en la
Universidad Javeriana. Finaliza oncología clínica en
2007 en el INC con la Universidad El Bosque. De curiosidad insaciable,
necesita más; logra gestionar una beca
para estudiar en Barcelona como Fellow en oncología
toráxica y neuro-oncología en el Instituto Catalán de
Oncología - Hospital Germans Trias y Pujol/ICO Hospitalet, bajo la
tutoría de Rafael Rosell, uno de los padres de la medicina de precisión
en cáncer de pulmón.
En forma simultánea obtiene el doctorado en filosofía
en biología tumoral de la Universidad Autónoma de
Barcelona. El quehacer en Barcelona es translacional.
Se familiariza con las técnicas de biología molecular
esenciales para la investigación y manejo de cáncer de
pulmón de células no pequeñas. La crisis financiera de
España hace imposible su permanencia en Barcelona, y
regresa a Colombia en 2010.
Comienza a trabajar en la FSFB dedicado principalmente a cáncer de
pulmón y neuro-oncología. Posteriormente, expande su práctica al Centro
Oncológico
de la Clínica del Country, también con una práctica
monográfica en oncología toráxica y neuro-oncología.
También conforma con Carlos Vargas, Hernán Carranza y Jorge Otero,
FICMAC, Fundación para la
Investigación Clínica y Molecular Aplicada del Cáncer, entidad líder en
la genotipificación de tumores en
Colombia, un requisito para la medicina de precisión,
que inició con un secuenciador pequeño y hoy en día
cuenta con varias máquinas de secuenciación de nueva
generación, PCR, FISH y patología digital.
Lo que más entusiasma al doctor Cardona es el potencial de
investigación de FICMAC. Durante su corta
duración ha alcanzado posicionarse como grupo A1
de Colciencias, con varias líneas de investigación definidas. La
Fundación cuenta con 200 publicaciones,
116 de ellas indexadas, por lo que su producción científica es de una
magnitud sin precedentes en Colombia,
incluyendo –entre otros– la importancia del virus del
papiloma humano en el cáncer de pulmón. El doctor
Cardona hace parte de CLICaP, un importante foco de
investigación clínica en cáncer de pulmón y también
es miembro de la Academia Nacional de Medicina.
Estos logros hacen que el doctor Cardona sea el investigador radicado
en Colombia de mayor impacto en
la oncología. Sus iniciativas, incluyendo este artículo,
son inspiración para todos.
Las oncogirls
Quien lea estas páginas podrá pensar que la contribución de la mujer a
la historia de la oncología en Colombia es menor. Nada más lejos de
ello; entre las oncólogas destacadas del país se encuentran la doctora
Deisy
Vargas Puentes, INC (1991), Alicia María Henao
Uribe, hemato-oncóloga de la Universidad de Miami
(1999); Ana Cristina Avendaño Rojas, Universidad de
Costa Rica (2000) y Olga Marcela Urrego Meléndez, Hemato-oncóloga del
INC (2001). Más recientemente,
encontramos a Luz Deisser Suárez, Elizabeth Osorio,
María Elvira Montoya y muchas más. Como en toda
la medicina, la contribución femenina al ejercicio de
la oncología ha aumentado en forma significativa,
particularmente en estos últimos años. Surgen las “oncogirls”, una
hermandad de oncólogas jóvenes, que
como explica Carolina López Ordoñez (oncóloga de
la Universidad de Salamanca, que trabaja en Cali), las
oncogirls son Sandra Franco, Ana Cristina Avendaño,
Adriana Castaño, Laura Varela, Paola Jiménez, Marcela Vallejo, y
Mariana Chávez. La dinámica de este
grupo de excelentes profesionales se basa también en
la generación de esprit de corps ante las adversidades
personales y profesionales.
Otros centros de oncología en las
regiones de Colombia
El liderazgo de la oncología colombiana se ha visto
reflejado en el desarrollo de centros oncológicos de
alto nivel en ciudades como Pasto, con el doctor Carlos José Narváez
López - Instituto Cancerológico de
Nariño (2001) y Clínica Oncológica la Aurora (2011);
Medellín, con Rubén Darío Salazar, Alicia Henao,
Andrés Ávila, y el autor, con la Clínica de Oncología Astorga (2004);
Manuel González Fernández en
Montería, IMAT (2008); Cúcuta, con el doctor Ricardo Plazas Patiño
ONCOMEDICAL, entre otros. Esto
ha significado, a diferencia de lo que sucede en otros
países de Latinoamérica, que la prestación del servicio pueda darse con
excelentes niveles de calidad, sin
necesidad de la remisión a las grandes ciudades, proporcionándole a los
pacientes con cáncer una atención
óptima en sus regiones.
Discusión
Como se puede apreciar en las entrevistas, los primeros oncólogos del
país tuvieron que hacer un esfuerzo extraordinario para obtener su
entrenamiento en
la disciplina, lo que denotó en cada uno de ellos una
férrea motivación, y una capacidad de adaptación a
circunstancias difíciles. Una vez culminado el entrenamiento, muchos de
ellos constataron que las puertas no estaban abiertas para el ejercicio
profesional, y
tuvieron que buscar – y a menudo construir ellos – su
espacio laboral. También se aprecia la virtual ausencia del apoyo
estatal en la trayectoria profesional de
los pioneros en oncología en Colombia. El esfuerzo
educativo y, posteriormente, el desarrollo profesional
se basan en la capacidad de cada uno de ellos para realizar su “idea”
en el ámbito privado. La construcción
de centros de atención oncológica en las principales
ciudades del país es el resultado de la iniciativa privada. Dos
excepciones a la regla son el Instituto Nacional de Cancerología, y el
Hospital Militar, ambos
ejes fundamentales en la formación posterior de oncólogos en Colombia.
La inmensa energía que significa la creación del propio entorno laboral
se consume
en la actividad empresarial como pre–requisito para
la actividad asistencial. El enfoque multidisciplinario
e integral es tal vez el aporte más importante que se
reconoce en la primera ola de pioneros, y es el aspecto
más disruptivo con la práctica anterior.
La abdicación del Estado en el proceso asistencial también se ve en el
proceso investigativo. Al igual que en
la conformación de centros oncológicos, la importante
actividad investigativa queda supeditada a la iniciativa privada, y al
auspicio de la industria farmacéutica.
También aquí se encuentra una excepción con la conformación de un grupo
de investigación auspiciado
por Colciencias. Pese a estas dificultades, el desarrollo
de la especialidad en Colombia ha sido sostenido, con
extensión a las diferentes regiones del país. La conformación de cuatro
centros de formación oncológica
en Bogotá y Cali mitiga la dependencia de oncólogos
formados en el extranjero como motor de la fuerza laboral oncológica en
Colombia. La creación de focos
de práctica monográfica en Bogotá, es la característica
disruptiva de la segunda ola de pioneros. La práctica monográfica
facilita la generación de conocimiento,
a través de la investigación. Estas entrevistas resaltan
que los retos son diversos, en diferentes regiones. Los
incentivos deben alinearse con esta realidad para que
el acceso a atención de calidad sea menos desigual.
Como limitaciones a este estudio se pueden resaltar:
selección hasta cierto punto arbitraria de los oncólogos
entrevistados. Específicamente, existe la posibilidad de
que uno o más oncólogos de relevancia igual o mayor
que los entrevistados hayan quedado excluidos. Uno
de ellos, el doctor Jaime Palma, oncólogo pionero –ya
fallecido– que vivió en Cali hubiera merecido estar en
este grupo. La responsabilidad final sobre los ausentes
recae sobre el autor.
En conclusión, la historia oral de la oncología en Colombia es la
historia de la construcción de una disciplina, prácticamente desde su
comienzo hace menos
de 40 años. Su avance se basa en esfuerzo y sacrificio
en gran medida privado de unos pocos actores. Se ha
alcanzado la posibilidad de formar en el país especialistas de buena
calidad; así como la conformación de
centros oncológicos multidisciplinarios e integrales en
las diversas regiones.
Agradecimientos
Se agradece a Milena Fernández, comunicadora social
y periodista, y Rubén Darío Salazar, hemato-oncólogo, por la enorme
contribución en la edición, corrección de estilo, y redacción del texto
de las entrevistas.
Por último, se agradece a cada uno de los entrevistados, incluyendo
algunos que no fueron reseñados en el
cuerpo del documento, como Ana Cristina Avendaño,
Ricardo Brugés, Carolina López.
Recibido:
Noviembre 25, 2020
Aprobado: Diciembre 15, 2020
Correspondencia:
Mauricio Lema
mauriciolema@yahoo.com