Resumen
Esta revisión narra las contribuciones históricas de los pioneros del
cáncer, comenzando con Hipócrates y terminando con los creadores de la
oncología médica. Se mencionan nociones místicas que pronto cayeron en
el olvido, como que Paracelso y van Helmont sustituyeron la bilis negra
de Galeno por
misteriosos sistemas ens o archeus. Del mismo modo, episodios
desafortunados como el de Virchow,
quien afirmó que las hipótesis de Remak eran impropias, y que nos
recuerdan que las deficiencias humanas pueden afectar a grandes
científicos. Se destacan las antiguas observaciones, teorías y
prácticas
de interés histórico y científico, incluidos extractos, como
precursores de los descubrimientos recientes
que dieron forma a la medicina moderna. Los ejemplos incluyen la
mastectomía total limitada con
escisión de los ganglios axilares para el cáncer de mama, una práctica
ahora de rutina; la materia icorosa de Peyrilhe como factor cancerígeno
cuya transmisibilidad se probó un siglo antes de que Rous
confirmara la relación entre el virus y el cáncer; la advertencia de
Hill sobre los peligros del tabaco
que anunció la actual pandemia de cáncer causada por el tabaquismo; el
papel de Pott que reportó el
cáncer de escroto en deshollinadores, la primera neoplasia ocupacional
comprobada; la notable previsión de Velpeau de que habría que descubrir
un elemento subcelular aún desconocido para definir la
naturaleza del cáncer, un punto de vista confirmado por la genómica
tumoral dos siglos después, que
terminó con Röntgen y los Curie, y Gilman introduciendo la radiación
(1896, 1919) y la oncología
médica (1942), respectivamente.
Palabras clave: Cáncer; historia; precursor; fundador;
investigación
PRECURSORS OF CANCER RESEARCH AND ONCOLOGY
Abstract
This review chronicles cancer pioneers’ history contributions beginning
with Hippocrates and
ending with the originators of medical oncology. Fanciful notions that
soon fell into oblivion are
mentioned, such as Paracelsus and van Helmont substituting Galen’s
black bile by mysterious
ens or archeus systems. Likewise, unfortunate episodes such as Virchow
claiming Remak’s
hypotheses as incorrect remind us that human shortcomings can affect
otherwise excellent
scientists. However, age-old benchmark observations, theories, and
practices of historic and
scientific interest are underscored, excerpts included, as precursors
of recent discoveries that
shaped modern medicine. Examples include limited total mastectomy with
excision of axillary
glands for breast cancer a now routine practice; Peyrilhe’s ichorous
matter a cancer-causing
factor he tested for transmissibility one century before Rous confirmed
the virus-cancer link;
Hill’s warning of the dangers of tobacco snuff heralding today’s cancer
pandemic caused by
smoking; Pott reporting scrotum cancer in chimney sweepers, the first
proven occupational
cancer; Velpeau’s remarkable foresight that a yet unknown subcellular
element would have to
be discovered to define the nature of cancer, a view confirmed by
cancer genomics two centuries later, ending with Röntgen and the
Curies, and Gilman ushering radiation (1896, 1919)
and medical oncology (1942), respectively.
Keywords: Cancer; history; precursor; founder;
research.
¹ Departamento Oncología Clínica, Marlene and Stewart Greenebaum
Comprehensive Cancer Center, Facultad de Medicina
Universidad de Maryland, Baltimore, Maryland, Estados Unidos.
² Fundación para la Investigación Clínica y Molecular Aplicada del
Cáncer – FICMAC, Bogotá, Colombia.
³ Grupo Oncología Clínica y Traslacional, Clínica del Country,
Bogotá, Colombia.
⁴ Grupo de Investigación en Oncología Molecular y Sistemas
Biológicos (FoxG), Universidad El Bosque, Bogotá, Colombia.
⁵ Instituto de Genética Humana, Pontifi cia Universidad Javeriana,
Bogotá, Colombia.
Introducción
Probablemente todas las enfermedades a lo largo de
la historia han sido envueltas por la incomprensión,
la incertidumbre y el temor, cada una en su momento.
Y es que, inevitablemente, muchas de ellas conllevan
el vaticinio inexorable e implacable del fin de la vida,
o de algún modo, la pérdida de su solidez. Toda enfermedad es, en
cierto sentido, un riesgo para la vida,
una puesta en relación del organismo consigo mismo, prueba de su
consistencia y persistencia. Michael
Foucault describió con arte las distintas épocas que
constituyeron órdenes morales particulares y que validaron dinámicas
para validar el confinamiento por
la enfermedad, o bien la gestión y reducción de su
propio capricho, transformando en este transcurso la
sociedad en su totalidad (1). La concepción del cáncer
como
infimus (enfermedad) y
los eventos enraizados
con su emergencia tuvieron que ver con la actividad
discreta del
interioribus corporis
(cuerpo interior) y de
sus fronteras. En efecto, el término cáncer proviene del
latín cancri, que a su vez está relacionado con el griego καρκiνος (
karkinos), el sánscrito
karkah (cangrejo),
y la raíz indoeuropea
kar (duro).
Durante siglos estuvo vinculado a la denominación de costras, tumores
y excrecencias (2). El primer uso etimológico aparece
en el
Corpus Hippocraticum
donde se mencionan unas
lesiones ulcerosas crónicas, algunas veces endurecidas
y con crecimiento progresivo y sin control, hallazgo vital que se
expande por los tejidos adyacentes de forma semejante a los propodios,
carpos y meros de los crustáceos, simplemente un cangrejo. Hipócrates
también
se refirió con precisión a la forma que adoptan las venas afectadas que
rodean el tumor, donde las tenazas
en sus patas evocan un instrumento de tortura, símbolo del sufrimiento
encarnado con la enfermedad (3).
De igual forma, otras palabras dentro del rico vocabulario médico
griego tuvieron relación activa con el
cáncer; la raíz oγκος (hinchazón) se leía oncos, y fue
utilizada en la antigüedad para describir el edema o la
inflamación con cierta cronicidad. Este vocablo destiló en uno de los
cinco signos clásicos de la inflamación, y se incluyó ampliamente en la
obra de Celso (25
a.C. -50 d.C.)
De re medica libri octo, lugar donde
quedaría inscrito el futuro de la
mélaina
cholé o bilis negra
de Galeno (4,5). El vínculo circular entre la conciencia
melancólica y el genio creador de la enfermedad constituye una de las
tradiciones más densas de la cultura
médica, recorriendo un espectro amplio de manifestaciones, que abarca
desde la sintomatología visceral
de los clásicos hasta las vaguedades románticas y metafísicas. El
cancri se esculpió en la
antigüedad como
preocupación por el cuerpo, tristeza misma, temor
con causa, obsesión por la muerte, afanes de grandeza, pérdida de la
razón, hiperestesia y
taedium vitae.
La
constancia en agrupar tantas manías y enfermedades
bajo una misma palabra es un síntoma inequívoco del
arraigo y la fidelidad ciega que las generaciones humanas han
manifestado hacia las neoplasias. En aquel entonces, el
cancri nació del espeso líquido
negro –mitad
pringue, mitad metáfora-, que parecía circular por el
organismo de unos cuantos elegidos, en un recorrido
fantasmagórico o material, según los tiempos, las modas y los enfermos.
Hay una larga historia médica de la melancolía y su
representación física, esa enfermedad de invención
griega que se producía por los excesos y desvíos de
la
atrabilis,
el opaco segregado por las vísceras dólidas que algunos consideraron
como el vehículo de las
cualidades espirituales, los sentimientos, e incluso las
manías. La bilis turbia invadía todos los circuitos del
organismo de igual forma al alquitran tibio y pegajoso,
el “carbón humoral” que obstruía el curso natural de
los impulsos vitales provocando la desgana del espíritu, la fatiga
inmortal y la ponzoña caníbal que devora
la conciencia y el cuerpo teñido de negro. Esta enfermedad, entonces y
ahora, ensombrece la mirada sobre
el mundo, inquiere unos ojos atrabilarios, tristes y extravagantes. La
historia se encargó de darle fineza espiritual al mal, desde la
problemata de Aristóteles hasta
el furor
melancholicus del kankri,
para llegar finalmente
al neologismo
oncología (del
griego ογκολογiα,
onkos
que significa masa, bulto o hinchazón), término que
se empleó por primera vez en 1857 para designar el
estudio de los tumores y su tratamiento en medicina.
El presente relato hace un recuento detallado de los
precursores de la investigación en cáncer y de la oncología como
ciencia misma.
Precursores greco-romanos
Poco se sabe con certeza sobre quién era, cómo practicaba la medicina y
de los escritos que se le atribuyen, cuáles son realmente suyos. Lo
poco que sabemos
sobre Hipócrates y su historiografía se lo debemos a
su primer biógrafo, Sorano de Éfeso (un médico griego del siglo II d.
C.), y a Aristóteles (384-322 a.C.),
quien se refirió a él como el gran Hipócrates. Su
imagen actual surgió en el siglo XVI después de ser
constantemente inventada y reinventada, construido,
deconstruido y reconstruido, moldeado y remodelado,
de acuerdo con el contexto cultural, filosófico, social
y político, o el trasfondo privado y moral de los intérpretes (6).
Según el tiempo, Hipócrates surgió de
un grupo de ilustres profesores de la afamada escuela
de medicina del isla de Kos en el Mar Egeo, durante
la Era de Pericles. Como sede del aprendizaje y sede
provincial del museo de Alejandría, Kos fue un centro educativo y un
patio de recreo para los príncipes
de la dinastía ptolemaica. Su mercado era uno de los más grandes del
mundo antiguo y su puerto bien fortificado le dio prominencia en el
comercio regional.
El legado médico asociado al nombre de Hipócrates
se ha vuelto legendario, siendo llamado el padre de la
medicina por rechazar los puntos de vista prevalecientes sobre las
causas sobrenaturales de la enfermedad y
su cura a través de rituales y ofrendas, promoviendo
un enfoque más racional. El Corpus hipocrático, es
una colección de 60 escritos médicos sobre una variedad de temas que
incluyeron “Sobre el aire, el agua y
los lugares”, “Sobre la medicina antigua”, “Sobre las
epidemias”, “Sobre la cirugía”, “Sobre lo sagrado y la
enfermedad”, “Sobre las úlceras”, “Sobre las fracturas”, “Sobre las
hemorroides ”, los “Aforismos” (3), y
“El juramento - Hórkos” (7). Hipócrates fue un errante
asklepiada, del linaje directo de Asclepios (Esculapio),
el mitológico hijo de Apolo (Febo) y Arsinoe. Floreció en la era
intelectual y cultural de Grecia, la más
deslumbrante en la historia de la humanidad, la de Sócrates, Platón y
Protágoras en filosofía, de Herodoto y
Tucídides en historia, de Esquilo, Sófocles y Eurípides
en el arte dramático, y la de Fidias en escultura (8). En
su momento, Inglis afirmó que Hipócrates hizo por la
medicina lo que Sócrates por el pensamiento, liberarlo
de su adolescencia y animar a su conversión en pensamiento racional.
En su libro “Sobre las epidemias”, Hipócrates aconsejó tomar nota de
los síntomas y la apariencia de los
pacientes a diario para evaluar la progresión o recuperación de la
enfermedad. Creía que la salud y la
enfermedad eran el resultado del equilibrio y el desequilibrio en los
cuatro principales fluidos o humores
corporales: sangre, bilis negra, bilis amarilla y flema.
Cada humor estaba ligado a un órgano diferente (corazón, bazo, hígado,
y cerebro), un temperamento personal (sanguíneo, melancólico, colérico,
y flemático), un
elemento físico terrenal (aire, tierra, fuego, y agua), y
una estación específica. El dominio relativo de uno de
los humores determinaba los rasgos de personalidad y
su desequilibrio resultaba en una propensión a ciertas
enfermedades. El objetivo del tratamiento era restablecer el equilibrio
mediante la dieta, el ejercicio y el uso
juicioso de hierbas, aceites, compuestos terrenales y,
ocasionalmente, metales pesados o cirugía. Por ejemplo, un individuo
flemático o letárgico (uno con demasiada flema) podría recuperar el
equilibrio mediante
la administración de cítricos que se creía que contrarrestaban la
flema. Si bien se le atribuye a Hipócrates,
los verdaderos orígenes de este sistema son controvertidos. El
Corpus Hipocraticum trata en
detalle al
onkos e
incluye la palabra
karkinos
para describir los bultos ulcerosos símil actual para las neoplasias.
Abogó por la
dieta, el descanso y el ejercicio para las enfermedades
leves, seguidos de los purgantes, los metales pesados y
la cirugía para las enfermedades más graves, especialmente los
karkinomas. Su enfoque de
tratamiento escalonado se resume en uno de sus Aforismos, “Lo que
la medicina no cura, el cuchillo cura con frecuencia; y
lo que el cuchillo no cura, el cauterio cura a menudo;
pero cuando todo esto falla, el
karkinos
es incurable”
(3). Para su crédito, reconoció la progresión implacable de los
karkinomas profundamente arraigados
y el
efecto a menudo negativo de la reacción al tratamiento: “Los cánceres
ocultos no deben ser molestados.
Al intentar tratarlos, rápidamente se vuelven fatales.
Cuando no se les molesta, permanecen en un estado latente durante un
período de tiempo” (Aforismo
3811) (3). Hipócrates murió en Larisa, en Tesalia, a la
edad probable de cien años. Las
Figuras
1A y B incluyen la relación entre la melancolía y el desarrollo
de
enfermedades tumorales hechas por Teofrasto de Ereso, al igual que la
descripción del vómito negro como
manifestación del cáncer.
Aulus Cornelius Celsus (25 a.C. – 50 d.C.) (
Figura 2),
fue un médico romano y prominente sucesor de Hipócrates. Describió la
evolución de los tumores a partir
de
cacoethes resecables
quirúrgicamente seguidos de
karkinos que no responden (más
tarde les llamó carcinomas) y las úlceras fungosas que deberían dejarse
solas, porque “los carcinomas extirpados regresan y causan la muerte”.
Aulus Cornelius Celsus explicó:
“Es solo el
cacoethes que se
pueden eliminar; las otras
etapas se irritan con el tratamiento; y cuanto más hay,
más vigoroso es. Algunos han usado medicamentos
cáusticos, algunos el cauterio, algunos la escisión; pero
ningún medicamento le ha aliviado jamás; las partes
cauterizadas se excitan inmediatamente y aumentan
hasta causar la muerte”, ese fue y siempre será el cáncer (9).
Figura 1A. En el año 372 a.C Teofrasto de Ereso, (“Sistema
Naturae”, manual de clasificación de las plantas
medicinales y los tipos de sangre de animales) y demás discípulos de la
Escuela Peripatética, elaboraron un estudio
sobre la relación entre los Humores y el carácter de las personas. Así,
según nos cuentan en sus escritos, “aquellos
individuos con mucha sangre eran sociables; aquellos otros con mucha
flema eran calmados; aquellos con mucha
bilis eran coléricos y aquellos con mucha bilis Negra eran
melancólicos.” Estos últimos se consideraron susceptibles
al Kancro. B. Noticia de un específico para curar el vómito negro o
atrabiliar cuyo autor fue D. Domingo Arandiga. Se
encuentra en la hoja de guarda, donde el vómito negro no es otra cosa
que la compulsión corporal del cáncer.
La noticia recogida apareció publicada en el Diario de Madrid, el 9 de
julio de 1789.
Celsus reconoció que solo el tiempo podría diferenciar
los
cacoethes de los
carcinomas, “Sin embargo, nadie,
excepto por el tiempo y el experimento, puede tener
la habilidad de distinguir un cacoethes que admite ser
tratado de un carcinoma que no lo hace”. De igual forma, describió
vívidamente la naturaleza invasiva de los
carcinomas, “El karkinos también es una enfermedad
que se propaga. Y todos estos signos se extienden a
menudo, y resultan de ellos una úlcera que los griegos
llamaban
phagedaena porque se
propaga rápidamente y
penetra hasta los huesos y devora la carne”. Según se
ha informado, fue el primero en intentar una cirugía
reconstructiva después de la extirpación de un cáncer.
Arquigenes de Apamea, Siria (d.C. 75-129) practicó en
Roma en la época de Trajano. También enfatizó la importancia del
diagnóstico temprano del cáncer cuando
varios remedios pueden tener éxito, pero recomendó la
cirugía para la enfermedad avanzada como absolutamente necesaria, pero
solo en aquellos pacientes fuertes capaces de sobrevivir al
procedimiento, diseñado
para extirpar el tumor en su totalidad, advirtiendo, “si
el cáncer ha tomado algo entre sus manos no se puede
arrancar fácilmente”.
Figura 2. Aulus Cornelius Celsus (25 a.C.- 50 d. C.). De medicina.
Venecia: Philippus Pincius, para Benedictus
Fontana, 6 de mayo de 1497. Colación: a-l8 m6. 94 hojas, tipos romanos
y griegos, espacios iniciales de 3-8 líneas
con letras guía, dispositivo Fontana en el reverso final. Hecho por
Arnaldus Vilanovanus (c. 1240-1311). Ópera.
Lyons: F. Fradin, 1509.
Galeno (d.C. 129 - 216), el sucesor más destacado de
Hipócrates y el que impulsó su legado durante casi
quince siglos, nació de padres griegos en Pérgamo, la
antigua capital del Reino de Pérgamo durante el período helenístico,
bajo la Dinastía Attalid. En la época
de Galeno, Pérgamo era un próspero centro cultural
célebre por su biblioteca solo superada por la de Alejandría y su
estatua de Asclepio. Su próspero padre
arquitecto patricio, Aelius Nicon, supervisó la amplia
y ecléctica educación de Galeno que incluía matemáticas, gramática,
lógica e investigación de las cuatro
principales escuelas de filosofía de la época: los platónicos, los
peripatéticos, los estoicos y los epicúreos.
Comenzó sus estudios médicos en Esmirna y Corinto
a los 16 años y más tarde vivió en Alejandría durante 5
años (152 - 157 d.C.) donde estudió anatomía y aprendió la práctica de
la disección como un medio para
comprender la salud y la enfermedad. Años más tarde
escribió, “Mira el esqueleto humano con tus propios
ojos. Esto es muy fácil en Alejandría, de modo que
los médicos de esa zona instruyen a sus alumnos con
la ayuda de la autopsia.” Su nombramiento como médico del gimnasio
anexo al santuario de Asclepio de
Pérgamo, en 157 d.C., lo llevó de regreso a su ciudad
natal, donde se convirtió en cirujano de gladiadores
locales. Cuando estalló el malestar civil, Galeno se mudó a Roma, donde
su talento y ambición pronto
le trajeron fama, pero también numerosos enemigos
que lo obligaron a huir de la ciudad en 166, el año en
que golpeó la plaga. Dos años más tarde, el emperador
romano Marco Aurelio lo convocó para servir como
cirujano del ejército durante un brote entre las tropas
estacionadas en Aquileia (168 – 169 d.C.) y cuando
la plaga se extendió a Roma, fue nombrado médico
personal del emperador y su hijo Cómodo, añadiendo
brillo a su carrera en rápido ascenso (10).
Si bien los médicos de la época no estaban de acuerdo
sobre si la experiencia o las teorías establecidas deberían guiar el
tratamiento, aplicó el empirismo Aristotélico asegurándose de que las
teorías establecidas
dieran significado a las observaciones personales, y
se basó en la lógica para resolver las incertidumbres y
descubrir las verdades médicas. Galeno fue el primero en reconocer la
diferencia entre sangre arterial (brillante) y venosa (oscura) que
postuló como sistemas
distintos que se originan en el corazón y el hígado,
respectivamente. Usó vivisecciones para estudiar las
funciones corporales. Por ejemplo, cuando cortó el
nervio laríngeo de un cerdo, el animal dejó de chillar;
un nervio ahora conocido como Nervio de Galeno.
Asimismo, al atar los uréteres demostró que la orina
procedía de los riñones y que el corte de los nervios
de la médula espinal provocaba parálisis. Realizó
operaciones audaces y delicadas como la extracción
del cristalino para tratar cataratas, una operación que
se convertiría en algo común 2.000 años después. Sus
estudios anatómicos pioneros, basados en la disección de cerdos y
primates, solo fueron superados por
la obra fundamental de Andreas Vesalius de 1543
De
Humani Corporis Fabrica basada en disecciones humanas (11). Los
prolíficos escritos de Galeno incluyen
300 títulos, de los cuales aproximadamente la mitad
han sobrevivido total o parcialmente. Muchos fueron
destruidos en el incendio del Templo de la Paz (191
d.C.). La influencia de su trabajo en Occidente entró
en declive después del colapso del Imperio Romano
por no haber traducciones al latín disponibles, lo que
ocasionó que pocos eruditos pudieran leer en griego.
Sin embargo, la tradición médica griega se mantuvo
viva y bien en el Imperio Romano de Oriente. De
hecho, el interés de los musulmanes por la ciencia y
la medicina griegas durante el período abasí llevó a
traducciones de la obra de Galeno al árabe, muchas
de ellas por eruditos cristianos sirios. Asimismo, el
número limitado de eruditos que dominaban el griego o el árabe
dificultaba las traducciones a los idiomas modernos. Karl Gottlob Kühn
de Leipzig reunió
el compendio más completo y autorizado de la obra
de Galeno entre 1821 y 1833. Recopiló 122 obras de
Galeno en 22 volúmenes (cerca de 20.000 páginas),
traducidas del griego original al latín y publicadas en
ambos idiomas.
Galeno abordó los tumores de diversos tipos y orígenes, distinguiendo
onkoi (bultos o masas en general)
del
karkinos (incluidas
úlceras malignas), y los
karkinomas
(incluidos cánceres no ulcerantes). Su mayor contribución a la
comprensión del cáncer fue clasificar los
bultos y crecimientos en tres categorías que van desde
los más benignos hasta los malignos. El
De Tumoribus
Secondum Naturam (tumores según la naturaleza) incluía todas las
variantes de los procesos neoplásicos.
De Tumoribus Supra Naturam
(tumores más allá de la
naturaleza) comprendía procesos como abscesos e hinchazón por
inflamación que comparó con una “esponja empapada” porque “si se corta
la parte inflamada,
se puede ver salir una gran cantidad de sangre”.
De
Tumoribus Praeter Naturam (tumores sobre la naturaleza) incluía
lesiones consideradas como cáncer en la actualidad (
Figuras 3A y B). La clasificación de
Galeno
de bultos y crecimientos es el primer y único documento escrito de la
antigüedad dedicado exclusivamente
a los tumores tanto cancerosos como no cancerosos.
Sin embargo, las contribuciones de Galeno para comprender la naturaleza
y el tratamiento del cáncer fueron esencialmente nulas. Murió en Roma a
la probable
edad de 87 años (12).
Figuras 3A. Galeno de Pérgamo, izquierda, con Hipócrates, en la
portada de Lipsiae (1677), libro de medicina de
Georgii Heinrici Frommanni. Biblioteca Nacional de Medicina, Bethesda,
Maryland. B. Breve oncología Galénica
parva sobre tumores del cuerpo humano – “Humani Corporis Tumoribus”
(Guntheri christophori, 1695).
Precursores desde Roma al Renacimiento
Desde la caída del Imperio Romano de Occidente, Bizancio despertó la
ciencia a través del surgimiento de
prominentes eruditos, incluidos Oribasio de Pérgamo
(325-403), Aecio de Amideno (502-575) y Paulus Ægineta (625-?).
Oribasius destacó la naturaleza dolorosa del cáncer y describió
diversos tumores faciales, de
seno y genitales. Aecio fue reconocido por la notable
observación de que los vasos sanguíneos y la inflamación del cáncer de
seno emula la distribución anatómica del cangrejo. Este, creía que la
cirugía del cáncer de
útero era demasiado riesgosa, pero defendía la escisión
de los cánceres de seno potencialmente tratables. En
sus escritos confirmó las observaciones sobre el cáncer
de seno hechas por Leonides de Alejandría en el siglo II d.C., “El
cáncer de seno aparece principalmente
en mujeres y rara vez en hombres. “El tumor es doloroso debido a la
intensa tracción del pezón … por lo
que evite operar cuando el tumor se ha apoderado de
toda la arquitectura y se ha adherido al tórax; pero si
el tumor escirro comienza en el borde del seno y se extiende más allá
de la mitad, debemos intentar amputar
el seno sin cauterización” (13). Por otra parte, Paulus
Ægineta publicó siete libros dos siglos después, incluyendo un tratado
“la descripción, las causas y la cura
de todas las enfermedades tumorales, ya sea que estén
situadas en partes de textura uniforme, en órganos particulares, o que
consistan en soluciones de continuidad, y eso no meramente de manera
resumida, sino
con la mayor amplitud posible” (13).
En el libro IV, sección 26, Ægineta afirmó que el cáncer “Ocurre en
todas las partes del cuerpo” ... pero es
más frecuente en los senos de las mujeres. En el libro
VI, sección XLV, citó el tratamiento quirúrgico de Galeno para el
cáncer de seno, que él defendió como el
manejo de elección para todos los cánceres operables,
“Si alguna vez intenta curar el cáncer mediante una
operación, comience sus evacuaciones purgando el
humor melancólico y habiendo cortado toda la parte
afectada, de modo que quede una raíz. Permitir que
la sangre se descargue y no contenerla rápidamente,
sino apretar las venas circundantes para expulsar la
parte gruesa de la sangre y luego curar la herida como
otras úlceras” (14). También llamó la atención sobre
la presencia de ganglios linfáticos en las axilas de las
mujeres con cáncer de seno y abogó por los extractos
de amapola para combatir el dolor.
La tradición científica griega también se extendió ampliamente a través
de escritores, eruditos y científicos
cristianos siríacos que llegaron a tierras árabes principalmente a
través de traducciones de textos griegos
al árabe por parte de los “nestorianos”; seguidores de
Nestorio, Patriarcado de Constantinopla. El nestorianismo se extendió
por Asia Menor a través de iglesias,
monasterios y escuelas donde los monjes se mezclaron
con los árabes hasta que la secta fue abolida por herética en el
Concilio de Calcedonia (451 d.C.). Un elemento fundamental para la
adopción del pensamiento
griego por los árabes fue la inclinación progriega de
Ja’far Ibn Barmak, ministro del Califa de Bagdad, junto con miembros de
ideas afines del séquito del Califa. “Así, la herencia nestoriana de la
erudición griega
pasó de Edesa y Nisibis, a través de Jundi-Shapur, a
Bagdad”, los médicos eruditos islámicos y los escritores médicos se
hicieron preeminentes en la temprana
Edad Media, incluido el ilustre e influyente Abu Bakr
Muhammad Ibn Sazariya Razi, conocido como Rhazes (865? - 925?), Abū
ʿAlī al - Ḫusayn ibn ʿAbd Allāh
ibn Sīnā, conocido como Avicenna (980-1037), Abū
- Marwān ‘Abd al - Malik ibn Zuhr o Avenzoar (1094-
1162), y Ala - al - din abu Al - Hassan Ali ibn Abi
- Hazm al - Qarshi al - Dimashqi conocido como Ibn
Al - Nafis (1213-1288) (15). Avenzoar fue el de mayor
interés para la primitiva oncología ya que describió por
primera vez los síntomas del cáncer de esófago y estómago, en su libro
Kitab al-Taysir fi ‘l-Mudawat wa’
l-Tadbir, y propuso el uso de enemas de alimentación
para mantener pacientes vivos con cáncer de estómago, un enfoque de
tratamiento que sus predecesores
intentaron sin éxito. Como Hipócrates, insistió en que
el futuro cirujano recibiera capacitación práctica antes
de que se le permitiera operar por su cuenta. A finales
del siglo XIV, Avenzoar se hizo muy conocido en los
círculos universitarios de Padua, Bolonia y Montpellier, donde fue
considerado uno de los más grandes
médicos de todos los tiempos (16). Las sucesivas publicaciones de su
Kitab al-Taysir y sus traducciones
aseguraron su influencia durante el siglo XVII cuando
el nuevo paradigma de tratamiento de Paracelso, que
enfatizaba los ingredientes químicos en lugar de las
hierbas, difundido en la lengua vernácula en lugar de
en griego o latín, puso en marcha el declive del Greco.
La rápida expansión del cristianismo y su omnisciencia a través de la
Europa madura de la baja edad media
permitió la aparición de los
Hospitiums.
El más famoso fue el Studium de Salerno del siglo IX, una ciudad
costera en el sur de Italia clave para el comercio con
Sicilia y otras ciudades mediterráneas. Aunque inicialmente fue un
humilde dispensario sostenido por las
necesidades de los peregrinos en camino a Tierra Santa, evolucionó
hasta convertirse en la Schola Medica
Salernitana. La llegada a una abadía cercana en 1060
de Constantino el Africano, un monje benedictino de
Cartago cuya guía médica para viajeros titulada
Viaticum y sus traducciones y
anotaciones de textos griegos
y árabes, llevaron a Salerno a ser conocido como Hippocratica Civitas
(Ciudad de Hipócrates). A finales
del siglo XI, la fama del Studium se había extendido
por Europa gracias a la erudición y los escritos de sus
profesores y eruditos todavía anclados en la tradición
hipocrático-galénica. Los escritos médicos prominentes que surgen del
Studium incluyen el
Breviario sobre
los signos, causas y curas de enfermedades de Joannes de
Sancto Paulo, el Liber de Simplici Medicina de Johannes y
Matthaeus Plantearius, y De Passionibus Mulierum Curandorum, una
recopilación de problemas de salud de la
mujer atribuidos a Trotula, la médica más famosa de
su tiempo. Dada su enseñanza ecléctica que fusionó
las tradiciones médicas griegas, latinas, judías y árabes, el Studium
se convirtió en la Meca para estudiantes, profesores y académicos. Su
sucesora, la Schola
Medica Salernitana, sirvió de modelo a las influyentes
y duraderas facultades de medicina prerrenacentistas
de Montpellier, Bolonia y París que se convirtieron en
mecas del estudio y la práctica de la medicina y, finalmente, en el
renacimiento del conocimiento sobre el
cáncer (17).
El Renacimiento fue testigo de un resurgimiento del
interés por la cultura griega, fomentado por la llegada
a Europa occidental de doctos griegos que huían de
Constantinopla después de la conquista turca de Bizancio, lo que
permitió a los occidentales abandonar
las traducciones al árabe de los maestros griegos. Este
y otros acontecimientos trascendentales de esa época,
como la invención de la imprenta, el descubrimiento
de América y la Reforma, provocaron un cambio de
dirección y perspectiva. Esta curiosidad tenía una base
amplia, y abarcaba todas las áreas del conocimiento y
el esfuerzo humanos, desde el estudio de la anatomía
hasta el escrutinio de los cielos, como lo demuestra la
publicación de dos tratados revolucionarios e inmensamente influyentes.
“
De Humani Corporis Fabrica Libri
Septum” (Siete libros sobre la estructura del cuerpo humano) de
Andrés Vesalio (1514-1564) (18). Asimismo,
se avanzó en las técnicas quirúrgicas y el tratamiento
de las heridas, gracias a Ambrosio Paré (1510-1590),
cirujano de los ejércitos franceses y médico privado
de tres reyes franceses, padre de la cirugía moderna
y la patología forense. Sin embargo, esta explosión de
conocimiento renacentista no se extendió significativamente al ámbito
del cáncer. Por ejemplo, Paré llamó
al cáncer Noli me tangere (no me toques) y declaró:
“Cualquier tipo de cáncer es casi incurable y…si se
opera…cura con gran dificultad” (19).
No obstante, comenzaron a surgir algunos de los atributos físicos del
cáncer. A Gabriele Fallopius (1523-
1562) se le atribuye el mérito de haber descrito las diferencias
clínicas entre tumores benignos y malignos,
lo que es ampliamente aplicable a la modernidad y en
la actualidad. Identificó los tumores malignos por su
firmeza leñosa, forma irregular, multilobulación, adhesión a tejidos
vecinos y por vasos sanguíneos congestionados, que a menudo rodean la
lesión. Por el
contrario, masas más blandas de forma regular, móviles y no adherentes
a estructuras adyacentes sugirieron tumores benignos. Al igual que sus
predecesores,
abogó por un enfoque cauteloso del tratamiento del
cáncer, “
Quiescente cancro, medicum
quiescentrum” (cáncer latente; médico inactivo). Más importante
aún, por
primera vez en 1.500 años, la teoría de la bilis negra
de Galeno sobre el origen del cáncer fue cuestionada y
se formularon nuevas hipótesis. Por ejemplo, Wilhelm
Bombast von Hohenheim (1493-1541) mejor conocido como Paracelso,
propuso sustituir la bilis negra de
Galeno por varios “ens” (entidades): astrorum (cósmico); veneni
(tóxico); naturale et spirituale (física o
mental); y deale (providencial). De manera similar,
Johannes Baptista van Helmont (1577-1644) concibió
un misterioso sistema “Archeus” (20). Si bien estas hipótesis eran
retrocesos a las creencias prehipocráticas
en las fuerzas sobrenaturales que gobiernan la salud y
la enfermedad humanas, fue en este momento cuando
René Descartes (1590- 1650) publicó su “Discours de
la méthode pour bien conduire sa raison et chercher la
verité dans les sciences”.
Luego, el descubrimiento de la circulación sanguínea
por William Harvey (1578-1657), de la linfa por Gaspare Aselli
(1581-1626) y su drenaje hacia la circulación sanguínea a través del
conducto torácico por Jean Pecquet (1622-1674), llevó a la opinión de
que
la bilis negra de Galeno implicada en el cáncer no
se podía encontrar en ninguna parte, mientras que la
linfa estaba doquier en la estructura corporal, y por
lo tanto consentía por primera vez la noción de metástasis (20).
Los padres de la modernidad
El médico francés Jean Astruc (1684-1766) fue clave
para la desaparición del vínculo entre la bilis negra, la
melancolía y el cáncer. En 1759, comparó el sabor de las
rebanadas cocidas de carne de res y el cáncer de seno,
y al no encontrar diferencias apreciables, concluyó que
el tejido mamario no contenía bilis ni ácido adicionales.
Con base en esta nueva pista, Henri François Le Dran
(1685-1770), uno de los mejores cirujanos de su tiempo,
postuló que el cáncer se desarrollaba localmente y se diseminaba a
través de los linfáticos y se volvía inoperable
y fatal, una observación tan cierta hoy como entonces
(21). Su contemporáneo, Jean-Louis Petit (1674-1750),
abogó por la mastectomía total para el cáncer de seno,
incluida la resección de las glándulas axilares (ganglios linfáticos),
que consideró correctamente necesaria
“para evitar recurrencias”. Tres siglos y medio después,
el enfoque quirúrgico de Petit para la cirugía del cáncer
de seno sobrevive después de muchas modificaciones
que fueron posibles gracias al enorme progreso logrado
en técnicas quirúrgicas (22).
Cómo fue el comienzo del cáncer y cuáles fueron sus
causas seguían siendo un misterio, por lo que varias
instituciones académicas promovieron la búsqueda
de una respuesta. Por ejemplo, en 1773, la Academia
de Lyon, Francia, ofreció un premio al mejor informe
científico sobre “Qu’est-ce que le cancer” (¿Qué es el
cáncer?). Lo ganó la tesis doctoral de Bernard Peyrilhe (1735-1804); la
primera investigación para explorar
sistemáticamente las causas, la naturaleza, los patrones de crecimiento
y el tratamiento del cáncer que catapultó a Peyrilhe como uno de los
fundadores de la
investigación experimental del cáncer (
Figura
4). Postuló la presencia de una “materia Icorosa”; un factor
promotor del cáncer similar a un virus, que emerge de
la linfa degradada. Para probar si la materia Icorosa
era contagiosa, inyectó extractos de cáncer de seno
debajo de la piel de un perro, que mantuvo en casa
bajo observación. Sin embargo, el experimento se interrumpió cuando sus
sirvientes ahogaron al perro que
aullaba constantemente. Peyrilhe también se suscribió
a la noción del origen local del cáncer y llamó cáncer
consecuente de enfermedad distal (metástasis), término posteriormente
acuñado en 1829 por Joseph Recamier (1774-1852) (23).
En proximidad temporal, William Stewart Halsted
(1852-1922) popularizó en 1882 las mastectomías “radicales”, que se
extendían a los ganglios axilares y los
músculos pectorales mayores y menores en un bloque.
Sin embargo, los cirujanos más agresivos del siglo XX
agregaron ooforectomía profiláctica, adrenalectomía e
hipofisectomía, procedimientos que pronto se abandonaron por ser
ineficaces y mutilantes. Mientras tanto,
Giovanni Battista Morgagni (1682-1771) contribuyó
en gran medida a comprender la patología del cáncer a
través de su monumental “De Sedibus et Causis Morborum per Anatomen
Indigatis” (Sobre los asientos y
las causas de las enfermedades investigadas por Anatomía), que contiene
descripciones detalladas de las
autopsias realizadas sobre 700 pacientes que habían
muerto de cáncer de seno, estómago, recto y páncreas.
En otro frente, preocupado porque no se satisfacían
las necesidades especiales de los pacientes con cáncer,
Jean Godinot (1661-1739), canónigo de la catedral de
Reims, legó una considerable suma de dinero a la ciudad de Reims para
erigir y mantener a perpetuidad un
hospital de cáncer. Este Hôpital des cancers fue inaugurado en 1740 con
8 pacientes de cáncer: 5 mujeres y
3 hombres (24).
Mientras tanto, Bernardino Ramazzini (1633-1714),
nacido en Capri, se centró en los problemas de salud de los
trabajadores visitando lugares de trabajo en un
intento por determinar si las actividades y el medio
ambiente afectaban su salud. Después de años de minuciosas
observaciones de campo, publicó De morbis
artificum diatriba (Enfermedades de los trabajadores).
Allí informó una ausencia virtual de cáncer de cuello
uterino, pero una mayor incidencia de cáncer de seno
en las monjas en comparación con las mujeres casadas, lo que sugirió la
actividad sexual como una explicación, una noción cuestionada dos
siglos y medio
después (25).
Años más tarde (1761), John Hill (1716? - 1775) advirtió sobre los
peligros del entonces popular tabaco
rapé afirmando: “Ningún hombre debería aventurarse
a aspirarlo si no está seguro de no estar tan expuesto
a un cáncer” (
Figura 5) (26).
Luego, en 1775 Percivall
Pott (1714-1788) llamó la atención sobre el cáncer de
escroto en los deshollinadores. En sus “Observaciones
quirúrgicas relativas a la catarata, el pólipo de la nariz y el cáncer
de escroto, etc.”, señaló con precisión,
“El cólico de Poictou es un moquillo bien conocido,
y todo el mundo está familiarizado con el trastornos
de los que son responsables los pintores, fontaneros,
vidrieros y los obreros de albayalde; pero hay una enfermedad tan
peculiar de cierto grupo de personas que,
al menos que yo sepa, no ha sido notada públicamente; Me refiero al
cáncer de los deshollinadores. Es una
enfermedad que siempre ataca primero y aparece por
primera vez en la parte inferior del escroto; donde produce una llaga
superficial, dolorosa, irregular, de mal
aspecto, con bordes duros y ascendentes. El oficio se
llamó verruga de hollín”. Ante la evidencia progresiva de la enfermedad
también declaró “Si existe alguna
posibilidad de detener o prevenir este daño, debe ser
la eliminación inmediata de la parte afectada...porque
si se deja que permanezca hasta que el virus se haya
apoderado del testículo, generalmente es demasiado
tarde incluso para la castración. Muchas veces hice el
experimento; pero, aunque las llagas...se han curado
amablemente, y los pacientes han salido del hospital
aparentemente bien, en el espacio de unos meses...han
regresado con la misma enfermedad en el otro testículo, o glándulas de
la ingle, o con enfermedad en algunas de las vísceras, y que pronto ha
sido seguido por
una muerte dolorosa” (27). En el Reino Unido, la ley
de deshollinadores de 1875 disponía que estos tuvieran
licencia y prohibieran el ascenso antes de los 21 años
y el aprendizaje antes de los 16. Con el tiempo, varios
gremios de deshollinadores sugirieron bañarse diariamente; una medida
bien pensada que redujo drásticamente este riesgo laboral.
A pesar de una mejor comprensión de ciertos aspectos
de la evolutiva noción sobre el cáncer, otras observaciones
desconcertantes de ese momento incluyeron
las descripciones sobre recurrencias distales, cánceres
múltiples en un solo individuo, y familias con una alta
incidencia de cáncer. Tales sucesos se explicaron por
una cierta predisposición al cáncer o diátesis invocada por primera vez
por Jacques Delpech (1772-1835)
y Gaspard Laurent Bayle (1774-1816), posteriormente revitalizadas en
toda Europa por Pierre Paul Broca
(1824-1880), Sir James Paget (1814-1899) y Carl von
Rokitansky (1804-1878). Los creyentes en la hipótesis
de la diátesis vieron el cáncer como una manifestación
clínica de un defecto constitucional subyacente. El patólogo Jean
Cruveilhier (1791-1874) consideró la diátesis del cáncer y la caquexia
del cáncer como diferentes manifestaciones del mismo proceso causado
por la
impregnación cancerosa de la sangre venosa (17). En
consecuencia, hubo una actitud generalmente nihilista
con respecto a la terapia, ya que las recaídas del cáncer eran casi
inevitables a menos que se resecara tempranamente. Otros pioneros de
las definiciones sobre
el ámbito tumoral fueron el anatomista Heinrich von
Waldeyer-Hartz (1836-1931), famoso por su trabajo
sobre el tejido linfoide faríngeo o anillo de Waldeyer, y
por acuñar las palabras cromosoma y neurona, el cirujano Franz König
(1832-1910) a quien se le atribuye el
primer uso de los Rayos-X para visualizar un sarcoma
en una pierna amputada. Estas nociones darían paso al ejemplar único de
Pierre Paul Broca, cuyo
Mémoire sur
l’anatomie pathologique du cancer (Ensayo sobre
la anatomía patológica del cáncer) proporcionó una
base empírica para la estadificación del cáncer y, por
lo tanto, la evaluación pronóstica que perdura en la
actualidad (28).
Figura 4. Bernard Peyrilhe (1735-1804), fue un cirujano francés,
conocido como uno de los fundadores de la
investigación experimental del cáncer. Peyrilhe nació en Pompignan, y
se convirtió en profesor en la Escuela
de Cirugía de París (École de Chirurgie). En 1773, Peyrilhe estaba
estudiando su doctorado, cuando escribió la
primera revisión sistemática sobre el cáncer en un ensayo premiado que
envió a la Academia de Letras y Bellas
Artes de Lyon en respuesta a un concurso de ensayos. El escrito
titulado ¿Qué es el cáncer? cubrió la naturaleza
de la enfermedad, su crecimiento, tratamiento y origen a través de un
“virus” producido por el tumor que causaba
desgaste (caquexia).
En 1839, Johannes Müller (1801-1858) dedicó sus esfuerzos al estudio
microscópico de los tumores y, en
1839, publicó “Sobre la estructura fina y las formas
de las lesiones mórbidas”, escrito en el que postuló
que el cáncer se originaba, no en el tejido normal,
sino en la “gemación” anormal de la vida. Alternativamente, Adolf
Hannover (1814–1894) imaginó que
el cáncer surgía de una misteriosa “celula cancrosa”
que era diferente a la normal en tamaño y apariencia.
Sin embargo, Rudolph Virchow (1821-1902), no pudo
confirmar la existencia de este tipo de células (29). La
primera orientación sobre el origen celular articulado
con el estroma tumoral fue hecha por Alfred Armand
Louis Marie Velpeau (1795-1867), quien después de
examinar 400 tumores malignos y 100 benignos bajo
el microscopio, anticipó clarividentemente las bases
genéticas de la escritura del cáncer: “La llamada célula
cancerosa es simplemente un producto secundario en
lugar del elemento esencial de la enfermedad. Debajo,
debe existir algún elemento más íntimo que la ciencia
necesitaría para definir su naturaleza” (
Figuras 6A y
B) (Velpeau AALM. Traité des maladies du sein et de
la régoin mammaire. Paris: Masson, 1853.). En paralelo, Robert Remak
(1815-1865) mejor conocido por
sus estudios sobre el vínculo entre las capas germinales embrionarias y
los órganos maduros, dio otro paso
adelante al postular que todas las células se derivan de
la fusión binaria de progenitores preexistentes, y que el
cáncer no era un nuevo fenómeno en formación, sino
más bien una transformación de los tejidos normales,
que se asemeja al original y se produce por la degeneración del tejido
de origen. Para enmarcar su teoría
evolucionista del cáncer escribió: “Estos hallazgos son tan relevantes
para la patología como para la fisiología. Me atrevo a afirmar que los
tejidos patológicos no
están formados, como tampoco los tejidos normales,
en un citoblasma extracelular, sino que son la progenie
o productos de tejidos normales en el organismo” (30).
Figura 5. John Hill en 1761, descripción acerca del riesgo de la
exposición moderada al Snuff de tabaco y el
desarrollo de cáncer. La segunda edición apareció a fines del mismo
año.
Louis Bard (1829-1894) amplió las observaciones de
Remak sobre la división celular proponiendo, también
correctamente, que las células normales son capaces
de desarrollarse en un estado diferenciado maduro,
mientras que las células cancerosas sufren defectos
durante su evolución dando como resultado la formación de lesiones
sólidas. Las nociones de Remak y
Bard sobre la división celular fueron importantes para
detallar el futuro de la genómica tumoral, sirviendo
como precursores de la clasificación histológica actual
de muchos subtipos de cáncer. Otro científico notable,
que unió las opiniones de Velpeau sobre la causa probable del cáncer
con nuestro conocimiento actual, fue
Theodor Boveri (1862-1915) (31). En un ensayo titulado Zur Frage der
Entstehung maligner Tumoren (El
origen de los tumores malignos), Boveri propuso por
primera vez el papel de las mutaciones somáticas en el
desarrollo del cáncer basándose en observaciones sistemáticas
realizadas en erizos de mar. Descubrió que
fertilizar un solo óvulo con dos espermatozoides a menudo conducía a un
crecimiento y división anómalos
de células progenitoras, un desequilibrio cromosómico
y la aparición de masas dependientes del tejido primario (32).
Mientras pequeñas piezas del rompecabezas del cáncer iban cayendo
lentamente en su lugar, la verdadera
naturaleza de la enfermedad, el código que gobierna
su desarrollo, crecimiento y diseminación seguían
siendo un misterio, y su tratamiento continuaba siendo esquivo e
ineficaz. Al dirigirse a la Sociedad Médica de Massachusetts en 1860,
Oliver Wendell Holmes
(1809–1894) resumió el estado de la evolución de los
medicamentos para ese momento de la siguiente manera: “Si toda la
materia médica, como se usa ahora,
pudiera hundirse en el fondo del mar, sería mejor para
la humanidad y peor para los peces”. Este vacío alcanzó un cenit cuando
Johannes Andreas Grib Fibiger
(1867-1928) recibió el Premio Nobel de Fisiología y
Medicina en 1926 por su descubrimiento del carcinoma de los
espirópteros. En el discurso de presentación,
el Decano del Royal Caroline Institute declaró: “Al
alimentar ratones sanos con cucarachas que contienen
larvas de espirópteros, Fibiger logró producir crecimientos cancerosos
en el estómago de un gran número
de animales. Por lo tanto, fue posible, por primera vez,
transformar mediante un experimento células normales en células con
todas las terribles propiedades del
tumor” (33).
Buena parte de los descubrimientos más significativos
de la naciente oncología se hicieron al ocaso del siglo
XIX. En 1842 Crawford W. Long descubrió la anestesia
(1815-1878), en 1867 Joseph Lister (1827-1912) detalló
la utilidad de la asepsia, que junto con el perfeccionamiento de las
técnicas quirúrgicas, el advenimiento de
antibióticos, y diversas mejoras médicas permitieron a
la cirugía propulsar la vanguardia del tratamiento del
cáncer en etapa temprana mejorando las tasas de curación. Asimismo, el
descubrimiento de los rayos X en
1895 por Wilhelm Conrad Röntgen (1845-1923), del
uranio por Henri Becquerel (1852-1908), y del radio
y polonio por Marie Sklodowska - Curie (1867-1934)
y su esposo Pierre Curie (1859-1906) (34), marcaron
el comienzo de la radiología diagnóstica y terapéutica
moderna, eventos que generaron expectativas sobre un
tipo de tratamiento más exitoso. Pronto se descubrió
que la curieterapia causaba irritación de la piel y caída
del pelo, por lo que los rayos X se utilizaron para tratar
varias afecciones tumorales, en especial de la piel. A
J. Voigt se le atribuyó su uso en un paciente con cáncer nasofaríngeo,
y V. Despeignes (1866-1937) merece
también el crédito de haber controlado un cáncer gástrico con rayos X
(35).
Durante la primera parte del siglo XX, la introducción de múltiples
herramientas de investigación innovadoras permitió explorar
sistemáticamente nuevas y
antiguas hipótesis sobre el origen y la naturaleza del
cáncer, lo que condujo a un progreso incremental en
distintos frentes. Por ejemplo, la convicción de Percivall Pott del
vínculo entre el alquitrán y el cáncer en
los deshollinadores fue confirmada en 1915 por el asistente de
Katsusaburo Yamagiwa (1863-1930), Koichi
Ichikawa, quien pudo inducir un carcinoma de células
escamosas en las orejas de conejos pintadas crónicamente con alquitrán
de hulla. Del mismo modo, Peyton Rous (1879-1970) confirmó la relación
entre los
virus y el cáncer al generar tumores en pollos sanos
inyectados con un filtrado libre de células y bacterias
proveniente del tumor de un ave enferma, un experimento que recuerda al
de Peyrilhe, más temprano. En
su informe de 1910, Rous no hizo afirmaciones sobre
la naturaleza del agente oncogénico transmisible, por
lo que sus hallazgos fueron rechazados por gran parte del
establecimiento médico, ya que desafiaban la
visión predominante de la herencia genética del cáncer, descripción que
le condenó al ostracismo durante
muchos años. Su trascendental descubrimiento, ahora conocido como el
virus del sarcoma de Rous, fue
reconocido 50 años después cuando ganó el Premio
Nobel de Fisiología y Medicina en 1966 (36). Asimismo, se estableció la
carcinogenicidad de la radiación
ionizante, solar y ultravioleta, y de numerosos agentes
ambientales (radón), productos industriales (asbestos),
y de una lista creciente de productos de consumo (tabaco) (17).
Las grandes guerras del siglo XX cambiaron la historia
natural de la investigación en cáncer. Alfred Gilman
Sr. (1908-1984) y Louis S. Goodman (1906-2000) evaluaron el potencial
terapéutico de la mostaza nitrogenada (donde el átomo de azufre del gas
mostaza se
sustituye por un átomo de nitrógeno), confirmando en
sus estudios iniciales la toxicidad de este último para
las células sanguíneas de los conejos, y su actividad
antitumoral en ratones xenotrasplantados con tumores linfoides.
Figura 6A. Alfred-Armand-Louis-Marie Velpeau (1795-1867) fue un
anatomista y cirujano francés que nació en
un pueblo cercano a Tours. Fue estudiante y trabajó junto a Pierre
Bretonneau. Durante sus primeros años de
experiencia trabajó como cirujano en diversos hospitales de París. En
1833 Velpeau sucedió a Alexis de Boyer
como presidente de la clínica de cirugía de la Universidad de París,
una posición que mantuvo hasta su muerte. Fue
un cirujano de renombre por sus conocimientos en cirugía anatómica y
publicó alrededor de 340 títulos de cirugía
embriología anatomía y obstetricia. En n 1827 Velpeau fue el primer
médico que descubrió la leucemia mieloide
aguda. B. Tratado de embriología y ovología donde Velpeau hizo un símil
entre las células de la placenta y las
tumorales. Su trabajo original sobre embriología humana fue muy bien
recibido y pasó por dos ediciones en Francia,
dos en Alemania y también se publicó en Italia.
Estos resultados alentadores llevaron al
primer uso experimental de la mostaza nitrogenada
en “JD”, un inmigrante polaco de 48 años con linfosarcoma refractario.
Al parecer, en agosto de 1940,
JD había desarrollado una lesión amigdalina acompañada de adenopatías
submandibulares y cervicales
de rápido crecimiento. Una biopsia ganglionar reveló la presencia de un
linfosarcoma, hallazgo por el
que fue referido al Centro Médico de la Universidad
de Yale en febrero de 1941. JD “Se sometió a radiación de haz externo
durante 16 días consecutivos con
una reducción considerable del tamaño del tumor y
una mejoría de sus síntomas. Sin embargo, en junio
del mismo año, requirió cirugía para extirpar algunos
de los nódulos cervicales y se sometió a varios ciclos
más de radiación para reducir el tamaño de los tumores residuales. Al
final del año dejaron de responder y
se habían extendido a la axila. En agosto de 1942 JD
sufría de dificultad respiratoria, disfagia y pérdida de
peso, y su pronóstico parecía desalentador”. Habiendo
agotado lo que entonces era el tratamiento estándar
del linfoma, Gilman, Goodman y Gustaf Lindskog
(1903–2002), ofrecieron a JD la mostaza nitrogenda
como tratamiento experimental. “A las 10 de la mañana del 27 de agosto
de 1942, JD recibió su primera
dosis de quimioterapia registrada como 0,1 mg kg-1
del “químico linfocida” de origen sintético. Esta dosis
se basó en estudios de toxicología realizados en conejos. Recibió 10
inyecciones intravenosas diarias, y se
observó una mejoría sintomática después del quinto
tratamiento. La biopsia que siguió a la finalización
del tratamiento no reveló de manera notable ningún
tejido tumoral, y pudo comer y mover la cabeza sin dificultad. No
obstante, a la semana siguiente, su recuento de glóbulos blancos y
plaquetas disminuyeron
provocando hemorragia gingival que requirió soporte
transfusional. Para el día 49 del tratamiento los tumores habían
reaparecido y se reanudó la quimioterapia
con un ciclo de “linfocidina” de 3 días, teniendo una
respuesta marginal y posteriormente la muerte. Esta
fue, para la historia, la primera vez que se utilizó la
quimioterapia (37). Durante el período 1949-1955, se
comercializaron la mecloretamina, el etinilestradiol, la
trietilenmelamina, la mercaptopurina, el metotrexato,
y el busulfán. Desde entonces, el desarrollo de mejores
tratamientos ha permitido mejorar el pronóstico y la
calidad de vida de quienes padecen cáncer.
A principios de la década de 1950, la tasa general de
curación de la enfermedad fue del 33%. En 1976, la
mitad de todos los pacientes con cáncer sobrevivieron
más de 5 años después del diagnóstico. En 2005, cerca
de dos tercios estaban vivos 5 años después de documentar la
enfermedad. En la actualidad, cerca del 72%
de los pacientes logran largas supervivencias gracias
a la introducción de la secuenciación, oncología de
precisión (terapias blanco dirigidas), inmunoterapia,
terapia celular, y otros. A partir de cura del primer tumor sólido con
quimioterapia (Roy Hertz y Min Chiu
Li, 1953), la investigación clínica y de transferencia en
cáncer no tiene fronteras.
Esta edición especial de la revista Medicina explora en
profundidad los innumerables cambios que ha sufrido
la historia del cáncer a partir de 1950, y recuerda el
papel de un sinnúmero de gigantes.
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Recibido:
Noviembre 5, 2020
Aprobado: Noviembre 10, 2020
Correspondencia:
Andrés F. Cardona
andres.cardona@clinicadelcountry.com