Resumen
La Medicina militar es una especialidad médica vinculada a la
logística militar, encargada de brindar
soporte sanitario a las tropas para el cumplimiento de la misión
operacional. Debido a su naturaleza,
la Medicina militar tiene unas capacidades diferenciales que le
permiten adaptarse rápidamente a
escenarios de recursos limitados y, por tanto, es un elemento
fundamental del sistema nacional de respuesta ante emergencias y
desastres. Sin embargo, debido a las particularidades de su misión, los
militares son población de alto riesgo para sufrir las consecuencias
devastadoras de emergencias sanitarias
como las pandemias. El presente artículo realiza una breve perspectiva
sobre estas dos dimensiones y
genera algunas recomendaciones para la adaptación de capacidades
militares enfocadas a enfrentar
mejor el reto de futuras pandemias.
Palabras clave: Medicina militar; Medicina operacional;
Medicina táctica; inteligencia médica militar;
pandemia; Virus AH1N1; Virus SARS CoV2; Virus Ébola; Sistema Nacional
de Emergencias y Desastres.
1 Médico Internista, Hematólogo y
Oncólogo Clínico. MSc. Oncología Molecular. MBA en Salud. Teniente
Coronel (R.A.) Ejército Nacional. Fundación Santafé. Bogotá, Colombia.
MILITARY MEDICINE IN THE HISTORY OF
PANDEMICS
Abstract
Military Medicine is a medical specialty linked to military
logistics, in charge of providing health support to troops for the
fulfi llment of the operational mission. Due to its nature, military
medicine has diff erential capabilities that allow it to quickly adapt
to limited resource scenarios and therefore is a fundamental element of
the national emergency and disaster response system; however, due to
the particularities of their mission, the military is a high-risk
population to suff er the devastating consequences of health
emergencies such as pandemics. This article provides a brief
perspective on these two dimensions and generates some recommendations
for the adaptation of military capabilities focused on better facing
the challenge of future pandemics.
Keywords: Military
Medicine; operational Medicine; tactical Medicine; military medical
intelligence; pandemic; AH1N1 virus; SARS CoV2 Virus; Ebola Virus;
National System for Emergency and Disaster Preparedness.
Introducción
En marzo del año 2009, un Mayor del Ejército recientemente graduado
como médico internista había sido
asignado como coordinador del servicio de urgencias
del Hospital Militar Central en Bogotá. El médico no
contaba con la llegada al país -pocos meses despuésde un nuevo virus de
Influenza A subtipo H1N1, y
tampoco imaginaba que esa iba a ser su verdadera tesis de grado como
médico y como militar.
Intuitivamente, las autoridades sanitarias del país y
la sanidad militar, que tampoco estaban esperando
la pandemia, organizaron protocolos de diagnóstico
y atención, cadena logística y de evacuación etc. En
fin, una serie de intervenciones basadas, principalmente, en la
emergencia y no en la evidencia.
Desde el inicio de la pandemia, semana 14 de 2009,
hasta la semana epidemiológica 35 de 2010, se notificaron un total de
163.628 alertas por el virus pandémico H1N1/09 al Sistema Nacional de
Vigilancia en
Salud Pública (SIVIGILA); de ellas, un total de 4.310
casos fueron confirmados y de éstos 272 fallecieron,
es decir, una mortalidad de 6,31% (1). El hecho de
haber participado directamente en la contención de
una pandemia con recursos de la Medicina militar,
como serán mencionados más adelante, me motiva a
escribir esta revisión, que fue imposible elaborar en su
momento. El objetivo del presente artículo es revisar
cómo la doctrina de esta especialidad, sus recursos y
sus procesos, pueden aportar en las diferentes fases
de atención de pandemias como la actual, correspondiente al virus
SARS-CoV2, y cuya enfermedad COVID-19, plantea múltiples retos al
sistema de salud
colombiano que incluye también a la sanidad militar.
Una doctrina llamada Medicina militar
La Medicina militar es una especialidad de la Medicina, que emergió de
los conflictos bélicos con
el fin de ser un soporte para las tropas. A medida
que las armas fueron adquiriendo mayor letalidad,
la atención médica en el campo de combate debió
adaptarse para hacerse más efectiva y aplicar, a la
vez, técnicas que permitieran salvar a muchos más
lesionados y heridos. El triage militar surgió a inicios
del siglo XX, debido a que el alto volumen de heridos y lesionados de
las guerras tendía a sobrepasar
las capacidades de respuesta de las estructuras -aún
rudimentarias- de la Medicina militar. A medida que
ha pasado el tiempo y las capacidades de la logística
militar han avanzado, lo han hecho también los sistemas de Medicina
militar y su estructura, para ofrecer no solamente atención a los
heridos en el campo de combate, sino también robustos procesos de
evacuación médica (CASEVAC y MEDEVAC), de
traslado de pacientes críticos, contención de armas
químicas y biológicas, y participación en escenarios
de desastres y catástrofes, lo que se complementa
con las agencias civiles de atención (2).
En Colombia, el General Antonio Nariño, fue el
primero en traer el concepto de Medicina militar al
introducir el libro “
Observaciones
acerca de las enfermedades del exército en los campos y guarniciones”,
del
inglés John Pringle, que fue publicado en su lengua
en 1752 y traducido al español en 1776. Desde los
enfrentamientos entre federalistas y centralistas, a
partir de 1812, hubo conciencia entre los mandos de
las tropas, de la necesidad de la asistencia sanitaria
y, a lo largo de todas las guerras civiles del siglo XIX
y durante la Guerra de los Mil Días, hubo hospitales de sangre
levantados de forma improvisada para
atender a los heridos y enfermos que se iban presentando en las
confrontaciones.
Se organizaron hospitales militares en Bogotá, en Panamá y en otras
poblaciones de Colombia en el siglo XIX y a principios del XX -en
secciones de los
hospitales civiles existentes en el país, o en edificios
y conventos expropiados a las comunidades religiosas- como el caso del
Convento de las Carmelitas en
Bogotá, convertido en hospital militar desde cuando
el general Tomás Cipriano de Mosquera se tomó a
Bogotá, el 5 de diciembre de 1861, y hasta cuando el
presidente Rafael Núñez se lo entregó a los sacerdotes salesianos, el
11 de febrero de 1890. Los gobiernos
republicanos, desde un principio, se preo-cuparon por
la asistencia médica de los militares, creando para ese
efecto, contratos con los diferentes hospitales civiles
que existían en ciudades como Bogotá, Popayán,
Panamá, Cartagena, Barranquilla y Sabanalarga. O
también, se establecieron pequeños hospitales militares en Bogotá, como
el de Santa Librada y el ubicado
en el convento del Carmen. Así mismo, se contrató la
asistencia de ellos con los médicos civiles, que iban en
aumento desde la fundación de la Universidad Central en Bogotá y la de
Cartagena por Santander en
1826, la Escuela de Medicina Privada, en Bogotá en
1864 y la Universidad Nacional en 1868.
La invasión peruana a la localidad amazónica colombiana de Leticia, el
1 de septiembre de 1932,
tomó al Ejército Nacional sin una adecuada estructura de sanidad, la
que pertenecía orgánicamente,
hasta antes del Decreto 89 de ese año, al llamado
departamento 5, compuesto por dos secciones: la de
Sanidad y Alimentación, y la de Remonta, Veterinaria y Forraje. El
servicio médico se seguía prestando, mayoritariamente, por médicos a
contrato, que
atendían a los enfermos en sus hogares, en casas de
salud y en las pocas enfermerías que tenían algunas
unidades. En Bogotá, los militares gravemente enfermos, se atendían en
una sección del Hospital de San
José. Tras la invasión de Leticia, el gobierno nacional expidió, entre
las varias medidas para enfrentar
tan delicada situación, el Decreto No. 1556 del 27 de
septiembre de 1932, con el que se creó el Departamento de Sanidad del
Ministerio de Guerra.
En ese mismo año, el gobierno creó un nuevo Hospital Militar Central,
dependiente de la Sanidad Militar, en las instalaciones de lo que había
sido, hasta
entonces, el edificio del personal de la guardia de
la fábrica de municiones en el barrio San Cristóbal,
para dar atención allí al personal activo, donde actualmente funciona
la Escuela Logística del Ejército.
En 1938 se estableció la Escuela de Enfermería de
la Cruz Roja y Sanidad Militar. A partir de 1942,
al médico y coronel Esguerra lo sucedió el teniente
coronel médico Miguel Gómez Archila, quien tras
más de un intento, logró presentar al gobierno nacional, encabezado
por el doctor Mariano Ospina
Pérez, un proyecto y estudio para la construcción de
un moderno y espacioso Hospital Militar que pudiera dar atención, no
solo al personal de las Fuerzas
Militares, sino también a sus familiares. Por iniciarse
la construcción de este hospital el día 28 de julio de
1950, el presidente Ospina escogió esa fecha como el
Día del Servicio de la Sanidad Militar y la apropiada
para entregar la condecoración, creada en su gobierno, de la Orden del
Mérito Sanitario “José Fernández Madrid” destinada a señalar y
recompensar los
actos de heroísmo, los servicios eminentes, los trabajos de
investigación científica, el espíritu militar y el
compañerismo de los miembros de la Sanidad Militar Colombiana. En 1949,
se terminó de construir y
se inauguró la primera Clínica de la Policía Nacional
y, en mayo de 1955, se creó la Sección de Sanidad de
la Policía Nacional (3).
Estos fueron los orígenes de la estructura de sanidad
militar en nuestro país, que hoy gravita bajo el ente
rector de la Dirección General de Sanidad Militar
(DIGSA), perteneciente al Comando General de las
Fuerzas Militares y en un centro de alta especialidad en Bogotá como es
el Hospital Militar Central.
Estas dos organizaciones, han sido las encargadas
de direccionar la asistencia, no solo en la Medicina
operacional sino también en el apoyo a emergencias
sanitarias como la descrita en el año 2009, con el virus Influenza
AH1N1/09 y en la actual emergencia,
correspondiente al coronavirus SARS CoV2.
La Medicina militar abarca diferentes escenarios, el
más importante de ellos corresponde a la atención
en combate u operacional. Doctrinariamente, se han
definido cinco niveles o escalones de atención en la
Medicina operacional. Estos escalones van desde el
nivel de apoyo táctico o básico, cercano a los teatros de guerra y
ejecutados por personal militar paramédico, hasta los grandes
hospitales militares que
incluyen también a las capacidades móviles como
los aviones y barcos hospital. Dado que la Medicina
operacional no es el objetivo de la presente revisión
no se profundizará en estos conceptos, sin embargo,
algunos de estos puntos serán retomados más adelante. De igual forma,
no se abarcará el tema del impacto de las enfermedades tropicales y
nutricionales
en la Medicina operacional, sino lo referente a las
pandemias, especialmente, las del siglo XX y XXI.
La Medicina militar, además de la Medicina operacional, tiene otras
dimensiones muy importantes como
son: Evacuación médica, logística médica, comando
y control, y atención de desastres (4) (Figura 1).
Dado que el sistema de sanidad militar ha desarrollado capacidades
únicas, entre ellas, una estructura
robusta de mando y control, agilidad y movilidad,
así como flexibilidad y sostenibilidad debido a su
doctrina operacional, los sistemas de Medicina militar pueden ser de
máximo apoyo en los escenarios
de desastres y catástrofes que sobrepasen las capacidades de los
sistemas de atención nacionales y/o
transnacionales. Un ejemplo de esto, en nuestro país,
fue el despliegue rápido ejecutado por las Fuerzas
Armadas durante la tragedia del terremoto de Armenia, lo que permitió
soportar las atenciones del
servicio de salud local en forma inmediata y con capacidades móviles,
mientras se generaba una recuperación gradual de las instalaciones
destruidas por el
fenómeno natural.
Figura 1. Dimensiones de la Medicina Militar
Fuente: elaboración del autor
Las Pandemias y su efecto en las
Operaciones Militares
Si bien, la capacidad de respuesta de la estructura
médica militar es relevante como elemento de apoyo
para las fases de contención, atención y mitigación
de las pandemias, un punto muy importante es el
efecto bidireccional, en el sentido que estos eventos
epidémicos pueden tener un gran impacto en el cumplimiento de la misión
operacional de las Fuerzas
Armadas, ya que los efectivos pueden convertirse
también en enfermos y/o focos de diseminación de
este tipo de enfermedades.
Las enfermedades respiratorias son, sin duda, las
que mayor impacto tienen sobre las capacidades
militares. El efecto de estas enfermedades incluyen:
menores tasas de reclutamiento, disminución del entrenamiento militar
básico y avanzado, aumento en
la morbimortalidad durante las misiones operacionales y la disminución
subsecuente en el despliegue
operacional. Sumado a esto, hay que tener en cuenta
el enorme impacto en el uso de recursos logísticos
(5). Dentro de estos agentes infecciosos los más importantes son
Adenovirus, virus de influenza, virus
sincitial respiratorio y los famosos coronavirus.
Así, por ejemplo, la ofensiva Meusse-Argonne fue
una larga y decisiva batalla durante la primera guerra mundial, entre
las fuerzas aliadas y las alemanas,
en el norte de Francia. Dicha ofensiva tuvo una duración de 47 días y,
gracias a la victoria aliada en la
misma, se contribuyó enormemente a la derrota alemana. Sin embargo, se
constituyó como la contienda
con mayor número de víctimas americanas (26.277
muertes) y, contrario a lo que se pensaría, muchos de
estos decesos se debieron a la coincidencia del combate con la segunda
ola de la pandemia de influenza
de 1918, la famosa “gripa española”.
El número estimado de muertes asociadas a esta
pandemia en las fuerzas expedicionarias americanas
fue de 15.849 militares, sin contar los 30.000 hombres que habían
sucumbido ya por la misma causa
durante la primera ola, antes de poder siquiera embarcarse a tierras
francesas (6).
Por supuesto, el impacto de la gripe española en las
tropas europeas aliadas, no fue menos grave. Se estima que 75% de las
tropas francesas y, al menos la
mitad de las británicas, se enfermaron en la primavera de 1918. La
pandemia tuvo una característica particular, pues la primera ola tuvo
una letalidad menor
que la segunda, debido, al parecer, a una mutación
que confirió mayor agresividad al virus. En esta segunda ola, se
empezaron a ver complicaciones relacionadas con mortalidad como
coagulopatía, neumonía, encefalitis, hiperpirexia y nefritis.
También es importante tener en cuenta que, debido
a que muchos consideraron el final de la primera ola
como el declive de la pandemia, la segunda ola tuvo
un impacto mayor asociado a fenómenos de dinámica social, como el
retorno de militares enfermos a
sus casas y la ola de refugiados.
La pandemia de 1918 ocasionó 500 millones de personas infectadas en el
mundo y un número cercano
a 50 millones de muertes, de los que poco más de
100.000 correspondió a militares y, de ellos, principalmente de las
tropas norteamericanas en Francia.
Los analistas de la pandemia, consideran que los
principales factores asociados a enfermedad severa
fueron: Tiempo de servicio en el ejército, la etnia,
platos sucios, moscas, polvo, hacinamiento y también el clima (7).
Posiblemente, estos devastadores efectos ocasionaron cambios en la
dinámica de la primera guerra
mundial, pero con certeza las lecciones aprendidas
en la tragedia, obligaron a las primitivas estructuras
de la Medicina militar de la época a adquirir capacidades de
diagnóstico, tratamiento y movilización.
Ello con el fin de enfrentar, no solo las afecciones
derivadas de las acciones operacionales, sino las
asociadas a estas infecciones, lo que indirectamente contribuyó a que
dichas capacidades, hoy puedan
apoyar a los gobiernos y países a mitigar los impactos de las pandemias
presentes y futuras.
Desde diciembre de 2019 el mundo está enfrentando
la pandemia del virus SARS CoV2, cuya enfermedad Covid-19, se ha
constituido en la mayor emergencia global de la historia reciente (6).
Los datos de
impacto en los militares activos hasta el momento
son fragmentarios y están mezclados con los datos
de la población general, en la mayoría de países. El
ministerio de la defensa de España reportó el 26 de
mayo de 2020, un total de 9.600 militares y trabajadores civiles del
sector en cuarentena, con un total
de 882 casos confirmados y 150 de éstos con tratamiento hospitalario
(8). En Colombia no se tienen
datos independientes para las Fuerzas Militares (publicados), pero con
base en el análisis demográfico
del sector, realicé un ejercicio de modelación para
la población asignada al Ejército, con base en los reportes de la
cohorte de Wuhan (Tabla 1).
Con base en lo anterior, el grupo poblacional de mayor afectación
proyectada es el de los 15 a 49 años
(219.921 casos), que correspondería a militares activos en su mayoría
y, por tanto, se esperaría un importante efecto en la capacidad
operacional del Ejército. Vale la pena aclarar que esta proyección es
solo
una modelación matemática, sin tener en cuenta el
impacto de las medidas de contención social ejecutadas, aunque
contribuye a dimensionar el potencial
efecto de la pandemia en las tropas.
Cooperación Cívico-Militar en la
atención de Pandemias
Las pandemias son verdaderas catástrofes humanitarias, dado que son
eventos destructores que generan
amplio sufrimiento al ser humano, lo que obliga a
utilizar un gran volumen de recursos en forma urgente e inmediata. Si
bien, la respuesta focalizada a
uno de estos eventos se encuentra en manos de agencias multinacionales
como la Organización Mundial
de la Salud (OMS), a través de su Red de Respuesta
ante Alertas de Brotes (GOARN) y en coordinación
con las agencias nacionales de salud, es claro que
las Fuerzas Militares pueden apoyar realizando intervenciones
humanitarias, que incluyen una serie
de operaciones enfocadas a la mitigación de estos
eventos (9).
Tabla 1. Proyección de Casos para los Afiliados a Sanidad Militar
Ejército (datos demográficos 2019)
Una de las ventajas del despliegue militar ante catástrofes
humanitarias es que, además del mecanismo
de seguridad inherente a su misión, la mayoría de
estas intervenciones tienen un componente de apoyo
sanitario. Este apoyo de servicios de salud, puede ser
inclusive el único disponible para las áreas remotas/dispersas, en
donde hay mínimas condiciones de
seguridad y calidad. La Convención de Ginebra ha
establecido unos mínimos estándares de atención
en salud para estos escenarios. Los receptores de
este tipo especial de cobertura médica, además de
las propias tropas, son los miembros de las agencias
no gubernamentales e internacionales, las fuerzas de
seguridad locales, los detenidos y las comunidades.
Bajo estas condiciones, la Organización de las Naciones Unidas (ONU) ha
generado unos principios
fundamentales para las relaciones cívico-militares
en emergencias complejas (Tabla 2), que deben ser
respetados para garantizar que estas operaciones humanitarias no
generen mayor inestabilidad (10).
Tabla 2. Principios de la ONU para las relaciones cívicoMilitares
durante emergencias complejas
El Departamento de Defensa de los Estados Unidos
(DoD) tiene, desde el año 1997, una División Especial para la
vigilancia y Respuesta a las Infecciones
Globales Emergentes (DoD-GEIS). La capacidad
principal de esta división consiste en una robusta
red de laboratorios especializados para diagnóstico,
tanto en Estados Unidos continental como fuera del
continente en 5 localizaciones, y además, unas alianzas estratégicas
con otros países aliados, especialmente, en Europa. En abril de 2009,
dicha División
detectó los primeros dos casos de influenza AH1N1
en miembros de la Armada; posterior a ello, generó
la alarma de seguimiento conectada a la OMS para
expandir la capacidad diagnóstica, no solamente enfocada a las propias
tropas, sino también a los países
que no tuviesen dicha infraestructura.
En resumen, los principales aportes de DoD GEIS
fueron entrenamiento y expansión de capacidad
diagnóstica viral, investigación, innovación e integración de
capacidades, evaluación y comunicación
de las estrategias de vacunación. Sin embargo, la División enfrentó una
serie de inconvenientes que limitaron su capacidad de apoyo, entre
ellos, la difícil
comunicación de información de alto impacto como
el número de casos positivos dentro de las tropas disponibles y las
tendencias de los países, lo que podría
tener repercusiones económicas; así también, otro
inconveniente fue el desequilibrio generado entre el
volumen de pruebas solicitadas y la capacidad para
realizarlas, por lo que debieron pasar a una estrategia de
optimización, consistente en procesar solamente el 20% de las pruebas
con mayor probabilidad
de positividad por características clínicas o de contacto (11). Éstas,
aunque lecciones aprendidas, son
también dificultades que, infortunadamente, se están
viendo también con la pandemia actual de SARSCoV2, en países como el
nuestro.
En el año 2014, durante el brote epidémico del virus
Ébola en el oeste de África, las líneas de atención
y las agencias civiles fueron sobrepasadas. Debido
a la inestabilidad política de los países involucrados
(Liberia, Sierra Leona, entre otros), la participación
de contingentes militares nacionales y extranjeros
fue un factor determinante para estabilizar la crisis
resultante. Más de 5.000 efectivos militares fueron
desplegados desde Estados Unidos, Inglaterra, China, Canadá, Francia y
Alemania. Kamrad-Scott
et al., describen los puntos de inflexión ejecutados
por la participación de las tropas y que permitieron
contener la emergencia, así: el convencimiento a las
organizaciones no gubernamentales para mantener las operaciones en los
países afectados, especialmente
operaciones humanitarias como las de la Cruz Roja
y Médicos Sin Fronteras, además, el apoyo logístico para la creación de
infraestructura sanitaria y la
preservación de las cadenas de evacuación. Hubo
aspectos de difícil control como la interacción entre
las tropas extranjeras y las locales, pero estas mismas
fricciones generaron que, al finalizar el brote, las tropas de países
como Liberia revisaran su doctrina operacional, para incluir las
operaciones cívico-militares
en salud como una de sus nuevas capacidades (12).
En resumen, las líneas de cooperación cívico-militar
durante las pandemias, que son verdaderas catástrofes humanitarias, se
centran en:
- Preservación de la seguridad nacional para la
ejecución de las operaciones de preparación,
mitigación y atención, en coordinación con las
agencias de seguridad, de salud, y de emergencias y desastres locales.
- Preservación de la cadena logística multinivel,
tanto militar como civil.
- Expansión de capacidades de atención en salud,
especialmente en áreas rurales, dispersas y/o en
escenarios de bajos recursos o limitada infraestructura técnico-
científica (zonas sin capacidad
de cuidados intensivos por ejemplo).
- Coordinación y ejecución de las redes de referencias y
contra-referencia; en esto, las capacidades de transporte fluvial,
marítimo y aéreo de
la Fuerza Pública, son críticas.
Adaptación de los Servicios de
Sanidad Militar post Pandemia
Covid-19
Mucho se ha escrito respecto a las transformaciones potenciales del
escenario de salud posterior a la
pandemia de la enfermedad Covid-19 globalmente
(13,14), pero en lo referente a la reorganización de
prioridades y capacidades de la Medicina militar
posterior a este escenario, hay varios aspectos cruciales a tener en
cuenta (15):
a. Optimizar el Proceso de Planeamiento
Operacional
Una de los elementos más importantes de la doctrina de Medicina
operacional es la inteligencia médica
militar, que incluye actividades de Medicina preventiva, salud
ocupacional, vigilancia epidemiológica
operacional, vacunación y profilaxis, y sanidad en
campaña. Todas estas actividades deben ser conducidas por el personal
médico y paramédico en cada
unidad militar, bajo supervisión continua y compromiso permanente de
los comandantes, en todos los
niveles del mando (16).
Debido al impacto potencial -descrito previamente- que una pandemia
puede tener sobre el cumplimiento de la misión operacional de las
Fuerzas Militares, se hace necesario que la Dirección General
de Sanidad Militar (DIGSA) desarrolle una matriz
de evaluación de riesgo ante potenciales amenazas
en formato de escaneo de horizonte, acorde con los
datos de la OMS y la doctrina de la OTAN. Esto
permitirá, además, crear un tablero digital de amenazas en salud para
las tropas disponibles. Para lo
anterior, pueden adaptarse listas de chequeo como
la publicada por la OMS, respecto a las acciones de
planeamiento y preparación para las pandemias actuales y futuras
(17,18).
b. Expansión de Capacidad Diagnóstica y
de Tratamiento
La DIGSA ha aumentado, en forma importante, su
capacidad diagnóstica con un laboratorio central
para enfermedades infecciosas; éste fue uno de los
65 laboratorios aprobados para realizar pruebas de
PCR RT para el diagnóstico del virus SARS-CoV2.
Esta capacidad en expansión debe fortalecerse e integrarse con el
proceso, previamente mencionado,
de planeamiento y vigilancia operacional ante amenazas potenciales.
De igual forma, deben optimizarse los programas de
vacunación para agentes respiratorios en las tropas,
pero ampliar la capacidad de generar estudios de
seroprevalencia para enfermedades trazadoras e incluir a la sanidad
militar en los ensayos clínicos disponibles para nuevos agentes
antivirales y vacunas,
así como participar en los procesos de adquisición
de la futura vacuna SARS-CoV2, a fin de garantizar
el abastecimiento de dicha intervención a las tropas
como prioridad nacional.
c. Optimizar Procesos de Atención
Específicos
Con las enseñanzas adquiridas durante la atención a
Covid-19, queda claro que los procesos de atención
sanitaria en Medicina militar deben optimizarse con
la premisa central de bioseguridad y, por tanto, la
DIGSA debe garantizar un flujo adecuado de elementos de protección
personal (EPP), ajustado a su
capacidad instalada disponible para futuros escenarios de emergencia.
Estos EPP deben tener un protocolo estandarizado de utilización, que
vaya más allá
de la emergencia actual y permita ser incluido en los
planes de compras anuales.
La Medicina militar debe tener claro el protocolo de
atención nacional para pandemias, tanto en el campo
de la Salud operacional (en donde serán protocolos
únicos ajustados a escenarios de bajos recursos) como
en el de la Salud general de su población (en donde
deberán ajustarse a los protocolos nacionales).
d. Optimización de la Vigilancia
Epidemiológica y
Salud Pública Militar
Es esencial que la DIGSA ejecute acciones encaminadas a fortalecer el
sistema de vigilancia epidemiológica nacional, enlazado a un
departamento robusto de salud pública, con optimización de la captura
de datos y la inclusión de los mismos en tableros de
comando y control, que permitan una toma de decisiones de salud pública
ágil y efectiva.
e. Fortalecer la Cooperación
Interagencial e Internacional
Deben estrecharse los lazos de cooperación, especialmente con los
países fronterizos, para optimizar
el flujo de información de las fronteras y las acciones
de mitigación derivadas del mismo, en forma coordinada y efectiva.
Respecto a la información biológica, es muy importante enlazarse con
los clústeres de investigación de
la OMS y países desarrollados, para compartir datos
de genómica viral locales que faciliten los proyectos
de desarrollo de vacunas y tratamientos efectivos.
De igual forma, deben mantenerse los lazos de cooperación que faciliten
el apoyo para la construcción
y/o adecuación rápida de infraestructura sanitaria
móvil y acciones de salud integradas para poblaciones dispersas,
mediante capacidades como buques
hospital, entre otras.
Hemos visto cómo las emergencias sanitarias, en
este caso las pandemias, tienen efectos múltiples en
la Medicina militar. Tales efectos pueden ir, desde
la propia afectación al cumplimiento de su misión
constitucional debido al impacto en las tropas disponibles, hasta la
activación del papel crucial que tienen las Fuerzas Armadas en el
sistema de respuesta
a emergencias y desastres del país.
Finalmente, es preciso resaltar que todos los actos de
los soldados de la Patria deben estar enmarcados en
un comportamiento ético superior (19) y, más aún,
en las actividades que requieran de su máxima entrega, como ocurre en
las operaciones de apoyo a las
emergencias humanitarias.
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Recibido: : 3 de Junio de
2020
Aceptado:
20 de Junio de 2020
Luis Eduardo Pino Villarreal
docpino2@gmail.com