Resumen
La irrupción del VIH-SIDA en el panorama de las enfermedades
contemporáneas, significó retos
insospechados para la ciencia y desató fenómenos inéditos dentro de la
cultura popular y el manejo
de las políticas públicas. Este artículo hace un recuento de la lucha
contra la pandemia desde los
momentos inciertos de las exploraciones iniciales para identificar su
origen, hasta el hallazgo de medicamentos antivirales que han logrado
frenar el ritmo de su expansión. Además de repasar las cifras
de los estragos que el SIDA ha causado en ciertas poblaciones, presenta
la secuencia de las principales
creencias y reacciones sociales que, por una parte facilitaron el
surgimiento de una cultura de discriminación en contra de ciertos
grupos sociales, y por otra, motivaron acciones de defensa de las
víctimas
de la pandemia y de solidaridad con la causa de luchar contra el
contagio del virus. Finalmente, entra
de lleno a presentar el SIDA como problema público y describe el
proceso del desarrollo científico que,
a partir de la identificación del VIH, condujo a la producción de
antivirales, siempre con la mirada
puesta en la obtención de una vacuna
Palabras clave: VIH; Síndrome de Inmunodeficiencia
Adquirida; Historia; Brotes de Enfermedades;
Enfermedades Transmisibles Emergentes; Pandemias.
1 MD, Gineco-Obstetra, Fellow en
Medicina Reproductiva, MSc en Epidemiología. Universidad del Rosario.
Bogotá, Colombia.
2 Abogado, MA Politics and Goverment,
MA Entreprises Publiques et Développement. Universidad del Rosario.
Bogotá, Colombia
HIV/AIDS, THE PANDEMIC OF THE TURN OF
THE MILLENNIUM
Abstract
The emergence of HIV-AIDS in the scenery of contemporary diseases posed
unsuspected
challenges for science, and unleashed unprecedented phenomena within
popular culture and
the management of public policy. This article recounts the fight
against the pandemic from the
uncertain moments of the initial explorations to identify its origin,
to the discovery of antiviral
drugs that have managed to slow down the rate of its expansion. In
addition to reviewing the
figures of the impact of AIDS on certain populations, it presents the
sequence of beliefs and
social reactions that facilitated the rise of a culture of
discrimination against people affected
by the disease, as well as exploring how this phenomenon created a
movement of defense of
and solidarity with victims of the pandemic. Finally, it presents AIDS
as a public problem and
describes the scientific development process that, starting with the
identification of HIV, has
lead to the production of antivirals, always with the aim of developing
a vaccine
Keywords: HIV; Acquired Immunodeficiency Syndrom;
History; Disease outbreaks;
Communicable Diseases; Emerging; Pandemics.
La irrupción del SIDA en el escenario
mundial
Dada su semejanza con el virus de inmunodeficiencia
de los simios (SIV), se cree que el agente causal del
que ahora se conoce como Síndrome de Inmunodeficiencia Adquirida, SIDA,
pasó de los chimpancés a los
humanos por transmisión entre especies, alrededor de
1930. Los primeros casos de infección se rastrearon en
África antes de la aparición de la epidemia en la zona
central del mismo continente, y luego en América, en
los años sesenta (1). La identificación de esa entidad
patológica, caracterizada por un severo compromiso
de la inmunidad, se remonta a junio de 1981, cuando
el Centro de Control de Enfermedades de los Estados
Unidos (CDC en inglés) publicó en su reporte semanal, MMWR, el primer
informe relacionado con cinco
casos de Pneumocystis carinii en hombres homosexuales, en Los Ángeles.
Este hallazgo inusual de infecciones oportunistas en jóvenes
previamente sanos, entre
quienes se encontró evidencia paraclínica de infección
previa o concurrente por Citomegalovirus (CMV), sugirió la posibilidad
de una disfunción de la inmunidad
celular relacionada con una exposición común, y alertó sobre el posible
rol del CMV (2).
Esa publicación, que alertó a la comunidad médica
cuatro meses antes de la publicación del primer artículo científico
revisado por pares, estaba relacionada
con las reiteradas solicitudes de Isotionato de Pentamidina, fármaco
utilizado para el manejo de la Neumonía por Pneumocistis Carini, que
para ese entonces
aún no había sido aprobado para venta en el mercado
y cuyo suministro dependía del CDC. El aumento en
la demanda de esta medicación, usada casi exclusivamente en pacientes
con cáncer u otras condiciones
asociadas a inmunosupresión severa, había disparado
las alarmas (3).
Entre octubre y diciembre de ese año aparecieron publicados reportes
casi simultáneos en Los Ángeles y
Nueva York, de esta y otras enfermedades oportunistas en homosexuales
(4-6). El CDC, entonces bajo el
liderazgo del Dr. William Foege, conformó un equipo
de vigilancia epidemiológica de Sarcoma de Kaposi y
otras enfermedades oportunistas, y estableció la primera definición de
caso para el seguimiento del brote. Esta definición incluía,
confirmación histológica
de Sarcoma de Kaposi en paciente menor de 60 años
o confirmación patológica o por cultivo de infección
oportunista fatal, o que amenazara la vida en pacientes sin
enfermedades subyacentes o historia de terapia
inmunosupresora (3).
Para finales de ese año, el Dr. David T. Durack, en su
editorial del NEJM, afirmaba: “aunque esta asociación
sea nueva y sorprendente, ya se han recopilado suficientes casos para
establecer su realidad. En la actualidad,
se están analizando más de 160 casos en el CDC, y se
informan cinco o seis nuevos cada semana” (7).
En junio de 1982, el CDC reportó brotes de neumonía
por
Pneumocystis carinii y de
Sarcoma de Kapossi, con
comportamientos particularmente agresivos en homosexuales jóvenes, sin
riesgo aparente para ese raro tipo
de enfermedades. En la nota editorial, el CDC mencionaba la hipótesis
de que la inmunodeficiencia celular
adquirida, que parecía subyacer a estos casos, podría
derivarse de la transmisión, a través del contacto sexual, de un agente
infeccioso todavía no bien definido.
Como hipótesis alternativa se consideraba que la causa de esta
inmunodeficiencia podría estar relacionada
con la exposición a otros agentes, como estimulantes
sexuales inhalados (los llamados “poppers” de butil
o amyl nitrato), agentes psicotrópicos, u otro tipo de
“drogas callejeras” propios del estilo de vida de cierta
población homosexual (8).
El nombre SIDA, Síndrome de Inmunodeficiencia adquirida (AIDS en
inglés) vino a ser recomendado por
el CDC en septiembre de 1982 (9). Aunque la enfermedad inicialmente se
consideró ligada sólo a los homosexuales, pronto se describieron casos
similares en
Europa y Estados Unidos, relacionados con pacientes
hemofílicos. También se identificaron casos entre migrantes haitianos,
en su mayoría heterosexuales y sin
factores de riesgo conocidos. Desde Europa se reportaban dos tipos de
epidemia: una entre homosexuales
y otra predominantemente en heterosexuales migrantes
de África central. En diciembre de 1982 el CDC recibió
el reporte de un caso de inmunodeficiencia celular e infección
oportunista en un niño hemofílico, de 20 meses
de edad, quien había recibido múltiples transfusiones,
incluyendo la de un individuo diagnosticado posteriormente con SIDA. La
similitud con las características de
la enfermedad previamente identificada en homosexuales, usuarios de
drogas y hemofílicos, orientó hacia una
posible etiología infecciosa, que permitía ya vislumbrar
la transmisión del agente causal a través de contacto sexual o de la
exposición a sangre o sus derivados (10).
En su Discurso Nobel, el Dr. Luc Montaigner afirmó
que el virus causante de la enfermedad fue por primera
vez aislado a partir de la biopsia de una adenopatía
cervical de un paciente en 1983, que identificó partículas virales
semejantes a las de algunos retrolentivirus
animales. El grupo del Instituto Pasteur, liderado por
el Dr. Montaigner y la Dra. Françoise Barré-Sinoussi,
presentó el hallazgo en la revista Science, en mayo de
ese año, de manera casi coincidente con el artículo del
doctor Robert Gallo, líder del equipo del Instituto Nacional de Salud
de los Estados Unidos. El virus, denominado LAV y HTLV-III, por los dos
grupos respectivamente, fue confirmado como el agente causal del
SIDA en 1884 y renombrado como HIV (iniciales en
inglés para virus de la inmunodeficiencia humana) por
el Comité Internacional de Nomenclatura de Virus.
En 1986 se aisló un segundo virus, HIV-2, de pacientes provenientes de
África occidental, de transmisión
heterosexual. Muy pronto fue también evidente que el
virus no se transmitía por contactos casuales (11-13).
La epidemia del SIDA en cifras
Durante los primeros dos años de la epidemia, el número de pacientes
identificados con SIDA creció paulatinamente. Para junio de 1981 se
habían reportado
al CDC 1.200 casos provenientes de 34 estados de los
Estados Unidos, el Distrito de Columbia y 15 países
más, con 450 muertes y una tasa de fatalidad por caso
mayor del 60% en los pacientes diagnosticados durante el primer año
(14).
Las transfusiones de sangre o sus derivados, contaminados con el virus,
fueron frecuentes entre 1981 y 1984.
Se calcula que en los Estados Unidos cerca de 15.000
hemofílicos fueron infectados por esta vía. De igual forma, los
consumidores de drogas intravenosas se exponían al compartir agujas.
Solo hasta 1984 aparecieron
los programas de reemplazo de agujas usadas por drogadictos, en Holanda
y otros países europeos (9).
Para finales de 1987 se habían reportado en los Estados Unidos 50.000
casos de SIDA y cerca de 28.000
personas habían fallecido a causa de la enfermedad.
Sin embargo, era evidente que el número de infectados era
significativamente mayor, estimándose entre
1 y 1,5 millones de personas (15). Según ONUSIDA,
Programa Conjunto de las Naciones Unidas sobre el
VIH/SIDA, desde que comenzó la epidemia y hasta
finales de 2018, cerca de 75 millones de personas en
el mundo habían contraído la infección por VIH, y de
ellas, cerca de 32 millones habían fallecido por enfermedades
relacionadas (16).
Desde que se alcanzó el máximo pico de contagios,
en 1997, las infecciones se han reducido en un 40%.
Las nuevas infecciones disminuyeron de 2,9 millones
en 1997 a 2,1 millones en 2010 y a 1,7 millones en
2018. Los grupos de población clave (hombres que tiene sexo con
hombres, personas que se inyectan drogas
intravenosas, trabajadores sexuales, personas transgénero) y sus
parejas sexuales, representan más de la mitad de las nuevas infecciones
por VIH a nivel mundial.
La tasa anual de muertes igualmente ha descendido de
1,7 millones en el 2004, cuando presentó su máximo
pico, a 770.000 en 2018 (17) (Figura 1).
Figura 1. Muertes relacionadas con SIDA, Global 1990-2018 y
Objetivo 2020
Las estadísticas más recientes señalan que actualmente
alrededor de 38 millones de personas viven con VIH, más de la mitad de
ellos en África oriental y del sur;
cerca del 80% saben que están infectados y 62% tienen
acceso a terapia antirretrovírica (aproximadamente
24,5 millones para mediados de 2019). En el subgrupo
de mujeres embarazadas que viven con VIH, el 82%
tuvo acceso a terapia para evitar la transmisión vertical
del virus a sus hijos (16). La razón global de incidencia/prevalencia,
que es un buen estimativo de la forma
como ha progresado el control de la epidemia, ha declinado de 11,2% en
el año 2000 a 6,6% en el 2010 y a
4,6% en el 2018 (Figura 2). Se estima que 18 países han
alcanzado el punto de referencia de 3%, (3 infecciones
de VIH por cada 100 personas viviendo con VIH por
año) señalado por ONUSIDA como el punto de corte
por debajo del cual la infección irá disminuyendo globalmente hasta
dejar de ser una amenaza para la salud
pública, lo que representa una promesa en el camino
que conduzca al fin de la pandemia (17).
Desde el punto de vista social, la epidemia de SIDA
se ha caracterizado por fuertes rasgos de discriminación,
marginalización, tabús y estigmatización hacia
la población infectada, así como por inequidades en
el acceso a tratamiento, y manifestaciones diversas de
desigualdad dentro del espectro del balance internacional del poder.
La infección ha afectado de manera extrema a regiones y grupos
vulnerables. La mayor proporción de
infectados se concentra en el continente africano, que
presenta la mayor tasa de coinfección con enfermedades como la
tuberculosis, a su vez principal causa de
muerte en pacientes con VIH y donde existe la mayor
limitación de acceso a terapias antirretrovirales. El mayor riesgo de
infección lo tienen grupos marginales y
segregados, la población LGTBI, las y los trabajadores
sexuales, la población carcelaria y las personas sometidas a
explotación sexual. También ha cobrado un
importante número de víctimas entre los niños (cerca
del 4,5% de la población vive con HIV) y las mujeres.
Semanalmente se infectan en el mundo 6.000 mujeres
entre 15 y 24 años, y en el África subsahariana las mujeres representan
cuatro de cada cinco nuevas infecciones en adolescentes entre 15 y 19
años. En esa misma región, las jóvenes entre 15 y 24 años tienen el
doble de
riesgo de vivir con VIH que los varones (16).
Figura 2. Métricas de transición de la epidemia. Razón
Incidencia/Prevalencia, por países, 2018
ONUSIDA introdujo en 2014 la estrategia 90-90-90,
que pretende lograr que el 90% de los infectados del
mundo conozcan su condición, el 90% de ellos tengan
terapia antirretroviral, (ART), y que entre los tratados
se alcance un 90% de supresión viral. Se calcula que
para finales de 2018 las metas alcanzadas fueron de
75%, 62% y 53%, respectivamente (18).
Representaciones sociales del SIDA
Pocas enfermedades, como el SIDA, han generado tal
cantidad de sentimientos más allá del círculo de quienes la padecen. Su
irrupción, a finales del Siglo XX,
no solamente afectó el entorno inmediato de los pacientes, sino que
produjo notables impactos sociales,
hasta cubrir un espectro de dimensiones insospechadas, mucho más que,
en su momento, la tuberculosis
y el cáncer.
Tal vez el origen y las primeras interpretaciones respecto de la
población que podía ser objeto de la enfermedad, acentuaron el
señalamiento hacia las personas
susceptibles de contraerla, como fue el caso de los homosexuales. En
torno a ellos germinaron el terror, la
idea de culpa, el señalamiento despectivo cargado de
juicios morales, la discriminación social y la condena
implacable (19).
La caracterización de “incurable” contribuyó a que en
torno al SIDA aparecieran “construcciones culturales”
de rechazo, basadas en la homofobia, su vínculo con
la drogadicción, el espanto por el desaseo atribuible a
ciertas personas, y el menosprecio por comunidades,
como la afrodescendiente y en particular la haitiana.
Fenómenos que se acrecentaron cuando se supo de la
posible ampliación del espectro del contagio a todo el
género humano (19).
Tal vez ninguna enfermedad ha sido objeto de tanta
curiosidad y de tanta exploración, ordenada y desordenada, autorizada e
improvisada, como el SIDA.
Más allá de la juiciosa actividad científica, apareció la
curiosidad -individual y social- por entender los riesgos propios de la
circulación del virus y las formas de
evitar la infección, que degeneró en prevenciones en
cuanto al contacto con personas infectadas, y en el surgimiento de
interpretaciones populares de toda índole.
La circulación de teorías hechizas e interpretaciones
acomodaticias llegó a tener tanta fuerza, que por un
tiempo consiguió eclipsar, en el ambiente social, la
difusión de los resultados propios de la investigación
científica. De manera que circularon, sin mayor contrapeso,
explicaciones llenas de prejuicios, postulados
seudocientíficos y fantasías fáciles de digerir y absorber, a las que
muchos se sintieron con derecho de agregar su “cuota de
enriquecimiento”.
La relación entre homofobia y enfermedad, fue tal vez
el aspecto más sobresaliente de todas estas interpretaciones animadas
por el terror que produce la presencia
de un contagio epidémico de características originalmente
inexplicables. A ello se sumaron teorías conspirativas, presentes en
casos de pandemia, que atribuían
a una u otra nación la autoría de la creación del virus
y su dispersión perversa con aparentes motivaciones
científicas, vengativas, propagandísticas, experimentales o políticas
(20).
Los correspondientes comportamientos sociales no se
hicieron esperar. Muchos se negaban a recibir transfusiones de sangre,
otros evitaban la cercanía de personas
infectadas. Niños con SIDA fueron expulsados de los
colegios, y empleados despedidos de sus trabajos. Se
dijo que ciertos drogadictos preferían contraer la infección para
mantener la costumbre de compartir agujas;
que las prostitutas eran reservorios de la enfermedad;
que la transmisión heterosexual solo se podía dar en la
dirección de hombre a mujer, y que en África la misma transmisión se
presentaba porque la penetración anal
era un método anticonceptivo (20).
El esclarecimiento de todas estas interpretaciones terminó implicando a
activistas de la comunidad gay y
grupos afines, en busca de argumentos para contrarrestar la avalancha
de prejuicios y equivocaciones que
tanto daño les hacía. Por ese camino consiguieron no
solo reducir la presión social en su contra, sino ganar
espacios de respeto por su condición y vocería de sus
intereses en el seno de la sociedad.
Dentro del panorama de acciones orientadas a esclarecer la naturaleza y
el impacto del SIDA, ocupa un lugar
especial, por su valor simbólico, el esfuerzo realizado
a través de la exposición ‘Against Aids: Posters from
Around the World’, que se llevó a cabo en el Museum
für Kunst und Gewerbe de Hamburg entre febrero y
abril de 2006. De una colección original de más de mil
posters relacionados con HIV-SIDA y sexo seguro, se
presentó una selección que demostró el poderío social
de las expresiones visuales y sintéticas para interpretar fenómenos
históricos, científicos o culturales, con
todo lo que un poster puede reunir a través de colores,
formas y mensajes escritos, para transmitir lo esencial
del objeto de su contenido (21).
La apelación a muchos otros medios de difusión permitió apreciar la
presencia global del fenómeno y la riqueza de expresiones de
solidaridad con sus víctimas.
Ejercicio valioso, en cuanto fortaleció la perspectiva de
acciones universales frente a amenazas que no respetan distinciones de
raza, credo, nacionalidad, y mucho
menos fronteras estatales.
El SIDA como problema público
Como fenómeno de salud pública, la lucha contra el
SIDA planteó exigencias de responsabilidad y liderazgo a los Estados y
los organismos internacionales. El
contagio entró a ocupar renglón importante dentro de
la lista de preocupaciones que requieren respuestas a
través de políticas públicas y cooperación internacional, tanto en la
prevención como en el tratamiento y la
previsión de eventualidades futuras. Por eso figura en
la agenda, junto a nuevas dimensiones de los Derechos
Humanos, la inclusión de comunidades de preferencias sexuales diversas,
y la marginalidad vinculada al
nivel de desarrollo económico y social, o determinada
condición étnica.
Gobiernos, comunidades académicas y científicas,
medios, analistas sociales, semiólogos, activistas de la
sociedad civil, y artistas, entre otros, han tenido que
comprender y explicar el contagio, los peligros que
conlleva, la manera de evitarlo, y sus consecuencias
individuales y sociales, sobre la base de que, sin perjuicio del
compromiso de erradicarlo, por ahora hay que
aceptar su presencia en el seno de la sociedad.
Esta aceptación, que no equivale a resignarse frente a
su amenaza, se ha convertido en aliciente para el avance de la ciencia
y de la práctica médica, al tiempo que
permite advertir dimensiones renovadas de comportamiento social más
favorables a las poblaciones originalmente discriminadas y
malentendidas, más llenas
de esperanza de vida para los pacientes y los miembros
de su entorno, y más favorables a la lucha contra la
expansión del virus en la vida cotidiana.
Comprensión de la epidemia el SIDA
y medidas de salud pública
Como suele suceder con la aparición de las plagas, la
interpretación que la sociedad da al fenómeno, equivocada o cierta,
marca los comportamientos colectivos.
Como ya se dijo, en el imaginario popular, lo que inicialmente fue
percibido como una infección exclusiva
de homosexuales, tratada por los medios como “the
gay plague”, pronto se convirtió en una amenaza real
que podría afectar a heterosexuales y otros grupos poblacionales,
incluyendo los niños.
Los avances que se fueron dando en el entendimiento de la enfermedad,
produjeron cambios en el comportamiento social y marcaron el rumbo de
las recomendaciones que empezaron a surgir por parte de
las entidades responsables de la salud pública y de
los tomadores de decisiones. Basándose en los datos
epidemiológicos, y aún antes de tener una idea clara
del agente causal, el Instituto Nacional de Salud de los
Estados Unidos, (NIH), en conjunto con la FDA y el
CDC, emitieron recomendaciones para la prevención
de la infección, incluyendo precauciones para el manejo de
transfusiones sanguíneas e indicaciones para
evitar el contacto sexual con pacientes diagnosticados
o con sospecha de tener SIDA (3).
A medida que la hipótesis de un agente infeccioso se
hacía evidente, el CDC emitió recomendaciones para
médicos, odontólogos, personal de salud y personal de
laboratorio que manipulara secreciones o sangre provenientes de
pacientes con sospecha o diagnóstico de
SIDA. Partiendo de la observación de que los pacientes con SIDA seguían
un patrón de distribución de la
enfermedad similar al de los pacientes con Hepatitis B,
las recomendaciones eran básicamente las mismas que
se tenían para manejar dichos pacientes: se debían evitar accidentes
ocupacionales, usar material de protección para el manejo de sangre o
secreciones, atender
recomendaciones sobre la forma de desechar agujas y
material contaminado, y además, la prohibición expresa para pacientes
diagnosticados o sospechosos, de
donar sangre u órganos (22).
Desde etapas tempranas, los hallazgos epidemiológicos sugerían que las
personas con riesgo de transmitir
el SIDA serían difíciles de identificar. Se había advertido ya la
existencia de alteraciones en la inmunidad
celular en pacientes completamente asintomáticos y
sin hallazgos clínicos reveladores. Parecía existir un
“periodo de latencia” desde meses y hasta 2 años entre
la exposición y la aparición de síntomas, lo que implicaba que la
transmisibilidad podría preceder al reconocimiento de hallazgos
clínicos. Se hacía entonces,
cada vez más necesaria, una prueba de laboratorio que
pudiera identificar a aquellos con la enfermedad o en
riesgo de desarrollarla. Entretanto, se recomendaba
evitar el contacto sexual con personas diagnosticadas
o en riesgo, y se enfatizaban las precauciones dirigidas
a bancos de sangre (23).
La identificación del Virus de la Inmunodeficiencia Adquirida por los
grupos de los doctores Montaigner y Gallo, y el conocimiento de sus
características biológicas,
permitió avanzar rápidamente en el desarrollo de las
pruebas para tamizaje de la población de riesgo y para
evaluación de derivados sanguíneos en bancos de sangre. Para 1984 se
habían descrito tres técnicas serológicas para la detección de
anticuerpos contra el virus: una
prueba de inmuno-absorción ligada a enzimas (ELISA)
para el virus completo; un ensayo de radioinmunoprecipitación, que
identificaba la proteína viral p25; y un
ensayo de anticuerpos contra antígenos virales principales, mediante la
técnica de Western Blot. La realización de estas pruebas, en grupos de
alto riesgo, permitió
identificar evidencia serológica de exposición al virus y
mostró, indiscutiblemente, que la infección era más frecuente de lo que
se pensaba y que la enfermedad podía
tener un espectro variado de manifestaciones y severidad, con periodos
de latencia prolongados. Las implicaciones individuales, en caso de que
la prueba resultara
positiva, todavía no eran claras; no era posible establecer, con los
resultados serológicos aislados, la presencia
de infección activa o de inmunidad. Tampoco era claro
el tiempo necesario para sero-convertirse después de la
exposición viral (24).
Las guías de 1987 del CDC para la consejería y realización de pruebas,
señalaban una alta sensibilidad (99%)
de la prueba comercialmente disponible de ELISA
(EIA), haciendo que la posibilidad de un falso negativo fuese remota,
excepto en aquellos casos en que la
prueba se realizara en las primeras semanas posteriores a la
exposición. A pesar de tener también una muy alta especificidad (99%),
se recomendaba que un test
positivo fuera seguido de una confirmación con pruebas de ELISA
subsecuentes, o con un Western blot.
Dado lo sensible de la información, se incluían recomendaciones para el
manejo confidencial de la misma,
el reporte de los resultados y el mantenimiento de altos
estándares de control de calidad. Igualmente, las guías
mencionaban por primera vez la necesidad de rastreo
y notificación de contactos de los casos confirmados.
Sabiendo ya que era crucial mantener la confianza del
público, con el propósito de incrementar el número
de pacientes diagnosticados, se volvió indispensable
asegurar todas las medidas necesarias para mantener
la privacidad de los resultados y evitar que los casos
confirmados fueran objeto de discriminación en el trabajo, los espacios
educativos, la vivienda y la provisión
de servicios de salud (25). El desarrollo de técnicas de
biología molecular permitió la introducción de nuevas
pruebas diagnósticas, y modificó los algoritmos para
identificar con precisión a las personas infectadas con
VIH. Además del diagnóstico serológico con metodologías de cuarta y
quinta generación, la detección del
genoma VIH, la viremia plasmática, las pruebas de resistencia y las
pruebas rápidas, entre otras, han venido
a completar el armamentario diagnóstico (26).
El mejor conocimiento de la historia natural de la
enfermedad y de los mecanismos de transmisión, facilitó recomendaciones
adicionales sobre medidas
para prevenir la propagación de la infección. Pronto
se hizo evidente que, además del contacto sexual, la
transmisión parenteral por sangre o sus derivados, o el
compartir agujas infectadas, era posible la transmisión
vertical del virus de madres a hijos durante el embarazo y el parto.
Buscando disminuir este riesgo, se extendió la recomendación de hacer
consejería y pruebas de
tamizaje a mujeres embarazadas pertenecientes a los
grupos de riesgo (27). Esta recomendación se volvió
universal para todas las mujeres embarazadas en 1995,
poco después de que el estudio PACTG 076 demostrara que el uso de
terapia antirretroviral, desde el segundo trimestre del embarazo y en
los recién nacidos
hasta por 6 semanas, podía disminuir drásticamente la
infección de los productos de madres infectadas. Actualmente, la prueba
de tamizaje es práctica habitual
del control prenatal (28). El advenimiento de terapia
antirretroviral combinada durante el embarazo, las recomendaciones de
cesárea electiva para mujeres infectadas, la realización de pruebas
rápidas intraparto en
mujeres no previamente tamizadas durante el embarazo y la recomendación
de no lactar para mujeres infectadas, han reducido -aún más- el riesgo
de transmisión
madre-hijo (29).
Los médicos y trabajadores de la salud han sido siempre una población
particularmente expuesta al riesgo
de transmisión en casos de pandemias. En el caso del
SIDA, las recomendaciones iniciales se relacionaron
con las llamadas “precauciones universales”. A medida que avanzó el
conocimiento de la enfermedad,
se enfatizaron otras medidas de precaución, especialmente en caso de
procedimientos invasivos o con
alto riesgo de contacto con fluidos corporales. Las
recomendaciones de manejo frente a una exposición
fueron evolucionando con el tiempo. Inicialmente, el
manejo de dichos accidentes implicaba la información
al paciente y la realización inmediata de pruebas serológicas. Si el
paciente resultaba positivo, se recomendaba la realización de pruebas
para el trabajador de la
salud y seguimiento clínico y serológico. Después del
advenimiento de la terapia antirretroviral, estas recomendaciones
incluyeron el uso de terapia profiláctica
después del accidente ocupacional (30).
A lo largo de la historia de esta pandemia, se ha discutido también el
riesgo de que un médico, odontólogo u otro trabajador de la salud
infectado por SIDA,
pueda transmitir la infección a su paciente. A partir
de la experiencia con la Hepatitis B, se ha considerado que ciertos
procedimientos invasivos quirúrgicos
y dentales pueden tener una mayor propensión a exposición. Los ejemplos
varían de una especialidad a otra. A pesar de que el riesgo eventual de
transmisión
del HIV en estas circunstancias es significativamente
menor que el de la Hepatitis B, para minimizarlo se ha
recomendado una estricta adherencia a los principios
de las precauciones universales, a las recomendaciones de
esterilización/desinfección, y a los principios
de prevención y control de infecciones. El personal de
salud involucrado en procedimientos invasivos o que
tengan una particular propensión a exposición, tiene
el deber ético de conocer su estado serológico y hacerse pruebas
periódicas. A pesar de que al comienzo de
la epidemia se recomendó a los trabajadores de salud
seropositivos abstenerse de realizar procedimientos invasivos o con
mayor propensión a exposición, actualmente se considera que, con
consejería y tratamiento médico experto, una estricta adherencia a
terapia
antirretroviral efectiva y una carga viral indetectable,
no deberían tener restricciones en la actividad profesional. En
cualquier caso, se deben manejar políticas
transparentes, que preserven la seguridad del paciente
y que garanticen también el derecho del trabajador de
la salud al manejo confidencial de su información médica personal
(32,33).
En cuanto se hizo evidente que la posibilidad de infección, en todos
los casos, se relacionaba con comportamientos modificables, se hizo
cada vez más relevante el factor educativo orientado a modificar las
conductas riesgosas. Para las autoridades de salud, era
claro que, en ausencia de una vacuna o de un tratamiento antiviral
seguro y efectivo, la educación era el
camino más efectivo disponible para el control de la
epidemia. Teniendo en cuenta que el HIV es un virus
principalmente de transmisión sexual, las medidas
educativas dirigidas a niños y adolescentes no dejaron
de ser objeto de acaloradas discusiones y reacciones en
diferentes estamentos de la sociedad. Los programas
promovidos desde los gobiernos, buscaron incluir en
los procesos de toma de decisión a todas las instancias
representativas del sector educativo, así como a líderes
religiosos, grupos minoritarios, médicos y asociaciones médicas, para
minimizar el impacto, legitimar las
recomendaciones y garantizar el compromiso en la
implementación y mantenimiento de los programas.
Se buscaba en particular evitar el uso de drogas intravenosas y
postergar el inicio de la vida sexual. Para
los que ya tenían relaciones sexuales, se enfatizaba la
importancia de la monogamia, el uso de condón y la
asesoría especializada (34).
El éxito de los antivirales
La identificación del virus causante del SIDA, y el conocimiento de sus
características moleculares y biológicas, facilitaron la búsqueda de
tratamientos efectivos.
Esta carrera ha presentado éxitos significativos en el
control de la enfermedad, pero no ha estado exenta de
retos y dificultades, particularmente relacionados con
toxicidad, resistencia viral, adherencia al tratamiento,
costos y limitaciones en el acceso a las terapias. Hasta la fecha, más
de 30 medicamentos antirretrovirales
han sido aprobados por la FDA para el tratamiento de
la enfermedad (35).
En 1987 se inició el uso de drogas antirretrovirales.
La primera de ellas, el AZT (acidotimidina), eficiente
inhibidor de la transcriptasa reversa del HIV. Infortunadamente, dada
la alta tasa de mutación del virus,
muy pronto aparecieron cepas resistentes que hicieron
necesaria la utilización de combinaciones de antirretrovirales (11).
En 1996 se introdujo la terapia antirretroviral combinada (con un
inhibidor de la proteasa como pieza
central del tratamiento), conocida como HAART (en
inglés highly active antiretroviral therapy), que gracias
a su efectividad, fue posible que el SIDA pasara de enfermedad letal a
enfermedad crónica. Se calcula que
su uso ha salvado cerca de 7,8 millones de vidas en el
mundo entre los años 2000 y 2014. Sin embargo, esta
terapia no está exenta de toxicidad y efectos secundarios frecuentes,
que incluyen complicaciones cardiovasculares, hematológicas,
endocrinas, y necrosis grasa.
A pesar de esos posibles efectos secundarios, la evidencia actual
permite recomendar su uso de manera temprana y continua,
independientemente de los conteos
de células T CD4+, así como la profilaxis preexposición
(PrEP) para prevenir infección en pacientes HIV negativos con alto
riesgo de infección o ante la evidencia de
un contacto con una persona infectada (36).
A pesar del tratamiento exitoso con antirretrovirales
combinados de alta eficacia, con disminución significativa del
reservorio viral, el HIV exhibe mecanismos
de persistencia. Se sabe que el virus puede permanecer
latente y silencioso, integrándose al DNA de las células hospederas,
infectando células T CD4+ de memoria inmunológica de larga vida o
permaneciendo
dentro de los ganglios linfáticos que actúan como un
“santuario inmune”, manteniendo al virus insensible
a las drogas y fuera del alcance del sistema inmune.
Todo esto hace que una terapia curativa con los tratamientos
actualmente disponibles no sea posible (37).
El hecho de que personas de origen europeo con una
mutación homocigota para CCR5, correceptor de citoquinas necesario para
la entrada del virus a la célula
blanco y presente en el 1% de individuos, tengan una
resistencia natural a la infección, así como el reporte
de dos casos de eliminación completa del virus en pacientes viviendo
con HIV que recibieron trasplante de
células progenitoras hematopoyéticas provenientes de
pacientes homocigotos para esta mutación, conocidos
como paciente de Berlín y paciente de Londres, abrieron nuevas
fronteras en el desarrollo de una terapia
que pueda ser curativa (37).
La meta de lograr el fin de la pandemia es teóricamente alcanzable. La
frase “fin del VIH / SIDA” no
se refiere a la erradicación completa del virus, sino a
la desaparición de la enfermedad como un problema
de salud pública. Para esto, se requiere que el número
de infecciones nuevas sea menor al de muertes; que
la prevalencia sea <1 caso de SIDA / 1.000 habitantes; que el 73% de
las personas que viven con VIH reciban tratamiento; que el 86% de ellos
experimenten
supresión viral y que la transmisión de madre a hijo
sea <5%. Para hacerlo posible se requerirá del esfuerzo
mancomunado y continuo de gobiernos, sector privado, ONGs, industria,
sociedad civil y pacientes (38).
La lucha por una vacuna
El desarrollo de una vacuna segura y efectiva ha sido
uno de los grandes retos en la historia de esta pandemia. En 1984, poco
después de la identificación del
virus, Margaret Heckler, entonces Secretaria de Salud
de los Estados Unidos, declaró que una vacuna estaría
disponible dentro de los siguientes dos años. Desde entonces, han
trascurrido más de 35 de investigación y se
han probado más de cien candidatos (9).
La secuencia completa del genoma viral del HIV fue
publicada en 2009. Un virus RNA de 9Kb, con 9 genes
que codifican 15 proteínas (39). Ésta caracterización
fue un importante primer paso, pero la lógica de las
vacunas clásicas, que imitan la inmunidad natural que
ocurre en individuos recuperados de la infección, no es
aplicable en este caso, pues los infectados por HIV no
se recuperan espontáneamente como parte de la historia natural de la
enfermedad. Diversas características
confieren al virus una particular complejidad:
- Su blanco son los linfocitos T CD4, células que
orquestan la respuesta inmune a los virus. Al infectarlos o destruirlos
se facilita la diseminación y
la persistencia viral.
- El ciclo de vida del virus favorece el rápido establecimiento de
una infección crónica, difícil de
eliminar.
- Se han identificado diferentes subtipos de VIH; se
sabe que el subtipo B es común en Norteamérica
y Europa, mientras el C predomina en el sur y en
el este de África. Entonces una vacuna que protege contra un subtipo
puede no brindar protección
contra otros.
- El VIH muta a gran velocidad y los cambios frecuentes hacen que
el virus sea blanco difícil para
una vacuna. Algunos factores que pueden explicar
esta alta tasa de mutación son la alta frecuencia
de errores en el proceso de transcripción reversa,
la recombinación genética de virus diferentes que
infectan una misma célula y el estrés oxidativo.
- Finalmente, la gran diversidad de la glicoproteína
de la envoltura viral dificulta la generación de anticuerpos
ampliamente neutralizantes.
Además de las dificultades técnicas para el desarrollo
de vacunas, ha sido necesario sortear el obstáculo de la
utilización de modelos animales (primates no humanos) usados para
investigar la eficacia de las vacunas,
que resultan particularmente costosos y no garantizan
necesariamente que los fármacos funcionen en humanos(40,41). Los hitos
más importantes en la búsqueda
de una vacuna han provenido de los ensayos clínicos
de eficacia. En la Figura 3 se resumen los estudios más
importantes hasta la fecha.
Algunos de estos fueron suspendidos por razones relacionadas con
seguridad. Otros fallaron en demostrar
eficacia. El único estudio que ha demostrado una respuesta protectora
fue el RV144, ensayo de base comunitaria en Tailandia, que probó la
eficacia y seguridad
de un esquema con dos vacunas experimentales. La
primera fue una vacuna recombinante que usaba un
virus de la viruela del canario, con genes insertados
que codifican proteínas antigénicas del VIH (ALVAC),
seguida de un refuerzo de ALVAC + Vacuna compuesta por la proteína de
superficie gp120 genéticamente
modificada. Este estudio mostró una tasa de protección inicial del 60%,
que desafortunadamente cayó a
31% después de 6 meses (42).
De acuerdo con lo señalado por Bekker en el artículo
publicado en Lancet de 2019, nos encontramos en una
etapa muy activa de investigación, con fases avanzadas
de ensayos clínicos de 3 candidatos a vacuna:
- HVTN 702 ensayo de fase 2b / 3 que evalúa la
seguridad y eficacia de la vacuna ALVAC + Una vacuna bivalente del
subtipo C (variantes apropiadas para la cohorte Sur Africana) de la
proteína
gp120, con un refuerzo adicional para mantener
la respuesta de anticuerpos protectores;
- HVTN 705, ensayo de fase 2b que prueba una vacuna principal
fabricada a partir de cuatro secuencias mosaico Ad26-mosaico + Vacuna
del subtipo
C de la proteína gp140
- PrEPVacc, estudio de fase 2b que evaluará la combinación de una
vacuna contra el VIH (ADN,
virus de Ankara vaccinia modificado, y proteína
Env más adyuvante) + profilaxis previa a la exposición.
Figura 3. Ensayos clínicos de eficacia de Vacunas para VIH
Además, se está realizando el ensayo clínico de un
programa de prevención mediado por anticuerpos
(inmunidad pasiva), todos ellos conducidos en África
subsahariana (40,43). Existen decenas de nuevas moléculas en fases
tempranas de investigación clínica,
que apuntan a uno o más de los siguientes blancos inmunológicos:
estimular la producción de anticuerpos
neutralizantes, generar anticuerpos no neutralizantes,
lograr control y erradicación del virus a través de una
respuesta mediada por células (43).
También han despertado interés los llamados “controladores de élite”,
personas con infección por VIH que
mantienen cargas virales reducidas, sin estar en tratamiento
antirretroviral y que no desarrollan SIDA, así
como personas, que a pesar de repetidas exposiciones
al virus, no se han infectado, con la esperanza de que
puedan dar luces en el desarrollo de vacunas efectivas.
Los proyectos de investigación y desarrollo de vacunas
contra el VIH han contado con el apoyo y financiación
de organismos multilaterales públicos y privados, así
como de redes colaborativas de investigación y grupos
filantrópicos. Como señala Eisinger, el desarrollo de
una vacuna moderadamente efectiva que pueda sumarse a la óptima
implementación de los tratamientos
y las medidas de prevención existentes, parece ser una
pieza clave para el control de la pandemia (38).
Hacia un futuro menos incierto
El SIDA es hasta ahora la pandemia más larga de la
historia contemporánea, la más costosa en todo sentido
y también la que ha generado más reacciones y ha involucrado más
agentes sociales. Desde el punto de vista de
la investigación, ha representado una oportunidad única para
profundizar en el conocimiento científico y ha
permitido descubrimientos innovadores en áreas fundamentales de la
biología celular y molecular. La prolífica
producción científica da cuenta de esto (44).
Ha servido además para demostrar que, si no existe
cooperación internacional, colaboración interdisciplinaria e
involucramiento de diferentes actores, no se
conseguirán resultados frente a retos universales en
materia de salud pública. De las acciones de diferente
índole desarrolladas, la ciencia, la sociedad y los gobiernos pueden
extraer lecciones útiles para el futuro.
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Recibido: : 5 de Junio de
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Aceptado:
20 de Junio de 2020
Correspondencia:
Ángela María Ruiz Sternberg
angela.ruiz@urosario.edu.co