Resumen
Se hace una revisión de los orígenes, características e impacto de la
fiebre española en los años 1918 y
1919, y su relación con la Primera Guerra Mundial. Veremos cómo la
constancia de un investigador
sueco logró, al cabo de 46 años de su primera expedición, que, junto
con otros científicos, se encontrara la estructura genética del virus
causante de la enfermedad. La pandemia dejó más de 50 millones de
muertos. El mayor número de víctimas se presentó en Europa y Estados
Unidos, en un claro vínculo
con la movilización de las tropas. Niños y adultos jóvenes fueron los
más afectados. El origen no
estuvo en España, pero su condición de país neutral le permitió tener
libertad de prensa y, por ende,
los medios de comunicación informaron, sin ninguna censura, sobre una
extraña fiebre que se contagiaba rápida y -muchísimas veces-
mortalmente. En sus inicios, la peste española, causada por el virus
H1N1, fue un grito callado a la fuerza por el resto del mundo. Haremos
un recorrido por la vida, inspiración y entorno de los pintores Edvard
Munch y Gustav Klimt, y los escritores Franz Kafka y Guillaume
Apollinaire. Los cuatro tuvieron en común una genialidad
transformadora, y haber padecido
la enfermedad más devastadora del siglo XX. El arte no es capaz de
inmovilizar la muerte, pero es tan
fuerte, tan genuina y profunda que, a los verdaderos artistas de cuerpo
y alma, los vuelve inmortales.
Palabras clave: Fiebre; peste; gripe española; Brevig
Mission; Johan Hultin; arte; literatura; Primera
Guerra Mundial; Klimt; Munch; Apollinaire; Kafka.
1 MD. Especialista en Bioética,
Administración de Salud, Periodismo. MSc salud mental. Periodista,
Diario El Espectador. Miembro de Número, Academia Nacional de Medicina.
Bogotá, Colombia.
THE SPANISH LADY
Abstract
A review is made of the origins, characteristics and impact of the
Spanish flu in 1918 and
1919, and its relationship with the First World War. We’ll see how the
perseverance of a Swedish researcher achieved after 46 years of his
first expedition that, with other scientists, the
genetic structure of the virus causing the disease, was found. The
pandemic left more than
50 million dead. The greatest number of victims occurred in Europe and
the United States,
in a clear link with the mobilization of the troops. Children and young
adults were the most
affected. The origin was not Spain, but its condition as a neutral
country allowed it to have
freedom of the press and, therefore, the media reported without
censorship on a strange fever
that spread quickly and -many times- fatally. In its beginnings, the
Spanish plague, caused by
the H1N1 virus, was a scream forcibly silenced by the rest of the
world. We’ll take a tour of the
life, inspiration and social environment of the painters Edvard Munch
and Gustav Klimt, and
the writers Franz Kafka and Guillaume Apollinaire. The four had in
common a transforming
genius and having suffered the most devastating disease of the 20th
century. Art is not capable
of immobilizing death, but it is so strong, so genuine and profound,
that, to the true artists of
body and soul, it makes them immortal.
Keywords: Fever; plague; Spanish flu; Brevig
Mission; Johan Hultin; art; literature;
First World War; Klimt; Munch; Apollinaire; Kafka.
Donde la muerte le enseña a la vida
Así como sucede con muchos conflictos, con las hambrunas o el silencio,
no se sabe exactamente cómo,
dónde o con quién empezó la peste española. Sabemos que se llevó por
delante la vida de 50 millones
de personas… o más… algunos incluso hablan de 100
millones. Y solo pensar que algo pueda tener un rango
tan dolorosamente amplio, da escalofrío (1).
El primer paciente oficialmente reportado, fue un cocinero de la base
militar Camp Fuston, en el estado de
Kansas. Se llamaba Albert Gitchell y empezó a morirse un 4 de marzo, en
el año de 1918, mientras la humanidad sentía el fuego y la desolación
de la Primera
Guerra Mundial. Dos meses antes, en Haskell, el brote
de una gripa muy fuerte había llamado la atención del
Doctor Loring Milner, médico del condado; sería tal
su alarma, que el periódico local Santa Fe Monitor,
registró el informe de Milner al Servicio de Salud Pública de los
Estados Unidos. Otros dicen que la enfermedad había empezado mucho
antes, a finales del 17,
en el norte de Francia, o en Shanxi, provincia de la
China: Una gripa horrible causaba tos, debilidad y fiebre alta,
hemorragias, postración y muchísimas veces,
la muerte (2-7).
La primavera del 18 trajo el veredicto: una aterradora
pandemia cobraría muchas más vidas que las balas y
los gases que estaban acabando con Europa. Era una verdad silenciada a
la fuerza, pero gritada en los cementerios del mundo. El continuo
desplazamiento de
tropas hizo que el foco detectado en soldados ingleses
que peleaban en Francia, rápidamente migrara a Italia,
Inglaterra y España. Los enfermos y los muertos eran
incontables, pero un tácito pacto de silencio suscrito
por los aliados prohibió hablar del tema para no debilitar la moral de
los soldados, y no darles a los enemigos, baterías para el triunfo
(8-12). O -tal vez- porque
les resultaba casi imposible sumarle un infierno biológico al otro
infierno, decretado por los amos de la guerra. Y mientras tanto,
España, que no tenía velas en el
origen de esa peste, era un país neutral y por lo tanto
con libertad de prensa, empezó a reportar los casos de
los enfermos que cada día saturaban más y más los pabellones de los
hospitales, los galpones improvisados,
los grandes salones de los edificios adaptados como
sitios de campaña para atender a los contagiados. Y en
otra de las tantas injusticias que a veces acarrea decir
la verdad, a la nueva peste le pusieron el apellido que
menos merecía:
española (2,
3,13).
En mayo de 1918, con el Rey enfermo y la población
europea postrada por el virus, el inspector de salud,
políticos, periodistas y juristas declararon su preocupación por una
extraña enfermedad que parecía tener
la consigna de acabar con los españoles. Pasaron algunos meses antes de
que el resto del continente tuviera
que confesar que, a los muertos por los bombardeos,
se habían sumado los de este diminuto y devastador
enemigo, que mataba sin proclama ni bandera (4).
Las víctimas fueron principalmente niños y hombres
jóvenes. Millones de hombres jóvenes, que paradójicamente se salvaron
en las trincheras, volvieron a sus
familias con los ojos y los huesos quebrados -pero con
un asomo de ilusión-, y al poco tiempo murieron de
esta cosa horrible que arrasó con pueblos enteros en
los distintos confines del mundo. En las autopsias se
veían los pulmones sólidos como una roca, enrojecidos y con los
alvéolos llenos de líquido. Los pacientes
morían asfixiados, muchos de ellos con manchas caoba o azulosas en la
piel (14-18). Los muertos debieron
permanecer por varios días al lado de sus familiares vivos, porque las
funerarias no daban abasto, y nada era
suficiente para transportar los cadáveres ante la magnitud de la
tragedia. Cuando finalmente los cuerpos
eran llevados al cementerio, los amigos debían cavar
las tumbas porque los sepultureros cobraban sumas
exorbitantes o ya estaban saturados de trabajo (19).
La fiebre española acabó con la vida de 670.000 ciudadanos de los
Estados Unidos, es decir, les causó más
muertos que la suma de las dos guerras mundiales, la
guerra de Corea y la de Vietnam. En Francia y en Italia se estiman
400.000 víctimas mortales en cada país;
en el Reino Unido 250.000 y 200.000 en España. En
Australia 80.000; Chile 43.000, Venezuela 25.000, Argentina 15.000, y
Colombia 3.000. Comunidades enteras de Sudáfrica desaparecieron en
cuestión de meses,
así como el 30% de la población de las islas Fiyi y el
40% de Samoa Occidental. Se calcula que murieron 30
millones de chinos y 15 millones en la India. Desde la
peste negra del medioevo, nada le había dado tan duro
a la humanidad (7,20).
Hay quienes afirman que la enfermedad interrumpió la
guerra y que, si no hubiera sido por la
dama española,
ese odio pertinaz de la confrontación habría durado
muchos años más. ¡Quién sabe! Con el traje que fuera,
la muerte estaba dispuesta a cumplir su misión. Habían
pasado 4 años desde ese nefasto día de junio en Sarajevo, en el que un
archiduque austriaco y su esposa, cayeron asesinados por las balas de
un fundamentalista
bosnio. Fue 1914 el principio del fin: gases mortales,
orfandad, bombardeos y mutilaciones, batallas, desolación en Verdun, en
las catedrales y en los establos. El
mundo se convirtió en una gran fosa común, porque lo
común era estar muerto o al borde de estarlo (3).
Unos dicen que la palabra
gripe,
utilizada por Sauvage
en el siglo XVIII viene del francés
grippan
y del alemán
greifen, que
significan
agarrar, adherirse.
Otros afirman que se deriva del suizo-alemán
grüpi, con varias
acepciones:
agacharse, temblar de
frío y sentirse mal (2).
La
influenza en cambio tiene
un origen más romántico y antiguo: Florencia, siglo XIV, la
influencia de los
astros. Unas y otras etimologías se complementan en
un desfile de huéspedes, mutaciones y alta variabilidad
genética; patógenos de aves, cerdos, caballos y humanos, han puesto en
jaque a la humanidad más de una
vez, y en el curso de las epidemias lo único cierto es
que casi todo es incierto, y que es preciso aceptar con
humildad, pero sin resignación, que de una u otra manera, por más que
avance la ciencia -o precisamente
para que avance-, siempre hemos estado moviéndonos
en modo
ensayo-error (3-5).
Quién iba a pensar que de la persistencia de un joven
biólogo sueco y de una fosa común en Alaska, saldrían
33 y 79 años después de la pandemia, hallazgos cruciales para la
genética del virus. Ubiquémonos en Brevig
Mission, Alaska, noviembre de 1918. De los 80 habitantes del pueblo, en
tan solo 5 días, 72 murieron por
la enfermedad que nos convoca. Trineos tirados por
perros llevaban y traían comercio, correspondencia…
y virus. Una fosa común y muchas crucecitas blancas
-clavadas en el frío de la colina- daban cuenta de la
realidad: los 72 lugareños sepultados no descansarían
para siempre, pero sus tejidos en completo estado de
congelación serían un tesoro para la ciencia (5, 6,21).
Con el permiso de los ancianos y una precaria financiación, emprendió
con unos colegas de la universidad, su viaje a Alaska. Su misión,
buscar cualquier
vestigio del virus que pudiera ayudar a construir conocimiento. Hultin
sabía que en esos cuerpos congelados
en el cementerio de Brevig Mission, estaría la respuesta. Descongelaron
las duras capas de tierra y hielo con
el fuego de las hogueras, y tras varios días de excavación encontraron,
intacto, el cuerpo de una niña vestida de azul. Con la muestra obtenida
de sus pulmones,
y de otras cuatro personas fallecidas, emprendieron el
regreso a la universidad. En cada parada del avión a
recargar combustible, Hultin intentaba mantener con
dióxido de carbono, la congelación de las muestras.
Con toda la expectativa y el mayor espíritu científico,
nuestro biólogo sueco inyectó los tejidos en huevos de
gallina. Pero la expedición no dio los frutos pensados
y en los huevos no crecieron virus, ni respuestas, ni
nada (7-10).
Pasan 46 años más, el joven biólogo ya tiene 72 y la
curiosidad científica intacta. Encuentra entonces un
artículo sobre el genoma del virus, escrito por el Dr.
Jeffery Taubenberger, patólogo molecular del Instituto
de las Fuerzas Armadas, en Washington. Pues bien,
resulta que Taubenberger había sacado unas muestras
de tejido pulmonar de un soldado de 21 años, a quien
la enfermedad le había quitado la vida en septiembre
de 1918, en Fort Jackson, Carolina del Sur (3-5). Logró la
secuenciación de nueve fragmentos del virus,
consiguiendo así la imagen más avanzada del diminuto asesino.
Y claro, como en las novelas de tensión y paciencia,
pasó lo que tenía que pasar. Hultin (Figura 1) le escribe a
Taubenberger y le propone regresar a Alaska a
concluir su investigación. El patólogo acepta, Hultin
autofinancia el viaje, regresa a Brevig Mission y tras
cinco días de excavación encuentran a Lucy, una joven
mujer muerta y obesa, con los pulmones perfectamente conservados por
las bajas temperaturas (5).
A los diez días de tomadas las muestras, Hultin recibe
la llamada que había esperado desde 1951: hallazgo
positivo -en los tejidos de Lucy- del material genético
del virus tipo influenza A, subtipo H1N1 con genes de
origen aviar, causante de 50 millones de muertes.
Si acaso algún día un dron les trae imágenes de Brevig Mission, no se
sorprendan si el cementerio se ve
distinto a las fotografías originales (5). Antes de salir
del pueblo, y al ver que las crucecitas de la primera vez ya no
estaban, Hultin fue a la carpintería de la escuela
y él mismo, con sus manos de biólogo y perseverante
investigador, armó las dos gigantescas cruces que hoy
demarcan el cementerio, para que el mundo siempre
supiera que ése es un lugar donde la muerte le había
enseñado a la vida (20-25).
Apreciado lector, lo invito a seguir en este viaje. Como
repasando el tiempo y con la ayuda de esta mirada de
Hultin, nos asomaremos a la vida y obra de Guillaume Apollinaire, Franz
Kafka, Edvard Munch y Gustav
Klimt. Los cuatro tuvieron en común una genialidad
transformadora, y haber padecido la enfermedad más
devastadora del siglo XX (10).
Figura 1. Johan Hultin. Fotografía tomada
de Alchetron
(The free social enciclopedia).
El más surrealista de los viajes
Guillaume Apollinaire,
uno de los grandes poetas y ensayistas
franceses, proclamado muerto al servicio de la
patria, no se llamaba así, no nació en Francia ni murió
en un heroico acto de guerra. Su verdadero nombre era
Wilheim Albert Wtodzimierz, y nació el 26 de agosto
de 1880 en Roma; como inicialmente su madre -una exuberante y
semiaristócrata polaca no quiso reconocerlo- fue registrado por una
comadrona y bautizado
en la Basílica de San Pedro. Su padre parece haber sido
un príncipe ítalo-suizo, oficial del ejército de las Dos
Sicilias, y los abandonó a él y a su hermano cuando
ambos eran muy pequeños (26,27).
Pasaron su infancia en Mónaco, en el colegio SantCharles de los padres
maristas, y parte de la adolescencia en Niza. A los 21 años, en
Alemania, lo eligen para
ser el preceptor de la hija de la vizcondesa de Milhau,
ocupación que le desagrada profundamente y regresa
a París un año después, luego de haber sido rechazado
por Annie Playden, una dama de compañía de quien
se enamoró. Rogó, amenazó, prometió. Nada funcionó frente a la joven
inglesa. Segundo trabajo fallido:
contador en la bolsa. ¿Cómo alguien tan rebelde, tan
intelectual y políticamente incorrecto, podría ser contador?
Con el tercer empleo las cosas mejoran: crítico de arte
para varias revistas francesas y fundador de
La Revue
Inmoraliste y Le festin d’ Esope. Pudo apartarse del círculo
contable que lo abrumaba, y meterse de lleno en el
ambiente de los pintores y escritores de principios del
siglo XX. Ese mundo contestatario, era el suyo. Vinieron varios amores,
algunos cortos, otros equivocados,
a veces intensos y casi siempre insalvables. Marie Laurencin, Louise de
Coligny-Châtillon, su cuñada Lou,
Madelaine Pagès, Amélia Emme Louise Kolb (llamada por él y por ella,
Jacqueline), y con quien se casó 6
meses antes de morir. A los 27 años escribe su primer
romance erótico,
Les onze mille
verges, obra catalogada
por la sociedad como francamente inmoral (26,27).
En 1911 publica su primer recuento de poemas,
Le
Bestiaire ou Cortège d’Orphée, con unas bellísimas ilustraciones
de Raul Dufy. Ese mismo año es acusado de
complicidad en el robo de
La Gioconda,
y hasta Pablo
Picasso es señalado de ser partícipe del delito. Apollinaire es llevado
a prisión dada su amistad con Gery Piéret, ladrón de dos estatuas que
estaban exhibidas
en el Louvre; nuestro poeta es dejado en libertad cuando se identifica
a Vicenzo Peruggia como el autor de
semejante osadía. Entonces y ahora,
Alcoholes,
recopilación de poemas entre el simbolismo y la vanguardia, remueve el
mundo de las letras (Figura 2). Nada
detiene su inspiración, su fascinación con el cubismo
y su amistad con Picasso, Braque, Matisse y Chirico.
Pasa las mejores jornadas en Montmatre, donde hasta
el aire es bohemio y libertario. Pero pronto llegaría un
monstruo, y no me refiero al virus, sino a un enemigo
creado por los hombres (26).
En 1914, el inatajable poeta de lo erótico y del modernismo, se alista
en el ejército para combatir en la
Primera Guerra Mundial. De esos diálogos entre la
vida y la muerte nace C
alligrammes,
poemas de la paz y
la guerra, “poemas visuales” escritos durante su convalecencia
(26).
Tras dos años de combates, el 9 de marzo de 1916 le
otorgan la ciudadanía francesa, una semana después
resulta gravemente herido por tiros de metralla y debe volver a casa.
Regresa convertido en teniente y lo condecoran con la Gran Cruz de
Guerra. Ese mismo año
publica el libro de cuentos
Le poète
assassiné, una obra
llena de ironía alrededor de la posibilidad de erradicar
los poetas de la faz de la Tierra. En 1917, con
Les mamelles des Thiresias lanza al
mundo el término
surrealismo
(27).
Figura 2. Guillaume Apollinaire, Calligramme
(fotografía tomada de Cheval Foto & Image Stock).
Su amigo Pablo Picasso lo vio morir el 9 de noviembre de 1918, a los 38
años. La peste española no tenía
límites, y lo que no pudieron las balas ni las bombas
que caían del cielo como nubes letales, lo hizo la pandemia. Con fiebre
alta, un dolor y una debilidad que le
invadían el cuerpo, la compañía de su reciente esposa
y de su amigo Picasso, Guillaume Apollinaire se fue
de este mundo, al más surrealista de sus viajes (26,27).
¿Qué hacer con los demonios?
¿Qué habría pasado con la literatura si el joven Franz,
no hubiera desobedecido el violento dogma paterno, y
no se hubiera rebelado contra el maltrato que le llenó
de niebla su infancia y su vida? ¿Dónde estaría hoy
Gregorio Samsa -antes o después de convertirse en
insecto- si Franz Kafka (Figura 3) no hubiera dejado
tirada la fábrica de telas de su padre, para dedicarse a
observar, a pensar y escribir? Claro, si sus hermanos
mayores no hubieran muerto, él no se habría convertido en el mayor y la
carga habría sido para otros. Pero
así se portó el destino. A él, precisamente a él (tan lleno de
neurastenia y de sentido del humor) tenía que tocarle un padre como
Hermann, tan tirano y arribista.
En fin. Estaba escrito que Franz Kafka, hijo de judíos
checos, nieto de un rico fabricante de cerveza y de un
carnicero pobre, llegara al mundo en Praga, el 3 de
julio de 1883, y se fuera de él en Austria, un mes antes
de cumplir 41 años (28-31).
Y también estaba escrito que el mismo día en que
se repuso de la peste española -justo ese mismo día,
mientras él salía de la casa de sus padres, donde había pasado la
cuarentena- fuera testigo de la caída del
imperio austrohúngaro. Y no estaba escrito, pero sucedió, porque todas
las guerras siempre han sido un
error, que sus hermanas murieran en campos de concentración, víctimas
del Holocausto (28).
El más lector de los lectores, el más inteligente de su
colegio y quizá también de la facultad de derecho,
Kafka fue un niño enfermizo, tuvo unos trabajos aburridísimos y parecía
que tuviera la autoestima en el
segundo sótano del espíritu. “Dios no quiere que yo
escriba, pero tengo que hacerlo”, decía. ¿Qué hacer
con los demonios, con la soledad y el agotamiento?
Concluir un capítulo era una tragedia desgastante.
Pero ¿cómo no escribir? Su relación con la escritura
era casi masoquista, inevitablemente compleja. Nunca
estuvo satisfecho con sus textos, ni le fue fácil el amor.
De la tendera checa pasó a los prostíbulos; de ahí a
la berlinesa Felice Bauer -con quien se comprometió,
pero no se casó-; años más tarde, ella huiría a los Estados Unidos
cuando llegaron los Nazis, y no se volvió a
tener noticias suyas (31-35).
Figura 3. Franz Kafka. Fuente: Internet, Ilfoglio.it
De Felice pasó a los brazos de su mejor amiga, Greta
Bloch, la receptora de esas cartas eróticas que generaron emoción y
vergüenza en la joven Greta. Parece que ella le dio un hijo; y la
guerra la mató en Auschwitz en 1944. Pero tampoco ella fue la elegida
ni
Julie Wohryzek, la costurera de Praga, enferma también de tuberculosis.
A Milena Jesenská, la apasionada
periodista que murió en un campo de concentración,
la amó muchísimo, pero estaba casada y no tenía intenciones de
abandonar a su esposo para irse con el
enigmático Franz. Fue Dora Diamant, casi una niña
-19 años- quien se enamoró perdidamente de Kafka y
lo cuidó hasta el final. Extenuado, dudando de todo,
con la neurosis disparada y una tuberculosis devastadora, así pasó los
últimos años este irrepetible escritor
(32-35).
Dos años antes de enfermar publicó
La
Metamorfosis, y
dos años después del diagnóstico,
En
la colonia penitenciaria y
El
médico rural. No quiso publicar más obras y
le pidió a su entrañable amigo Max Brod, que cuando
él muriera quemara todos los manuscritos; la misma
petición la hizo a Dora. Ella le hizo caso. Brod, en
cambio, no cumplió su última voluntad, y gracias a
esa desobediencia, el siglo XX pudo leer
El Proceso, El
Castillo, y
América,
sus tres novelas póstumas (29).
El 14 de octubre de 1918, Kafka enferma terriblemente
de peste española. Fiebre de 40, una alarmante debilidad y un dolor
intenso y terco le devoraba el cuerpo y
el alma. Los checos hacían la revolución y el imperio
austrohúngaro estaba a punto de caerse. El médico iba
a verlo diariamente, porque su extrema gravedad hacía
imposible el traslado al hospital. Tras varias semanas
en estado crítico y en forzosa cuarentena, Kafka se recupera, justo
para presenciar la caída del imperio.
Un día, caminando por el parque Steglitz, se encontró
con una niña que lloraba desconsolada porque había
perdido su muñeca. Entonces Kafka -el hombre de
los cuentos difíciles, las soledades y el eterno conflicto consigo
mismo- empezó a escribirle a la niña unas
cartas bellísimas, como si las enviara la muñeca, de
gira por el mundo. Las crónicas eran fantásticas, llenas de paisajes y
revelaciones; incluso, un día la viajera
imaginaria avisó que no podría escribir más, pues iba
a casarse y tenía que organizar una gran fiesta en el
campo (30).
Kafka sabía que la muerte estaba cerca; le regaló a la
niña otra muñeca, y le enseñó que los viajes cambian
la vida, y por eso lucía distinta y más feliz que antes
de partir. Un año después de la muerte de Kafka, la
niña encontró un papel pequeñito doblado como el
tiempo, escondido adentro de la preciada muñeca. En
esa diminuta carta firmada por él, Kafka le explicaba
a la niña que todo lo que uno quiere y se va, siempre
encuentra la forma de volver (32-35).
Disecciones de almas
Unos son expertos en diseccionar cadáveres, economías o regímenes
políticos. Munch, en cambio, era
experto en las disecciones de almas. Precursor del expresionismo, y
marcado para siempre por la muerte de
su madre y su hermana -ambas por tuberculosis-, la
angustia, la enfermedad y la soledad vivieron en cada
una de sus pinceladas, en sus rojos atormentados, en
esa ausencia de felicidad que lo acompañó toda la
vida. Edvard Munch, noruego nacido en 1863, viaja
a París y antes de cumplir 20 años queda extasiado
con las pinturas de Renoir, Degas, Monet y Pisarro.
Previamente había estudiado algo de arte en la Escuela Técnica de
Arquitectura y en la Escuela de Dibujo
de Christiana (ciudad que se convertiría más tarde en
Oslo) (36-40).
Independientemente de las academias, su alma abrumada por la cercanía
de la muerte y sus experiencias
personales en el amor y el sufrimiento, hacen que
Munch se aleje cada vez más de lo convencional y de
lo estéticamente bien recibido. Conocer a Vincent Van
Gogh y a Paul Gauguin, también lo lleva a romper los
códigos de la pintura formal.
La niña enferma (Muerte en la
alcoba) (Figura 4) y
La
noche, explican mejor que cualquier palabra lo que
Munch sintió con el dolor de su hermana y -años después- con la muerte
de su padre. Su alma está triste,
y así la deja ver, solitaria, a través de la ventana y de
unos azules especialmente melancólicos (40).
En la primera década del siglo XX, en Alemania, sus
líneas empiezan a ser mucho más expresivas, más dramáticas y más llenas
de símbolos y angustia.
En
El grito (Figura 5) su
tormenta interior es evidente.
Hay en ese rostro desfigurado, en esa voz que irrumpe el silencio de
cualquier museo, una alarmante dosis
de estridencia, de soledad y pesimismo. El gesto del
protagonista es de un pánico irreconciliable, mientras
en otra dimensión, bajo las olas del cielo y como si
no les importara la desesperación del otro, unas figuras humanas
apartadas y desconectadas del horror de
quien grita, representan la indiferencia y la total falta
de consideración (36-40).
Munch tuvo relaciones amorosas inclementes y deshechas; épocas de
alcoholismo y ocho meses de hospitalización psiquiátrica en Copenhague.
En su obra,
las mujeres pasan de víctimas a victimarias en medio
de una tensión sexual constante y dolorosa. Incluso la
maternidad es para él algo lleno de agonía; y los ojos
de
La Madonna son huecos
hundidos, que nos recuerdan mucho más los túneles de los muertos, que
el destello de los vivos.
Figura 4. La Niña enferma
(del noruego, Det syke barn)
Título de una serie de 6 pinturas y varias
litografías, grabados a punta seca y aguafuertes,
de Edvard Munch. Todos se refieren a la
enfermedad y muerte de su hermana Johanne
Sophie. La niña murió de tuberculosis a los
15 años, y siempre aparece en los cuadros
acompañada por una mujer, posiblemente su
tía Karen. En todas las versiones, es evidente
la expresión de dolor. La almohada blanca y
grande, contrasta con la cortina oscura, que
probablemente representa la muerte. La mujer
mayor toma la mano de la niña en señal de
consuelo, pero su tristeza no le permite mirarla
a los ojos.
Figura 5. El grito (del noruego, Skrik).
Título de 4 cuadros del noruego Edvard Munch (1863-
1944). La versión más famosa se encuentra en la Galería
Nacional de Noruega y fue completada en 1893. Otras dos
versiones del cuadro se encuentran en el Museo Munch,
también en Oslo, mientras que la cuarta versión pertenece
a una colección particular. En 1895, Munch realizó también
una litografía con el mismo título.
De regreso a Christiana hace los paneles del Aula
Magna de la hoy Universidad de Oslo. Aparecen allí,
fugaces en su vida, el sol y una nueva energía, la historia y el alma
mater. En 1916 se va a vivir a Ekely, a
una casa de campo en las afueras de Christiana. Tres
años después sufre la peste española y la fiebre alta, la
debilidad y el escalofrío regados como una gran mancha de dolor por
cada centímetro de su piel, acentúan
su crónico pesimismo. Tan pronto se recupera, pinta su
Autorretrato con gripe española (Figura
6); ahí, y como
en la vida real, está solo, demacrado, víctima de un virus horrible y
atado a su angustia. Parece que su cama
lleva toda la vida sin tender, y que a él nada ni nadie le
podrán quitar la ansiedad. Aislado de todo y de todos,
este genio que le abrió la puerta al expresionismo muere solo, en su
casa de Ekely, mientras la nieve se toma a
sorbos de frío, ese 23 de enero de 1944 (38-40).
Figura 6. Autorretrato con gripe española, Edvard
Munch.
Cuadro que muestra la imagen del artista
convaleciente, luego de sufrir esta difícil enfermedad.
“A cada tiempo su arte, a cada arte su
libertad” (Lema de la Secesión vienesa)
La fiebre española que se llevó a su hija, hizo que Sigmund Freud
cambiara su concepto sobre el duelo y
el dolor. El sufrimiento por la pérdida de su amada
Sophie -víctima de la enfermedad y de un tercer embarazo difícil y no
buscado- fue para el más grande
navegante de la mente humana, un tributo de amor;
algo tan inconcebible y devastador, que Freud concluyó que no existía
en el mundo, refugio posible frente a
tanta tristeza (41).
En un suburbio de esa misma Viena donde nace el psicoanálisis, esa
ciudad llena de intelectuales y de una
espléndida creación artística, nace Gustav Klimt, el
maestro del oro y de las líneas que simbolizaron amor,
sensualidad y desafío. Y muere a los 55 años, en Alsergrund, el noveno
distrito, por la misma horrible enfermedad que se llevó a Sophie Freud
(42).
Klimt, el segundo hijo de los siete que tuvo su padre
grabador de oro, vivió una infancia pobre, mas gracias
a su increíble talento y a una beca de la Universidad de
Artes Aplicadas de Viena, recibió junto con su hermano Ernst, formación
artística bajo la tutoría de Franz
Matsch. Los tres abrieron un estudio de pintores y crearon la Compañía
de Artistas. Gustav tenía 17 años y el
genio tenía abierto el camino. El primer trabajo que les
encomendaron fue para el Teatro de Viena: unos frescos
en el techo representaban ese precioso anfiteatro grecoromano de
Taormina, en Sicilia, y el Globe de Londres,
con imágenes de Romeo y Julieta (43).
Arriesgado en su arte y en su vida, no le importó dejar
de lado el reconocimiento de la Orden de Oro al mérito ni el prestigio
que había capitalizado antes de cumplir 30 años; a finales del siglo
XIX entra, con toda
su capacidad retadora, a formar parte del movimiento
la Secesión. Fue un giro que le hizo romper con los
parámetros oficiales de la academia y con la sociedad tradicionalista.
Este punto de quiebre lo sacó de
cualquier posible ortodoxia, lo volvió inmortal y trajo
como consecuencia que su obra quedara años después,
en la horrenda mira de los nazis (44,45).
Terminaba el siglo XIX y Viena, Londres y París eran
las ciudades donde todo lo cultural tenía lugar. Es
como si algo le hubiera dicho a Klimt que había que
vivir y pintar sin tregua, con intensidad, porque la guerra lo
cambiaría todo, y vendría además la pandemia
más cruel del siglo XX.
Cuando mueren su padre y su hermano, Klimt entra
en crisis. Recibe al poco tiempo el encargo de pintar tres obras para
la Universidad de Viena:
Medicina,
Filosofía y Jurisprudencia. Pero la sociedad le pasó cuenta
de cobro, y argumentando que eran obras pornográficas, fueron retiradas
del aula magna. Veintisiete años
después de la muerte de su autor, la ocupación nazi
destruye estas tres obras, y otra vez se hace evidente que no existe
nada más pornográfico y absurdo que
una guerra (44,47).
Volvamos a 1901, año en el que Klimt pinta a
Judith
(Figura 7), un óleo en tela, una imagen profundamente
sensual, considerada por muchos como la representación perfecta de una
femme fatale. El oro y la
semidesnudez, la seducción implícita en cada centímetro del
cuadro, hacen que Klimt sea duramente criticado por
el erotismo de su obra. Pero para un artista como él
¿qué podía importar la voz puritana de la sociedad?
Vestía sandalias y túnicas sencillas. Vivió con su madre y con sus dos
hermanas solteras, lejos de las pretensiones de la élite. Se dice que
Klimt tuvo 14 hijos,
sin embargo, nunca permitió que su vida sexual fuera
del dominio público. Sus modelos fueron mujeres muy hermosas, de todas
las condiciones sociales, y fue reservado en el trato con ellas. Un año
después de
Judith,
pinta un friso enorme en honor a Beethoven y a la interpretación que
hizo Wagner de la Novena Sinfonía
(45-47).
Figura 7. Judith (por el pintor austríaco Gustav Klimt)
Óleo sobre tela, pintado en el año 1901. Esta obra
representa la madurez artística del autor y está considerada
como la primera de su “período dorado”. Es notorio su
lenguaje de abstracción simbólica, y el uso del oro como
material, junto a los pigmentos de óleo. Esta es la primera
versión que pinta Klimt, de Judith, “mujer fatal” y seductora.
La segunda, se completa en 1909.
En 1908 llega El Beso (Figura 8) como un testimonio
de amor en medio del modernismo; una entrega correspondida entre el
hombre pragmático vestido de
blanco y negro, y su amante cubierta de flores. Ambos
parecen flotar en una primavera idílica. La protección
y el abrazo que podrían ser eternos, adquieren forma,
ternura y movimiento en los mosaicos aprendidos en
los viajes a Italia, y en la magia dorada que heredó de
su padre (47).
Figura 8. El Beso, del pintor austriaco Gustav Klimt.
Oleo con laminillas de oro y estaño, sobre un lienzo,
pintado entre 1907 y 1908. Obra estilo art-nouveau,
y quizá la más conocida de Klimt.
Esta obra, que sigue los cánones del Simbolismo, es
una tela con decoraciones y mosaicos sobre un fondo
dorado. Está expuesta en la Österreichische Galerie Belvedere de Viena.
La fiebre española, una severa
neumonía y un accidente cerebrovascular, hacen que
algunas obras de Klimt queden inconclusas. El mismo
año de su muerte, 1918, muere en Austria por el mismo virus, Otto
Wagner, uno de los padres de la arquitectura moderna. En la morgue de
la ciudad, frente al
cuerpo sin vida de Klimt, el joven pintor expresionista Egon Schiele
dijo que la obra de su amigo era “de
una perfección increíble, y objeto de culto” (la Figura
9 muestra la obra “Cuatro árboles”) (44,47). Ocho meses después de esta
despedida, Schiele, su esposa y su
hijo en gestación, mueren por la misma enfermedad
que acabó con la vida de 50 millones de personas.
Figura 9. Cuatro árboles, de Egon Schiele, amigo y profundo
admirador de Gustav Klimt.
Gratitud
Gracias a usted, amigo lector, y a mi mamá Gloria
Nieto Cano, por enseñarme a amar el arte. Invité para
el final de este camino a Béla Bartók, compositor de
Mikrokosmos y
El príncipe de madera. Bartók
sobrevivió a
la fiebre española y murió de leucemia, en Nueva York,
a los 64 años. 26 años antes, la peste y la falta de oxígeno lo habían
llenado de decaimiento y delirios, y estuvo
a punto de quedar sordo. Las alucinaciones auditivas no
le impidieron ser uno de los músicos más grandes del
siglo XX, y a sus composiciones hechas a partir de melodías populares,
zíngara y canciones folklóricas, fueron
sumándose conciertos para dos pianos y algunos de los
cuartetos más bellos de la música clásica.
Quédese conmigo dos minutos más, y antes de cerrar
esta historia, oigamos con los compañeros de travesía, un
pedacito de la Danza Folklórica Rumana compuesta por
Bartok:
https://open.spotify.com/track/2viOi0XWSg
GgMiapE0qdcX?si=GhNJTaoqQ8ODGwQWypecnw
Usted y yo sabemos que el arte no es capaz de inmovilizar la muerte.
Pero es tan fuerte, tan bella y profunda
que, a los artistas de cuerpo y alma, los vuelve indelebles, los
convierte en inmortales.
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Recibido: : 18 de Junio de
2020
Aceptado:
27 de Junio de 2020
Correspondencia:
Gloria Arias Nieto
ariasgloria@hotmail.com