En 2014 Trisha Greenhalgh publicó en el BMJ un interesante análisis que
se titulaba
Medicina Basada en la
Evidencia: un movimiento en crisis? (1); sin duda, un título
sugestivo e inquietante en particular para aquellos médicos que
hemos sido educados bajo la premisa que la Medicina
Basada en la Evidencia (MBE) es el nuevo paradigma de
la práctica médica y la respuesta a nuestros interrogantes
y problemas clínicos, a los que nos enfrentamos a diario
y, más aún, a quienes hemos hecho de la epidemiología
clínica una actividad complementaria. Sin dudar de los
beneficios que la MBE ha traído a nuestra profesión,
Greenhalgh expone una serie de problemas o inconvenientes que tal vez
muchos desconocemos o pasamos
por alto, como: su utilización para defender intereses
particulares; el volumen de la información que sobrepasa cualquier
capacidad de revisión o síntesis; beneficios
estadísticos que no se traducen en beneficios clínicos o
beneficios marginales; reglas o algorítmicos clínicos que
desconocen la individualidad y la singularidad de nuestros pacientes; y
recomendaciones que no se adaptan a la
multimorbilidad, condición común en quienes pretendemos beneficiar de
esta “mejor evidencia”.
Resulta fundamental entender estas dificultades, reconocerlas y
plantear soluciones, en especial, en este momento de crisis en donde
una condición nueva y desconocida
nos golpea de una forma inimaginable, impensada e incierta. Hace apenas
hace unos meses, el 31 de diciembre
de 2019, cuando todo el mundo se encontraba preparando la despedida de
un año y dándole la bienvenida al
nuevo, la oficina de la OMS en China recibía el primer
informe sobre una nueva condición de neumonía atípica causada por un
agente desconocido. Tan solo unos
días después, ya se había caracterizado el agente causal;
posteriormente, para el 30 de enero, se declaraba como
una emergencia de salud pública internacional y para el
11 de Marzo, se convertía en pandemia (2). Nadie estimaba que hoy, 6
meses después, nos enfrentaríamos a la
amenaza más grande que ha tenido la humanidad en sus
tiempos modernos y que ha generado, al momento de
escribir este texto, más de 6 millones de contagios y 380
mil muertos (3). A causa de ello, se han colapsado los servicios de
salud y las economías, no solo de nuestros frágiles sistemas, sino de
aquellos otrora poderosos sistemas,
modelos a seguir por ser pioneros en la investigación y
generación del conocimiento médico, así como constructores e
instructores de las bases de la MBE.
1 MD. Especialista en Medicina
Interna y Oncología Clínica. MSc(c) Epidemiología Clínica y
Bioestadística. Departamento de Oncología Clínica, Clínica Colsanitas.
Grupo de Investigación en Oncología Molecular y Sistemas Biológicos,
Universidad El Bosque. Bogotá, Colombia.
2 MD. MSc. PhD Biología Tumoral.
Grupo Oncología Clínica y Traslacional, Clínica del Country. Fundación
para la Investigación Clínica y Molecular Aplicada del Cáncer (FICMAC).
Grupo de Investigación en Oncología Molecular y Sistemas Biológicos,
Universidad El Bosque. Bogotá, Colombia.
Como lo señala Greenhalgh, uno de los inconvenientes de la MBE es poder
ser utilizada para algún beneficio particular. Cuando apenas existía
una muy
limitada evidencia con beneficios anecdóticos de la hidroxicloroquina y
la cloroquina para el tratamiento de
la infección por SARS-COV2, varios líderes políticos,
algunos muy influyentes, catalogaron a estos medicamentos como la
salvación para la pandemia, presionando a las distintas agencias
reguladoras a dar una
autorización exprés para su uso. El 28 de Marzo del
2020 la FDA autorizó su uso mediante el mecanismo
de Autorización para Uso de Emergencia –EUA, por
sus siglas en inglés-. Pocos días después, varios países,
incluyendo Colombia, también autorizaron su uso, inclusive su uso como
profilaxis (4). Tan rápido fue este
proceso como la aparición de reportes sobre los riesgos
y complicaciones de estos tratamientos, así como de
las deficiencias metodológicas existentes en los estudios clínicos
realizados hasta la fecha sobre el uso de
estos medicamentos, como para aceptar su uso en esta
indicación (5-7).
El 30 de marzo de 2020, un médico anestesiólogo en
Gwatti (India) fallecía por un paro cardíaco secundario al uso de
hidroxicloroquina, medicamento que fue
aprobado en ese país para profilaxis del personal médico expuesto al
SARS-COV2 (8). El 22 mayo se publica
un trabajo desarrollado con más de 90 mil pacientes,
que muestra la ineficacia de estos medicamentos para
tratar la infección y, simultáneamente, la OMS suspende cualquier
estudio clínico que se estuviese llevando
a cabo con estos medicamentos (9). El 4 de junio, tras
múltiples críticas y editoriales sobre dicho trabajo, los
autores se retractan y la OMS acepta continuar con los
estudios ya iniciados con el medicamento (10).
¿Es posible semejante vaivén de información en tan
solo unos meses? No solo fue posible con este tema,
sino que también ocurrió con casi todos los demás y
tiene que ver en parte con el segundo problema de la
MBE: la información científica es abrumadora y la
velocidad de aparición sobrepasa cualquier capacidad
de síntesis y análisis. Desde la publicación de los primeros casos de
COVID-19 hasta el momento de escribir este texto, existen solo en
PubMed un total de
19.153 publicaciones, 384 de ellas relacionadas con
tratamiento. Para comprender esto, se estima que un
médico de urgencias que atiende durante un turno a 18
pacientes, debe revisar en promedio 44 enfermedades,
lo que le implicaría leer 3.679 páginas (solamente de
guías de práctica clínica) para lo cual tardaría 122 horas, es decir, 5
días para mantenerse al día (11).
Para cuando alguien termine de leer la información
publicada en PubMed sobre el SARS-COV2 hasta la
fecha, mucha de la información no va a tener relevancia o no será útil.
Dirigiéndose a la Conferencia de
Seguridad de Múnich el 15 de febrero de 2020, el director general de la
OMS, Dr. Tedros Adhanom Ghebreyesus, dijo: “no solo estamos luchando
contra una
epidemia, estamos luchando contra una infodemia”.
La solución para este problema, desde algunas perspectivas, sería la
síntesis de la información a través de
revisiones sistemáticas de la literatura, la máxima de
la MBE. Para realizar una buena revisión sistemática
de la literatura se requiere al menos un año (12) y, claramente, no
podríamos esperar un año para tomar decisiones clínicas respecto a los
pacientes con infección
por SARS-COV2. ¿Podrá entonces la MBE, bajo sus
métodos tradicionales, dar respuesta a los problemas
e interrogantes en tiempos de crisis por la pandemia
COVID-19? La respuesta parece obvia y se requiere
entonces un reenfoque de la metodología que hoy se
utiliza.
Existen múltiples retos de la MBE para enfrentar esta
crisis como por ejemplo retos en las estrategias metodológicas para
analizar los datos del SARVS-COV2
(13). Los modelos estadísticos podrían jugar un papel
fundamental en la “batalla contra el pánico mediante
la información” (14) para evitar o, al menos minimizar, el riesgo de
sesgos de los estudios clínicos o epidemiológicos.
Algunas de las estrategias sugeridas para que la MBE
se adapte a este enorme reto pueden ser (Tabla 1):
Tabla 1. Estrategias para la MBE
- Entender la diversidad y complejidad de los desenlaces clínicos
reportados: para la neumonía por
SARVS-COV-2 existen algunos llamados desenlaces “duros” como, por
ejemplo, la mortalidad,
la necesidad de ventilación mecánica o el ingreso
a UCI; sin embargo, existen otros menos relevantes como la necesidad de
oxígeno suplementario.
Analizar estos resultados menos relevantes y saber
si son un subrogado de aquellos desenlaces duros
es un reto para la MBE, pero también para quien
los lee y aplica. Allí, la MBE también se expone a
otro de los riesgos mencionados por Greenhalgh
sobre beneficios en desenlaces intermedios que no
se traducen en resultados clínicos relevantes.
- Identificar y entender sesgos comunes en los estudios: Los datos
clínicos son altamente dependientes del tiempo y se requieren métodos
de análisis
robustos para evitar sesgos comunes como, por
ejemplo, sesgos de selección, de tiempo, de duración (length-time
bias), de inmortalidad, de competencia, entre otros (15-17).
- Comunicar de manera clara y sencilla los hallazgos estadísticos:
en tiempos de pandemia, deben
evitarse los complejos modelos matemáticos de
difícil reproducción y entendimiento.
- Actualización constante de guías de práctica clínica (GPC) a
partir de los estudios observacionales:
con una información tan cambiante, la actualización de las GPC durante
la pandemia, es una necesidad y una obligación.
- Soporte estadístico para los estudios clínicos aleatorizados: se
requiere experticia para entender los potenciales efectos y resultados
clínicos. Dos estudios
clínicos aleatorizados con tratamientos antivirales
para el SARS-COV2 se han realizado con resultados negativos en la
población con enfermedad más
crítica, lo que constituye un buen ejemplo de obtención rápida de
información relevante (18,19).
- Búsqueda de información de fuentes relevantes: Distintos
esfuerzos, desde la OMS hasta organizaciones
privadas, han establecido repositorios de información muy completos y
actualizados. Se requiere, sin
embargo, una mayor coordinación entre estos para
evitar esfuerzos aislados sobre el mismo aspecto.
- Síntesis rápida de la evidencia: ya se mencionó
lo abrumador que resulta la cantidad de información disponible sobre la
pandemia. Estrategias
como las revisiones rápidas de evidencia pueden
permitirle a los tomadores de decisiones, tener la
información en corto tiempo que sea aplicable a
la práctica clínica. Un estudio piloto mostró, por
ejemplo, que durante un brote infeccioso, una revisión rápida de
evidencia se pudo realizar en 5
días (20). Es necesario entender que algunos aspectos metodológicos de
las revisiones sistemáticas usuales, deben sacrificarse en favor de un
menor tiempo y que las revisiones rápidas tienen
limitaciones (21,22)
- Asegurar la calidad de lo que se publica: en tiempos de crisis,
la información se requiere de manera
rápida y la velocidad puede ir en contra de la calidad. Los
investigadores deben prestar atención a
la transparencia y la elaboración de un adecuado
reporte de su investigación, para garantizar su reproducibilidad.
- Es necesario el aislamiento social, pero el aislamiento
científico es inadmisible: compartir información es la única forma para
que el mundo
científico brinde respuestas acertadas y guíe a
la humanidad hacia la resolución de esta crisis.
Ocultar información en favor de intereses personales o de un grupo es y
debería ser, en estos tiempos, un delito. Existen iniciativas mundiales
para
compartir la información en tiempos de crisis.
¿Por qué razón no podría ser igual para combatir
otras enfermedades como el cáncer que generan
una mayor morbimortalidad que el mismo COVID-19? Quizá, luego de la
pandemia, sea oportuno reflexionar sobre este tema.
En definitiva, el mundo está en crisis, lo que implica
que la economía, la política, el deporte y, por supuesto,
ninguna disciplina científica -como la MBE- ha sido
inmune a esto; o tal vez, la MBE no está en crisis, sino
que estamos en crisis quienes la practicamos y en ocasiones lo hacemos
erróneamente, olvidando sus fundamentos (23,24).
Referencias
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Recibido: : 7 de Junio de
2020
Aceptado:
15 de Junio de 2020
Correspondencia:
Luis Leonardo Rojas Puentes
lrojaspuentes@gmail.com