Resumen
Introducción: En el contexto
de
la violencia de pareja en VIH, se hace necesario el análisis del
proceso psico-social que experimentan las mujeres víctimas de esta
violencia, así como las características
del comportamiento de las mujeres posterior a la agresión y la relación
con el diagnóstico de VIH.
El objetivo de este estudio fue identificar las características que
componen la violencia de pareja en
mujeres con VIH en un programa de atención integral en Bogotá
(Colombia).
Materiales y métodos:
Se realizó un estudio cualitativo descriptivo exploratorio, centrado en
las percepciones de mujeres
que presentan VIH, y que habían sido víctimas de violencia de pareja
tanto física como no física. Se
realizaron entrevistas grupales con un número de 2 a 4 personas,
participando un total de 12 mujeres.
Resultados: En el análisis de
contenido de las entrevistas surgieron ocho categorías de respuesta
determinadas por un antes y un después del diagnóstico de infección por
VIH, como fueron: opiniones de
violencia de pareja, tipos de violencia sufridos, factores
predisponentes, afrontamiento, consecuencias,
relación con VIH, violencia desencadenada posterior a diagnóstico de
VIH, impacto.
Conclusiones:
La violencia de pareja tiene múltiples causas culturales, sociales,
personales y de relación; Si se pueden
intervenir las variables personales, es posible romper el círculo de
violencia establecido por relaciones
de poder dispares que aún persisten en nuestra sociedad.
Palabras clave: Violencia de pareja; violencia doméstica;
VIH; Análisis Cualitativo; mujeres (MeSHDeCS).
1 Médico Cirujano, especialista en
Epidemiología, Magister en Salud Sexual y Reproductiva. Centro de
Expertos para Atención Integral CEPAIN IPS. Bogotá, Colombia.
EXPERIENCES AND NARRATIVES OF HIV WOMEN, VICTIMS
OF INTIMATE PARTNER VIOLENCE IN BOGOTA (COLOMBIA)
Abstract
Introduction: In the context of
partner violence in HIV, it is necessary to analyze the psychosocial
process experienced by women victims of this violence, as well as the
characteristics of
the behavior of women after aggression and the relationship with
diagnosis of HIV. The objective of this study was to identify the
characteristics that make up intimate partner violence in
women with HIV in a program care in Bogotá (Colombia).
Materials and methods: An
exploratory qualitative descriptive study was conducted focusing on the
perceptions of women with
HIV, who had been victims of both physical and non-physical partner
violence. Group interviews were conducted with a number of 2 to 4
people, with a total of 12 women participating.
Results: In the content
analysis of the interviews, eight response categories were came up,
determined by a before and after the diagnosis of HIV infection, such
as: opinions of partner
violence, types of violence suffered, predisposing factors, methods of
dealing, consequences,
relationship with HIV, violence triggered after HIV diagnosis, impact.
Conclusion: Intimate
partner violence has multiple causes such as cultural, social,
personal, and relationship factors; if personal variables can be
intervened, it is possible to break the circle of violence established
by disparate power relations that still persist in our society. The
accompaniment that
we can give as health personnel is essential to guide and give tools to
women and empower
them when they are victims of violence.
Key words: Intimate partner violence; domestic
violence; HIV infections; Qualitative Analysis;
women (MeSH-DeCS).
Introducción
La violencia y la infección por el virus de inmunodeficiencia humana
(VIH) son dos problemas complejos en salud pública que afectan la vida
de millones
de mujeres. Desde hace dos décadas, se ha estudiado
la posible relación existente entre estos aspectos (1),
encontrando una alta prevalencia de violencia en mujeres en relación
con VIH (2-7). Esta relación genera
repercusiones sociales y graves consecuencias para la
salud y bienestar de la mujer, sin permitir un adecuado desarrollo del
enfoque de género (8). Esta situación
conduce a la disminución en el estado de la salud relacionada con el
VIH, encontrando asociación con el
fracaso virológico, menor recuento de células CD4,
mayor incidencia de infecciones oportunistas, marcado aumento de
enfermedades episódicas, y mayor
riesgo de mortalidad (9-11).
Globalmente, el fenómeno del aumento de la violencia de pareja en
personas con diagnóstico de VIH ha
sido ampliamente estudiado, registrando que mujeres
con VIH reportan tasas más altas de violencia física,
sexual y psicológica que la población general (12-14).
Pantalone et al, describieron dentro de su revisión
sistemática de 31 estudios, que la prevalencia de violencia física de
pareja en las mujeres con VIH en Estados Unidos alcanzaba el 62%, 22%
para violencia
sexual, y 21-55% violencia psicológica (15). Cuatro
estudios de África subsahariana realizados en Sudáfrica, Tanzania y
Kenya demostraron que las mujeres
seropositivas reportan más violencia de pareja en la
vida comparada con mujeres VIH-negativas, con la
mayor diferencia reportada en Tanzania (52 vs. 29%,
respectivamente) (1). La revisión sistemática de Li y
colaboradores de 28 estudios con 331.468 personas
en 16 países en 2014, indicó una asociación estadísticamente
significativa con la infección por VIH en
mujeres y violencia de pareja [RR combinado (IC del
95%): 1,22 (1,01-1,46)].
Del mismo modo, los resultados de los estudios cruzados indicaron
asociación significativamente estadística entre la infección por el VIH
en mujeres y la
combinación de violencia de pareja tipo físico y sexual
[2,00 (1,24, 3,22) y con cualquier otro tipo de violencia
[OR combinado (IC del 95%): 1,41 (1,16, 1,73)] (7).
En otros estudios, se encontró que el haber comunicado la condición de
VIH desencadenó violencia física
para el 7,2% y violencia psicológica en el 26,5%. (16).
Y en algunas investigaciones, la violencia de pareja
contra la mujer se asociaba significativamente con un
menor uso de antirretrovirales [OR 0,79, intervalo de
confianza del 95% (IC del 95%) 0,64-0,97], con baja
adherencia autocalificada por el paciente (OR 0,48;
IC del 95%: 0,30-0,75) y menores probabilidades de
supresión de la carga viral (OR 0,64, IC del 95%: 0,46-
0,90) (17). La evidencia de varios estudios y revisiones
muestra que un número sustancial de mujeres no revelan el estado de VIH
a sus parejas por resultados negativos como la violencia, el abandono,
la disolución
de las relaciones, el estigma, la pérdida de hijos o la
pérdida de su hogar (18, 19).
Para Colombia la Encuesta Nacional de Demografía y
Salud de 2015 realizada a población general evidenció
que el 31,9% habían sufrido agresiones físicas por su
compañero (20). En el año 2018 se realizaron 49.669
peritaciones en el contexto de violencia intrafamiliar,
de los cuales el 86,08 % se practicaron a mujeres (21).
En el contexto de la infección por VIH, la Fase 1 de
esta investigación logró establecer que para una población de mujeres
con VIH que eran atendidas en
un programa especializado en la ciudad de Bogotá, el
33,6% IC 95% [27-40%] presentaron violencia de pareja de cualquier
tipo, física o no física; solo violencia
física el 21,9% IC 95% [16-27%], y violencia no física
del 31,8% IC 95% [26-38%] (22).
Factores de riesgo como el desequilibrio de poder entre los géneros
(23), el machismo (24), la estigmatización de la infección por el virus
(25, 26), y la culpabilización que se presentan en la violencia contra
la mujer
en el contexto del VIH (27), puede conllevar a que la
mujer víctima de violencia tenga una baja asistencia a
los servicios de salud, y/o una mala adherencia a las
recomendaciones médicas con una inadecuada toma
del manejo antirretroviral (28, 29). Lo que implica una
disminución del número de linfocitos CD4, y así un
gran riesgo de aumentar la morbimortalidad de las pacientes en el
síndrome de inmunodeficiencia humana
(SIDA). Y es que la infección por VIH hace explícitos
problemas psicosociales, al convertirse en un estado
de prejuicio social estigmatizante y condenatorio en
la población general (25, 26); y que a nivel personal
se trata de responsabilizar al compañero o compañera
sexual, así como culparse a sí mismo por la situación
de la trasmisión (30, 31).
Dada estas circunstancias, es innegable que en un
programa especializado en Colombia que atienda personas con VIH
presentará cualquiera de este tipo de
escenarios en las mujeres diagnosticadas, siendo situaciones que
afectarán su calidad de vida, la adherencia
que pueda tener a los manejos necesarios y aumentarán más el estigma al
considerar sean una causa de la
infección en sus parejas, sea por manipulación-ocultamiento del
comportamiento del hombre, o simplemente por maltrato por parte de sus
parejas. En consecuencia, surge entonces, una necesidad de protección
a todas estas personas, dados los diversos contextos
que implican un prejuicio social y condenatorio hacia
el VIH y que genera violencia de género, y violencias
relacionadas con el diagnóstico (25-29).
El apoyo que se podrá brindar partirá de la base del
conocimiento del fenómeno social en el país, que influenciada por el
contexto político y social puede tener
mayores manifestaciones en las mujeres con VIH. No
se encontró información del país relacionada con las
vivencias de pacientes, con lo cual este estudio puede
facilitar información de las concepciones, percepciones y diferentes
análisis que de éstos tienen las mujeres, por lo que será de vital
importancia a partir del
reconocimiento de sus experiencias y vivencias de su
problemática.
El objetivo de este estudio fue identificar los factores
que están relacionados con la violencia de pareja en
mujeres con VIH en un programa de atención integral
en Bogotá (Colombia), analizando el proceso psicosocial que
experimentan las mujeres que son víctimas
de violencia de pareja, así como las características del
comportamiento de las mujeres posterior a los actos de
violencia sufridos, y la relación que pueden tener con
el diagnóstico de VIH.
Materiales y métodos
Esta investigación tuvo un enfoque general adaptado
fenomenológico: se realizó un estudio cualitativo descriptivo
exploratorio, centrado en las percepciones de
mujeres que presentan VIH, y que habían sido víctimas de violencia de
pareja tanto física (física y sexual)
como no física (verbal, psicológica, y/o económica),
descritas en un estudio analítico previo en el que se
identificaron y caracterizaron los casos de violencia de
pareja contra la mujer (22). En esta parte de la investigación se
buscó, a partir de la experiencia, aprehender
sobre el fenómeno y su aclaración (32), ya que el ser
víctima de violencia implica una asimetría social en las
relaciones entre hombres y mujeres (33), el conocer el
concepto de la mujer ante esta realidad, debe tener un
relato exacto de lo que se experimenta para reconocer
la vivencia en esta situación particular (34). Se utilizó
el muestreo de caso crítico, el cual se edifica sobre la
base de elegir una situación, fenómeno o realidad humana que permite
ganar comprensión sobre una condición hipotética, en análisis por parte
del investigador, pero sometida a juicio de un actor social (35). Se
diseñó como técnica de recolección de información,
las entrevistas de grupo, cuyo propósito principal fue
que surgieran actitudes, sentimientos, creencias, experiencias y
reacciones en las participantes mediante una
entrevista grupal semiestructurada.
El estudio se desarrolló en la ciudad de Bogotá, en la
institución prestadora de servicios de salud “Centro
de Expertos para Atención Integral” (CEPAIN IPS)
especializada en el abordaje y manejo integral de pacientes que viven
con el virus de inmunodeficiencia
humana, de localización predominantemente urbana,
y con diferente nivel socioeconómico (bajo, medio y
medio-alto). Estos pacientes están afiliados a una sola
entidad administradora de planes de beneficios de salud (EAPB), que es
una de las más grandes del país.
Posterior a la realización de la fase 1 de la investigación (22), se
realizó una invitación por medio de llamada telefónica a las mujeres
que habían obtenido un
resultado compatible de ser víctimas de algún tipo de
violencia. La actividad se realizó en el auditorio de la
IPS, con cuatro reuniones organizadas según la disponibilidad de las
pacientes, quienes asistían una vez en
el horario que más les convenía; fueron guiadas por el
investigador principal, acompañado de las psicólogas,
y trabajadoras sociales del programa interdisciplinario, que actuaron
como observadoras. Sin embargo, el
rol principal de las profesionales fue el de intervenir si
alguna de las participantes presentase algún episodio
de labilidad emocional importante debido a la recordación y/o
afrontación de haber sido víctima de violencia. Las participantes y el
moderador se sentaron en
círculo para facilitar el contacto visual y la interacción
del grupo. Todas las sesiones eran registradas por medio de grabación,
y por registro escrito de los aportes
de las participantes.
En el primer momento de la sesión, se realizó una dinámica conocida
como “presentación personal con insignias creativas” para que las
mujeres no se identificaran con su nombre. Las participantes eran
informadas
acerca de que la conversación se daría con preguntas
orientadoras, referentes a los objetivos propuestos; se
desarrolló la técnica de recolección de información y
al lograr la “saturación teórica” se dio por terminada
la fase de recolección de información. Los datos fueron segmentados por
grupo de informantes y temas;
este proceso de generación de categorías fue principalmente abductivo,
considerando categorías a priori
construidas a la luz del marco referencial y, a la vez, un
análisis inductivo a partir de las categorías que fueron
emergiendo de las entrevistas (36). Los temas se identificaron a través
de un proceso de comparación constante codificándose, recodificándose,
e identificando
patrones comunes y observando regularidades, convergencias y
divergencias entre las perspectivas en torno
a las categorías de análisis. Esto conformó el material
de análisis que fue sometido a un estudio de contenido
en la modalidad temática, en el cual se identificaron
apreciaciones y nociones de las participantes, en apartados de texto, y
se colocó en unidades comparables de
categorización para análisis temático (37).
El análisis de los datos obtenidos se procesó bajo el
software Atlas.ti (38); para garantizar la calidad de los
resultados todas las entrevistas se grabaron y trascribieron
literalmente por una persona externa; los análisis
fueron discutidos con un analista externo, y por comparación,
convergencia, o por consenso, se analizó la
información obtenida. Los resultados se contrastaron
con diferentes informantes, con distintas características y con la
bibliografía, lo cual confirió representatividad y heterogeneidad de
las participantes que se
tenían de una perspectiva específica. La presentación
de los resultados está guiada por dos estructuras de la
vivencia de situaciones de violencia con la pareja, y están divididas
por el momento del diagnóstico de VIH
en un antes y un después. Momento que marca las vidas de los pacientes
hacia cambios en la vida para una
adecuada adaptación a un diagnóstico estigmatizante,
o para sufrir situaciones de negación, rabia, y/o tristeza. Bajo cada
estructura, los resultados se presentan en
torno a temas que surgieron del análisis. Los criterios
que se utilizaron para garantizar la calidad científica
del componente cualitativo fueron la credibilidad, la
auditabilidad y la transferibilidad (39), consistencia
lógica (40, 41).
El anteproyecto fue evaluado por el comité de ética
de la Universidad del Rosario. Se siguieron las normas
legales vigentes relacionadas con la investigación clínica y
especialmente las siguientes: Resolución 8430 de
1993, Resolución 2378 de 2008 por la cual se adoptan
las buenas prácticas clínicas en Colombia, Declaración de Helsinki
(Octubre de 2008) y las pautas éticas
internacionales para la investigación biomédica en seres humanos del
Consejo de Organizaciones Internacionales de las ciencias médicas.
Se realizó una sesión de diligenciamiento de consentimiento informado,
explicando los objetivos de la investigación, la naturaleza de las
preguntas, el carácter confidencial de las mismas, los riesgos y las
oportunidades
de retiro del mismo. Como parte del procedimiento se
sensibilizó a las participantes de la investigación, frente
a lo que podría generar el tema en términos de susceptibilidad,
emotividad o alguna otra reacción afectiva. Se
dejó claro la libertad que tenían, de interrumpir la entrevista o no
responder ciertas preguntas.
Para asegurar el rigor metodológico de la misma, se
contó con la asesoría y acompañamiento de dos docentes tutoras. A todas
las participantes se les ofreció
el apoyo de asesores de salud y psicólogos, también
se les proporcionó información en agencias de violencia intrafamiliar
locales y organismos de apoyo contra
el VIH (ICBF, Comisarías de familia, Policía, DABS,
Fiscalía y un listado con nombres y números telefónicos de personas o
sitios a los que se podía dirigir en un
momento de emergencia). Se determinó que, en caso
de detectar en las participantes riesgos de su estado
con situaciones que colocasen en peligro su vida, se
aplicaría el “Protocolo de valoración del riesgo de violencia mortal
contra mujeres por parte de su pareja o
expareja”. Si se detectaba que la participante corría un
grave peligro y estaba en amenaza y riesgo su vida o la
de sus hijos, se actuaría como Institución Prestadora
de Salud responsable del cuidado de la paciente, en
procura de protegerla a ella y su familia, y si era el caso
denunciar para intervenir a nivel intrafamiliar con las
instancias ya descritas como fiscalía o policía nacional. Sin embargo,
no se presentó el caso y no hubo
necesidad de acudir a dichas instancias. El material
fue resguardado en archivos con codificación de claves
que solo el investigador principal conoce, así mismo se
archivaron en una unidad de disco duro sin acceso a
internet, ni a sitios de almacenamiento en la web.
Resultados
La mayoría de las mujeres se encontraban entre los 43
y 65 años, procedían de Bogotá, y una pequeña proporción eran naturales
de la costa Atlántica, se encontraban en niveles 2 a 4 de estrato
socioeconómico, eran
mujeres separadas y tres mujeres aún se encontraban
en unión libre, dos mujeres eran viudas.
Luego de identificadas las mujeres, fueron contactadas telefónicamente
por medio de la trabajadora social
y la psicóloga del programa, se les invitó a participar
en los grupos focales recordándoles que hacía parte
de la continuación de la Fase I del estudio, de la cual
ya habían diligenciado un cuestionario previo y en el cual habían dado
su consentimiento informado para
su participación, se presentaron los objetivos de la investigación, se
solicitó su aprobación para asistir a la
actividad y se acordaron lugares y fechas para las entrevistas.
En total participaron 12 mujeres, las entrevistas tuvieron una duración
entre 2 y 3 horas (Tabla 1), todos los
nombres son ficticios para protección de la identidad
de las pacientes.
Tabla
1. Características de participantes de componente
cualitativo.
Dentro de las historias de vida de las participantes se
ha tenido en cuenta su estado civil y su relación con el
VIH. Esto debido a las consecuencias de morbilidad
y mortalidad de la infección y las condiciones en las participantes
para presentar violencia de pareja (Figura 1). Se observó que solo
algunas mujeres han perdido a su pareja a causa de infecciones
oportunistas
por VIH, y precisamente estas personas no han tenido pareja
posteriormente. Se logró establecer que las
mujeres separadas, lo son por motivos diferentes al
diagnóstico de VIH y la mitad de las participantes no
se encuentran en unión. Solo para algunas mujeres, se
logró documentar que las parejas de quienes se creyó
que trasmitió el VIH ya habían fallecido para el momento de la
investigación.
De las doce mujeres participantes para el momento
de la entrevista, la mayoría no convivía con alguna
persona, ni poseía relaciones sentimentales. Tres mujeres indicaron que
no tenían relaciones desde el fallecimiento de sus parejas, dos de
ellas refirieron que
sus parejas fallecieron por causas diferentes a la patología infecciosa
(comorbilidades propias de tercera
edad, y asesinato por hurto). Las demás mujeres se
encontraban separadas y todas refirieron que el motivo de la separación
no se había dado por el diagnóstico de VIH. Tres mujeres indicaron que
las personas
que les habían trasmitido el virus ya habían fallecido,
dos de ellas se encontraban separadas al momento de
su muerte por causas relacionadas con el Sida; solo
cuatro mujeres narraron que se encontraban casadas
o en unión libre.
En el análisis de contenido de las entrevistas surgieron
las categorías de respuesta determinadas por un antes
y un después del diagnóstico de infección por VIH.
Opinión sobre la violencia de pareja
antes del diagnóstico de VIH
La mayoría de las mujeres reconocieron como un tipo
de violencia específica la sufrida por la pareja con
quien mantenían una relación, y consideraron que se
trataba de una experiencia muy dolorosa que producía
un gran golpe en la vida de las mujeres, ya que esta
persona había sido escogida como compañero de vida
y consideran debía proteger y cuidar a la mujer, y no
maltratarla.
Figura 1. Perfil de
participantes, Categorías de análisis.
Hay un reconocimiento de las diferentes manifestaciones de la
violencia, predominando la violencia de tipo
física con el uso de la fuerza, los golpes, o cualquier
contacto físico brusco que afecta la estructura corporal
de la mujer (empujar, sacudir, halar el cabello, etc.).
Se identificaron manifestaciones de violencia verbal
atribuidas a expresiones orales de subvaloración, bajo
reconocimiento a la autonomía y a la capacidad de la
mujer de ser independiente, y a la escasa dignificación
que se le da en cuanto a su papel o rol como madre,
predominando dentro de los recursos las palabras soeces, de
intimidación, y sometimiento:
“Bruta, bestia, no haga eso, usted no
sirve para
nada” (Claudia, 55 años).
Se otorga un amplio reconocimiento a la violencia verbal, la cual
resulta hiriente. En sus definiciones impera
el ejercicio de intimidación por parte del hombre. Algunas mujeres
consideran que su impacto es mayor,
ya que la humillación de la subvaloración no conlleva
a una recuperación como lo tiene un golpe, sino que
genera un menosprecio y subvaloración que afecta la
dignidad y autoestima de la mujer:
“yo prefiero que me den un puño y no
que me
expresen así, o sea que me grite, para mí la verbal es mortal”
(Gabriela, 43 años).
En menor medida se describe la violencia psicológica,
que asocian a un discurso que conlleva a humillaciones, discriminación,
subvaloración, y bajo reconocimiento de la mujer, como madre y pareja,
afectando
su estabilidad emocional:
“la autoestima se la quitan a uno terriblemente.
Se supone que es el esposo, la pareja de uno y
pues se supone que es el que tiene que protegerlo, cuidarlo, amarlo y
le hace eso… entonces
uno dice: ¿qué somos?” (Inés, 56 años).
Algunas mujeres relataron la manipulación ejercida
por la pareja producto del ingreso económico que
aportan al hogar o por la posición económica que ostenta el hombre y
que conlleva a situaciones de menosprecio hacia la mujer o de coacción
para crear una
dependencia, con un deseo vehemente de demostrar
superioridad en la generación de ingresos económicos,
o la visión de que la mujer al no aportar económicamente se encuentra
en una condición de inferioridad
en relación con el hombre. Tales circunstancias generan amenaza
permanente frente al no cubrimiento
de sus necesidades básicas, ni la de sus hijos o incluso
amenazas de desprotección y marginación del núcleo
familiar:
“cuando lo someten a uno, o sea, lo
chantajean
prácticamente a uno, que si no hace esto o hace
lo otro, uno se aguanta toda esa cantidad de
violencia cuando le van a dar para la comida o
el mercado, para los chicos, para el vestuario,
y la mujer se tiene que quedar ahí aguantando
todo eso porque uno no tiene la comida para
los hijos, o no trabajan, depende de esa persona” (Inés, 56 años).
En cuanto a la violencia sexual, se describe de una parte el acceso
carnal, manteniendo relaciones sexuales
por la fuerza, y de otra, la subvaloración de su rol de
esposas o de parejas en un contexto donde son totalmente ignoradas:
“cuando uno tiene muchos problemas de
pareja y no quiere estar con la pareja, puede no
ser violación ni nada, sino el no querer estar
con su esposo, su pareja, y que lo obliguen porque es una obligación y
le toca a uno porque
le toca, entonces se siente uno violada”. (Lilia,
45 años).
“no solamente que te obligan a hacer cosas que
no quieras, sino que también cuando te ignoran, cuando no te quieren
tocar, eso para mí
es ese tipo de ataque de violencia, un rechazo”
(Ernestina, 48 años).
Tipos de violencia padecidos antes del
diagnóstico de VIH
Las mujeres que fueron entrevistadas habían padecido
algún tipo de violencia antes del diagnóstico de VIH.
En sus discursos describieron experiencias de violencia relacionadas
con las parejas, a nivel físico, verbal,
psicológico, económico, y/o sexual. Sus respuestas
guardan relación con las categorías iniciales en cuanto
al reconocimiento de los tipos de violencia, caracterizando con
detalles los componentes de dicha violencia
o ratificando las connotaciones de cómo habían sido
percibidas.
Se encontraron manifestaciones principalmente de violencia física. La
mayoría de las mujeres entrevistadas relataron situaciones que tuvieron
diferentes detonantes,
pero que terminaron en una imposición de fuerza de sus
parejas, ya fuera por el uso de los golpes o por el padecimiento de
ataques con objetos contundentes:
“me pegó, me tumbó la dentadura; me
cogía
a correa como una china chiquita” (Manuela,
48 años).
A medida que las mujeres identificaron vivencias similares a las
padecidas por otras participantes, los relatos
fueron más detallados y revelaron circunstancias extremas y graves en
cuanto a cómo fueron agredidas:
“venía como tomado, más que tomado
venía
como drogado, me acuerdo es porque me dio
un puño en la cara, volteé no sé si fue con el
puño o con una mesita de noche que me golpeé
y hasta ahí me acuerdo…mi madre me tocó
que me recogiera de donde yo vivía y me llevó
al hospital porque me golpeó tanto que me dejó
inconsciente; esa vez yo duré como una semana que no sabía quién era, o
sea perdí el juicio;
me golpeó y me rompió el tabique y cuando
mi madre llegó, yo estaba bañada en sangre y
votada, pero yo no conocía a nadie”.
Solo una mujer describió la violencia física ejercida
por su pareja cuando ella se encontraba en estado de
gestación, lo que le implicó la pérdida de su bebé:
“yo salí en embarazo y él me pegó y yo
perdí
el bebé…nos agarramos a pelear y me agarró a
puños en el estómago y me empujó duro contra
la cama y yo me caí y con esto le pegué a la
cama, me fui para atrás y lo agarre a él y me
lo traje así; y ahí peleamos un rato y después,
al otro día, yo con ese dolor me acosté a dormir y todo el día con esa
maluquera; al otro día
me fui al médico y el doctor me mandó una
ecografía y cuando llegué allá a la ecografía,
noté que el bebé estaba ahí pero estaba muerto” (Juana, 43 años).
La siguiente forma de violencia fue la verbal, que se
manifestaba en el uso de palabras vulgares y groserías,
siendo una agresión que pasaba desapercibida, al no
dejar marcas a la vista, y que se producía en el contexto íntimo del
hogar, por lo que en su relacionamiento
con el entorno, resultaba más llevadera y de difícil comunicación a
otras personas para solicitar ayuda. El
objetivo del victimario con este comportamiento hacia
su pareja era la exigencia de subordinación:
"se perdía, regresaba y empezaba; creía
que con
los gritos tenía que obligar, y uno tenía que recibirlo y no hacer
ninguna pregunta” (Ana, 48 años).
O generar un daño con palabras hirientes:
“la detesto…..ojalá se muriera” (Ana,
48 años)
“me ofendía con palabras feas, me escupía palabras horribles, me decía
a usted no se la come ni el óxido,
me decía feas palabras” (Manuela, 48 años).
Derivada de la violencia verbal surge la violencia psicológica, que fue
descrita por agresiones verbales permanentes que conllevaban a una
humillación intensa y
continuada, a amenazas de violencia de diversa índole,
de control, desaprobación, desprecio, y/o a la amenaza del abandono.
Según lo describen las mujeres, se
presentaba ya hasta en las vivencias de todos los días:
“y cuando tenía el periodo me apartaba
cobijas; mi autoestima estaba ya baja y me tocó llegar hasta ir a un
psicólogo, entonces vea que
yo, yo al pie de él me sentía horrible, me sentía
fea yo me miraba a un espejo y decía: yo si soy
fea; pero yo me sentía fea porque él ya me había hecho sentir así”
(Manuela, 48 años).
E incluso esta violencia conllevaba a limitar comportamientos que
afectaban directamente a las mujeres con
prohibiciones para trabajar o estudiar, y restricciones
en sus proyectos de vida:
“Pero en opacarme sí lo hizo bastantes
veces,
hasta hace muy poquito tiempo quise estudiar
y no me dejaba; cuando empecé, entonces era
como a sentárseme encima, a no dejarme”
(Diana, 50 años).
“decía cosas como: usted no sirve para nada,
tiene que quedarse aquí, que tiene que estar
con el niño, que por qué no había estudiado,
que en mi casa me trataban mal que por eso
yo me había ido con él, que me tenían como
muchacha porque criaba a sus hijos y hermanos, y por eso era que
querían deshacerse de
mí, entonces que por eso fue que me recogió y
él estaba conmigo” (Felipa, 47 años).
Algunas mujeres manifestaron en el discurso de víctimas de violencia de
pareja, el maltrato económico.
En ese escenario la mayoría tenían al hombre bajo un
rol de proveedor, quien controlaba los gastos, despilfarraba el dinero
o no aportaba a los gastos del hogar.
Este desequilibrio económico obligó a las mujeres a
depender financieramente de sus parejas, lo que las hacía más
vulnerables, coaccionándoles su autonomía,
y/o generando dependencia y temor:
“me quitaba la plata, la escondía, le
echaba llave. Se la llevaba…” (Juana, 43 años).
“me humillaba por lo que él me daba; me faltaba la comida, se iba por
allá a jugar y se le
olvidaba que yo comía” (Manuela, 48 años).
Aunque solo algunas mujeres describieron vivencias
de violencia sexual, pocas narraron el acceso carnal
violento ejercido por su pareja, las demás comentaban
que sufrían de este tipo de violencia por tener relaciones sexuales con
la pareja por su obligación marital
con el riesgo de que si se negaban, eran acusadas de
infidelidad:
“cuando yo no quería tener relaciones
con él,
él me obligaba. Él me violaba... así de sencillo”
(Claudia, 55 años).
Factores predisponentes
No todas las mujeres identificaron factores predisponentes para los
diversos tipos de violencia y de su
intensidad, solo algunas de ellas identificaron alguna
relación. Dentro de los factores más enunciados se
destacó la infidelidad, pero no como el generador de
las acciones violentas sino como una circunstancia
concomitante a la disfunción familiar.
“la primera vez que me pegó fue porque
yo iba
pasando por un parque y lo vi con una mujer,
entonces él me vio, y en vez de decirme discúlpeme o algo así, se me
devolvió y fue a pegarme” (Ana, 48 años).
La reproducción de los ciclos de violencia de la familia, fue otro de
los factores enunciados destacándose la
presencia de comportamientos agresivos al interior de
las familias donde había crecido la pareja:
“la mamá de él siempre me decía que era
por
violencia con el papá de él, por eso era que ella
había dejado al papá de ellos, que no era que
se fuera, imagínese que la hermana menor de
ellos tenía como una semana de nacida cuando la señora se fue y los
dejó, pero ella se los
llevó a todos. Ellos pasaron muchas necesidades. Ellos se criaron como
con la idea de que
él era el que se había ido, pero en realidad se
fue la señora con todos... el papá de él ha sido
un hombre mujeriego empedernido, perro, ha
tenido las 200 mujeres de la vida y la mamá
de él se aguantaba, se las pasa por la cara y esa
señora ahí muy sumisa; él quería que el hijo
orgullosamente fuera igual que él, y él era igual
que el papá…” (Juana, 43 años).
Las situaciones de violencia más graves se dieron
cuando las mujeres reaccionaban con violencia, que
fue en una mínima proporción de las mujeres participantes. Ellas
manifestaban que el carácter agresivo de
ambos podría llevar a situaciones mortales:
“y le dije: la segunda y la última vez
que usted
me vuelve a hacer esto, porque si usted no me
mata yo a usted si lo voy a matar……...y él sabía que yo era explosiva”
(Ana, 48 años).
“El problema es que yo también he sido un
poco de mal genio, siempre he sido de mal genio; y entonces cualquier
cosa que me dijera de
pronto me daba mal genio, entonces no contestaba, me quedaba callada
pues por evitar, y
pues a él lo que le enfurecía era que no contestara, entonces ahí se
formaba el lío” (Mónica,
49 años).
Los celos para algunas mujeres representaban la causa principal de los
problemas como pareja, aunque el
grado de celotipia descrito podía ser catalogado como
patológico:
“….me echaba candado en la puerta”
(Juana,
43 años).
“llegué como 15 minutos tarde del horario habitual de la tarde,
entonces se formó el problema y dijo que yo estaba con el mozo”
(Mónica,
49 años).
“era muy celoso. A veces no iba a trabajar y se
metía debajo de la cama, a ver yo que hacía...
por celos; igual uno no podía saludar a alguien,
ya decía que era el mozo, que era una perra,
una put*” (Inés, 56 años).
Solo algunas mujeres hicieron referencia al consumo
de alcohol como potencializador de la violencia, describiendo que se
trató de un factor que incrementó la
agresividad hacia los distintos integrantes de la familia:
“Él no me hizo caso, regresó a los tres
días, sin
vergüenza, borracho; entonces el niño grandecito le dijo: “huy yo vi a
mi papi con la jeta
abierta en una tienda casando moscas”, así le
dijo el niño porque era un niño pequeño que
no sabía que estaba diciendo; él cogió con un
cuchillo a matar al niño, se lo clavó, y al coger
otra vez el cuchillo, se partió. El niño fue corriendo, el pequeñito,
de un año y medio, y cogió un palo, y me lo pasó: “péguele, péguele”,
entonces yo no quería que mis niños se afectaran... el pequeñito se
metió entre la nevera, la
niña cogió y se escondió detrás de la estufa, y el
niño mayor se quedó debajo de la mesa. Yo tenía agua caliente porque
estaba haciendo aseo
y tenía agua caliente para hacer aseo, yo cogí la
ollada de agua caliente, no la sentía del mismo mal genio, no la sentía
en mis manos, y le dije o
usted se va o yo lo quemo, y él sabía que yo era
explosiva, cuando el vio que yo tenía el agua
así, él salió corriendo y se fue” (Ana, 48 años).
Una mujer describió que, uno de los factores que generaba violencia era
la posibilidad de generación de
ingresos económicos por parte de la mujer, y la decisión de qué tipo de
gastos deberían ser cubiertos por
la pareja:
“Sí, que por qué no le ayudaba más. Yo
trabajaba y estudiaba, me pagaba mi estudio y le
pagaba el estudio a mi hija, porque la niña es
fuera del matrimonio; entonces yo le decía: yo
corro con los gastos de mi hija y los míos, usted
tiene que mantener lo que es del hogar. Entonces a él le molestaba que
porque eso era de dos,
entonces si peleábamos mucho por eso” (Lilia,
45 años).
Otra entrevistada refirió en su discurso que la causa
principal de la violencia era una preconcepción masculina, de que el
rol de subordinación lo debería tener
la mujer, y en caso de no cumplir ameritaba algún tipo
de castigo:
“son personas que piensan que una mujer
la
ven es, no como la esposa sino como una empleada. Sí, por lo menos no
se me podía derramar la leche porque de una vez me trataba
re mal, tocaba tenerle todo al día. Si me pedía
un tinto, ahí mismo; si yo no lo hacía, pues de
una sola vulgaridad o como un día, me tiró un
pocillo” (Manuela, 48 años).
Mecanismos de Afrontamiento de la
violencia
La respuesta individual a la violencia de pareja por
parte de las mujeres fue diversa, encontrándose respuestas en algunos
casos opuestas. Por una parte, se
evidenciaron respuestas de agresión hacia la pareja
mediante el uso de los golpes, que según los relatos se
constituyó en un mecanismo de defensa, y que no fue
reactiva a las situaciones iniciales, sino que se dio con
el paso del tiempo cuando la violencia se estableció
como una dinámica propia de la relación de pareja:
“igual, así como él me pegaba, pues al
principio uno si como que no… de todas formas un
hombre es más fuerte que uno, pero ya después
uno va sacando valor, y no tampoco, ya no me
dejaba, así como él me pegaba yo también le
daba” (Juana, 43 años).
“él me agarro acá del cuello y me mandó
contra la pared, y me estaba dando duro en la cara,
cuando saqué los fósforos y los prendí sin que
él se diera cuenta, y como nosotros trabajábamos con gasolina, pues se
lo eché encima y él
se le prendió el pantalón y después las manos”
(Juana, 43 años).
Otro grupo de entrevistadas denotó en sus discursos
respuestas de sumisión. Esta actitud se relacionó de
manera directa con el daño presentado, o como prevención para no
recibir otra acción que consideraban
peor, como no cubrir los gastos de ella o sus hijos, sufrir más
violencia física y/o considerar el abandono
del hogar.
“la verdad que yo toleré, aguanté
demasiado,
permisiva…. Se vuelve uno muy sumiso, y agacharse la cabeza por los
hijos doc. Por los hijos
uno se queda callado” (Diana, 50 años).
Tan solo dos mujeres relataron que habían reaccionado con ambos tipos
de respuesta, primero de manera
verbal y luego con violencia física (golpes); las demás
habían presentado solo un tipo de comportamiento
violento. Una de las participantes que no refirió en
sus vivencias haber respondido con violencia o sometimiento, narró que
tuvo que cambiar su actitud de dependencia, asumiendo las
responsabilidades del hogar,
sin exigir al hombre sus aportes.
“yo solamente asumí mi responsabilidad
de
papá y mamá y sin exigirle, es más, es la hora y
yo vengo a exigirle cuando yo quedo sin trabajo” (Felipa, 47 años).
Dentro del afrontamiento de las mujeres víctimas de
violencia, no se visualizó la búsqueda de apoyo con
sus redes sociales más cercanas. La mayoría de ellas
refirieron que no recibían apoyo de sus familias, dado
que no pidieron su ayuda, no comentaban de las situaciones de violencia
que padecían y en otras circunstancias porque la familia prefería no
involucrarse en situaciones que consideraban hacían parte de la
intimidad
de la familia. La búsqueda de apoyo ante instancias
legales tampoco fue una estrategia adoptada por la mayoría de las
mujeres:
“no, ellos todavía me dicen: “nosotros
hubiéramos podido hacer más, pero desafortunadamente no hablaste”; y yo
les respondía: ¡¡¡¡pero
si las únicas veces, ustedes nunca me hicieron
caso!!!!” (Lilia, 45 años).
“la familia de uno, cuando uno se casa, ya no
es familia son familiares. Entonces los problemas son de uno, no de los
demás. ¿Por qué?
Porque ellos pueden opinar bien, si son la familia de él, opinan a
favor de él; si es la familia
de uno, opinan a favor de uno, ¿sí? Entonces
uno no tiene por qué comentarle los problemas
a los familiares” (Ana, 48 años).
En cuanto a denunciar al agresor en las comisarías de
familia o ante alguna otra institución, las mujeres participantes no lo
hicieron porque no sabían cómo hacerlo, no creían en que podían darles
un apoyo o porque
consideraban que podían arreglárselas solas:
“No, tal vez uno no estaba bien
informado,
uno deja como así, igual hacen la maldad hoy y
ya mañana están amables. Uno siempre con la
esperanza de tener el hogar por tener un papá,
una mamá, una familia completa… ¡qué van a
cambiar!” (Inés, 56 años).
“La verdad, a la ley no le creo nada. Entonces
hay una ley que es más justa, que es la divina. Cada quien le llegan
sus cosas a su debido
tiempo” (Mónica, 49 años).
Y las mujeres que asistieron y denunciaron a sus parejas, no obtuvieron
la respuesta que esperaban, ya que
existen procesos que implicaban la conciliación y las
sesiones de evaluación. Se evidenció que las mujeres
no sabían a quién debían acudir según la gravedad de
la situación:
“fuimos a una comisaría de familia y yo
lo demandé; el comisario como era de familia, de
una vez al otro día nos atendió. Y él dijo que
él me iba a dejar tranquila, que yo hiciera lo
que quisiera y cuando salimos de ahí, de la comisaría de familia, me
agarró en la calle y me
dio una golpiza y me tocó ir a la fiscalía por
golpes y todo eso. Entonces yo no volví más,
dejé eso así…la verdad es que es una perdedera
de tiempo, no le paran bolas a uno, y peor es sí
uno vuelve con esa persona” (Juana, 43 años).
Consecuencias de violencia
Los efectos de las vivencias de violencia de pareja fueron muy diversos
y no hubo un patrón común que siguiera la mayoría. Los impactos que en
mayor medida
fueron descritos lo constituyó la separación, aunque
fue una decisión que se presentó muchos años después
de padecer la violencia de pareja:
“yo decidí ser madre de los niños sola,
no con él,
porque él era una carga para mí” (Felipa, 47 años).
Algunas mujeres manifiestan sus temores, pero no
ante sufrir más actos de violencia, sino ante la ruptura
de la relación por miedo a perder el apoyo económico:
“Entonces ¿yo qué hice?, siempre me
estuve en
esa casa para tenerles un techo fijo a mis hijos”
(Claudia, 55 años).
O también por miedo al abandono:
“él se iba, yo sabía que estaba con más
mujeres,
me daba cuenta de muchas cosas y yo siempre
me quedaba callada para que no se fuera de la
casa, y pues a mí me daba miedo quedarme
sola” (Diana, 50 años).
Y como consecuencia lógica los sentimientos hacia sus parejas
cambiaron, lo que fue expresado por pocas mujeres:
“ya lo fui dejando en el camino, ya la
decepción… nunca escuché un “perdóname, discúlpame”… nunca lo ha hecho,
no es que él
reconozca… no hace falta. Pero sí deje esa
arrogancia y acepte de que la cagó, después de
cometer todas esas cosas” (Ernestina, 48 años)
Otra mujer expresó un cambio hacia su pareja, pero
no con el objeto de separarse, denunciarlo o hacer algo
para evitar más reacciones de violencia, sino la actitud
que tenía hacia él:
“mire que yo ahorita lo que él me haga me
resbala, como que todo se lo lleva el viento y
como que no le pongo cuidado; igual, el que
está pecando es él…” (Manuela, 48 años).
Posterior a lo vivido como víctima de violencia, dos
mujeres se atrevieron a juzgarse a sí mismas, lo que
impacta con gran peso sobre su autoestima:
“pienso que me sentí muy usada, me
sentí como
un objeto… o sea, me pregunto, busco respuesta: ¿por qué me dejé?...
que si el diagnóstico no
me llevó a desestabilizarme tanto como mujer,
¿por qué permití que una persona como él me
desequilibrara tanto?” (Felipa, 47 años).
“pienso que me intimidó mucho de sentirme
poca mujer, me hizo sentir que…. de que nadie
me podía aceptar, que tenía que morir sola, que
me impactó la violencia…” (Felipa, 47 años).
Una de las mujeres participantes explica que, a pesar
de las experiencias de violencia, ella se sentía mal por
su estado civil de unión libre, y en lugar de separarse, o
de buscar ayuda, decide insistirle a la pareja para que
se casen:
“Porque yo estoy asistiendo a la
iglesia y yo
no podía seguir viviendo con él así, en fornicación. Entonces yo lo
hice más que todo por
obedecerle a Dios. Y para yo estar bien” (Manuela, 48 años).
Con lo cual, se casan hace dos años bajo un contexto
mítico-religioso. Llama la atención que en su narración fue la única
mujer que relata haber vivido todos
los tipos de violencia con las dos parejas que ha tenido.
Opinión sobre la violencia posterior al
diagnóstico de VIH
Ninguna de las participantes había relatado hasta ese
momento sentimientos de afecto o amor hacia la pareja que las maltrató,
así que el diagnóstico del VIH
reforzó la decepción que tenían sobre el daño causado
por éstos. Todas las mujeres relataron la vivencia y las
circunstancias que llevaron al diagnóstico, siendo experiencias
totalmente diferentes.
Para algunas, el diagnóstico se dio tiempo después de haberse separado
de
la pareja, solo dos relataron que fueron diagnosticadas
en controles prenatales, otro grupo fue diagnosticado al haber
presentado alguna patología sospechosa de inmunosupresión sin ser
infecciones oportunistas
mientras convivían con el victimario, y solo una mujer
relató que la pareja de ese momento fue diagnosticada
con una infección oportunista definitoria de Sida que
lo llevó a la muerte a los pocos meses.
Relación de la Violencia con el VIH
Al instante en que se les preguntó si consideraban que
el diagnóstico de VIH había sido un factor precipitante de la violencia
de pareja, solo en algunos casos se
reconoció explícitamente que a partir del diagnóstico
del VIH se incrementaron las situaciones de violencia
de distinta índole. Algunas entrevistadas destacaron la
violencia psicológica y física, esta última exteriorizada
por el reclamo con agresiones físicas hacia la pareja.
Si bien la mayoría no manifestó directamente una relación de la
violencia de pareja con el diagnóstico de
VIH, llama la atención que en el desarrollo de sus relatos un grupo de
mujeres hablaron de situaciones de
violencia que correspondían a la problemática de vivir
con la infección:
“un día discutimos y fue terrible, fue
duro…
eso me dolió muchísimo, me lastimó porque
me decía sidosa hijueput*” (Inés, 56 años).
“me decía: si ve, confiésese todos los días porque lo que tienes (VIH)
es un pecado muy
grande” (Lilia, 45 años).
“yo sentía que él me empezó a dejar en la parte
sexual de tocarme él a mí, porque yo si lo tocaba a él y lo complacía
de igual forma de que él
me viera, pero yo si sentí que él en ese sentido
si me fue rechazando, por mi condición en la
parte sexual, y entonces ahí si yo sentí, si puedo decir que sentí,
como una violencia sexual”
(Ernestina, 48 años).
“cuando empezamos la parte como íntima, ya
no quería que lo tocara- porque no, besos no,
caricias muy poquitas y tocaba doble condón,
si se rompía uno el otro no” (Lilia, 45 años).
Estos hechos fueron relacionados con violencia de tipo
verbal, psicológica y sexual. Cabe anotar que las dos
mujeres que indicaron que se trataba de violencia sexual al sentirse
ignoradas y rechazadas, tenían parejas
que no habían sido diagnosticadas con VIH, e incluso
sentían presión económica cuando eran amenazadas
de retirarlas de su respectivo régimen de aseguramiento al interior del
sistema de salud, lo que implicaba que
no podrían asistir a controles para el manejo del VIH.
Tres mujeres opinaron que no evidenciaban una relación directa entre la
violencia con el VIH, dado que
estas mujeres se habían separado antes de conocer el
diagnóstico de VIH, o habían tenido relaciones sentimentales donde el
hombre no conocía su diagnóstico.
Una mujer con un proceso inadecuado de aceptación
de su enfermedad fue diagnosticada por una candidiasis esofágica y con
una inmunosupresión severa, pero
no le comentó a su familia sobre su diagnóstico, ni a la
pareja con quien se había separado y tuvo situaciones
de violencia, ni a una segunda persona con quien tuvo
una relación corta que finalizó por infidelidad de parte
de él. Así mismo, decidió en su vida no tener ninguna
otra relación por miedo al rechazo:
“estar lidiando con tener una pareja
porque no
es igual, yo sé que al enterarse esa otra persona
lo va a señalar, a juzgar; es que no me hago a la
idea de que sea algo que me esté pasando, no
me hago a la idea…estar lidiando con eso que
no sea curable, mientras yo no acepte el diagnóstico siento que no soy
la misma, que no me
veo igual que antes” (Mónica, 49 años).
Otras mujeres, una que perdió a su pareja por complicaciones del VIH y
una mujer ya separada, también manifestaron su deseo de no tener otras
relaciones sentimentales:
“Desde que quedé sola, ha sido muy
difícil
porque precisamente el susto de contar; salgo
de vez en cuando con alguien, pero eso era
como por la parte sexual con protección, pero
no más, porque me da susto decir: oye tengo
VIH… no he sentido la fuerza de Dios. Si llego
a tener a alguien, ¿cómo le voy a decir? Y si esa
persona con la que tengo intimidad no sabe…”
(Lilia, 45 años).
Se destacan sentimientos negativos sobre experiencias
previas y su interés de no volver a vivir situaciones de
violencia:
“no me gustaría vivir de pronto esa
situación,
porque ya no estaría dispuesta a dejarme... a
dejarme golpear o a dejarme -no más con que
me dijeran algo-, ¡no friegue!, tendría para salir
corriendo. Y además que la gente no está abierta a ese tema del VIH,
entonces cómo explicarle a una persona, cómo aceptarle de pronto un
beso sin decirle antes o si le digo, después que
lo desprecien a uno” (Inés, 56 años).
Solo una de las mujeres que continúa en unión, refiere
un impacto positivo con el diagnóstico de VIH y que
cambió el ciclo de violencia que vivía:
“Hoy en día le doy gracias a Dios
porque gracias a eso, vivimos muy bien, tenemos un hogar muy bonito”
(Juana, 43 años).
Algunas participantes refirieron violencia física posterior al
diagnóstico de VIH, dentro de las cuales se
observó que la cronicidad del ciclo violento no permitía la reacción
por parte de la víctima a denunciar o
considerarlo nocivo:
“yo por aguantar entonces me fue
pegando,
me fui acostumbrando, me fui acostumbrando
como al maltrato…” (Lilia, 45 años).
Impacto de las manifestaciones de
violencia tras el diagnóstico de VIH
Posterior al diagnóstico y de ser atendidas en el programa
especializado en pacientes con VIH, las mujeres han pasado por un
proceso de adaptación a la
patología con cambios en sus vidas por un estado estigmatizado. No
obstante, algunas manifiestan que a
pesar de las asesorías y ayudas, continúan presentando
temor, y contrario a la violencia donde el problema es
manejado y controlado al interior del hogar, creen que
el diagnóstico va a ser evidente y que pueden llegar a
descubrir su diagnóstico personas a quienes se lo ocultan, ya sea por
las consultas, medicamentos, exámenes
o situaciones relacionadas con su atención y manejo:
“Duro, me ha dado muy duro porque yo me
la paso llorando solo con eso, no lo he podido
asimilar” (Lilia, 45 años).
Inicialmente solo algunas mujeres recuerdan que
creían que se trataba de una enfermedad letal:
“Yo pensaba que me iba a morir ahí
mismo,
entonces a raíz de eso fue cuando la niña se la
entregué a mi hermana, porque yo pensé: yo
me muero rápido” (Manuela, 48 años).
Dos mujeres fueron enfáticas en expresar que la interacción como pareja
cambió, llegando a presentarse
situaciones de recrudecimiento de la violencia:
“pero afectó más, para darle poder a él
de manipulación y de poder hacer conmigo lo que
quiera, por lo que él era negativo.” (Lilia, 45
años).
“lo apuñalé, yo lo corté en la pierna y
le había
echado candado a la puerta; como que yo tenía
todo pensado, yo dije: aquí nos vamos a matar
porque ni yo me lo voy a aguantar más, ni él
me va a aguantar a mí tampoco, y él se estaba
desangrando” (Juana, 43 años).
En algunas mujeres el sentimiento de culpa, tras el
diagnóstico del VIH, las acompaña de manera permanente. En unos casos
por no haber tomado medidas de
protección y, en otros, por haber confiado en su pareja:
“Porque como le digo yo, es que yo no
sé cómo
fue la transmisión porque para decir que con
varias personas no, por el problema de que
no he tenido relaciones no me he protegido la
verdad nunca. Entonces me siento culpable de
eso, debido a eso, por no haber exigido protección” (Lilia, 45 años).
“Como arrepentimiento de no cuidarme y de
ser así como tan….” (Lilia, 45 años).
El discurso cambió cuando se hablaba de los hijos; las
mujeres narraron que antes del diagnóstico de VIH,
cuando se presentaban situaciones de violencia, temían porque sus hijos
fueran desprotegidos y por ello
no abandonaron a sus parejas. No obstante, posteriormente los hijos
fueron quienes tomaron la iniciativa de
dejar al padre:
“ellos me decían: ya mamá, ya está
bueno, él
hace contigo lo que se le da la gana, todo por
nosotros; vamos a salir adelante, por qué no lo
mandas a la mierd*” (Ernestina, 48 años).
Impacto del VIH
El contexto del VIH trajo consigo cambios fisiológicos
que afectaron a las mujeres. La mitad de ellas, percibieron un
deterioro de su autoimagen producto de los
impactos físicos que genera la enfermedad. En algunos
casos lo asociaron a la presencia de lesiones en la piel
que las estigmatizaba y, en otros, lamentaban la pérdida de su agilidad
mental como consecuencia de su
deterioro cognitivo:
“Yo dije: Dios mío, sí, me toca
quedarme con
él. Si ya tengo un hombre que me va a mirar
cómo me enfermo, y si será que me iba a reemplazar…me sentía como una
leprosa… y
¿quién me va a querer a mí así?” (Ernestina,
48 años).
De igual manera, se evidencia pérdida de la autoestima en su rol de
parejas, al considerar que el ser portadora del VIH, daba potestad a
sus maridos para sostener relaciones sexuales con mujeres sanas con
quienes
no tuvieran el riesgo de contagiarse:
“Tenía que aceptar el hecho de que él
tuviera
amantes allá en Panamá, porque con sus amantes que estaban sanas podía
tener relaciones sin
condón” (Ernestina, 48 años).
Dos mujeres reconocieron que su proyecto de vida se
interrumpió de manera abrupta, ya que la continuidad
de sus estudios se vio limitada como consecuencia de
la enfermedad:
“A mí me afectó en terminar de
estudiar...porque fue muy duro, en dos ocasiones quise matarme, tirarme
del apartamento donde vivía”
(Diana, 50 años).
Discusión
La vulnerabilidad de las mujeres no solo está sujeta al
factor biológico al ser más susceptibles de adquirir la
infección del VIH por sus características fisiológicas,
sino que también factores sociales, económicos y culturales tienen un
peso enorme en la desigualdad para mejorar su salud sexual. Esta
vulnerabilidad no es modificada por la intervención médica, sino por
las condiciones de vida y las opciones personales que reflejan
los determinantes sociales de salud en cada individuo.
No es ajeno para Colombia que el ámbito de la violencia ha traído
graves repercusiones dentro del conflicto
interno, y que la violencia de género –representada por
las manifestaciones físicas, repercusiones psicológicas,
económicas y de relaciones de poder– implica una alta
prevalencia en la mayor parte de la población.
En torno al fenómeno de violencia, el componente
cualitativo pretendió profundizar en las vivencias de
las mujeres que eran víctimas de actos de violencia
por sus parejas y cómo llegaban a relacionarse con el
diagnóstico de VIH, y que según indican los hallazgos
de la literatura internacional previamente descritos,
la violencia podía llegar a incrementarse posterior al
diagnóstico.
El modelo socioecológico sugiere que los factores individuales, de
relación y estructurales influyen en los
resultados de salud, y se utiliza ampliamente en la investigación de
violencia de pareja porque incorpora
muchos factores complejos que influyen en la pareja
(42). Dentro del modelo ecológico del estudio (Figura
2), y con la información obtenida a través de las entrevistas grupales
se puede observar que hay una mayor
influencia de los factores de relación de pareja, y que,
con la estructura de la sociedad identificada por las pacientes, llevan
a mayor presentación de situaciones de
violencia de pareja antes del diagnóstico de VIH. Las
mujeres entrevistadas identificaron como factores que
afectan la dinámica de pareja la preconcepción masculina de
subordinamiento, la celotipia, el consumo de
alcohol, carácter agresivo de ambos, el descubrimiento
de infidelidad, antecedentes de violencia familiar, y no
apoyo de familiares. Dentro de los factores individuales
como comportamientos personales que afectan la salud
de la persona, las mujeres hicieron mención de miedo
al abandono, miedo a perder apoyo económico, la respuesta que tenían a
la violencia de sumisión o de responder con más violencia, y la
respuesta a la ruptura del
vínculo de pareja dentro de la dinámica de convivencia.
Figura 2. Modelo de relación
entre la violencia de pareja y VIH
Y los factores estructurales referidos como factores sociales o
comunitarios más amplios que impactan en
la salud, están dados básicamente por un sistema de
salud débil que no tiene un engranaje institucional y
que no brinda adecuadas respuestas a las expectativas
de las mujeres con respecto a la ayuda que le puedan
brindar.
Como se muestra en la Figura 3, el tipo de respuesta
en cuanto a los fenómenos de violencia de pareja posterior al
diagnóstico de VIH entre las pacientes, tiende
a cruzarse y cambiar. En lugar de caer en categorías
distintas, las participantes a menudo presentaban historias con algunos
puntos en común y con múltiples
desenlaces, compuestas por aspectos tanto positivos
como negativos como reacción a la violencia de pareja
después del diagnóstico. Mientras que un mayor tiempo de convivencia y
el empoderamiento por parte de
la mujer de su proyecto de vida parecieron disminuir
los episodios de violencia, posiblemente dado por una
mayor cantidad de situaciones vividas y una superación de los mismos,
la intensidad mayor en la violencia sufrida antes del diagnóstico
pareció empeorar los
resultados.
Si bien la maternidad era un elemento que influenció
la respuesta a los actos de violencia de la pareja, al
continuar en una relación dañina en procura de tener
asegurado las necesidades básicas de sus hijos por el
aporte económico que, hacia el hombre, posterior al
diagnóstico de VIH las mujeres asumían un papel de
desesperanza y sacrificaban sus propias necesidades
por las de sus hijos, y solo con el trascurso de tiempo
hay un empoderamiento para lograr objetivos trazados
en sus proyectos de vida. Un elemento en común en
todas las narraciones es la negación a que sus hijos hubiesen
presentado daños psicológicos con las situaciones de violencia de sus
padres; a pesar que las mujeres
no puedan proteger por completo a sus hijos de este
tipo de daños (43).
Si bien se ha documentado que la experiencia de ser
víctima de violencia de pareja puede obstaculizar la
disposición de las mujeres para tomar medicamentos
antirretrovirales (44), ninguna de las mujeres entrevistadas manifestó
problemas de adherencia a sus tratamientos para el momento de la
entrevista, sin significar que las situaciones de violencia no las
hubieran
afectado en su autocuidado.
Figura 3. Respuesta a la
interacción entre la violencia de pareja y el VIH.
La teoría del género y el poder (45), postula que las
dinámicas de poder desiguales limitan la capacidad
de las mujeres para ejercer el control personal en las
relaciones (46, 47). Así, esta relación se encuentra en
mayor contexto en estas parejas cuando eran diagnosticadas con VIH
(48). Sin embargo, la mayoría de las
participantes de las entrevistas no identifican al diagnóstico de VIH
como un factor para que se presentaran
situaciones de violencia, lo que refuerza los hallazgos
en la fase I donde las mujeres habían referido presentar
más situaciones de violencia antes del diagnóstico de
VIH, y fue en el análisis de las narraciones que se encontró que varias
mujeres si habían presentado violencia verbal, psicológica, y sexual
como manifestaciones
producidas por el estado de vivir con el virus.
En cuanto a la violencia sexual, identificada como
el rechazo de parte de las parejas a tener relaciones
sexuales, extremar los cuidados de trasmisión equivocados como evitar
abrazos, caricias o utilizar doble
condón, se logró identificar que se daba en la relación
en una pareja discordante, es decir, cuando el hombre
es negativo para VIH, y surgía como un miedo a la
trasmisión lo que conllevaba a maltrato psicológico y
estigmatizante sobre vivir con VIH.
En todas las mujeres se vio un escaso empoderamiento
cuando vivían situaciones de violencia y pocas herramientas para acudir
a redes de apoyo a fin de abordar
este tema para dejar de ser maltratadas. No hubo un
buen soporte o creencia en las instituciones que les pudieran brindar
ayuda, sea porque no querían acudir a
ellas o porque no recibían la respuesta inmediata que
esperaban; los procesos que utilizaban tales instituciones, según sus
relatos, no las protegían y, en cambio,
las exponían a recibir represalias por parte de los victimarios.
No se encontraron factores protectores en las circunstancias en que
fueron maltratadas, y a pesar de que la
mayoría eran separadas, esta separación se dio luego
de mucho tiempo de convivir en relaciones nocivas; lo
que el diagnóstico de VIH implicó en sus parejas, fue
refrendar la imagen de abusadores que habían sido en
sus vidas.
Contrario a lo publicado en cuanto a un aumento de
las situaciones de violencia en el embarazo (49, 50),
en general las mujeres participantes no tuvieron un
incremento de estas situaciones en su gestación; una
de las mujeres relató que podrían ser tristes, pero no
violentos. Sin embargo, una mujer tuvo un desenlace
fatal, ya que perdió la gestación por secuelas en su organismo luego de
varios golpes recibidos por su pareja.
A pesar de lo descrito, ninguna de las mujeres relató
algún tipo de culpa por lo que llegaran a considerar
decisiones incorrectas en su vida de pareja, ni de cómo
eligieron a su cónyuge; las personas pueden vivir juntas, pero
experimentan cambios en sus sentimientos,
perdiendo relaciones sociales significativas y vínculos
emocionales.
Para ambos componentes se evidenció que la influencia del consumo de
licor y drogas psicoactivas no fue
significativa, en el análisis bivariado no se presentó, y
en las narraciones del componente cualitativo fueron
pocas las mujeres que mencionaron vivir estas situaciones.
Sin embargo, cuando se presentó, aumentaba
la intensidad de la violencia sufrida causada por sus
parejas.
Aunque no se pudo determinar que la situación de separación de sus
parejas se hubiera debido al diagnóstico de
VIH, sí se encontró en el componente cualitativo que la
mayoría de las mujeres se habían separado por situaciones previas de
violencia, o por años de mala convivencia y no resolución de problemas
y, en todos estos casos,
la separación surgió por iniciativa de la mujer.
Como toda investigación cualitativa es específica de
una muestra y contexto, y no debe ser generalizada a otras poblaciones
o a contextos distintos. Como limitación en el desarrollo del estudio,
se observó que si
bien se garantizó la confidencialidad y el anonimato
de las participantes, se presentó una situación que incidió desde la
primera actividad. En concreto, la no
asistencia de mujeres invitadas, a pesar de la llamada
telefónica, la convocatoria y la confirmación el día anterior a la
fecha asignada para la reunión, lo cual no
permitió obtener más experiencias de mujeres en este
contexto.
Conclusiones
Las percepciones de las mujeres con VIH víctimas de
violencia, mostraron que experimentan una variedad
de respuestas a las situaciones de violencia tanto de
reacción, como de actitud hacia la pareja. Igualmente, se muestra el
grado de aceptación de la mujer hacia la violencia, dado por la
dilación, durante años,
de decidir actuar en contra de las situaciones de daño
ocasionadas por sus parejas. Solo un pequeño porcentaje de ellas
solicitaron ayuda a instituciones gubernamentales, sin encontrar la
repuesta que esperaban de
protección del sistema de salud. También se ratificó
que la violencia puede tener múltiples causas como
pueden ser factores culturales, sociales, personales, y
de relación. Cuando se pueda intervenir las variables
personales, y de relación, se logrará romper el círculo
de violencia instaurado por relaciones dispares de poder que aún
persisten en nuestra sociedad.
Las vivencias de las mujeres víctimas de violencia de
pareja, nos demostró que la mayoría de las mujeres
nunca acudieron a redes de apoyo institucionales. Y
dada esta circunstancia, se prolongaron los rangos del
ciclo de violencia. Cuando se les preguntó si consideraban que el
diagnóstico de VIH habría sido un factor
en la aparición de la violencia de pareja, solo en algunos casos se
reconoció explícitamente que ello aumentaba varios tipos de violencia.
Sin embargo, aunque la
mayoría de las mujeres establecieron que no había una
relación directa de violencia de pareja con el diagnóstico, en el
desarrollo de sus historias algunas mujeres
narraron situaciones de violencia que correspondían a
una correlación con la infección.
Los hallazgos encontrados en este estudio, indican que
la violencia de pareja en mujeres con VIH es un problema que debe ser
intervenido y debería estar en las
agendas de las políticas de salud sexual del país. Se
indica como recomendación para las mujeres que se
encuentren en situación de vulnerabilidad, el acudir a
las instituciones que pueden brindar un apoyo de protección,
comprendiendo que los cambios que deben
hacerse en la dinámica de pareja deben ser: radicales
y perdurables.
Conflicto de interés
El autor declara no tener ningún conflicto de interés.
Agradecimientos
Amparo Mogollón por su gran apoyo y colaboración
en esta investigación; igualmente a Lily Cantor y Patricia Murcia, por
su asistencia en las sesiones con las
pacientes.
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Recibido: 28 de agosto de 2019
Aceptado: 7 de noviembre de 2019
Correspondencia:
Leonardo Arévalo Mora
larevalom79@hotmail.com