La
toxicidad de los corticoides obliga a una valoración inicial cuidadosa
de los riesgos y los beneficios en cada paciente (16); las reacciones
tipo 1 deben ser tratadas precozmente con prednisolona, su uso en
embarazadas se clasifica como categoría B (riesgo fetal) y requiere
control estricto de peso, presión arterial, edemas, infecciones y glicemia, porque
incrementa el riesgo de diabetes gestacional e insuficiencia renal
materna. Al requerir corticoides para tratar afecciones fetales
(maduración pulmonar), se prefieren preparaciones fluoradas como
dexametasona y betametasona porque son metabolizados menos
efectivamente y hay más dosis disponibles para el feto.
Los agentes de acción más corta, como prednisona, prednisolona y
metilprednisolona, se metabolizan por la 11-hidroxigenasa placentaria,
y el feto está expuesto solo a aproximadamente el 10% de la dosis
materna. Estos glucocorticoides son preferidos para el tratamiento de
trastornos maternos (17). Solo un pequeño porcentaje de la dosis
materna de corticoides de acción corta llega al feto; sin embargo, para
el neonato expuesto a glucocorticoides, es importante controlar la
supresión suprarrenal y la infección. La incidencia de supresión
suprarrenal e infección parece ser baja (18). En cuanto a la decisión
por parte de la madre de recibir o no la medicación u otra medida
terapéutica, un estudio sobre los motivos en embarazadas para no
vacunarse contra la gripe, encontró que la preocupación por los efectos
secundarios o la seguridad de la vacuna, la falta de información o
recomendación de la vacuna, la baja susceptibilidad percibida, la
utilidad o necesidad durante el embarazo, los problemas derivados de la
accesibilidad o el costo y la baja gravedad percibida, entre otras
(19), fueron los motivos más frecuentes para no aceptar la medida
terapéutica.