En
el año 2015, la Agencia Internacional para la Investigación en Cáncer
(IARC), de la Organización Mundial de la Salud, identificó al
glifosato, el herbicida más usado en el mundo, como “probablemente
carcinogénico en humanos”, generando amplísimas discusiones a nivel
global entre las varias agencias evaluadoras de la salud humana.
En la escala de 1-4 utilizada por IARC, el glifosato quedó en la
categoría 2A, un grupo muy heterogéneo de agentes y elementos que
incluyen la exposición ocupacional de los barberos o peluqueros, la
manufactura de vidrios, la ingestión de bebidas a temperaturas mayores
de 65°C, el trabajo nocturno, la ingesta de carnes rojas y la infección
por malaria, entre otros de los 82 agentes clasificados en esta
categoría (1).
Este concepto de la IARC contradice todas las anteriores evaluaciones
hechas desde su introducción al mercado en 1974, según las cuales el
glifosato tiene un bajo potencial de efectos dañinos para los mamíferos
(2). En Colombia, un estudio llevado a cabo por Solomon y colaboradores
en el año 2007, entre los cuales se encuentra el conocido investigador
colombiano Gabriel Carrasquilla (3), evaluó los efectos ambientales y
para la salud humana de la aplicación aérea de glifosato para la
erradicación de coca y amapola, encontrando varios aspectos
interesantes. Por un lado, muestran que, como resultado del uso de lo
más moderno del estado del arte en cuanto a mecanismos de aspersión y
navegación, la probabilidad de aspersión por fuera del objetivo
(terrenos vecinos) es menor al 1% del total del área asperjada.
Estimaron también que la posibilidad de exposición de seres humanos por
aspersión directa, contacto con follaje asperjado, inhalación,
alimentación e ingesta de agua es muy pequeña e infrecuente. El
análisis de las aguas en cinco cuencas hidrográficas mostró que en la
mayoría de ellas no se encuentran trazas medibles de glifosato; en solo
dos muestras se encontraron valores apenas superiores al nivel mínimo
de detección (25 microg/L) y las concentraciones de glifosato en el
aire son predeciblemente muy bajas, dada su bajísima volatilidad.
Finalmente, concluyeron que los daños generados por los procesos de
cultivo de la coca y la amapola (talas, quemas, desplazamiento de flora
y fauna locales) traen riesgos ambientales mucho mayores e importantes
que aquellos derivados del uso del glifosato para su control.
A pesar de este y otros trabajos publicados sobre la relativa seguridad
del glifosato, el grupo de la IARC no solo clasificó al glifosato como
probablemente carcinogénico, sino que sugirió su asociación al
desarrollo de linfomas no-Hodgkin, dando pie a múltiples demandas que
están cursando en los tribunales. Sin embargo, la evidencia de esta
asociación está lejos de
ser clara. La autoridad Europea para la Seguridad Alimentaria ha
refutado claramente el informe de la IARC (Tarazona et al 2017) y otros
estudios recientes tampoco encuentran esta asociación (4).
Parece claro que el glifosato es un ejemplo de las dificultades que se
presentan al analizar los efectos adversos de herbicidas y pesticidas,
dado que, entre otros aspectos, la formulación del glifosato es diversa
y ha cambiado a través de los años, los patrones de exposición son muy
diversos y las cohortes estudiadas que proveen los datos más
informativos no se han acercado a países donde el glifosato se usa más
como Brasil, India (5) y la misma Colombia. Además, no faltan las
razones políticas, que seguramente están entre las razones para que
algo más de 15 países hayan restringido o abolido su uso. Una de ellas
tiene que ver, seguramente, con el hecho de que Monsanto es la primera
empresa que “tiene el veneno y tiene la contra”, pues fue la primera
productora de semillas cuyas plantas son resistentes al glifosato,
generando un monopolio altamente criticado a nivel mundial. Sobran
razones para andar con cuidado cuando se trata de tomar decisiones
políticas respecto al uso de herbicidas; al fin de cuentas, el problema
del narcotráfico va mucho más allá de la aspersión con glifosato.
1 MD. PhD en Genética Humana.
Fundador del Instituto de Genética Humana, Pontificia Universidad
Javeriana. Red Colombiana de Medicina Genética (PREGEN). Editor de la
Revista Medicina, Academia Nacional de Medicina. Bogotá, Colombia.
Referencias
1. Guyton KZ, Loomis D, Grosse
Y, El Ghissassi F, Benbrahim-Tallaa L, Guha N, Scoccianti C, Mattock H,
Straif K. Carcinogenicity of tetrachlorvinphos, parathion, malathion,
diazinon, and glyphosate. Lancet Oncol 2015; 16: 490-1. Doi:
10.1016/S1470-2045(15)70134-8 pmid:25801782
2. Tarazona JV, Court-Marques D, Tiramani M, Reich H, Pfeil R, Istace
F, Crivellente F. Glyphosate toxicity and carcinogenicity: a riview of
the scientific basis of the European Union and its differences with
IARC. Arch Toxicol 2017; 91 (8): 2723-2743
3. Solomon KR, Anadón A, Carrasquilla G, Cerdeira AL, Marshall J, Sanin
LH. Coca and poppy eradication in Colombia: environmental and human
health assessment of aerially applied glyphosate. Rev Environ Contam
Toxicol 2007; 190:43-125
4. Andreotti G, Koutros S, Hofmann JN. Glyphosate use and cancer
incidence in the Agricultural Health Study. J Natl Cancer Inst 2018;
110: 509-16
5. Kogevinas M. Probable carcinogenicity of glyphosate. BMJ. 2019; 365: 11613.
Recibido: 18 de septiembre de 2019
Aceptado: 20 de septiembre de 2019