GARCÍA MÁRQUEZ Y EL ALZHEIMER

dots
Luis Hernán Eraso Rojas1


Hace cinco años murió Gabriel García Márquez (1927-2014), el más brillante de los literatos en la historia de Colombia y uno de los más grandiosos de la literatura mundial. Su obra está basada en ideas conectadas con la realidad que, en concordancia con mágicas figuras literarias, configuran el pensamiento mágico. La clara inteligencia de Gabo y su portentosa imaginación, cualidad poco común, las utilizó para crear acontecimientos y personajes ficticios relacionados con el país, su pueblo natal y sus propias vivencias.

Las fantásticas expresiones literarias de García Márquez lo califican a nivel mundial como uno de los máximos exponentes del movimiento literario conocido como el realismo mágico. La manipulación de la realidad le permitió idear su admirable obra literaria: en principio cuentos cortos, ensayos y crónicas, luego varios libros de reconocido éxito, hasta alcanzar la grandeza con Cien años de soledad. Esta novela de antología, ha sido traducida a 48 idiomas y se han vendido cerca de cincuenta millones de ejemplares; hace cincuenta años, la editorial Sudamericana de Buenos Aires publicó la primera edición.

Con el tiempo ocurrió algo sorprendente: ¿premonición o coincidencia? En uno de los pasajes de la famosa novela, el autor con su proverbial imaginación describe una enfermedad que sufren los habitantes de Macondo: la peste del olvido; todos pierden la memoria, inclusive Aureliano. Para recobrarla, recordar el pasado y vivir el presente, utilizaron sin resultado varios métodos, el más sencillo fue señalar con letreros cada uno de los objetos de la casa: mesa, silla, cama y así el resto. Un día, Aureliano vio llegar, a lo lejos, un anciano. Era el legendario gitano Melquíades (Figura 1), quien traía un bebedizo que les dio a beber a todos y milagrosamente se curaron.

Años después, como diría Gabo, cuando ya la peste se había replegado, volvió a atacar, pero ahora contagió a una sola persona. Así, la fantástica memoria de Aureliano comenzó a apagarse lenta, pero inexorablemente. Para entonces ya no la llamaban la peste del olvido, pues la ciencia la denominó Enfermedad de Alzheimer, un trabalenguas que, antes que representar el nombre del investigador que describió la enfermedad, parecía ser el de un monstruo aún desconocido en Macondo. Los modernos científicos trataron de curarlo atiborrándolo de sofisticados medicamentos, sin conseguir ningún resultado.


dots
1 Médico, Neurocirujano. Miembro de la Sociedad Colombiana de Neurocirugía. Miembro de Número de la Academia Nacional de Medicina. Bogotá, Colombia.


Seguramente, como en la leyenda descrita en Cien años de soledad, Gabo, en medio de su nebulosa amnesia, con algún vestigio que aún le quedaba de su capacidad para recordar, oteaba permanentemente el horizonte con la esperanza de que nuevamente llegara su amigo Melquíades y le trajera su milagrosa pócima. Lo que era imposible porque años atrás, con el cuerpo de quien se creía inmortal, habían inaugurado el cementerio
de Macondo. Seguramente, en el más allá, Aureliano recobró su memoria, pero ya no podrá escribir; mientras aquí, en la tierra, ocupa un lugar privilegiado en el panteón de los inmortales.

Figura 1. Melquíades el mago, por Juan Manuel Lugo
Figura 1. Melquíades el mago, por Juan Manuel Lugo


Para conmemorar este doble aniversario, el de un lustro de la muerte del escritor colombiano y el del cincuentenario de su publicación más reconocida, anexo un ligero comentario que recuerda alguno de sus libros:

El pueblo del olvido

Nació en un pueblo olvidado y creó otro, que solo existió en su imaginario. Fantásticas figuras metafóricas vivieron en Aracataca y Macondo, el pueblo del realismo mágico.

El legendario coronel Aureliano Buendía luchó y perdió 32 guerras en contra del gobierno. Tuvo 17 hijos en 17 mujeres, todos se llamaron como él, pero con el apellido de sus madres. Murió el día que tenía que ser, “sin dar explicaciones a nadie”.

Otro coronel sin nombre, orgulloso subalterno del revolucionario Aureliano Buendía, esperó por años la pensión, dignamente compartió pobreza y hambre con su mujer y su gallo de pelea. Una abuela desalmada, proxeneta de oficio, comercializó el sexo de su nieta Eréndira; la obligaba a acostarse diariamente con muchos hombres para cobrar una deuda. Los hermanos de Ángela asesinan a Santiago por haber mancillado su virginidad; un hilo de sangre del difunto lentamente recorrió todo el pueblo. Itinerantes gitanos llevaron a Macondo la moderna tecnología de entonces: hielo y cajas de dientes y, más tarde, la pócima que curó a todo el pueblo de la pérdida de memoria producida por la peste del olvido. Con los viejos años, Macondo desapareció como llegó: entre brumas, sólo y por siempre perdura Aracataca, el pueblo olvidado inclusive por los Aurelianos. El inexorable tiempo lo difumina todo, hasta la magia. Los jóvenes empiezan a olvidarse de Macondo… únicamente perdura el nombre del Nobel y de sus hermosas leyendas literarias.


Recibido: 9 de mayo de 2019
Aceptado: 29 de mayo de 2019

Correspondencia:
Luis Hernán Eraso Rojas
hersof@yahoo.com