Obituario: El Académico Honorario
Alejandro Jiménez Arango (1923-
2013)
Académico Honorario Efraim Otero
Ruiz
Nacido en Bogotá en el hogar del Dr.
Miguel Jiménez López (1875-1955),
quien fuera no sólo uno de los más
importantes Académicos del siglo XX
sino senador y ministro de varias
carteras, fundador de la cátedra de
psiquiatría en la Universidad Nacional e
iniciador de la medicina forense científica
en el país, Alejandro cursó su
bachillerato en el Instituto de La Salle y
estudió Medicina en la Universidad
Nacional. Al iniciar sus estudios
universitarios fue Monitor de Física
Médica y de Fisiología; y en esta última
cátedra (regentada por el Profesor
Alfonso Esguerra Gómez) obtuvo la
Medalla de Fisiología en 1941. Se
graduó de médico en 1946, con una tesis
con Mención Honorífica (El sistema
nervioso autónomo en patología mental y
en la terapia de choque) que denotaba
sus inclinaciones neurológicas, iniciadas
al lado de su padre, a quien acompañó
desde muy joven en el Frenocomio de
Varones y en otros hospitales de la
ciudad.
Por esta razón viajó desde recién
graduado a Chile, a especializarse en el
Instituto de Neurocirugía de Santiago,
por entonces ubicado en el viejo Hospital
de El Salvador de esa ciudad, donde
permaneció de 1946 a l948 bajó la
dirección de ese pionero de la
neurocirugía en Latinoamérica y en el
mundo que fue el profesor Alfonso
Asenjo. Allí compartió, el último año de
su estancia con otro colombiano y
Académico ilustre, el Profesor Ernesto
Bustamante Zuleta, con quien lo unían
también vínculos de familia, por el lado
materno antioqueño de los Arango
Ferrer. De esa permanencia en Chile.
Bustamante recuerda que fueron los
primeros colombianos en arribar a esas
lejanas latitudes-cuando el viaje se hacía
por avión de hélice- y que la formación
neuroquirúrgica era todavía muy
europea, ya que Asenjo se había
formado principalmente en Alemania
(con Wilhelm Toenis) y en Montreal.
De
allí saltó Jiménez Arango brevemente, al
final de ese bienio, al Instituto
Neurológico de Montreal (McGill) donde
pasó un tiempo al lado de ese prodigio
de la neurocirugía mundial que fue el
Profesor Wilder Penfield. No contento
con ello, pasó de allí al Instituto
Neurológico de Nueva York, anexo al
enorme complejo hospitalario del
Presbyterian Medical Center, de la
Universidad de Columbia, donde
permaneció hasta 1949. De allí regresó a
presentarse y ganar por concurso el
cargo de Jefe de Clínica Neurológica y
Psiquiátrica de la Universidad Nacional,
en el viejo Hospital de San Juan de Dios,
hoy clausurado; después pasaría, en
escalafón estrictamente universitario,
también por concurso, a ser Profesor
Asociado de Neurocirugía en 1952 y
después Profesor Titular, en 1952, 1963,
1984 y 1998. Entre 1952 y 1953 fue
Ministro de Higiene –que bajo su
mandato pasó a llamarse de Salud
Pública- en el gobierno del Presidente
Urdaneta Arbeláez y luego, entre 1958 y
1959, en el del Presidente Alberto Lleras
Camargo, siendo de los únicos
colombianos que puede enorgullecerse
de haber ocupado dicho Ministerio con
dos gobiernos distintos y de diferente
filiación política.
Su matrimonio con Laurice Hakim lo unió
a esa otra familia ilustre de cirujanos e
investigadores que, como lo dije en
febrero de 2010 al presentar el libro
publicado por la Universidad de los
Andes sobre su ilustre cuñado,
“formaron, en el sentido escandinavo,
una saga familiar de gentes que tánto
han contribuido a nuestro devenir
político, científico, intelectual y artístico”.
A ellos y en especial a su esposa y a sus
hijos expresamos la solidaridad de esta
corporación y de todos sus Académicos.
Pronto después de haber dejado el
Ministerio y el Cargo de Neurocirujano
del Instituto Nacional de Cancerología
(habiendo también bautizado con este
nombre -siendo Ministro en 1952-, al
antiguo Instituto Nacional de Radium),
resolvió viajar nuevamente a Estados
Unidos y pasarse dos años como Fellow
de Investigación en el Servicio de
Neurología del Massachussets General
Hospital, en Boston (1953-1954). De allí
regresó nuevamente a sus cargos como
Jefe de Neurocirugía del Hospital Militar
Central (1954 y 1978-1983) y luego como
Sub-Director Científico (1981-1983) del
mismo. Después pasaría a ser Jefe de
Neurocirugía(1985-1987) de la
Fundación Santa Fe de Bogotá y Director
General del Instituto Neurológico de
Colombia (1987-1988).De ahí en
adelante la Escuela Militar de Medicina lo
designaría como Profesor Emérito y
Consultor (1984 y 1997) y la Fundación
Santa Fe como Miembro Emérito (1995),
después de haber sido uno de los
Fundadores de la misma desde los años
70s, al lado de Alfonso Esguerra Fajardo
y su esposa Gloria, de Pedro Gómez
Valderrama, de Enrique Urdaneta
Holguín y de José Félix Patiño Restrepo.
Pero, al lado de sus cargos públicos y
hospitalarios, desempeñó una
asombrosa carrera educativa,
complementaria a la de su alma mater
donde fue Decano de la Facultad de
Medicina entre 1964 y 1966 (un tiempo
bajo la Rectoría de otro de nuestros más
ilustres Académicos, José Félix Patiño) y
además Director de Planeación
Académica en ese último año. Pues
antes había sido Decano de Estudios
(1959-1960) del Centro Médico para
Graduados del Hospital Militar, germen
de la futura Facultad de Medicina de la
Universidad Militar y Decano Asociado
de la Facultad de Medicina de la
Universidad del Valle entre 1962 y 1964.
(En algunos apartes de mis libros he
citado algunas de sus más notables
contribuciones a la educación médica).
En 1997 le fue otorgado el Premio
Excelencia por la Consagración al
Servicio del País, y en 2007 la
Condecoración en Memoria de los 140
años de la Facultad de Medicina por la
Universidad Nacional.
En todas las circunstancias de su
extensa vida académica y política, sus
ojos amplios y vigilantes se erguían
prontos a decir la verdad en en
sentencias breves y concluyentes, sin
importar las críticas o las enemistades
que pudiera acarrearle, defendiendo la
misma ética vital que sostuvo durante
sus años como Magistrado de los
Tribunales de Etica médica.
En la Fundación Santa Fe de Bogotá,
donde casi hasta el final se mantuvo muy
activo, ha quedado resonando su frase,
pronunciada hace más de 25 años,
cuando decidió retirarse de la práctica
quirúrgica, que dejó en manos de su hijo
Enrique, otro brillantísimo neurocirujano:
“Preferí dejar de hacer algo, que creo
estaba haciendo bien, antes de
comenzar a hacerlo mal”. Esa frase
quedará grabada como paradigma en los
ámbitos de la Academia y de la medicina
nacional, que lo recordará siempre como
uno de los más preclaros de sus
miembros.